lunes, 22 de diciembre de 2014

EL SPAGHETTI WESTERN DE GEORGE R. R. MARTIN

Casi 5000 malditas páginas; cinco gruesos tomos y tres meses; 12 semanas leyendo en los lugares más insospechados, en solitarias salas de espera y fríos tanatorios; en autobuses y frente al fuego de una chimenea; mientras caminaba y trasnochando para descansar en fines de semanas y fiestas de guardar y no volverme loco, o para no cortarle el cuello a nadie. Yo mismo estoy asombrado de haber sido capaz de leer nuevamente una novela fantástica (desde que con 14 años leyese a Tolkien y me prometiese entonces no leer a nadie más en su género, pues éste era insuperable). Sorprendido al mismo tiempo por leer una novela tan enrevesada y folletinesca (que en ocasiones me recordaba a Dumas), y porque a mí que siempre me ha gustado ir a contracorriente, al final he leído lo que parece que todo el mundo dice y aparenta haber leído, dejándome llevar por esa corriente, que todo lo arrastra, pero que en esta ocasión y sin que sirva de precedente ha merecido la pena. 

Me estoy refiriendo a la saga literaria de Canción de hielo y fuego, conocida en su versión cinematográfica como Juego de Tronos y escrita por George R. R. Martin, un escritor que posee ciertas similitudes con Tolkien y no sólo en el nombre (las R. R. del apellido), también en ciertos aspectos literarios. Puede que Tolkien haya encontrado por fin un digno sucesor... pero entre ambos existen muy notables diferencias.

George R. R. Martin
La valoración final tras la lectura de los libros escritos hasta ahora por Martin y el visionado de la versión para la pequeña pantalla, me ha llevado a imaginar la historia como un western, más en concreto como un spaghetti western. Y es que temprano su línea argumental rompe con el molde clásico de literatura fantástica (y no fantástica) cuando Martin decide que a Ned Stark, el hombre más decente de la historia hasta ese momento, hay que cortarle la cabeza. Como si Tolkien hubiese prescindido en sus primeros capítulos de Aragorn, Frodo o Gandalf, algo que por cierto sí hizo con Boromir. Y esa característica es propia de los spaghetti.

A partir de ahí se da a entender que cualquier acontecimiento puede suceder y que todo ser viviente es susceptible de ser asesinado de manera salvaje, cambiando el sino de la épica en la que los buenos siempre ganan y derrotan a los malvados, y con ahínco traza la lógica perfecta de un spaghetti western: sucio, bizarro, repleto de violencia y saña desmesurada (el que no conozca el subgénero que se siente a ver la incalificable Oro maldito), ausencia de ética ni moral alguna en donde los malos acaban venciendo y sólo al final se atisba que acaso algún «bueno» o «medianamente bueno» pueda ser el vencedor en esta enmarañada historia.

Tolkien es como John Ford: pulcro, decente, siempre señalando al valiente y ensalzando al héroe, pero al mismo tiempo encumbrando al antihéroe bondadoso y puro de espíritu (como Stoddard en El hombre que mató a Liberty Valance, o como Frodo, Bilbo, Sam... o por poner otro ejemplo, pureza necesaria que en la saga de Dragon Ball sólo se hallaba en Goku y era el único que podía navegar sobre la nube Kinto), empequeñeciendo al ruin, como también hacía Raoul Walsh (tuerto como Ford) o Howard Hawks. Mientras, Martin, sería al cambio un Corbucci, un Leone o bien un Castellari en donde la falta de escrúpulos es una seña de identidad del personaje principal. La obra del norteamericano, con su estilo folletinesco y enumerando linajes y casas, sus alianzas, traiciones, engaños y ambiciones, se asemeja a una suerte de House of Cards medieval.

El Muro
El final de este sin fin de crónicas (y secretos), vertebrado por un apasionante elenco de personajes e intrahistorias perfectamente trenzadas, parece incierto, aunque adivino que en ese empeño de abolir el género clásico de evidentes y bien diferenciados dualismos antagónicos de buenos-malos y héroes-antihéroes, el bastardo, el tullido y un enano (menos ducho en el manejo de las armas pero más perspicaz, agudo e inteligente que el Gimli de Tolkien, brillante y también ejemplo maquiavélico) tendrán la última palabra, sin olvidar la figura femenina que en esta novela río se adivina fundamental y pisoteará el género en el que a Tolkien se le ha criticado por su casi ausencia de personajes importantes femeninos, pues el papel de una mujer se aparenta determinante en el devenir y final de la saga de Martin.

Y volviendo al western, a buen seguro que la realidad del viejo oeste se asemejaría más a los sucios y violentos spaghetti de Corbucci o Leone que a aquellos idealizados filmes dirigidos por los Ford, Walsh o Mann... así como la Edad Media sería más parecida a la de Martin que a la del bueno de Tolkien.

Recuerden: un tullido, un bastardo o una mujer gobernarán los Siete Reinos, y me inclino por estos dos últimos... Bienaventurados los puros de espíritu, porque serán ellos quienes se sienten en el Trono de hierro, digo yo.  Una mujer... Una niña.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

LA ÚLTIMA PUERTA

El periodista y escritor Jeroen Brouwers, nacido en 1940 en Batavia (la India neerlandesa y actual Yakarta) publicó en 1983 un ensayo titulado De laatste deur. Over zelfmoord van schrijvers in het Nederlandstalige gebied (La última puerta. Sobre el suicidio de los escritores en lengua neerlandesa). En la exquisita obra –excelsa rareza sin parangón– Brouwers detalla los suicidios de escritores en lengua neerlandesa, desde Willem van Haren (1710–1768) que lo hizo envenenándose, hasta el flamenco Jan Emiel Daele (1942–1978) que le descerrajó cinco tiros a su mujer y la sexta bala la utilizó para quitarse él mismo la vida.

The Death of Chatterton (1856). Henry Wallis
En las más de quinientas páginas del ensayo, Brouwers traza, expone y desgrana todo cuanto puede decirse acerca del suicidio en la literatura en lengua neerlandesa, con diversos apartados en los que analiza el concepto, los términos (y eufemismos), la psiquiatría con respecto al escritor que se quita la vida, o la relación entre el suicidio y la Biblia, todo un tratado de enorme erudición salpicado de pequeñas biografías y detalles de literatos suicidas: Menno ter Braak (1902–1940), que se inyectó un sedante tras la invasión nazi de los Países Bajos; Frans Babylon (1924–1968), que se quitó la vida ahogándose diecisiete años después de que su hijo Leon también se ahogase fortuitamente; Jan Arends (1925–1974), que se arrojó desde una ventana de su casa, la quinta planta de un edificio; o el poeta y yonqui Jotie T'Hooft (1956–1977) que con veintiún años se quitó la vida con una sobredosis de cocaína (la temática de la poesía de éste último versa sin tapujos sobre la adicción a las drogas, la muerte y el suicidio) y escribió en uno de sus poemas:

El ser humano es una aguja,
buscando una vena. 

Qué duda cabe que el suicidio es la muerte más amarga y desagradable tanto para los familiares y allegados como para el propio suicida. Los factores que llevan a una persona a quitarse la vida son variados y según los especialistas evidentes: abuso de drogas o alcohol, deterioro del estatus social, trastornos de la personalidad, antecedentes familiares... En cierta ocasión leí un artículo en el que un grupo de psiquiatras exponían un estudio acerca de una población española en la que existía un altísimo número de suicidios que afectaba a familias enteras. El detalle que recuerdo bien es que aun siendo un lugar de cazadores y cada familia poseía una escopeta, todos se habían suicidado ahorcándose. Los psiquiatras establecen que todo suicida posee una serie de características como el ya citado abuso de drogas o alcohol, una conducta antisocial, un medio familiar conflictivo, alteración del sueño o una serie de enfermedades como la esquizofrenia, la depresión o el trastorno bipolar que pueden llevar a una persona a quitarse la vida... pero esto, aun siendo cierto y datos fiables, cada caso (en lo que respecta a los escritores) es todo un oscuro mundo. 

En el mundo de la música también ha habido casos de especial transcendencia, como el suicidio del líder de Nirvana Kurt Cobain (por disparo de escopeta) o Ian Curtis (Joy Division), epiléptico, adicto a diversos fármacos y con tendencias suicidas que terminó ahorcándose. Ambos músicos presentaban algunos de los factores suicidas. En Holanda, el músico, pintor y poeta Herman Brood (1946–2001) se arrojó desde la azotea del famoso Hilton Hotel de Ámsterdam (el de John Lennon y Yoko Ono). Brood reunía todos los requisitos habidos y por haber: consumidor de anfetaminas, abuso de alcohol, de speed (dos gramos por día), delirium tremens, depresión, epilepsia... pero fue un genio en todas las facetas que tocó.

