PÁGINAS

lunes, 25 de agosto de 2025

ALCALÁ NORTE: ¿LA MEJOR BANDA DE EUROPA?

Asylums with doors open wide 
Where people had paid to see inside 
For entertainment they watch his body twist 
Behind his eyes he says, "I still exist"

«Atrocity Exhibition», IAN CURTIS/JOY DIVISION

ALCALÁ NORTE será (o quizá ya lo sea) el mejor grupo de post-punk/hard rock/underground, etc. (añadan aquí lo que les plazca) de Europa (sí, de toda Europa), sacudiéndose esa etiqueta empalagosa y para algunos grupos lastrante que responde al auto-ungido sacronombre de indie, que parece que todo lo abarca (o tendría que hacerlo por algún dogma cuasi religioso). 

Escribo esta crónica inesperada a merced de la falta de sueño, de la espuma de cerveza y la calima de este lunes radical, porque tuvimos que esperar hasta el último momento, tres largas noches (en jornadas con alguna luz y otras tantas sombras, como en todo evento musical de este tipo), para poder disfrutar en directo de ALCALÁ NORTE, y lo hicimos bajo una ráfaga de lluvia sin apenas agua y con tintes apocalípticos, entre el rojo polvo desértico que arrastraba el viento y con el telón a punto de caer. ALCALÁ NORTE ha sido, con una diferencia tan insultante que roza el uppercut y posterior KO, el mejor grupo que ha pasado por esta edición del Cooltural Fest de Almería; pero también es el mejor grupo que pasará por cualquier festival de música, piensen en el que piensen, por ello resulta incomprensible que la organización los relegase al último día y al tramo final de conciertos.  


No es fácil, no; no es nada sencillo anclarse en este universo polisaturado de todo (y a la vez henchido de pura mediocridad y de nada) como banda de rock, y más hacerlo con letras versales y en negrita. Los ingredientes nos los sabemos de memoria, desde el melómano y el más sublime crítico hasta el aficionado con un mínimo de discoteca en su sala de estar o en el teléfono móvil (pero no por saber sus ingredientes y la receta a cualquiera le sale perfecta la paella o el cocido madrileño, ¿verdad?). 

Cómo será la dimensión de ALCALÁ NORTE, que su tema más conocido hasta hace unos meses, el pegadizo «La vida cañón», se traduce en algo ligeramente comercial si se compara con el universo creador del grupo, una composición que sirvió como buen reclamo para apuntalar su imparable proyección y que personalmente ya es el que menos me sublima de todos los cortes del disco que vio la luz el año pasado, hasta el punto de que alguno podría pensar que es prescindible, pero aquí nace la verdadera paradoja: sólo con una canción como «La vida cañón» podrían sobrevivir la inmensa mayoría de grupos durante toda su existencia musical. 

Efectivamente: la clave radica en la letra y en la música («me gusta la música, pero no la letra», escuchamos en las barras de los bares, en la sala de espera del médico, en la puerta del tanatorio), y ambos elementos deben articularse como el mecanismo de un preciso reloj, pues de ese equilibrio depende no caer al vacío de la intrascendencia y de la Nada, el horror vacui, la insoportable levedad de no ser, subordinados a ese contrapeso y armonía, pero también a algo más, a mucho más, acaso de eso que los flamencos llaman «duende» o mejor de la urgente necesidad de las musas del sifilítico Baudelaire, y ALCALÁ NORTE ha destapado la lámpara del Genio y nos topamos con letras que no caen jamás en el vórtice de la rima facilona ni en los vomitivos ripios, perpetradas (a boca armada) con una sorprendente profundidad cultural, histórica y filosófica (aunque no esté completamente de acuerdo con la semántica discursiva), y por supuesto con una música que se construye con un sonido salvaje y visceral que se amplifica en sus directos, ritmos marcadísimos que rozan lo marcial y obscuras atmósferas que se empapan de todo lo antiguo que ha dado la buena música en este último medio siglo, en trincheras sin fondo de técnica y estética musical en las que se palpan ecos de Parálisis Permanente, Joy Division (escuchen con deleite su disco póstumo Closer para saber de lo que hablo), el humor, la acidez y crítica social de Siniestro Total o Ilegales, a los que superan, se nos aparece por momentos The Cure, el industrial metal de Rammstein y su puesta en escena, la parte dura de Barón Rojo, The Smiths (pero a través de la voz y presencia de Germán Coppini), Los Planetas (y su disco Super 8) y hasta unas dosis (pequeñas) de britpop.


