¿Es posible que la existencia sea nuestro exilio y la nada sea la casa?
EMIL CIORAN
Jueves, 31 de octubre
Noche de Halloween, enajenada como todas mis noches.
Llevo en Schiphol media hora, sobre este antiguo terreno pantanoso de incierto origen: Sciphol. La explicación que más me emociona es la que habla de este emplazamiento como un enclave encantado en el que terminaban encallando las embarcaciones: un cementerio de barcos. Pero la versión que al parecer más se acerca a la realidad es que fue un lugar de donde se obtenía madera. Mi diccionario de neerlandés medieval (así como el etimológico) especifica que scip (o skip) significa «barco», aunque bien podría ser un vocablo de origen gótico, y en tal caso su significado sería el de «madera para cortar». Por otro lado holl, hal u holl viene a ser «tierra baja», si bien otros historiadores y lingüistas apuntan a que también podría hacer referencia a una «tumba».
Llegué a Ámsterdam al filo de la medianoche y esperaré aquí hasta que empiece a amanecer; mañana me alojaré en Ijburg. Estuve buscando un hotel cercano al aeropuerto para pasar esta noche (y la de mi regreso), pero o no había disponibilidad o bien los precios eran desorbitados, así que lo descarté de inmediato, pues tampoco creo que descansaría mucho. Cuando se sale al exterior del moderno edificio que alberga el aeropuerto pueden contemplarse a lo lejos los lujosos Sheraton y Hilton, pero yo no vengo aquí para dormir, ni para comer, ni para disfrutar de nada... Vengo a ver a mis hijas, como un anacoreta que llega a Ámsterdam de peregrinación con el único fin de castigar el cuerpo y equilibrar la punición física con la ya castigada psique, todo ello sin ser culpable de nada. No siento la más mínima preocupación de cómo, ni cuándo ni dónde comeré estos días, salvo verlas.
Paso estas horas sobre un enigma, o sobre una tumba, y me acompaña Lágrimas y santos, polémico libro del filósofo Emil Cioran (escrito tras una crisis religiosa), y al que he leído con asiduidad en los últimos años (Cuadernos, Desgarradura, Conversaciones); no hay nada más saludable y terapéutico que un pesimista lea a otro de mayor dimensión.
Hay un par de momentos al año que los dedico a leer filosofía, y unas semanas antes de este viaje terminé de leer la Ética de Spinoza (y una novela de Murakami, también a Max Aub, algunos temas sobre judaísmo, he releído a Gelman, Dickinson y a varios haijines, así como un libro de entrevistas del director de cine José Luis Garci); la primera parte trata de demostrar desde infinitos puntos de vista que Dios es todo y todo es Dios; es la base del panteísmo. Spinoza es otro filósofo al que se empeñan en reclutar para la causa atea, a la que por supuesto respeto, pero resulta ridículo que quienes detestan a las religiones quieran instaurar una nueva sobre la nada y con los mismos resortes de los que éstas disponen y hasta con santos a los que adorar. Tengo que decir que poco antes del verano por fin me decidí a leer Serotonina, la última novela de Houellebecq, que tanto demoré en mis últimos viajes a Ámsterdam, y no me gustó nada; es el peor libro que he leído del escritor francés.
Me siento en uno de los bancos del aeropuerto. Reina la calma y el silencio más absoluto. Escucho «Loverman» con Charlie Parker al saxo alto y Red Rodney a la trompeta. Me levanto y camino. Salgo al exterior; la obscuridad es plena, y a la vez hermosa. Vuelvo a mi lugar y me acomodo mientras se suceden varios temas: «All The Things You Are», interpretado por Baker, y a continuación «Laura», de nuevo con Parker al saxo acompañado de una orquesta de cuerda. Deambulo sobre sonidos mágicos, pero queda mucho para que amanezca y estoy deseando que lo haga para volver a verlas. Siento cierta desesperación de pensar en las horas que aún me quedan por estar aquí, en esta experiencia en la que por momentos se vuelve angustiosa.