Autorretrato. Herman Brood
La lista de escritores suicidas es inmensa, extensísima, y daría para varios tomos repletos de suculentos y a su vez tétricos detalles. Si el primer gran suicida de la historia de la literatura fue Séneca, el honor de ser el "primer moderno" racae en el joven poeta inglés Thomas Chatterton, que con diecisiete años se quitó la vida muy probablemente con una dosis de arsénico, si bien otras teorías apuntan a una sobredosis de opio. Al suicidio de Chatterton inmortalizado en la romántica pintura de Wallis, le siguieron eminentes y legendarios suicidas en una larga lista repleta de detalles escabrosos: Malcolm Lowry, el autor de la enigmática novela Bajo el volcán puso fin a su existencia mezclado alcohol (que siempre lo acompañó) y barbitúricos; Primo Levi nunca superó su estancia en Auschwitz, terminando con su vida al arrojarse por el hueco de las escaleras; Sylvia Plath, esposa del poeta inglés Ted Hughes, se quitó la vida asfixiándose con el gas de la estufa de su casa, si bien antes tuvo la precaución de aislar el dormitorio de sus hijos; el caso de Horacio Quiroga es uno de los más espeluznantes, ya que no sólo se suicidó él (bebiendo cianuro), también su padre se quitó la vida, su padrastro, su mujer y dos de sus hijos; Alejandra Pizarnik lo hizo tras ingerir cincuenta pastillas de seconal sódico (un barbitúrico); Georg Trakl, delicado poeta (y farmacéutico) se suicidó con una sobredosis de cocaína. Von Ficker, un amigo, afirmó de él sin reparo que era bebedor y drogadicto, si bien el hecho que pudo desencadenar su fatal fin pudo deberse al haber participado como médico en la I Guerra Mundial asistiendo sin medicinas a noventa heridos en estado grave; Virginia Woolf, diagnosticada con trastorno bipolar se arrojó al río Ouse tras ponerse el abrigo y llenar los bolsillos de piedras; David Foster Wallace, depresivo, abandonó la fenelzina (su antidepresivo) siguiendo los consejos de su médico, y en un nuevo brote de la depresión terminó ahorcándose... y la lista es interminable, y no cesará de engordarse. El que desee leer a poetas suicidas, todos bien recogiditos en un libro, puede deleitarse con uno antologado por José Luis Gallero que a mí me entusiasmo en su día: Antología de poetas suicidas (1770–1985).

Antología de poetas suicidas (1770–1985). Ed. José Luis Gallero
Existe una extraña atracción entre el escritor suicida y el lector –al menos en mi caso. Pensar en cómo alguien que es capaz de escribir páginas tan sublimes, un creador sin límites, llegado un momento ponen fin a su existencia; es una atracción similar a la que se desarrolla entre el escritor demente (pero lúcido en su arte compositivo), el maldito y aquel que recorre las páginas de una de sus obras. El ser humano es así de imprevisible y extraño... tanto, que es capaz de quitarse él mismo la vida. 

Agonizar es un arte, como todas las cosas importantes.
Sylvia Plath (1932–1963)   

No quiero ir nada más que hasta el fondo.
Alejandra Pizarnik (1936–1972)


domingo, 2 de noviembre de 2014

LA LEYENDA DEL INDOMABLE

En la figura de Dylan Thomas (Swansea, 27 de octubre de 1914 - NY, 6 de noviembre de 1953) confluyen todos los elementos necesarios para hablar de un poeta mítico: lírica sublime, dueño de una voz envolvente, y esta última no menos incisiva, ser acusado de arrastrar excesos (alcohólicos y borracheras legendarias) que bien pudo ser el motivo de su prematura muerte; todo ello sin ni tan siquiera haber alcanzado los cuarenta años de vida.

Para la nieta del poeta, Hannah Ellis, todo cuanto se ha hablado de su abuelo acerca de sus jaranas y la explotación del lado bohemio (puede que quisiera decir juerguista, tabernero, canalla nocturno) y sus fabulosas melopeas eran en muchos casos falsas o al menos exageradas; para ella, esto ha hecho que la enorme calidad literaria del poeta galés quede ensombrecida y ciertamente apocada, (yo disiento).


Nada de él ha quedado sepultado por el paso de los años, y ni mucho menos por la muerte: su herencia simbolista, el carácter elegíaco que encierra toda su obra, la oscuridad de sus versos, la perfección estilística y la innegable conexión con Eliot. Sus poemas tienen la particularidad de alcanzar mayor dimensión cuando son leídos en voz alta; acaso mejor escuchados. Se le acusa, los que no pueden imputarle nada, de ser excesivamente barroco y rimbombante. Para ellos, envidiosos, este ostentoso poema: 

Y la muerte no tendrá señorío.  
Desnudos los muertos, ellos serán uno 
con el hombre del viento y la luna del oeste;
cuando sus huesos descarnados limpios se dispersen,
astros tendrán por codo y pie;
aunque enloquezcan serán cuerdos, 
resucitarán aunque se hundan en el mar;  
aunque los amantes se pierdan quedará el amor;  
y la muerte no tendrá señorío.
(...)
 
Dylan Thomas llegó el 20 de octubre de 1953 a Nueva York, y lo hizo para morir, aunque la excusa fuese para tomar parte de un interminable tour de lecturas poéticas. Y de costa a costa, aún retumba su frase lapidaria —imposible más precisa— brotando de aquellos labios agonizantes, sus últimas palabras: "He bebido dieciocho vasos de whisky, creo que es todo un record".

Lo afirmado al comienzo en cuanto a los elementos necesarios para encasillar a un poeta en el marco de lo mítico, no significa que aquellos que carecen de alguna de ellas (en especial de las dos últimas), no puedan llegar al olimpo de los poetas excelsos. En España, la semilla Thomas germinó en los Valente y Gil de Biedma, curiosamente en los mismos que quedó plantada la raíz de T. S. Eliot.

Hace justamente una semana comenzó a celebrarse el centenario del nacimiento de Thomas, pero a los poetas, como a los santos (mucho tienen de sobrehumanos y celestiales) hay que celebrarlos en su muerte —salvo que estén vivos o como Nicanor Parra se llegue a los cien años—; es ese momento cuando cierran, como el galés, el círculo perfecto de la poesía encarcelada en toda una vida.

(...)
y leo, en una concha,
la muerte clara como campana de boya.
(...)

*Muertes y entradas. Dylan Thomas. Traducción Niall Binns y Vanesa Pérez-Sauquillo. Huerga y Fierro. Madrid, 2003.

martes, 7 de octubre de 2014

MACABROS Y MALDITOS

Cuando hace unos meses apareció en los medios escritos aquella sugerente noticia en la que se aseguraba que la Universidad de Harvard había descubierto en su biblioteca tres libros encuadernados con piel procedente de un hombre desollado vivo, pensé que sería la guinda perfecta —encuadernarlos de tal guisa— para una nueva edición de estos cuentos. La práctica de utilizar piel humana para encuadernar libros fue un hecho relativamente popular durante el siglo XVII… pero no en el actual, y como no hallé voluntarios ni a nadie le entusiasmó la idea, me conformé con que esta nueva edición simplemente volviese a renacer. 


No imaginé tener que volver a hablar de este libro, como no imaginé nunca que pudiese existir no una cuarta, sino ni tan siquiera una segunda edición. Las satisfacciones que estos relatos en forma de libro que a cada momento continúan abordándome no sólo tienen que ver con que sigan teniendo lectores —placer impagable y hermoso y summum del proceso creativo de todo escritor—, ni con las críticas positivas que han aparecido en periódicos o blogs y tanto me han sonrojado, y ni tan siquiera por aquellos que han contactado conmigo —como ese parapsicólogo que me inquiría sobre algún aspecto para saber cuánto había de realidad (poco o casi nada) en alguno de los relatos—. No, el mayor de los deleites se ha producido cuando algún entusiasta lector me ha comentado que tras leer estos, mis cuentos, ha descubierto a Poe, Lovecraft o Bécquer, o por contra ha vuelto a releerlos y disfrutar con ellos. 

En esta nueva edición (ilustrada) aparecen nuevos relatos, entre ellos tres fábulas (dos con moraleja), fingiendo —sólo eso— pertenecer más a la progenie de las compuestas por Monterroso que a aquéllas de Esopo, y puede que el lector encuentre que muchos de estos cuentos —entre ellos las citadas fábulas— nada aportan de miedo ni terror, mas estoy seguro que cuando sean analizados —la mayoría requieren de más tiempo para ello del que se sirven en ser leídos— comprenderán que son en esencia completamente terroríficos.  Muchos de estos nuevos relatos siguen teniendo lugar en ese hermoso pueblo no tan ficticio llamado Terra Nivis, como sucede con la mayoría de los antiguos, y las influencias literarias continúan siendo las mismas: Poe (referencia suprema), Lovecraft, Kafka, Bécquer, Slauerhoff, Chéjov, Monterroso (a él también le debo mucho)… así como las cinematográficas: Hitchcock, Lynch, Ibáñez Serrador, Polanski… con una buena dosis de humor macabro, miedo, confusión y terror,  buscando en muchos de ellos mayor experimentalismo, dando una vuelta de tuerca y estrujando a mi estilo el género del cuento, con composiciones aún más breves, como las citadas fábulas que acompañan al microrrelato, todo un conjunto de lo que los anglosajones denominan short-short stories y nosotros hemos (mal) traducido como relato corto, un rotundo pleonasmo, pues el relato siempre es corto.  

