viernes, 31 de julio de 2015

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ: EL ÚLTIMO EXÉGETA DE LA ILÍADA

Con todo lo que llevo escrito 
se verá que yo soy partidario 
del caviar con un gran vino.

NÉSTOR LUJÁN


Sus ojos reflejan el mar azul puro y endurecido de las olas que surcó Ulises; su pluma interpreta con precisión los regueros de sangre y muerte de la Grecia antigua, pero también el mundo moderno y decadente, y como no, el placentero. A José María Álvarez (Cartagena, 1942) resulta casi imposible compararlo con otros poetas, ni con los vivos ni con aquellos que ya alimentan las malvas de los camposantos, titánica tarea la de disociar al Poeta y su Poesía, un todo granítico, denso, inseparable e incorrupto.

José María Álvarez (1942)
De un dilatadísimo recorrido como constructor de versos y traductor (siempre digo, parafraseando a Blondie "el bueno", que el mundo se divide en dos: los que escriben Constantino Cavafis, y los que lo escriben Konstantino Kavafis; y yo soy de los últimos, por Álvarez), viajero, maudit y residente en múltiples ciudades, sus trabajos aguijonean con saña al lector, que acaba por hipnotizarlo y seducirlo.

Pensad en Troya. 
                                      La historia es 
conocida: El viento 
de la destrucción arrasando 
sus murallas, el hierro griego que traspasa 
la carne de sus hijos, la peste de la muerte, 
los alaridos bestiales de Casandra. 
(...)

LA BELLEZA DE HELENA


En el poeta de Cartagena (y también de Venecia, Roma, París, Estambul...), los poetas de otrora enarbolan su voz, como brotando de las entrañas de un experimentado ventrílocuo: Eliot, Pound (un poco más de éste que del anterior), Kavafis, Homero, Stevenson, Baudelaire... mas con tesituras diferentes, únicas, rasgando la hoja sobre la que se asienta el poema, ardiendo y crepitando, pero a la vez con una poética singular y sin el más leve atisbo de comparación. Otros trovadores conviven en él, y el cine, el humo del tabaco, y Mozart, Lester Young, y el jazz que se paladea a altas horas de la madrugada, cuando el whisky queda aguado en un vaso ya sin fondo.

Inusual en la poesía en lengua española, Álvarez es fiel heredero del modernismo anglosajón, adalid de la vanguardia patria y rupturista con la tradicional estética de la forma (con él perdí mi complejo a creer que yo mismo incluía demasiadas citas en la introducción de mis poemas; fue un alivio) y el lenguaje.

(...)
Y la ciudad olvidó. 
Así pasarán éstos que ahora asolan 
sus piedras, y pasarán sus hijos, 
y nosotros que contra ellos 
nos levantamos. Los mismos pájaros limpiarán todos los huesos. 
Y la ciudad olvidará.

INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS


Hay libros que se compran y se olvidan sin ni tan siquiera ser leídos, porque es necesario poseerlos; otros, se leen pero también se les abandona en una orilla, y mueren en la languidez de la vida de su propietario; y existe otra especie –poemarios en este caso– que se leen y releen con pasión y sus versos muestran en cada ocasión nuevos mundos y matices, algo que ocurre con Museo de cera (1970, 1974, 1978, 1984, 1990, 1993 y 2002), un poemario tan bíblico como homérico (así lo definiría –seguro– Michaeleen Oge Flynn), gigantesco y salvaje, crepuscular (en el concepto de Sam Peckinpah), camaleónico, épico e inmortal, que crece y crece hasta dar la sensación de que sus versos y páginas terminarán por engullir al lector, un híbrido entre el Ulises de Joyce y el Moby Dick de Melville: ¡monstruoso! (y no sólo por su vastedad): de leyenda.
 
(...) Baluartes 
con carne herida que el sol pudre. 
Olor de sangre. Polvo 
amasado con sangre. Huesos sin tumba. (...)

JORGE MANRIQUE (O DOCTRINAL DE LOS CABALLEROS)


Es altamente recomendable que en cada ocasión que uno zarpe lejos, a más de doscientos kilómetros fuera del hogar, eche Museo de cera en la maleta; un poemario como guía de viaje en donde se podrá hallar todas las soluciones a los problemas que nuestra odisea particular nos pondrá en el camino, sobre todo si se cruza el mar, o es nuestro destino final.


Acostumbro en la tarde a pasear 
cerca de las naves llegadas al puerto. 
Contemplo el mar, los pájaros. 
Estoy envejeciendo. 
Olvidadme.
(...)

ELEGÍA

jueves, 16 de julio de 2015

HAY UNA LUZ REMOTA. POEMAS PARA VALENTE, QUINCE AÑOS DESPUÉS

El próximo dieciocho de julio se cumplen quince años de la muerte del poeta José Ángel Valente, sin que en todo este largo tiempo –puede que un ciclo corto en términos literarios–, su hueco haya podido ser cubierto por nadie, sino todo lo contrario: el abismo crece, y crece sin fin ni remedio.

Valente en su casa de Almería © El País
En la vida de Valente, varias fueron las ciudades que marcaron su devenir personal y literario, alumbrando de manera radical su obra, pero sin duda alguna que fue la última de ellas la que se erige como fuente y esencia de la parte final y clave de sus escritos: Almería.

Aunque se le encasilla –más por un aspecto cronológico que estético-literario– en la "Generación del 50" (Barral, los hermanos Goytisolo, Gamoneda, Gil de Biedma o Caballero Bonald), pronto se aleja de ésta para trazar su propio y personal camino, haciendo un viaje interior ya sin retorno, en una búsqueda de la esencia mística de varias culturas: la cábala, el sincretismo místico y por supuesto el misticismo cristiano con el rescate de autores como San Juan de la Cruz y Miguel de Molinos.  

Fue en 1985, aconsejado por Juan Goytisolo y en la necesidad de un clima más benévolo para su salud, cuando se instala hasta su muerte en Almería, si bien su deceso se produciría en Ginebra. Es en esa tierra desértica en donde conceptos tan valentinianos como luz, pájaro, mar, fuego, desierto, vacío... toman apariencia física y a la vez espiritual. Fue ésa, su última etapa, la que asienta la poética del escritor gallego, dando a luz los transcendentales poemarios Al dios del lugar (1989), Treinta y siete fragmentos (1989), No amanece el cantor (1992) –en cuyas páginas, de un profundo carácter elegíaco, su hijo muerto es evocado de forma amarga y sin consuelo–; y finalmente, el póstumo Fragmentos de un libro futuro (2000).

Cuando hace unos meses preparábamos nuestro magazine literario, tomó forma la idea de editar un especial sobre Valente coincidiendo con el 15º aniversario de su muerte, en el que se evidenciaría su relación con Almería, con sus ásperos paisajes, cabos y desiertos... mediante poemas, fotografías, artículos y dibujos... pero transcurridas unas semanas y dada la cantidad de poemas personales que yo poseía en los que citaba de manera directa o indirecta al poeta, se decidió editar la plaquette Hay una luz remota. Poemas en torno a José Ángel Valente.


  

Beber tu sed,                    
                       ansioso,     
engullir famélico     
tu lengua y despojos,     
como mar que erosiona     
el aliento de la    
roca:     
y el naufragio estrepitoso                   
                                         del sueño. 

***

Como colofón, hace unos meses tuvo lugar la ansiada apertura de su mítica casa, convertida en museo, un lugar en donde da la sensación de sentir aún la presencia del poeta gallego, que ha decidido quedarse para siempre allí. La luz no basta... o puede que sí.