Hay momentos en la vida, muy escasos, en los que toca creérselo, o como dijo Sam Spade en El halcón maltés: «Somos de la materia de la que están hechos los sueños, y nuestra pequeña vida está rodeada de un sueño». No es por el exceso de cerveza de estos días ni por mi insomnio, ni por esta insufrible humedad, ni tampoco por estas partículas de tierra en suspensión que dificultan la visión; no: ALCALÁ NORTE, con mayúsculas (y en negrita), es la mejor banda de (lo que ellos quieran ser) de Europa.

domingo, 10 de agosto de 2025

EL DÍA QUE CONOCIMOS A STEVE AOKI Y PROBÓ UNOS CALLOS PICANTES

Hace unos días estábamos en la terraza de un bar desayunando media tostada de tortilla patria frente a una playa paradisíaca, completamente vacía, cuando observo que no nos quita el ojo de encima un tipo larguirucho, rasgos orientales y de larguísimo pelo lacio. Al poco de estar sentados se dirige a nosotros:

—Pero ¿es que no me conocéis? No me lo puedo creer. ¿De verdad que no? —preguntó sonriendo.  

Y yo, que tengo fama de buen fisonomista, pensé en todas las tiendas de chinos a las que acudo a comprar incienso, en el japonés donde el sushi y en el disidente norcoreano enemigo de Kim Jong-un que vende piezas de segunda mano de KIA (marca de automóviles de Corea del Sur), pero nada. 

—¡Sí, claro! —disimulé, pero el otro, curtido en mil noches y resacas ibicencas, se dio cuenta al instante de mi engañifa y que no tenía ni la más mínima idea de quién era y se puso a hacer eléctricos gestos con ambas manos sobre los platos que había sobre su mesa. 
—Steve Aoki, coño, ¡soy el mismísimo DJ Steve Aoki! —dijo con entusiasmo abriendo los brazos y sin mostrar ningún atisbo de decepción por nuestro grave desconocimiento. Raudo busqué su nombre en internet, por si en realidad fuese algún personaje del programa Humor Amarillo, pero efectivamente era quien nos aseguraba ser. 

Y a pesar de ser asimismo un acreditado melómano, no conocía nada de su música, pero tampoco quise confesarle abiertamente que no me gustaban los pinchadiscos, por lo que seguí haciendo mi papel al tiempo que silbaba lo primero que se me vino a la cabeza cargando la melodía de ritmo discotequero chunga-chunga y ayudándome de los cubiertos y el plato para generar aún más ruido y confusión. El diyey se puso entonces a hablar con el camarero, señaló nuestra mesa, y a los diez minutos éste le trajo una enorme tortilla de patatas hecha con al menos una docena de huevos de gallinas camperas. 


—Pues para desayunar son aún mejor los callos muy muy picantes; no te marches sin probarlos, Steve —ya lleno de confianza me hice el interesante pensando de paso en el poema de Fernando Pessoa—, «tripes», «corns» —le aconsejé recordando las palabras correctas en inglés mientras Aoki abría los ojos como platos occidentales.
Oh, thank you very much, thanks, my friend; it will be the next thing I order to eat —contestó agradecido por la recomendación—. Me habéis caído bien incluso sin que me conozcáis, que os he pillado, 'joputas —dijo guiñando un ojo al tiempo que esbozaba una sonrisa y aparecían unos perfectos dientes de virginal blancor—. Esta noche pincho en el Dreambeach Festival; aquí os lo apunto—, y nos escribe su número de teléfono en una servilleta de típico bar español, de esas que absorber y limpiar poco, pero que tampoco esperes encontrártelas fuera de la península—. ¡Llamadme y entráis conmigo al recinto y así me escucháis darle estopa a los artilugios! —exclamó con un buen trozo de tortilla en la boca y repitiendo los mismos gestos que hizo con las manos cuando se nos presentó. 

Esa misma tarde, antes de la cena, comencé a padecer una fiebre muy alta que durante la noche me sumergió en esa surrealista colección de delirios y pesadillas que suelo sufrir en estos casos, presenciando una legión de guerreros chinos de terracota a mi alrededor saltando enloquecidos sobre la cama, arrancando mi almohada y llevándome en volandas por toda la casa como si estuviese muerto y corpore insepulto mientras escuchaba nítidamente el retumbar diabólico de la música de Steve Aoki a 20 km de distancia. 

Al día siguiente de la actuación de Aoki las crónicas periodísticas explicaban que durante el concierto el disyóquey no paraba de repetir los callos: «los callos, los callos», decía entre canción y canción. 