Todas las características y lo afirmado en el proemio primitivo de estos cuentos resulta válido para esta edición, sin borrar ni una coma, con la misma esencia, y aunque dé la sensación de ser el mismo libro, haciendo uso del principio del posmodernismo con esa dualidad ficción-realidad y jugando con la confusión, este libro es el mismo pero a la vez (con esos nuevos relatos e ilustraciones) ya no lo es.

Los infinitos Poes que habitan en los relatos

Y justo cuando tal día como hoy se cumple el 165º aniversario de la muerte del maestro de lo macabro. La Muerte y nuevas muertes, humor negro, fantasmas, necrofilia y sadismo, enterramientos en vida, suicidios, enajenaciones mentales y asesinatos, vampiros y no muertos, canibalismo, venganzas... y hasta fábulas... narraciones influidas por Bécquer, Slauerhoff, Lovecraft, Chéjov o Monterroso, pero especialemente por Edgar Allan Poe.

Un día después de la muerte del escritor, a las 4 de la tarde del lunes 8 de octubre de 1849, tuvo lugar su funeral en Baltimore, celebrado con una ceremonia sencilla a la que asistieron un reducido número de personas. El tío de Edgar, Henry Herring, se hizo con un simple féretro de caoba, y un primo, Neilson Poe, consiguió el coche fúnebre. El poeta, crítico, periodista y novelista, fue enterrado en un ataúd barato al que le faltaban las manijas con el que poder portearlo; éste tenía una placa e iba forrado de trapo, con un almohadón para su cabeza. La esposa de Moran aportó el sudario. El funeral fue oficiado por el reverendo W. T. D. Clemm, primo de Virginia, la esposa de Poe muerta de tuberculosis en 1847, que decidió que no valía la pena pronunciar un sermón debido a la poca afluencia de personas, por lo que la ceremonia al completo apenas duró tres minutos. Los pocos que acudieron a ella la recuerdan como una tarde fría y húmeda. En palabras del sacristán George W. Spence, fue descrito como «un día oscuro y gris, sin lluvia, pero medio áspero y amenazador.»

El 9 de octubre de 1849, al día siguiente de su entierro y dos tras su fallecimiento, Rufus Wilmot Griswold, su albacea literario (y rival personal), publicó el poema Annabel Lee como parte de su obituario en el Daily Tribune de Nueva York.

Toca de nuevo, brindar o bien emborracharse, con vino amontillado, recordando en este día el 165º aniversario de la muerte de Edgar Allan Poe, aunque éste nunca llegó a morir y su alma pervive hasta estos días oscuros.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

DEUS SIVE NATURA (O EL ARTE DE PULIR IDEAS)

Los libros no suelen tener varios propósitos, en la mayoría de casos uno solo (suficiente si son capaces de entretener), o a lo sumo dos; en otros se dan varios, múltiples e infinitos objetivos. Termino de leer una biografía acerca del filósofo Baruch Spinoza (1632-1677), figura que para mí ha tenido desde siempre un encanto especial, puede que por esa fijación personal hacia los intelectuales desterrados, incomprendidos, repudiados... como en cierto sentido lo fue él.

Baruch Spinoza (ca. 1665)
Baruch Spinoza (ca. 1665)

Con los libros suelo establecer relaciones que van más allá de aquellas que se fundamentan con lo simplemente material, como ese que leí triste en un avión y sólo ver su portada me produce acidez de estómago, o aquellos otros que trato de no abrir demasiado sus hojas y mucho menos tocarlos con las manos sucias, y me producen todo lo contrario. Este que acabo de leer no llegué a comprarlo cuando hace diez años se publicó en nuestro país y el libro se me escapó mes a mes. Hace años intenté buscarlo con ahínco, pero fue en vano. Obsesionado con la infructuosa búsqueda, este verano me dispuse a saldar mi deuda con el libro, pero el ejemplar ya no estaba disponible en castellano (ni nuevo ni de segunda mano; ¡extraño! o puede que nadie quiera desprenderse de una joya así), por lo que lo compré en inglés.

Steven Nadler, su autor, es un experimentado profesor de filosofía y una auténtica eminencia en la vida y obra de Spinoza, probablemente su mayor especialista que con esta inconmensurable biografía ha conseguido no sólo escribir la mejor semblanza del filósofo neerlandés, sino a su vez trazar y exponer de forma magistral, con un lenguaje conciso y sencillo al tiempo que clarificador, una radiografía precisa del siglo XVII de los Países Bajos.  

En Una habitación en Holanda, un librito del francés Pierre Bergounioux de apenas noventa páginas, a camino entre el ensayo y la historia, su autor fantasea con un joven Spinoza que bien pudo cruzarse con el filósofo Descartes (recomiendo la biografía firmada por Richard Watson titulada Descartes: el filósofo de la luz), situando con un argumento sólido la cuna de la razón occidental y de la política europea en ese diminuto país que algunos (mal)llaman Holanda, los Países Bajos:

Quedaba una estrecha franja costera, a orillas del Mar del Norte, donde experimentar la aptitud del hombre para formar pensamientos ciertos, para llegar a ser, con el mismo gesto, "como dueño y poseedor" de la naturaleza. (Bergounioux, p 91).

Spinoza, judío sefardí, nació en Ámsterdam en 1632. Su familia procedía de España, en concreto de Espinosa de los Monteros (Burgos). En el siglo XV tuvieron que emigrar huyendo primeramente a Portugal y más tarde a otros países europeos, hasta que su padre, comerciante, recaló en la ciudad de los canales. El joven Spinoza se crió en el barrio judío, en las mismas calles en las que Rembrandt tuvo su casa entre 1639 y 1658. Evidentemente hablaba neerlandés, pero su idioma materno y con el que pensaba y sentía era el ladino y el portugués. Como estudioso de la Torah conocía el hebreo y hasta elaboró una gramática, y por supuesto, como erudito, dominaba el latín. Vivió modestamente, pero a pesar de ciertas penurias económicas no se dejó seducir ni tan siquiera ante el confortable ofrecimiento de ocupar un puesto como profesor universitario con una cátedra de filosofía en la Universidad de Heidelberg y con ello tener una vida más fácil.

Para sobrevivir pulió lentes (y aunque falleció de tuberculosos el polvo que brotaba de dicha tarea también minó su salud), siendo reconocido por eminentes científicos de la época, como Christiaan Huygens, astrónomo, físico y matemático, que lo llamaba el "Judío de Voorburg". Algunos han querido ver en él el precursor del ateísmo y el gran intelectual pionero de la negación absoluta de Dios; en definitiva: el hereje que encumbrar a los altares del ateísmo. Pero si bien es cierto que Spinoza fue excomulgado por afirmar (entre otras aseveraciones) que la Torah no estaba ni dictada por Dios ni tan siquiera únicamente redactada por Moisés, rehusaba y hasta se sentía molesto de ser calificado como ateo pues él no se consideraba así.

Steven Nadler nos regala una deliciosa semblanza sobre Spinoza y la comunidad judeo-portuguesa (sefardí, o mejor dicho judeo-española, pero el litigio de los Países Bajos con la Corona Española hizo que no se denominase así) de Ámsterdam (y otras ciudades europeas) y el ambiente político, social y cultural de las ciudades neerlandesas del siglo XVII (grandes y también las menos pobladas), y por ende de la Europa moderna de la época, aportando suculentos detalles sobre el filósofo y datos muy esclarecedores de enorme transcendencia, que tras su lectura dejan un denso poso final que aun pasadas las semanas y los meses se sigue saboreando con delectación; es en definitva una obra maestra. Para el estudioso de la vida en los Países Bajos durante el Siglo de Oro quiero citar la obra de Lotte van de Pol acerca de la prostitución en la Ámsterdam en los siglos XVII y XVIII: La puta y el ciudadano, y Los ojos de Rembrandt, de Simon Schama.

Los libros no suelen tener excesivas aspiraciones, aunque es suficiente si son capaces de entretener o distraer al lector; otros, en cambio, son insustanciales y banales. Éste, del tándem Spinoza-Nadler, posee diversos e ilimitados objetivos... es exquisito y delicado, casi como las lentes que pulía el filósofo.