Estaba recordando la película Casablanca, que habré visto una veintena de veces, con esas memorables frases imposibles de olvidar: «Si ese avión despega y no estás en él lo lamentarás. Tal vez no ahora. Tal vez ni hoy ni mañana. Pero más tarde. Toda la vida...», o esta que últimamente me aplico a mí mismo: «No hago planes a tan largo plazo». También resulta memorable el diálogo con el Mayor Strasser, que pregunta: «¿Cuál es su nacionalidad?», y Rick responde: «Soy borracho». Casablanca es la película de mi vida. A mi regreso volveré a verla, pues su belleza sigue estando intacta. Ha pasado sólo otra hora más; parece como si el reloj se hubiese detenido, pero a pesar de mi agotamiento es imposible que pueda dormir aquí cuando ni siquiera sobre una cómoda cama puedo hacerlo con facilidad.
Dejo de pensar y escribir todo esto y vuelvo al libro de Cioran. Me siento identificado con muchos de sus pensamientos: su pesimismo, el insomnio, su misantropía, su obsesión por la muerte y el sufrimiento, la eterna angustia existencial... Leí en uno de sus libros un apunte en el que cambiando Berlín por Ámsterdam podría aplicármelo a mí mismo:
«J.P. Jacobs me escribe desde Berlín […], en la que viví en 1934 y 1935. […] Llevé en ella una vida de alucinado, de loco, en una soledad casi total.[…] El caso es que aquella estancia me marcó para siempre. Es el súmmum negativo de mi vida».
Vuelvo a caer en los viejos recuerdos, y regresa a mi mente la mano de N*** llena de moras, y sus labios y cara pintados con el jugo de éstas. Ya no como moras si no estoy con Ellas, así que las que recogí y las que me regalaron en septiembre las he congelado, para cuando vengan a visitarme en España; quizá pasen años, lustros, décadas... o nunca.
Viernes, 1 de noviembre (Allerheiligen)
Cuando fui a darme cuenta la ciudad comenzaba a desperezarse, pero sin haber dormido ni un sólo minuto. El aeropuerto fue llenándose poco a poco de pasajeros, y la tímida primera luz del alba se intuía en el horizonte, genesíaca, alzándose por encima de los edificios, en el cielo, mezclándose y chocando con la poderosa luminosidad que irradiaban los inventos de la humanidad: autobuses y automóviles, las altas farolas; el ruido crecía a cada minuto que pasaba. Imaginé por un instante caminar movido por las notas del piano herido de El crack, la música compuesta por Jesús Glück y que parece acompañar al maldito y al perdedor; esa podría ser mi banda sonora. Las calles brillaban por la humedad. Hice algunas fotografías con una cámara analógica que he traído a este viaje, que según un buen amigo es un atraso porque el laboratorio las digitalizará igualmente y perderá la esencia de la fotografía analógica.
A las 6:30 h de la mañana compré el billete de tren hasta Centraal Station y poco después me subí a uno de ellos. Hice tiempo en la estación y antes de las 8:00 h proseguí mi ruta sobre un tranvía en dirección a Ijburg. Hacía mucho frío, pero no me importaba porque sabía que en breve me encontraría con Ellas, sensaciones que ni siquiera puedo describir pues sobrepasan toda expresión escrita y jamás podría acercarme a explicar lo que sentí al besarlas, abrazarlas, acariciarlas y olerlas. Acompañé a N*** hasta su escuela, feliz y nerviosa, que parecía querer exhibirme y como si para Ella fuese un objeto preciado; S*** me miraba con una mezcla de curiosidad y timidez.
Comenzó a llover al tiempo que me alejaba de Ijburg en dirección al centro. Sobre el tranvía retomé la lectura de Lágrimas y santos, escrito originalmente en rumano, lengua y nacionalidad a la que más tarde Cioran renunció, hasta tal punto que no lo hablaba ni con Ionesco. Ese doble abandono me suscita una violencia intelectual escalofriante. Con Elias Canetti sucede algo similar, aunque por motivos muy diferentes y justificados, pues éste en cambio sí redactaba el primer borrador de sus escritos en su lengua materna: el ladino. La lengua es, por encima incluso de la nacionalidad, el último y más profundo bastión de la identidad; la nacionalidad es poco más que un trámite administrativo, pero la lengua en cambio tiene su raíz en un lugar insondable entre el alma y el cerebro y es la que verdaderamente porta y sustenta la procedencia. Nunca renunciaría a mi nacionalidad, ni la administrativa ni por supuesto la que toca el alma.