(8/VIII/2025. Sueño delirante de una noche de verano bajo de los efectos de la fiebre.)

jueves, 7 de agosto de 2025

EL VERANO Y TENNESSEE WILLIAMS


«LAWRENCE.—La cama es un sarcófago. Cuando me acuesto no sé si me voy a levantar.»
Me alcé en llamas, gritó el Ave Fénix, T. WILLIAMS


Detesto los veranos del Sur, salvo por el largo tiempo de asueto que me permite leer un libro tras otro, varios libros a la vez, abandonarlos, coger otro y a mi antojo volver a los anteriores. Una película de cine negro de madrugada, la música de Chet Baker, Billie Holiday o Samuel Barber, Satie y Charlie Parker, Bach, Ben Webster, Antonio Carlos Jobim. Lo repito: me sienta mal el verano en el Sur (el Sur como territorio indefinible, sin adscripción a ningún país pero que pertenece a éste en el que habito: El sur es un sitio grande, escribió Roger Wolfe), la enfermiza supuración de personas por doquier que ansían el contacto social que aborrezco, conversaciones banales y  tediosas, las tribus invasoras, acentuación de mis aversiones y misantropía en grado sumo, las rarezas y manías en carne viva, el deseo de soledad mínimamente compartida y la compañía controlada que me aporte algo interesante, aunque sea una palabra, una sola palabra.

Un bloody mary con un libro entre las manos sintiendo clarividente el anochecer, leer la sección de necrológicas en el ABC, un concierto inspirador y sanador al mismo tiempo, el sonido constante del repiqueteo de la máquina de escribir de Faulkner; prefiero la melancolía de los breves días del otoño y la lluvia del invierno, escasa también en el Sur, y aun así necesito la luz del Sur (en contraposición a la obscuridad del Norte que tanto he sufrido, ¡pero en cambio allí existen los veranos que me gustan): radical paradoja. El médico ya me advirtió: evitar las playas, infestadas de sombrillas como hongos alucinógenos, los niños con sus balones y raquetas, los padres consentidores y negligentes, la pegajosa arena entre los dedos: el mar sigue existiendo todo el año, la vida entera, porque es eterno, y resulta más hermoso en los meses sin calor: ¡¿qué necesidad tiene uno de visitarlo ahora?! (y aun así nunca estarás a salvo de todo ello, me avisó también la doctora). Mi resistencia a echarme en brazos de Morfeo gracias a mi natural hiperactividad, y el insomnio, son un verdadero regalo: el sueño y la cama se erigen como un problema de debilidad humana que estrangula la creatividad, un trauma que se repite día a día como un tajo a todas luces inoportuno. Nunca podré entender a quienes se van a dormir pronto y se levantan tarde, ni a quienes se acuestan tarde y tarde ponen los pies en el suelo simplemente por holgazanería, aburrimiento; en resumen: por insensata ociosidad.

Queda claro entonces con la presente diatriba que odio el verano de este Sur, pero no es lo que quería decir y al final me he visto obligado a escribir: el verano también me hace pensar en otro sur, en Nueva Orleans, Jackson, San Luis o Memphis, en Luisiana y en Misisipi, y me sobreviene una irrefrenable inclinación a releer alguna de las obras de teatro de Tennessee Williams, soberbio y exultante como el mismísimo sol de todo Sur.


Decir algo novedoso sobre Tennessee Williams (1911-1983), uno de los dramaturgos más importantes e influyentes del siglo XX, sería como ponerme a hablar ahora del movimiento de traslación​​ de la Tierra; todo está dicho y bien explicado. Sí que podría apuntar que bajo mi punto de vista existen dos momentos cruciales (o al menos como célula generatriz) en la vida de Williams que se reflejarían posteriormente en su obra: por un lado que a los cinco años de edad contrajese la difteria y su madre le leyese a Shakespeare y a Dickens, y por otro que Williams fuese hijo de un padre violento y alcohólico que se ausentaba  constantemente del hogar por motivos laborales. Sobre el primer aspecto hallaremos puntos comunes con los escritores anteriormente citados en los libros del dramaturgo norteamericano: la profundidad psicológica de los personajes y ese realismo crudo que tan bien plasmó en sus páginas, sin olvidar cierto desarraigo y hasta orfandad por la continua ausencia paterna y el infeliz matrimonio de sus padres.  