P.D.: En muchas ocasiones me pregunto cómo sería España (social, económica y culturalmente) si no se hubiesen visto obligados a marcharse aquellos prósperos serfadíes de la Penínusla Ibérica. 


viernes, 5 de septiembre de 2014

NICANOR PARRA Y SUS CIEN AÑOS DE MATEMÁTICAS

 
Considerad, muchachos, 
esta lengua roída por el cáncer: 
soy profesor en un liceo obscuro, 
he perdido la voz haciendo clases. 
(Después de todo o nada 
hago cuarenta horas semanales). 
¿Qué les dice mi cara abofeteada? 
¡Verdad que inspira lástima mirarme! 
Y qué decís de esta nariz podrida 
por la cal de la tiza degradante. [...]

AUTORRETRATO

En el instituto yo odiaba intensamente las matemáticas; me gustaba la literatura, y la poesía... poco más. Observaba al profesor de la abominable materia e imaginaba que sólo le gustaría leer libros sobre quebrados y figuras geométricas. Así que jamás hubiese pensado que esa ciencia deductiva que estudia los números, logaritmos, senos y cosenos, pudiera tener mucho vínculo con las letras.

Y un día encontré en casa de mis padres algunos números (que hoy aún conservo) de la revista cultural El Ciervo, en concreto el de marzo de 1992. La revista me interesaba en principio sólo porque hablaba de Tolkien. Y cuando terminé con el artículo sobre el escritor inglés me encontré casualmente con algo que decía más o menos así: «Nicanor Parra, el antipoeta». Aquello me extrañó y asustó a partes iguales. Acto seguido leí que era profesor de física y matemáticas, y ya me quedé más tranquilo: «Por eso no le gusta la poesía; es un antipoeta», me dije. Luego sí me sobrevino una especie de duda poético-existencial, pues leí a conciencia sus poemas y me fascinaron, con esa frescura en cada verso, su sarcasmo, la ironía y su hartazgo de todo, sin concesiones ni florituras para la galería.

Nicanor Parra (1914)
Durante unos años lo olvidé (no así las matemáticas, que todavía hoy me persiguen) para después volver a pensar en él, pero creí que ya estaba muerto. Y con alegría supe que aún vivía, pero entonces deduje con pena que no le quedaba mucho de vida, y también me equivocaba: hoy cumple 100 años, pero no me creo que tenga tantos... o tan pocos. El Premio Cervantes decidieron concedérselo casi un siglo después de su nacimiento; estaban muy seguros de su longevidad, pero es que los premios son así de inteligentes, aunque algunos escritores prefieren morir antes de que le otorguen ninguno.  

Puede que alguno crea que porque el chileno sea matemático y físico estas disciplinas tienen algo que ver con la poesía, y debe decirse que NO; y por si alguno se pregunta si al leer a Nicanor Parra, como sucede en esas películas hollywoodenses (sí, parece que se escribe así) me hice matemático o quise entrar en la NASA, la respuesta es NO, TAMPOCO. Aún me producen escalofrío los números, pero nunca un antipoeta fue tan poeta, y gracias a Parra sé que nada tienen que ver los números con las letras. Felicidades, y que vivas un siglo más.

[...] Pero qué es poesía 
Todo lo que nos une es poesía 
Sólo la prosa puede separarnos [...]

QUÉ ES POESÍA


sábado, 28 de junio de 2014

Y DIOS LE DIO LA PALABRA A WALT WHITMAN


Lo leí por vez primera con quince años y espoleado tras visionar aquella película que llevaba por título El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), filme en donde el clímax y momento más emocionante tiene lugar al final, cuando los alumnos se encaraman sobre sus pupitres y uno a uno comienzan a recitar los famosos versos de «¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!» (dedicados a Abraham Lincoln tras su asesinato) como muestra de apoyo al profesor despedido. Lo leí en una especie de antología, de poemas seleccionados de su magna Hojas de hierba, escrita en 1855 y reelaborada y ampliada una y otra vez hasta su muerte, pero tengo que reconocer que me disgustó enormemente, antojándoseme los poemas excesivamente artificiales y forzados, así que decepcionado no reparé más en él.

Walt Whitman ©George Collins Cox
Hasta que hace unas semanas terminé de leerlo completo y sin mutilación alguna, íntegro, en la excelente edición de Francisco Alexander para Visor, y nada ha tenido que ver aquella prístina y decepcionante lectura de hace ya muchos años con esta última. Como bien afirman los especialistas en su obra, Walt Whitman (1819–1892) es el primer poeta genuinamente americano, ya que los Poe o Longfellow no son sino poesía en esencia británica compuesta en suelo americano. Whitman era descendiente de labradores ingleses por parte paterna y de duros marineros holandeses por la materna, y a pesar de ese poderoso e idílico poso europeo, ya es un escritor eminentemente americano.

Pero el último guiño a Whitman aparece en la serie Breaking Bad, en un capítulo de la quinta y última temporada titulado «Deslizándose por todo», que no es sino el título de un poema del poeta: «Gliding Over All». El personaje principal de la serie, Walter White (que curiosamente comparten iniciales: W.W.), está a punto de ser descubierto por su cuñado, el agente de la DEA Hank Schrader, cuando estando en el aseo abre Hojas de hierba y casualmente observa que tiene una dedicatoria: «Para mi otro favorito W.W.», momento en el que descubre a su cuñado.

Breaking Bad
Hojas de hierba es una obra épica que ensalza la imparable construcción de una nación en ciernes, la exaltación de una nueva tierra mediante unos versos que rezuman un misticismo de tanta simpleza como profunda e inabarcable belleza. Poseen sus poemas un marcado carácter elegíaco y religiosidad natural, como si el poeta tratase de explicar esta creación imperfecta y cruel pero indudablemente hermosa. Para el que ha vivido su infancia y adolescencia (y los mejores años de la vida) en un ambiente rural, leer a Whitman es rememorar ese pasado y sus momentos, recordar las inolvidables imágenes, los sonidos y los indescriptibles colores, los olores característicos de cada una de las estaciones y todo lo que la naturaleza encarna. Leer al poeta es un retorno al pasado, volver a la infancia y sus fragancias, el regreso a la «patria" en el sentido al que Rilke se refería: «La verdadera patria del hombre es la infancia». Y puede que en Hojas de hierba Whitman retornase a la infancia de sus antepasados, la de esos labradores ingleses y marineros holandeses que surcaban el áspero Mar del Norte en un viaje poético tamizado por el imponente y bucólico paisaje de esa nueva tierra que acogió a todos y en donde él se erigió en el prócer de los poetas norteamericanos. 


miércoles, 11 de junio de 2014

LA VIGENCIA LITERARIA Y SOCIAL DE QUEVEDO



Los clásicos jamás pasan de moda, una expresión manida, excesívamente usada, prácticamente gastada, pero una realidad. Al final siempre se acaba recurriendo a los clásicos, porque están ahí, no se han ido y no se olvidan. Cuando la actualidad se vuelve previsible y aburrida, ahí están esos autores, desde hace mucho –o desde siempre– intemporales. Algunos modernos ya alcanzan el estatus de clásico, o casi, o pronto lo harán; en cambio, otros de estos modernos son producto de las modas, y se desvanecen, o en breve así sucederá, como vaho o efímero humo.

Habrá pocos escolares o bachilleres que no conozcan si no de memoria sí que reconozcan el primer cuarteto de un archifamoso soneto que el insigne Quevedo le dedicaba a su enemigo íntimo, Góngora:

Érase un hombre a una nariz pegado, 
érase una nariz superlativa, 
érase una alquitara medio viva, 
érase un peje espada mal barbado; 

Sello emitido en el que se pone de manifiesto la relación entre Quevedo y Góngora.
Que a su vez tenía otra versión puede que más conocida y popular, que comenzaba así:

Érase un hombre a una nariz pegado, 
érase una nariz superlativa; 
érase una nariz sayón y escriba; 
érase un pez espada muy barbado;

Retrato de Quevedo, atribuido a Velázquez (o a Van der Hamen) 
Fue Quevedo ese escritor de existencia turbulenta, de vida intrigante, polémico y pendenciero, un tahúr en el sentido más amplio de la palabra y en otras ocasiones un caballero de modales refinados. Un poeta al que la libertad le fue arrebatada en varias ocasiones, que conoció la gloria y la miseria, que usó la lengua –el idioma y el órgano situado en la boca– con una precisión de cirujano, haciendo uso del lenguaje más florido... pera también el de los bajos fondos, la lengua de los maleantes, la jerigonza, que es de lo que tratan estas líneas.

En un libro inconfundible con su colorido verde-limón fosforescente, la editorial Visor acaba de publicar una serie de exquisitos y nada delicados poemas de Don Francisco de Quevedo: Poesías Picarescas: Poesías satíricas inéditas; toda una suerte de versos cargados de insultos e irreverencias, de cinismo y de sátiras que brotan de la lengua de un Quevedo mordaz y educadamente grosero. 