Me subí en varios tranvías, de uno a otro lado, cargado con la maleta y simplemente para hacer tiempo a que abriesen las librerías y con la intención de no mojarme. Acudí a Concerto, en donde permanecí casi una hora y adquirí una película en DVD, y más tarde caminé bajo la lluvia hasta la librería De Slegte, que afortunadamente volvió a abrir en la ciudad y es motivo de alegría, aunque este tipo de felicidad ya me resulta completamente efímera. Ubicada anteriormente en Kalverstraat (una calle que detesto), cerró en 2013 y muchos entonces nos sentimos algo huérfanos. Hace un mes compré un libro y les pedí que me lo reservasen hasta el día de hoy. Es una obra del escritor neorromántico Nescio (pseudónimo de Jan Hendrik Frederik Grönloh): Natuurdagboek, la edición póstuma de un bellísimo diario sobre sus excursiones a los pólderes y zonas rurales del país. Nescio nació en Ámsterdam en 1882 y murió en Hilversum en 1961 y jamás había leído nada de él. Así que De Slegte regresa a mi terna de librerías predilectas, junto a Scheltema y Antiquariaat Kok. Podría añadir Athenaeum Boekhandel, en el Spui, ausente de cualquier atisbo de comercialidad y especializada en cine, poesía, historia y lingüística, entre otras materias, y en La Haya Antiquariaat Fokas Holthuis.
Caminé de nuevo por las calles de Ámsterdam, empapado por la lluvia y con la brújula afilada como si no hubiese pasado todo este tiempo de ausencia (física) y tan lejos de Ellas. Cuando estoy con Ellas me veo como Roberto Benigni en La vida es bella, aparentando normalidad y disimulando la tristeza en una situación incomprensible y llena de dolor mientras las conducen a un precipicio.
A las 13:00 h por fin pude acceder a mi habitación, con los pies mojados y el cuerpo aterido por la lluvia y el frío. Recogí a N*** y a S*** y acudimos a un café a tomar un té. Pronto obscureció sin hacerse la noche y a pesar de no ser ni las 4 de la tarde. Me despedí de S***, que apenada también quería venirse con nosotros a pasar la noche, mientras llovía sin parar. Cenamos, pintamos algunos dibujos, leímos y escuchamos música: cantando el «Smile» de Nat King Cole y «Rainy Night in Georgia» por Brook Benton. Tras tomar una ducha por fin nos echamos sobre la cama. Me sentía agotado, sin haber dormido desde hacía dos noches, pero deseaba seguir oliendo su piel mientras acercaba mi cara contra la suya. Ella se durmió primero, pero yo, a pesar del cansancio, sentía una implacable angustia interior y no me dormí hasta casi la medianoche, rendido, mientras en mi cabeza escuchaba y hasta veía escrita la palabra «papá», revestida de sonido: la voz de ambas al unísono y como si sobre la palabra colgase piel y carne.
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N*** personaliza mi edición del diario de Nescio |
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N*** pinta un extraño ser y una niña llorando en una página del diario de Nescio, antes de dar comienzo el año 1946 |
Sábado, 2 de noviembre (Allerzielen)
Apenas he podido dormir. A las 6:00 h ya estábamos los dos despiertos. Poco a poco fue avanzando el día y la luz se hizo presente, aunque tardíamente. No llovió. Desayunamos tranquilamente.
N*** y yo fuimos hasta Ijburg para encontrarnos con S***. Compramos comida y regresamos a mi habitación para comer los tres juntos. Tras ello dimos un paseo por los alrededores, junto al Diemerzeedijk. N*** y S*** atiborraron de las hojas caídas de un árbol a unas cabras que encontramos en una pequeña granja, y poco antes de las 5 de la tarde S*** regresó a Ijburg. S*** quiso de nuevo quedarse con nosotros, y sentí una devastadora tristeza por esta constante despedida. La lluvia dio comienzo poco después y ya no cesó en toda la noche.