En la obra de Tennessee Williams nos encontramos con un amplio abanico de conflictos en lo que respecta a las relaciones humanas, en especial las sentimentales, pero superando la manida dualidad hombre-mujer y enmarcados en el rico entorno sureño que tan bien conocía el escritor, y todo ello sin olvidar las luchas raciales de una época que le tocó vivir en primera persona. El sentimiento de fracaso y culpa por el daño causado al prójimo es un leitmotiv primario en sus obras, impregnado a su vez por cada uno de los siete pecados capitales y la inigualable descripción que hace de sus personajes, la decadencia, el deseo y los más bajos instintos, el perdedor, abocado de manera irremediable al abismo, sin poder escapar de un destino que ya está escrito y resulta inamovible; el descenso a los infiernos del ser humano, la femme fatale o simplemente una pobre mujer poco amada que de manera directa o indirecta conduce al hombre a la tragedia sin que en ello exista ningún atisbo de misoginia, no, no como una concepción actual, sino más bien como un mito de Orfeo y su desgracia que se repite una y otra vez.


¿Quién no recuerda las legendarias versiones que de sus libros nos ofreció el cine? La rosa tatuadaUn tranvía llamado DeseoBaby DollPiel de serpiente (La caída de Orfeo como obra dramática y Batalla de ángeles en su primera versión en prosa), Dulce pájaro de juventud, y hasta una adaptación en España de El caso de las petunias pisoteadas, y así hasta superar la treintena. Nada se presta mejor al Séptimo arte como una obra de Tennessee Williams, y sin que a pesar del paso de los años pierda vigencia o frescura. Creo que es importante destacar que muchas de las obras dramáticas de Williams fueron en su origen relatos cortos, como por ejemplo El zoo de cristal, La gata sobre el tejado de zinc caliente o La noche de la iguana (todo ellas igualmente adaptadas a la gran pantalla), como una especie de fogueo estilístico, y el verano, ¡ay, el verano!, tanto por aparecer en los títulos como por el contexto lo encontramos en reiteradas ocasiones: Verano y humo, Verano en el lagoEl desfile o acercándose al final del veranoDe repente, el último verano, o Clothes for a Summer Hotel.  


Muchos de ustedes, fanáticos cofrades del soporífero verano, desconocen que los escritos de Tennessee Williams huelen al mismísimo calor de estos meses, una obra pergeñada de un lenguaje exuberante y sensual y cargado de una fascinación y magia primitiva que traspasa las (en apariencia) acotaciones propias de la dramaturgia. Pero Tennessee Williams, que acarreaba problemas con el alcohol, no murió en verano, para regocijo mío, sino cuando el invierno casi tocaba a su fin, sin que haya quedado totalmente dilucidado si fue por asfixia, aunque sí parece claro que en su deceso influyó de forma determinante el secobarbital, un barbitúrico al que era asiduo consumidor y que asimismo hace acto de presencia en muchos de sus libros. Aparte de sus insuperables escritos, me sigue encandilando ese estilo sureño suyo de una elegancia tan antigua que ya no existe, su perfecto bigote, una forma de hablar propia del sur estadounidense, sus camisas y las largas boquillas que usaba para fumar tabaco frente a su inseparable máquina de escribir.


Dicho esto no esperen que componga una sinfonía con violines y tubas en honor al verano (acaso una saeta con carracas al ritmo de botafumeiro en Fu menor), y mucho menos que escriba un panegírico con la Underwood Typewriter, pero llegado a este punto tampoco un libelo, y no lo haré por amor y respeto a la obra de Tennessee Williams, porque el verano que aparece en sus libros es lo único que sirve para redimirnos en esta época. Pueden, si les place, arrojarme a una jauría de perros famélicos; puede cancelarme quien lo desee por lo que afirmo: piscineros, domingueros, playeros y bañistas de toda índole, amantes de las barbacoas caniculares ataviados con pantalón corto y en chancletas, adoradores incorregibles de las terrazas y de sus moscas pertinaces, del bronceado y del cloro en garrafón, de aquellos que dejan fenecer el tiempo bajo una sombrilla, los del sestear indolente y el aire acondicionado y el ventilador de pie o su variante cenital, ¡que sepan ya de una maldita vez que no, que las bicicletas tampoco son para el verano! Por ello que nadie me hable de veranos; quedan advertidos, salvo que sea para ensalzar al escritor nacido en el mítico y viejo sur de la otra orilla. 

lunes, 21 de julio de 2025

ÁMSTERDAM: ANOTACIONES A PIE DE METRO Y TRANVÍA

Ámsterdam, julio de 2025



Me encomiendo a Eneas: capítulo I de La Eneida: La tormenta y la llegada a Cartago. El éxito o el fracaso dependen de meras intervenciones humanas, y en ocasiones la mala praxis de la parte contraria resulta definitoria. ¿La Fortuna? Eso es otro cantar, al capricho de los dioses (que no de Dios).