El libro, como catálogo de grotescos insultos, una suerte de versos escatológicos, azotador de putas –de las que ejercen la profesión y de las que no, según él– y de bujarrones, de culos y pedos, de cornamentas humanas y de suegras, en ocasiones misógino irreverente. Se abre cualquier página al azar y acude la sorpresa de versos hilarantes y escatológicos:

Pues en el tribunal de sus greguescos,
con aflojar y comprimir las arcas,
cualquier culo lo hace con dos cuescos.

O este otro:

Mostraba aquel personaje
por melena de alemán,
de zurriagazos de pijas,
desportillado el mear.   

Y este otro tampoco tiene desperdicio:

Que tiene ojo de culo es evidente,
y manojo de llaves, tu sol rojo,
y que tiene por niña en aquel ojo
atezado mojón duro y caliente.

Groseros, aunque perdonado debe ser por las ordinarieces, que merece la pena exponerlo:

Ningún coño le vio jamás arrecho.   

Misóginos sin remedio:

Sabed, vecinas,
que mujeres y gallinas
todas ponemos:
unas cuernos y otras huevos.

Sobre la ruptura matrimonial y su curiosa visión del mismo:

Dichoso es cualquier casado
que una vez queda soltero;
mas de una mujer dos veces,
es ya de la dicha extremo.

Y la figura de las suegras, a la que le suelta algunas puyas: 

Las culebras mucho saben;
mas una suegra infernal
más sabe que las culebras:
ansí lo dice el refrán.

De estos poemas mordaces resulta complejo sacar a la luz una pincelada debido a la abundancia y a la altísima calidad de los mismos. Son de esos versos que uno no puede sacar a relucir salvo frente a  amistades de la mayor cercanía e intimidad, cuartetos y tercetos a tener bajo control, y sonetos que pueden recitarse sólo cuando el dios Baco está presente y la situación se presta a ello. Queda claro que escuchando a los personajes públicos que nos toca sufrir, a políticos, a extraños seres televisivos o a los pseudopolíticos y agitadores que son aún peor que los propios políticos, con sus improperios y burdos insultos, comparándolos, nunca se ha insultado tan bien y con tanta solemnidad como en el Siglo de Oro, y Quevedo fue uno de los de lengua más afilada.

lunes, 12 de mayo de 2014

ELIOT, THOMAS STEARNS ELIOT: EL POETA INFINITO



He terminado de leer La aventura sin fin (Lumen, 2011), una recopilación de los ensayos menos conocidos de T.S. Eliot: Eliot en estado puro. Cuando por vez primera abrí un poemario de éste, y relajado comencé a leer sus versos, cambié por completo mi modo de entender la poesía, concluyendo que todo lo que había hecho hasta esos años no había sido en balde, ni siquiera erróneo, sino que me había estado preparando para llegar hasta su estilo poético: descarnado, experimental, crudo, simbolista y extrañamente evocador; fue como si algo rasgase mi interior, un escalofrío... y evidentemente, desde entonces cambié mi forma de leer poesía, quedando tocado por su intento rupturista –que por suerte consiguió– de cambiar la poesía anglosajona e influyendo de manera sobresaliente en el resto de poesías del mundo.

Para acercarse a los ensayos de Eliot se debe conocer previamente todo el universo del poeta –ensayista, dramaturgo, crítico, editor...–, sus parentescos, sus familias poéticas y literarias, sus filias, sus fobias, su infinito trasfondo, su lado interior –u oculto–, su origen, su principio y su fin... tomando prestado uno de sus versos (In my beginning is my end). Afirmaba que si no hubiese llegado a Inglaterra su poesía jamás se hubiese desarrollado así; pero si no hubiese nacido en EE.UU. tampoco; jugando con doble baraja, o con las cartas marcadas... este era Eliot.

T.S. Eliot (1888-1965)
La edición, a cargo de Andreu Jaume (los ensayos traducidos por Juan Antonio Montiel) es de un  resultado inmejorable, en primer lugar por la elección de los ensayos, y en segundo por la cantidad de notas que aporta a cada uno de los textos, pues una edición de Eliot (o de Pound y otros de la misma estirpe) sin anotaciones que aporten luz a sus escritos, es una edición incompleta, desmembrada, inútil; hasta el mismo poeta anotaba sus obras, dada la complejidad y referencias a las que aluden sus versos (vid. La tierra baldía). Las notas de Jaume, exquisitas y esenciales, podrían leerse hasta de manera independiente sin necesidad (exagero) de leer los ensayos, como un libro dentro de otro.

De lo leído extraigo mis propias conclusiones sobre el escritor: los románticos ingleses (Wordsworth, Coleridge, Byron –al que también critica–, Shelley, Keats) influyeron en su primera época, como Blake, y también Milton, si bien con este último tuvo sus más y sus menos, pleiteando en un ensayo en el que prácticamente llega a crucificarlo. A Yeats lo comenzó a admirar después de muerto, y de los simbolistas Laforgue fue su predilecto y evidentemente Baudelaire; de entre los poetas metafísicos Donne, pero fue por el poeta menor George Herbert por quien sintió más debilidad... y por encima de todos amaba a Dante y a Shakespeare, admiración que quedó reflejada en sendos ensayos, dos dedicados al florentino y otro al dramaturgo inglés.

Cada año releo sus poemas, de manera religiosa (un concepto muy eliotiano) La tierra baldía y Cuatro cuartetos. Y el poeta sigue vivo, su semilla, las voces o los ecos de su poesía latente en la de otros, en los versos de Cernuda, Gil de Biedma, Valente... y Eliot aún sigue produciéndome escalofríos.

...in my end is my beginning.

jueves, 24 de abril de 2014

¿QUÉ PUEDE DECIRSE DEL DÍA DEL LIBRO QUE NO SE HAYA DICHO YA? Y OTRAS PREGUNTAS DE SIMILAR DIFICULTAD

Puede que sea la pregunta más complicada y absurda que me haya autoformulado en los últimos años. La primera respuesta que me viene a la mente (según los psicólogos es la que vale): que me recuerda al "Día de los Enamorados". Y con la pregunta que da título a esta entrada me surge otra más: ¿por qué en ese día las librerías se llenan más que el resto del año?  Me sorprende que en este famoso día D –el más famoso tras el auténtico día D–  acuda más gente a comprar libros que el día anterior o posterior, y no creo que el descuento del 10% tengo mucho que ver. Ayer por ejemplo compré un libro, y me acordé que hoy habría descuento, y me dije, «más motivo para comprarlo ahora».

El ser humano me produce sorpresa, cada vez más, y hasta miedo. Eso sí, queda muy bien que se acuerden de los libros, los libreros y sus librerías, de las obras (aunque sean anónimas) y de sus autores, pero me viene otra pregunta: ¿En realidad se lee tanto como parece que se da a entender el "Día del Libro"? Hoy me han dado ganas de NO leer, todo sea dicho. Me recuerda al "Día de los Enamorados", ese día en el que si no entras a una tienda y compras algo, no estás enamorado, y no importa si el día anterior, el siguiente y el resto de días lo haces; el día que importa es el día D, olvídate del resto. Y aparecen las estadísticas –a mí que los números y las matemáticas me producen tirria–, si en aquella comunidad se compran más libros que en la de al lado, o si en un país más al norte se lee más que el que está enfrente y no sabes si quieren establecer el silogismo de que los que no leen son más tontos; puede ser, puede ser todo. Y me pregunto, ¿pasará rápido el "Día del Libro"? Y me autointerrogo: ¿qué diría Don Miguel de Cervantes, Sir William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega en este día (que tuvieron la desgracia de morir? Quizá un exabrupto al estilo del actor y escritor Fernando Fernán Gómez.

Used Books and Guns (EE.UU.)
Y siguen apareciendo datos: las ventas bajan. Y los agoreros: el libro en papel tiene los días contados (pajarracos de mal agüero). Y me pregunto, ¿cómo pueden morir o nacer escritores como Wordsworth o Nabokov en un día como este? Y mientras me pregunto todo esto, voy de camino a una librería, pues me han invitado a un encuentro con otros autores y una posterior firma de ejemplares, y dicen que habrá un vino, y me arrepiento de haber aceptado y yo mismo me pregunto: «¿por qué aceptaste?»; pero no me da tiempo a responderme. Y me pregunto nuevamente, ¿y si me preguntaran qué significa para mí el "Día del Libro"? Pero no puede responderles que me recuerda al "Día de los Enamorados". Y mientras concluyo y medito si alguien tuviese la osadía de formularme una cuestión de este calibre, vuelvo a preguntarme: ¿qué debería contestar si alguien me preguntase qué significa para mí el "Día del Libro"? Y entro en la librería: anegada de gentes histéricas como si estuviesen en el primer día de rebajas. Y me da miedo. Y me arrepiento. Miedo de no saber responder todas estas preguntas.