N*** y yo nos recluimos en la habitación. Todo me sobraba teniéndola a mi lado, aunque esa aparente sensación se tornaba en escozor porque también echaba de menos a S***. Nos entretuvimos pegando en un álbum pegatinas de unas muñecas llamadas LOL (y que a N*** la vuelven loca), cenamos y nos pusimos a leer. N*** me pidió que dejase la luz encendida y se durmió, pero como yo no podía ni cerrar los ojos a pesar de mi cansancio y ello me hacía sentir cierta ansiedad, escribí en el diario el día de hoy así como un poema que comencé hace días. Escribir tiene un efecto terapéutico y es como si soltase un lastre que me hace resucitar la frase de Bukowski: «These words I write keep me from total madness»; pero tras el último punto regresa la angustia.
Antes de dormirme leí en el diario de Nescio todos los 2 de noviembre que aparecen en el libro, como este del año 1953 y cuya excursión tiene lugar relativamente cerca de aquí:
«Lunes por la mañana. Con Koosje a Muiderslot. Fuerte viento desapacible, nubes tristes, frío. Algo de lluvia al llegar a Muiden. Pero sol en cada momento. Cielo azul. Obscuro Durgerdam. En el castillo he mirado por todas las ventanas: Ámsterdam en el horizonte, algunas chimeneas y un gran penacho de humo muy blanco [...]»
Domingo, 3 de noviembre
He vuelto a pasar una noche horrible, sin apenas dormir y con un indescriptible dolor de cuello. N*** y yo nos despertamos a la vez: a las 5:45 h. Ya me quedan solamente unas horas que estar junto a Ellas, y pensar en la despedida me hace enloquecer. Reflexiono acerca de mis futuros viajes aquí: febrero, abril, agosto... La Navidad espero pasarla con Ellas, en el Sur.
Acabo de ver en el calendario que este año el 22 de diciembre cae en domingo, justo cuando da comienzo la novela de Reve Las noches, que a mí tanto me gusta. A mediados de septiembre visioné su versión cinematográfica, dirigida en 1989 por Rudolf van den Berg y con una magnífica banda sonora firmada por Bob Zimmerman. La adaptación es muy interesante, con esos inquietantes e inolvidables episodios oníricos. Para celebrarlo releeré la novela cada día a partir del próximo 22 de diciembre, espero que ya estando Ellas en España.
Antes de las 10:00 h, la hora límite para dejar la habitación, envueltos en un frío purificador, dimos un paseo por la zona, y para mayor gozo observamos entre los árboles un chochín, mi pájaro favorito, en neerlandés winterkoninkje (o winterkoning), literalmente «rey del invierno», que con lo pequeñito que es no es ni marqués ni duque, ni tan siquiera príncipe: sencillamente rey. Su nombre científico es horrible: troglodytes troglodytes: doblemente cavernícola. Me quedo con el nombre en neerlandés para este delicado pájaro que siempre me recuerda a S*** y jamás he visto en España.
La luz brillaba con timidez y sin fuerza a través del frío húmedo, y tras recoger a S*** en Ijburg fuimos hasta la Biblioteca central, en donde permanecimos hasta las 4 de la tarde, momento en el que llovía y cuando ya la obscuridad me anunciaba que pronto tendría que despedirme de Ellas. S*** se durmió poco después de subirnos al tranvía, por lo que tuve que conformarme con abrazarla y besarla mientras flotaba en sus propios sueños; cuando despierte yo ya no estaré. N*** estuvo llorando desde que salimos de la biblioteca, llantos que se intensificaron conforme nos acercábamos al punto final, bajo la intensa lluvia mezclándose con nuestras lágrimas. Y me marché viendo los ojos cerrados de S*** y el dolor de N***, del que ya no es necesario explicar más.
Llovía con más fuerza y regresé a Centraal Station buscando cobijo en FAME mientras buceaba entre su sección de películas, aunque no encontré nada. Observé cerca de la Biblioteca el cartel de una retrospectiva sobre Tarkovski (del que recientemente he vuelto a ver varios de sus filmes) en el EYE Filmmuseum mientras Sint-Nicolaaskerk, la basílica en la que me empeñé personalmente que N*** fuese bautizada, recortaba un cielo cada vez más tenebroso. De ahí regresé a Ijburg pues había quedado con C*** y A*** para tomar allí un té, aunque sólo estuvimos una hora, pero el encuentro con ellos fue como siempre entrañable.