Lluvia. 18 °C. Suelos mojados reflejando un cielo trémulo. En la tarde tardía nubes y sol alternándose en una lucha intestina en favor de las primeras. Viento y frío al anochecer: Ámsterdam en su eterno verano otoñal. 

«Almanaque», poema de Javier Velaza (Castejón, Navarra, 1963). Lo leí a los pocos minutos de que despegase el avión, mientras el paisaje aún era montañoso, resquebrajado y del imposible color ocre del Sur. Su final me inquietó, haciendo mío el sentido del mismo como una argamasa con mis propias sensaciones. En ocasiones me invade la superstición, como esta mañana: no puede tocar el morro del avión antes de acceder a éste, como suelo hacer siempre, puesto que me obligaron a entrar por la parte trasera. Mi intuición se convirtió en otro verso más del poema. 



Haber leído a Homero y Virgilio no siempre sirve.

Ámsterdam huele como el resto de ciudades del centro y norte de Europa: Londres, Berlín, Dublín, en Roma no tanto, en Atenas menos, acaso Lisboa aún siga manteniendo su esencia y en muchas ciudades de España también empieza a oler igual, a esa comida común sin identidad propia. Europa hace tiempo que ya no es Europa, que ha muerto, como anunciaron hace décadas el grupo de punk-rock Ilegales. Europa hiede como un cadáver corrompido y agusanado a pleno sol.  



Una peluquería; el cliente lee The New York Times

«Cuídate / de los días como estos, porque matan.» JAVIER VELAZA (El campamento de los aqueos, 2022), una sinopsis perfecta de esta jornada. 


Sol.

No me encontraba aquí, en Ámsterdam, desde el 3 de diciembre de 2022. Me acompañaba entonces EM***, pero no pudimos ni encontrarnos con mis hijas: un supuesto virus de Noa, a Sophie la sacaron antes de la hora de la salida del colegio para que fuese imposible recogerla, y ni siquiera se encontraban en su domicilio habitual. El 7 de agosto hará 3 años que no veo a mis hijas. Sé bien lo que es el tiempo; para mí no es un simple número.  

Zeeburg. Me siento en un banco a esperar lo inesperable, lo imposible. Siento la madera aún helada y empapada por la lluvia de ayer y abro el poemario que traigo en la mochila y leo unos versos premonitorios. Un cuervo me mira y comienza a graznar: quizá quiera decirme algo, que no lea, que me marche, que aquí ya no tengo nada que hacer. Y llega un mirlo, que trata de acercarse a mis pies, tímidamente, y observo una pareja de urracas saltando entre las flores: ellas me han nombrado el Señor de las aves. El cielo se cubre de pronto de nubes y suena el sonido espeluznante de una sirena de ambulancia. El tranvía rueda en su viaje de ida y vuelta, como parte de un rito ancestral, y yo espero, lo que nadie, ni el cuervo, ya espera: un ritual.

Un bocadillo hecho anteayer, reseco, de pan al borde del enmohecimiento, de carne purulenta que ya no se comen las aves de mi alrededor, ni tampoco las alimañas. Me vienen a la mente, otra vez, los versos de Baudelaire: «No busques más mi corazón; las bestias lo han devorado». Otra vez.  

El escritor Jacob Israel de Haan vivió en este mismo barrio, en De Pijp, en el número 29 de la calle Willibrordusstraat, a apenas dos minutos caminado desde mi hotel. Me acerco a ver la que fuera su casa por un tiempo, y he recordado algún pasaje de su entonces escandalosa novela Pijpelijntjes (1904), escrito de manera casi dialectal y que tantas veces me he sentido tentado en traducirla. 

Un supermercado en De Pijp: higos verdes, hermosos, de fragancia sureña e inolvidable que anuncian que proceden de España (demasiado prematuros), y he recordado aquel verso de Arquíloco, el poeta griego, que decía: «Olvida Paros, aquellos higos y aquel vivir del mar». 