23 de abril de 2014

jueves, 10 de abril de 2014

UNA MALETA REBOSANTE DE LIBROS

No alcanzo a imaginar una ancianidad más placentera que 
aquella que transcurre en un país no demasiado remoto 
donde yo podría releer y anotar mis libros favoritos.

André Maurois 

Ya lo tengo todo preparado, me voy, estoy de camino. He dudado con la maleta, con esa que uso cuando viajo en avión, de la que siempre me quejo porque es excesivamente grande, rígida y pesada; la que en verano transita ligera por pasillos de aeropuertos y en invierno atiborro de cosas, siempre imponiendo un cierto desorden dentro del orden más básico; ésa es la que he elegido, aunque el viaje sea por mar, a una tierra ignota y lejana. Me envuelve la brisa poderosa del mar, golpeándome la cara, y el olor a sal que se transforma en líquido y recorre los dedos de las manos.

Hago uso de la lista que durante más de una década he ido confeccionando para esta ocasión, con aquellos ejemplares que han marcado mi vida, una lista que ha ido actualizándose –nunca eliminándose ningún autor u obra sino ampliándose– distinguiéndose fácilmente por las diversas tonalidades de tintas que han ido marcando el papel: azul más o menos claro, la tinta de la pluma, en negro o azulado muy suave.

Después de llenarla no la he pesado, teniendo que subirme sobre ella para poder cerrarla, y no al segundo sino al tercer intento y con gran esfuerzo lo he conseguido. Pesa mucho más de los veinte kilos de rigor, ese número mágico aeroportuario, y con alegría sé que los he rebasado con creces, quizá el doble, seguro que más, pero ya no volveré salvo con la relectura de todos esas historias; no necesito más. La maleta pesa tanto que da la sensación de contener uno o dos cadáveres, pero no son muertos, sino miles de vivos y son sus vidas –reales o ficticias– las que llevo en su interior, que al fin y al cabo también las he vivido yo.

Bouquinistas de París
Lo más duro y doloroso ha sido dejar a ciertos autores que ya tenía preparados, pero no había más espacio y debía escoger unos en lugar de otros, escritores y obras que darían para otra maleta, aunque no pueda calificarlos como secundarios, ni mucho menos... y ya de camino, así ha quedado.

MALETA DE LIBROS QUE ME LLEVO A UNA ISLA DESIERTA 

Poesía y Lírica: La Odisea (Homero), Divina comedia (Dante), De Reis van Sint Brandaan [El viaje de San Brandán] (Anónimo), Rimas (Bécquer), Campos de Castilla y Soledades (A. Machado), Hojas de hierba (Walt Whitman), Poesías completas: Pessoa, Trakl, Kavafis, Slauerhoff, José María Álvarez, Cernuda, D. Thomas, Eliot, Valente, Pound, Auden, J. Gil de Biedma, Charles Simic, Hilario Barrero, Juan Vicente Piqueras, H. Claus y C. Nooteboom.

Teatro: De klucht van de koe [La farsa de la vaca], De klucht van de molenaar [La farsa del molinero] y Spaansche Brabander [El brabanzón español] (G.A. Bredero), Los emplazados (E. Canetti), Romeo y Julieta, Hamlet y Macbeth (Shakespeare), Una novia en la mañana (Hugo Claus).

Novela, Relatos y Prosa: Auto de fe y La lengua absuelta (Canetti), Madera de boj (Cela), Quijote (Cervantes), La pena de Bélgica (H. Claus), Los tres mosqueteros (Dumas), Moby Dick (Melville), El atentado y El descubrimiento del cielo (H. Mulisch), Rituales y La historia siguiente (Nooteboom), Narraciones extraordinarias (Poe), El reino prohibido, Espuma y ceniza y De opstand van Guadalajara [La revuelta de Guadalajara] (Slauerhoff), La isla del tesoro (Stevenson), Drácula (Stoker), El hobbit (anotado) y El señor de los anillos (Tolkien), El cuarto oscuro de Damocles (W.F. Hermans), El hereje (Delibes), Infancia, Juventud y En medio de ninguna parte (Coetzee), El extranjero y La peste (Camus), Obras completas (y otros cuentos), La oveja negra y demás fábulas y Movimiento perpetuo (Monterroso), Ulises (Joyce), Cristo nuevamente crucificado (Kazantzakis), Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn (Twain), El proceso y La metamorfosis (Kafka), Historia universal de la infamia y Ficciones (Borges), Leyendas (Bécquer), Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada (García Márquez), Almas muertas (Gogol), Crimen y castigo (Dostoievski), La muerte de Ivan Ilich (Tolstoi), Journaal [Cuaderno de bitácora] (Bontekoe) Las noches (G. Reve), Sostiene Pereira (Tabucchi), El camino de la capillita (Louis Paul Boon).   

Ensayo, biografías y otros: Torá; Germania (Tácito); Confesiones de un comedor de opio (Quincey); Apuntes (Canetti); Tumbas (Nooteboom/Simone Sassen); Slauerhoff. Een biografie (Wim Hazeu); La puta y el ciudadano (Lotte van de Pol); Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo (Sala Rose); Spinoza: A Life (Steven Nadler); Diarios (Hilario Barrero); El lugar de la palabra. Ensayo sobre Cábala y poesía contemporánea (Elisa Martín Ortega); Het gesticht. Drie maanden Den Dolder (Menno Wigman); Groot woordenboek der Nederlandsche taal [El gran diccionario de la lengua neerlandesa]; El Luthier de Delft: música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza (Ramón Andrés).

Un marinero en la cubierta rumbo a su destino
Es un listado tan personal –y sobre todo sentimental– que puede que algunos echen en falta alguna obra o autor, e incluso que se escandalicen por alguna elección, pero la decisión ha sido tan meditada que no se aceptan sugerencias. Me dejo a muchos autores (Mahfuz, Doyle, Mann, Ribeyro) y poetas (Jiménez, Jeffers, Neruda) y libros, algunos que por su peso no puedo llevarme aunque me hayan acompañado desde siempre (Dioscórides renovado de P.F. Quer), así como cómics (Asterix, Tintín, Corto Maltés), y mis ejemplares de bibliofilia, pues me llevo ediciones normales, y para aligerar peso bien podría hacer como Cortázar en su viaje en tren por Italia, arrancando hojas y arrojándolas por la ventanilla, aunque sé que no lo haré, pues va contra mis principios. Ha sido doloroso dejarlos, así que que nadie me pida hacer una lista de 20 obras, y mucho menos de 10; sería una tortura. Ya veo tierra firme, o quizá deambule por siempre por un mar sin puertos ni costas, como un maldito de los que Slauerhoff hablaba –como él era–, y tendré todo el tiempo del mundo para leer.

 

viernes, 28 de marzo de 2014

METALITERATURA (Y OTRAS INFLUENCIAS) DE ANDAR POR CASA

 “Borrar el nombre de tu precursor mientras te ganas el tuyo propio es la meta de los poetas poderosos o severos”   

Harold Bloom


Biblioteca del profesor Richard A. Macksey
En estos dos últimos meses he leído con delectación las obras completas de Augusto Monterroso,  editado en tres volúmenes por RBA y que ni tan siquiera lo denominan como tal. Tres libros, tan sólo tres, en donde se encuentra una inmensa obra tal y como en otros haría falta multiplicarla por diez; mas a él le bastan tres para decir todo cuanto un escritor puede decir y el resto necesitan treinta, así de simple (un motivo más para apuntarlo en la lista de escritores que me llevaré en breve a una isla desierta –o a una casa, aislado, en la montaña). Veredicto: uno de los escritores más geniales y exquisitos de cuantos he leído y casi desconocido para la inmensa mayoría, aunque sobre él ya he hablado en más de una ocasión, y en otras tantas le he declarado mi enamoramiento, desde nuestro primer encuentro en aquel mi primer año universitario.

Monterroso va a servir como nexo de este post, pasando de su lectura a la literatura que semioculta  subyace de la suya propia, en especial los clásicos grecolatinos: Juvenal, Horacio, Catulo, Esopo... Aunque las fuentes de las que bebe Monterroso no se limitan sólo a los clásicos (de los que incluso aprendió pasajes enteros en latín), ahí están otros como Cervantes, Garcilaso, Góngora, Kafka o Joyce. A este último grupo lo he leído con constancia (que como con humor afirma Monterroso, un escritor como él siempre debe decir de éstos no que los ha leído, sino releído, para no quedar mal), si bien con los clásicos no había pasado de los Homero, Virgilio, Catulo y la Germania de Tácito, que me apasiona. Cuando con cierta pena he terminado de leer a Monterroso –e incluso mientras lo hacía– he acudido a los manantiales de los que él mismo ha bebido, necesariamente para (re)interpretar mejor qué ha querido decir el escritor en algunos de sus cuentos. Así, al leer sus deliciosas fábulas, imperiosamente he tenido que hacer una parada en las de Esopo para llegar más tarde a las Sátiras de Juvenal o releer los relatos breves de Kafka. 