De nuevo volví hasta la Estación Central, compré el billete en dirección al aeropuerto y me subí al primer tren. Mientras recorría el trayecto traté de no ahondar en mi dolor, aunque resultaba una misión imposible. Intenté distraerme con otros pensamientos y acabé pensando en libros y si tenía sentido seguir comprándolos, pues no sé si después de mí alguien hará uso de ellos en mi casa, en un futuro, si es que me espera algún futuro normal. En mi biblioteca tengo ejemplares que pertenecieron a los escritores neerlandeses J. J. Slauerhoff, W. F. Hermans, D.A.M. Binnendijk o Joost Zwagerman, por cuyas páginas pasaron sus manos y sus ojos se posaron en sus palabras. Me resulta doloroso pensar que alguien se haya desprendido de ellos, pero a la vez me seduce tener libros de aquellos que ya han muerto, ya sean conocidos o simples lectores, lo que para mí supone un acto de amor hacia esas personas. ¿Qué harán con los míos cuando yo ya no esté? ¿Quién oficiará esa ceremonia en sentido inverso, ese acto de desamor, deshaciéndose de mis libros?
Al llegar al aeropuerto sentí cierta angustia al pensar en las horas que me quedaban por delante hasta que saliese mi vuelo, aunque con la experiencia anterior fui pasando las primeras horas. Una densa niebla se apoderó del exterior, y el olor frío y húmedo de Ámsterdam me recordaba a la primera vez que pisé la ciudad. El personal de seguridad me llamó la atención en dos ocasiones por dejar mi maleta sola, tras verme por las cámaras de seguridad, que si han seguido todos mis movimientos de un lado al otro, de la planta de abajo hacia la de arriba y vuelta a empezar, mis continuas visitas a los aseos... pensarían que no estaba muy bien de la cabeza.
Me senté y volví a la lectura del libro de Cioran: una sucesión de anotaciones, que de manera circular redundan en el mismo tema. Es su obra más extrema, la más radical y con su buen puñado de contradicciones, si bien en sus escritos posteriores, aunque en esta misma línea, resultan menos controvertidos. Leer a Cioran en el aeropuerto a estas horas y en estas condiciones es lo más cerca que he estado del nihilismo.
Lunes, 4 de noviembre
Pronto llegó la hora de facturar la maleta: 4:00 h. Muerto de cansancio y hundido en mi tristeza eché una cabezada en unos sillones más cómodos que los que me encontré la noche anterior.
El vuelo me resultó rápido y pude dormir algo, pero me desperté con el cuello y la cabeza dolorida. De nuevo me recibió, frente a la obscuridad de los días anteriores, la luz. Ya en el autobús me entretuve leyendo las esquelas en el periódico Trouw, que fue lo más interesante que encontré entre sus páginas.
Mientras viajaba transitando por esas carreteras del sur recordé la hermosa soledad de John D. Dunbar en Bailando con lobos, película cuya primera hora me parece pura poesía visual y de la que soy incapaz de cansarme de ver y escuchar su maravillosa banda sonora, compuesta por John Barry. La fotografía en la película es otro hecho de belleza extrema, y como Clint Eastwood, Kevin Costner ha dirigido y protagonizado wésterns que ya son auténticos clásicos. Si no recuerdo mal la última gran película del oeste actual que he visto es Hostiles, dirigida por Scott Cooper con Christian Bale y Rosamund Pike como protagonistas.
Y llegué. Mis padres me esperaban, para mitigar el desgarro que sentía y que sigo sintiendo, pues nunca podré acostumbrarme a esto, y como a quien le falta una parte del cuerpo, un brazo o una pierna, se puede aprender a convivir con ello, pero es imposible llegar a acostumbrarse porque es antinatural, y en días como hoy parece que lo que me falta es la cabeza, y hasta el corazón.
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