Hotel en el que los nuevos arcades se reúnen en salas del siglo pasado, matando marcianitos, transitando endiablados laberintos guiados por un comecocos o explotando pompas de colores, ecco il mio hotel, mi habitación descansa bajo la última letra de su enorme letrero vertical, ARCADE, con sus luces de neón amarillas brillando como la última noche de Chet Baker en esta ciudad, también sombrías como un poema de Bukowski escrito en una habitación regada con whisky y cigarrillos y el calor entrando por las ventanas abiertas que dan al parque, Arcade, no es aquella Arcadia, buscarla y no encontrarla, la obsesión de medir el tiempo, de voltear, o acaso no, el reloj de arena del Universo, de estrellarlo contra el espacio: el mundo es como una vieja máquina recreativa: has llegado a la última pantalla y se te acaban las monedas. 



BLURRED. FADED. Momentos tan lejanos que ya casi han desaparecido; figuras borrosas, rostros entonces infantiles ahora difuminados en una docena de estaciones. Un vacío absoluto relleno de un dolor que escuece sobre una charca seca, de tierra cuarteada. 

37000 pasos: el dios Hermes y su pie alado en los míos. 

La Arcadia nunca existió, bajo ninguna forma, ni tan siquiera en la imaginación, ni en una Hélade mitológica.


Cielo estrictamente holandés, como un lienzo encargado a un pintor hace tres siglos. 24 °C

9 h. Un hombre aparca su bicicleta. Lleva ropa de deporte: aspecto de ejecutivo en fin de semana. Mira a un lado, después al otro, y entra disimuladamente al casino, a jugarse las primeras horas de la mañana. A su familia le dice que va a practicar bicicleta, que es la mejor hora, y ellos aún lo creen, pero no por mucho tiempo. 

En la estación de metro suena un concierto para piano de Tchaikovski, martilleando notas sobre un pentagrama de raíles contra las teclas blancas y más aún contra las negras. 

Flâneur. Comisaría de policía (como una preciosa sala de autopsias, estilo tienda de muebles nórdica, trato exquisito, me ofrecen un café, enseño los documentos, doy explicaciones, parece que espero a que me practiquen una colonoscopia o una prueba del estado de la próstata. «Lo llamaremos. No sufra. Entendemos su situación». Todos comprenden ya la locura humana. Deo gratias). Librerías (Swift, Jan Wolkers, Joyce). Canales. Cerveza en un bruin café en el Jordaan (la camarera deja espuma de jabón en los vasos), poemas de poemarios de allí, de aquí, de más allá.

Escucho gritar en la lejanía: «¡Papá, papá!». Pero no, no soy yo. 

Si me quedasen más días agotaría todo el jabón de Ámsterdam. 

Retrospectiva de Akira Kurosawa en el Eye Filmmuseum. El pequeño e íntimo Cinema Rialto (películas independientes en versión original subtitulada), que está en la misma acera de mi hotel, ofrece postales de algunas de sus películas.  



«El verano puede serte robado. / Las ventanas se abren al manicomio / del mundo. El chirrido del grabado / de la palabra escrita. Una uña araña / el mármol hasta convertirlo en polvo blanco. El becerro de oro / se ahoga en el calostro espumoso del profeta». (JAN WOLKERS)

Si el intento de locura fuese una ciudad; si sus canales desbordados de agua, si su cielo te arrastrase a ello; si esta lluvia, si las nubes de minutos después, si el olor, si la locura fuese cuerda; esta ciudad. Locura. Esta ciudad, de stad, el poema de Kaváfis. Vade Retro. El terrible delirio. Una ciudad que se me ahoga en tristeza, a pesar de ser una de las urbes más agitadas e intensas y de una fantástica vida cultural. Si la locura fuese una ciudad. 


Tres grados más que ayer; sol, y cielo calimoso con intenciones de bochorno, pero yo sigo con mi estricta política de ropa invernal y mortuoria. Los resfriados aquí pueden alcanzar niveles míticos, y yo puedo dar fe de ello. 

La librería a la que acudo asiduamente divide el mundo en dos con sendas flechas contrapuestas: la entrada a sus instalaciones, llena de libros, y el resto: BOEKEN / GEEN BOEKEN. El Universo no es caprichoso: es una librería, o una biblioteca; sólo puede ser eso. 

Asesino el tiempo para que éste no me mate a mí. Me subo a un tranvía, luego a otro, y me detengo en paradas inusuales, inspecciono el lugar, me detengo a contemplar alguna flor, el vuelo de los pájaros, su parsimonia ante la vida, los antiguos almacenes del otrora puerto reconvertidos en bistrós. Desde muy pequeño tuve alma de flâneur, y hace mucho que ya lo soy. Es un trabajo laborioso, que requiere precisión y finura y un alto poder de observación, de sorprenderse de aquello en lo que nadie repara, de timidez y asombro ante lo diminuto. Pero la curiosidad también mató al gato. 