Es esto parte de lo que se denomina metaliteratura, una lectura que obliga a indagar en las fuentes e influencias del escritor porque en muchos casos remite a ellas, o bien de manera clara y evidente o por contra oculta, un bello proceso dentro de la literatura enormemente fascinante. Si por ejemplo escogiésemos –y yo mismo sé que no lo hago por azar– a Poe como núcleo, podríamos establecer un curioso parentesco de directa influencia literaria en el que Dante ejerce su influencia sobre William Blake, y estos dos sobre Poe que a su vez influencia a Lovecraft, y éste a Stephen King, todo ello a lo largo de más de setecientos años, que se inicia con Dante que aparentemente nada tiene que ver con King: 

Dante-Blake-Poe-Lovecraft-King   

En el mundo del séptimo arte, el metacine tiene su máxima expresión en ciertos directores, siendo Quentin Tarantino el ejemplo claro de cineasta posmoderno. Al director norteamericano, público y críticos lo han calificado desde posturas contrapuestas: homenajeador o plagiador; y es que en ocasiones ha llegado a copiar plano por plano la escena de alguno de sus directores fetiches. Visionando su filme Reservoir Dogs (1992), éste nos remite automáticamente a otros de los que se ha servido: Atraco perfecto (Kubrick, 1956) o la oriental City on fire (Lam, 1987). Con Kill Bill (2003, 2004) además de copiar explícitamente infinidad de escenas del género de artes marciales, contiene elementos evidentes de la desconocida –e hiperviolentaDesenlace mortal (Vibenius, 1974), algo que también ocurre con su última obra, Django desencadenado (2012), en la que inevitablemente ya simplemente con el título nos remite al spaghetti western Django (Corbucci, 1966) y a otras de Sergio Leone, algo que sirve para Malditos bastardos (2009).

Harold Bloom (GIOVANNI GIOVANNETTI/COVER)
Y para finalizar, la periodista Marta Rodríguez en su blog A pie de página, afirma lo siguiente tras la lectura del libro de relatos que he escrito (Cuentos macabros y de terror): he de decir que (con este libro) ha despertado en mí el interés por revisitar a Poe y a Bécquer. Otro ejemplo de todo lo expuesto en este post, de cómo al leer ciertos libros se nos incita a buscar de manera automática las fuentes primarias de las que hace uso el texto, tratando de hallar similitudes, diferencias o bien iluminar ciertos pasajes, hecho que resulta todo un honor que esta lectura haya servido para ello, ya que el libro suponía un claro homenaje totalmente inconsciente a los grandes escritores del género de terror.

La cita que encabeza y finaliza este texto no eso sino una sentencia del crítico y teórico literario más influyente del mundo, Harold Bloom, que se encuentra en su libro Anatomía de la influencia (The Anatomy of Influence: Literature as a Way of Life, Yale University Press, 2011), una exhortación que no necesita ni merece explicación; ni por supuesto réplica. Y con otra termino.

Un poeta poderoso no busca simplemente derrotar al rival, sino afirmar la integridad de su propio yo como escritor

P.D. En breve expondré la lista de obras y autores que voy a llevarme a la isla desierta.

sábado, 15 de marzo de 2014

BIBLIOFILIA Y CANIBALISMO

Mientras algunos se empeñan en acabar con el libro impreso, profetizando el fin del papel y el dominio –o totalitarismo– de lo que osan llamar "libro" digital, en las últimas semanas he recibido algunos ejemplares para saciar mi enfermedad bibliófila y de paso hacer la puñeta a los primeros.

Algunos creen que el coleccionismo de libros tiene que ser por fuerza una exclusividad de los que poseen grandes cantidades de dinero, y aunque resulta evidente y directamente proporcional que cuanto más dinero mayor exquisitez en los ejemplares, con mucho menos poder adquisitivo se puede cultivar el amor por el libro antiguo en un fascinante microcosmos en el que conviven multimillonarios y modestos bibliófilos, en cuyo último grupo me encuentro.



La oveja negra y demás fábulas (1969) de A. Monterroso, primera edición firmada por su autor.
Yo aprendí –algo, y casi todo lo que sé– de bilbiofilia leyendo los artículos que el escritor Juan Bonilla ha diseminado sobre el tema en diversas revistas, y reconozco que ha sido uno de los que más me ha influido –causante también de que gaste el dinero en ello. En esto del coleccionismo se dice que cada bibliófilo tiene su temática en cuanto a preferencias (literatura infantil, incunables, americana, manuscritos medievales, rarezas...), adquisiciones o filias en general; yo, en cambio –puede que por hacer la contra– no sigo criterio alguno en mi búsqueda, aunque quizá tenga inclinación por el libro raro, y mi modus operandi pueda definirse como la de un bilbliófilo ácrata con inclinación al canibalismo y poseedor de una colección en la que conviven ejemplares tan dispares como la primera edición del poemario de Bolaño (Los perros románticos) con El cementerio marino de Paul Valéry en traducción de Jorge Guillén (edición numerada y nominativa de 300 ejemplares), en regocijo con la primera edición del Larousse Gastronomique o un resumen de los escritos de gourmet del escritor de Los tres mosqueteros: Dumas on food; y todo ello con el Quijote impreso por la viuda de Ibarra en 1787 y el original de La máscara de la muerte roja de Poe aparecido en la famosa revista Graham´s Magazine en 1842, de tan sólo tres páginas amarillentas y desgastadas. Eso sí, debo reconocer que tengo predilección por los elzevieres y plantinos-moretus, lo que en la época eran ejemplares asequibles, ediciones populares cuyas características resultaban claras: precio bajo, pequeño tamaño –el bolsillo de hoy en día– y ausencia de los amplios márgenes tan codiciados por todo bibliófilo; toda una paradoja.


British Ballads (1881) recopiladas por George Barnett Smith
Aparte de la citada predilección por los citados elzevieres y plantinos-moretus, sin una línea clara de coleccionismo porque me fascina (casi) todo, y sin agradarme los facsímiles, me inclino también por las ediciones autografiadas y dedicatorias (Delibes, Cela, Monterroso, L.M. Panero...), así como por aquellas que llevan preciosos grabados o por las primeras ediciones en lengua neerlandesa (Nooteboom, Claus, Slauerhoff, Mulisch, W.F. Hermans, Bordewijk...) y muy especialmente por las rarezas: Diccionario infernal de M. Collin de Plancy; Description De la Ville D'Amsterdam En vers Burlesque de Pierre Le Jolle; un moretus de 1657 sobre el Concilio de Trento; La grande danse macabre des hommes et des femmes edición de 1862 y autor desconocido; una Historia biográfica de los Presidentes de los EE.UU. de Enrique Leopoldo de Verneuill; o el último de ellos, una traducción al neerlandés vertida desde el latín del famoso tratado médico del eminente cirujano holandés (y alcalde de Ámsterdam retratado por Rembrandt en su Lección de anatomía) Geneeskundige Waarnemingen [Observaciones médicas] de Nicolaes Tulp. 


Geneeskundige Waarnemingen (1740) de Nicolaes Tulp
Existen novelas que hablan sobre coleccionismo de libros, como El club Dumas (con más de un fake suelto) de Pérez Reverte o Todas las almas de Javier Marías, y otros como el relato de Sólo para fumadores de Ribeyro en donde su autor –hecho verídico– se ve obligado a vender parte de su deliciosa biblioteca para costearse su adicción al tabaco. En esto de la compra de libros hay muchos aspectos curiosos, como que los americanos son especialistas –a veces con motivo; otras no– en inflar la burbuja bibliófila; o que existen libros recientes en esto del coleccionismo que extrañamente cuestan –que no valen–  más que los de hace cien años, algo incomprensible; que no todo libro antiguo tiene valor bibliófilo; o que a pesar de la crisis mundial, el mercado de la bibliofilia no ha retrocedido ni un ápice, ni entre los grandes depredadores multimillonarios ni entre los pequeños bibliófilos.

Me reconozco como lector bibliófilo, mas en otras ocasiones me sucede justo lo contrario: sólo me interesa el libro como algo material, el papel sobre el que está impreso, su olor, si está en octavo mayor o menor (o en dieciseisavo o quizá en folio), acariciar los nervios del lomo o degustar si está encuadernado en holandesa con puntas o en pasta española... y entonces me siento como un caníbal, deseoso de devorar sus páginas para sentir aún más placer, tal y como sucede en la película de El dragón rojo, en donde el asesino engulle un grabado de William Blake, un impulso descontrolado y enfermizo de poseer un libro, aunque no lo lea jamás, y sueño entonces con el Birds of America de Audubon, con The Bay Psalm Book, con la Biblia de Gutenberg o con el Hypnerotomachia Poliphili de Colonna... y aún me siento más enfermo, un caníbal sangriento y desbocado, asesino en serie que sabe no podrá tenerlos jamás... pero ese estado pasa, por suerte; aunque no siempre resulta sencillo.
  

sábado, 8 de marzo de 2014

QUERIDO DIARIO

De esta manera encabezaba Anne Frank cada una de las entradas de su diario, un documento de calado no en lo literario sino en lo histórico, revelando la terrible situación que padecieron su familia –judía– en los Países Bajos y muchas otras de similar condición durante la II Guerra Mundial. En el texto expresaba a su vez los sentimientos propios de una adolescente, o bien apreciado aquellos que posee todo ser humano.