«Imagine the Future», reza un cartel de colores psicodélicos. Imagínalo, puede ser negro, gris o blanco, y todo a la vez. El futuro es vivir, y el presente una trampa para ratones para que no exista el porvenir. 

A Noé le vas a hablar de un chaparrón, o a Ulises de una odisea, me digo mientras batallo sin cantos de sirenas en este mar lejano.

Me siento a esperar frente a la zona oriental del puerto de Het Ij, bajo la sombra de un frondoso castaño de Indias (como el que Anne Frank describía en su diario) y vuelvo al poemario de Velaza. Una mujer latinoamericana, que cuida a dos niñas que chapotean en el agua, escucha rancheras y temas de Sinaloa («El amor más bonito que tengo / por el que me mantengo»); yo preferiría que fuesen narcocorridos, con sus pistolas humeantes y sus eléctricos AK-47 y esos excelentes regueros de sangre y cadáveres abandonados en las cunetas. Pero todo no se puede tener. 



He invertido 5 euros en ir al aseo a lo largo del día (costumbre local de cobrarte en innumerables lugares públicos y no tan mala idea para la legión de incontinentes urinarios, entre los que me encuentro); un dinero bien invertido, digno de cotizar en bolsa.



Librerías. Esperar. Esperar. Leer. Esperar. Observar. Leer. Esperar. La eterna y purificadora paz de la Catedral de San Nicolás. Esperar. Chet Baker, que estás en los cielos. Esperar, y ya no sé qué más espero. 

«La embriagada trompeta de Chet Baker / resuelve polinomios esta noche / en tu cerebro opaco.» JAVIER VELAZA (El campamento de los aqueos, 2022).



Una enorme nube de humo henchido de marihuana amortaja la ciudad. Flotar aquí no es magia. 

Mi anillo es una enorme calavera. Verte reflejado en él es lo que te hace mantenerte con los pies en el suelo y la mente en la tierra. Memento Mori. Hecho de carne putrefacta: recuerda que vas a morir. 

Ciudad de cabezas flotantes, como hormigas: «¡Hormigueante ciudad, ciudad llena de sueños, / Donde el espectro en pleno día atrapa al caminante! / El misterio fluye como una savia / Por los canales estrechos del coloso pujante», de Ch. Baudelaire, y del que T. S. Eliot toma para su Tierra baldía: «Ciudad Irreal / bajo la parda niebla de un mediodía de invierno». 

Barrio Rosa: ignominiosa venta de carne humana, ofrecimiento de sustancias alucinógenas, carteristas, navajeros, potenciales asesinos, urinarios callejeros desbordados de orina espumosa, olor a riñones en su primer lavado: Leopold Bloom desayunando el 16 de junio de 1904 en el número 7 de Eccles Street. La atrayente sordidez del Inframundo, que no es menos sórdido que el mundo superficial en el que nos obligan a sobrevivir. 



Dam. Una especie de profeta en pleno Pandemonium: una mujer de baja estatura, tatuada hasta el tuétano, predica su interpretación del evangelio con un altavoz, ante un público inerte, sentado, mirando el teléfono móvil, hablando entre sí, devorando comida y sin prestarle la más mínima atención.

Al dar comienzo el atardecer el cielo se ha encapotado por completo, unas nubes entre amarillas y rojizas, hasta que se ha puesto a llover, primero ligeramente, y más tarde con un buen chaparrón a modo de dádiva. Me marché; nadie me había dado vela en ese entierro. 



Largo paseo por Sarphatipark bajo la intensa lluvia antes de que se extinga la última luz, al abrigo de las copas de los altos árboles y deleitándome con las aves que daban saltitos santificando la lluvia: mirlos, zorzales, la amplia familia de los córvidos... Con el crujido de mis pies sobre la arena, el penúltimo rastro que dejo, por esta vez, aquí.

Vivir en este pequeño cuarto es una posibilidad, pero echo de menos a EM***, y su sonrisa, y nuestras largas y anárquicas conversaciones. Aquí habita mi Yin-Yang, un mundo infinito y el límite más radical; mi Cielo y mi Infierno: el Todo y la Nada. Navegar por estos canales juntos es una opción, y revivir esa existencia bohemia que tanto he experimentado aquí. Observar el dibujo que trazan los pájaros en cada parque; visitar una librería de viejo en un barrio alejado del centro; la lluvia y su olor, los cambios de la Luz; escribir unos versos mientras bebo una cerveza en una taberna y caminar por callejuelas mojadas en las primeras horas del amanecer; una iglesia, pasear por entre las tumbas de un cementerio al anochecer. Ellas. Y Ellas.  