Con ese carácter sentimental e intimista podría encabezar este post por lo acontecido en lo personal estos últimos días. La frase atribuida al poeta cubano José Martí (aunque todas estas citas a veces tienen más de un progenitor), «hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro», da pie a una réplica, que en este caso no sé a quién se le atribuye: «lo difícil es que el árbol no se seque, que el libro sea leído y saber educar al hijo». Más real esta última afirmación que la primera; no hay duda.

Página del diario de Anne Frank (www.annefrank.org/)
Sin caer en el sentimentalismo y muchos menos en la hipersensibilidad –imperdonable en el espacio virtual–, sé por experiencia que los momentos importantes de la vida de una persona siempre vienen remarcados por una película, por una canción, por un olor o como no por un libro, y en ocasiones de manera inconsciente. Cuando hace escasos días nació mi hija, aguardando yo inquieto en una situación y escenario de lo menos propicio para tan placentera acción (la de leer), tenía entre manos a Monterroso y sus Obras completas (y otros cuentos), leyendo con escasa atención el relato Leopoldo (sus trabajos) mientras escuchaba gritar a un bebé –que ignoraba pudiera ser el mío– desesperado por haber llegado a este mundo cruel; segundos antes había leído en el citado relato: 

Si el perro salía victorioso podía interpretarse como la demostración de que la vida en las ciudades no menoscaba el valor, la fuerza, el deseo de lucha, ni la acometividad de los seres vivientes ante el peligro. Si, por el contrario, era el puercoespín el que llevaba la mejor parte, era fácil pensar (festina da, equivocadamente) que su cuento encerraba en el fondo una amarga crítica a la Civilización y el Progreso. Y entonces, ¿en qué quedaba la Ciencia? ¿En qué los ferrocarriles, el teatro, los museos, los libros y el estudio? En el primer caso, podía dar lugar a que se pensara que él estaba abogando por una vida supercivilizada, alejada de todo contacto con la Madre Tierra, sin el cual, el triunfo del perro lo decía a gritos, era factible pasarse. 

Ahora sé, tras releerlo, que este párrafo entraña un mensaje por descifrar, más aún en el momento en el que lo leí y que a buen seguro me llevará años interpretarlo y traducirlo de un modo que rebase el sentido más amplio y desemboque en lo más íntimo y personal en clara relación con este nuevo ser del que soy responsable de haber traído a este mundo atroz y deshumanizado. Querido diario... y perdón por la hipersensibilidad.

lunes, 24 de febrero de 2014

BREVÍSIMO BESTIARIO MEJICANO

(Brevísimo) Bestiario mejicano (o enciclopedia) 
de ESCRITORES NO (100%) MEXICANOS


y algunas de sus filias y/o fobias reconocibles 

ROBERTO BOLAÑO – D.F. (Café La Habana, calle Morelos con Bucarelli) - Ciudad Juárez - Desierto de Sonora

JUAN GELMAN – Dolor. ("Quiero ser enterrado en México", J.G., sep. 2012.)

Lowry
MALCOLM LOWRY – Mezcal/Traición

"Podemos considerar a México como el mundo, o el Jardín del Edén o ambas cosas a la vez. También como una especie de símbolo intemporal del mundo... México es paradisíaco e indudablemente infernal."  Bajo el volcán.

Pero, ¿para qué quería alguien estar en sus cabales en México? Si uno no estaba ebrio de tequila o de mezcal lo estaría de sol o cielo azul cobalto luz de luna o volcanes, a menos que quisiese dormir todo el tiempo. O enloquecer." Oscuro como la tumba donde yace mi amigo.

AUGUSTO MONTERROSO – Dinosaurios políticos (y él, primer Rey Posthispánico)



ÁLVARO MUTIS – Desesperanza

"No sabemos nada de la muerte, es inútil hablar de ella, pero es bueno invocarla para mantenerla controlada."

ELENA PONIATOWSKA – México de ida y vuelta

"Envidio mucho a los que pueden llorar en los entierros. Yo siempre lloro cuando no debo y cuando debo no lloro."

" (...) México, mi país, se caería en mil pedazos sin las mujeres."


Ilustración de José Guadalupe Posada (Aguascalientes, 2 de febrero de 1852 - Ciudad de México, 20 de enero de 1913)

domingo, 23 de febrero de 2014

EL DE MONTERROSO, EL MICRORRELATO MÁS RETWITTEADO DEL MUNDO

Hace años que vengo profesando una mayor dedicación a la lectura de microrrelatos y relato breve en general. Quizá porque la falta de tiempo me conduce a ello, o puede que sea porque la micronarrativa encarna y posee a la perfección todo lo necesario para disfrutar de una buena lectura y a la vez evocar uno por uno aquellos elementos –que ni mucho menos son exclusivos– de la literatura inconmensurable de interminables libros; aunque probablemente sea por ambas cosas. 

El relato hiperbreve El dinosaurio, de Monterroso junto al dibujo del mismo autor



Con el que más disfruto y mi predilecto por encima de todos es el guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003), narrativa breve que curiosamente me hace ser capaz de enumerar una interminable lista de alabanzas y beneficios para la salud lectora y física. Mucho mérito tuvo Monterroso siendo capaz de sobrevivir fuera de aquel monstruo que fue el boom latinoamericano, ya que el guatemalteco compartía muchas características con los autores más representativos del mismo, pero desde una posición exógena, desde la distancia. A la literatura de Monterroso la conocí en mi primer año universitario gracias a un librito que aún conservo: El eclipse y otros cuentos, editado por Alianza (Cien). Reconozco que masqué aquellas páginas un poco trastocado por la brevedad de sus relatos, en especial el renombrado y archifamoso El dinosaurio, sin creer realmente si aquello  –ese microrrelato– podía ni tan siquiera existir. Bien es cierto que la exquisita literatura de este sublime escritor está llena de referencias a autores clásicos y preñada de una crítica ácida, en ocasiones palpable, en otras latente, y todo recubierto de un fino sentido del humor, de un humor negro y macabro en muchos casos.

Hace ahora un año hablé sobre microliteratura y Monterroso en un artículo que titulé El tweet más perfecto de la (pre)historia, y reconzco que lo redacté harto de oír hablar de tweets y demás expresiones y estilos que las redes sociales han usurpado como si fuese ahora cuando se ha descubierto la brevedad en el texto o la expresión lacónica, reclamando y exigiendo con aquel artículo la paternidad del tweet para el genial guatemalteco. 

Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 21 de diciembre de 1921-Ciudad de México, 7 de febrero de 2003)
El dinosaurio, la citada obra, puesto que es una obra, es todo un fenómeno digno de estudio, y es que resulta extrañamente contradictorio que de tan diminuta composición haya nacido tanta literatura paralela y un número tan exagerado de opiniones, traducida a una decena de idiomas e incluida en otras tantas antologías. Un ejemplo: El dinosaurio anotado, de Lauro Zavala, un asombroso estudio del renombrado relato hiperbreve. Parece meridianamente claro que éste hace referencia al PRI mexicano encarnado en aquel dinosaurio perpetuo y omnipresente, pero si atendemos a su autor, "sus interpretaciones son tan infinitas como el universo mismo". A mí me resulta deliciosa esa relación simbólica tan contrapuesta entre un animal de proporciones gigantescas dentro de una composición tan breve, pero conseguida; pura y delicada paradoja de magistral ejecución. 

De Monterroso, como si hubiese sido inoculado por algún virus, pasé a leer las breves composiciones de Kafka, que también tiene mucho que decir dentro de la micronarrativa, y más tarde a Borges, Max Aub, Ribeyro y últimamente a Fernando Iwasaki. Y de aquellos primeros años universitarios, antes de saber nada de microliteratura, conservo una composición que yo mismo hice a la que curiosamente he recurrido en varias ocasiones, como en esta última, y que comprende su desarrollo, nudo y desenlace en apenas una docena de palabras, pero que entonces no tenía ni la menor idea que aquello podía considerarse un microrrelato.

Afirmó de Monterroso Carlos Fuentes: "lo que a unos nos tomaba cien páginas, a él le tomaba una frase". Sé con total certeza que con el paso de los años la micronarrativa seguirá creciendo y su presencia literaria seguirá ampliándose, teniendo a Augusto Monterroso como su máxima figura y augurando también que el guatemalteco se agigantará tanto como un dinosaurio, pero esta vez uno del Jurásico.