Desde la cama se escucha salpicar la lluvia de la calle, agua pura, la campana del tranvía, los timbres de las bicicletas, voces y ecos, una obra maestra de la cacofonía.

❦ 

Amanezco antes del propio amanecer. La luz ya ha subido su telón. Son las 5 h. Niebla (Londres queda en frente). Lluvia. Como si no hubiese habido día y noche, un continuum, el Tiempo ha absorbido su propio reloj, su mecanismo cruel, y me marcho en el mismo día en el que llegué.

Es la primera vez que vengo aquí (incluso en cualquier otra ciudad europea) sin visitar un cementerio, pero... Schiphol, aeropuerto, 5 m bajo el nivel del mar, un antiguo terreno pantanoso de incierto origen etimológico: «Sciphol». Mi diccionario de neerlandés medieval especifica que «scip» (o «skip») significa «barco», aunque bien podría ser un vocablo de origen gótico, y en tal caso su significado sería el de «madera para cortar». Por otro lado «holl» (o bien «hal») viene a ser «tierra baja», si bien otros historiadores y lingüistas apuntan a que también podría hacer referencia a una «tumba», por lo que también pudo ser un antiguo cementerio de barcos. La sensación aquí es la de ser el zombi de algún marinero que naufragó hace siglos. 

Será difícil que olvide la poesía de Javier Velaza, unida para siempre a Ámsterdam y a esta nueva y a la vez vieja odisea.

Ulises, el hijo de Laertes y Anticlea regresa a Ítaca, y Penélope no ha dejado de destejer un hilo de pensamientos. Una odisea repleta de monstruos y brujería. Mis hijas han quedado lastradas en otros mares, al otro lado, en el Confín del mundo, sin poder haberlas visto, y tocas puerto con las secuelas del soldado de una nueva Vietnam: completamente vacío y con el demonio de la derrota enroscado en los huesos.

Llegas a tu particular rada, deshaces la maleta y con ello se descompone el viaje, como si estos días pasados no hubiesen existido, como un sueño lejano corrompido por la amnesia que se abisma al fondo del cajón de la Nada.

PS.- NOTA A PIE DE AVIÓN: El único motivo y objetivo por el que acudí a aquella ciudad no he podido llevarlo a cabo (por causas ajenas a mi empresa: la vileza y la vesania cinerea tiene nombre, y un apellido), pero escribir sobre ello, y sólo sobre este viaje, daría para una enciclopedia, o una saga interminable: George R. R. Martin temblaría, pero estoy tan agotado mentalmente que no me apetece hacer ninguna referencia mas a lo ya escrito. El Tiempo y la Verdad darán su última palabra, porque el Verbo ya se hizo Carne, y es lo que sostiene el Universo: es Alfa y Omega.

«Amicus Plato, sed magis amica veritas», escribió Aristóteles, y Cervantes puso en boca de Don Quijote en conversación con Sancho: «Platón es amigo, pero es más amiga la verdad».   


miércoles, 18 de junio de 2025

YO NUNCA QUISE TENER UNA CASA; YO SÓLO QUERÍA UNA BIBLIOTECA

¿Es posible que la existencia sea nuestro exilio y la nada sea la casa? 
EMIL CIORAN 


Yo nunca quise tener una casa; yo sólo quería una biblioteca, pero desgraciadamente lo segundo implicaba lo primero. Probablemente tenga unos 6000 libros repartidos, que no significa que sean ni muchos ni pocos: es un simple guarismo. Estimo que resultaría más significativo afirmar que probablemente habré leído (y releído) el 90% de ellos, y aun así es, igualmente, otro número más.


En La Biblioteca de Babel Jorge Luis Borges fantasea con una biblioteca infinita que contiene todos los libros imaginables, generados por todas las combinaciones de letras, lo que lleva a los bibliotecarios a una búsqueda obsesiva de conocimiento y significado, enfrentándose a la desesperación ante la infinitud y la aparente inutilidad de su tarea. El cuento de Borges no es sino una hermosísima metáfora sobre el Universo, el conocimiento humano y por supuesto la búsqueda del sentido de la vida, ergo: un libro puede abrazar toda la Existencia.   


Abdul Kassem Ismael, el gran visir de Persia que vivió en el s. X, poseía una biblioteca de 117.000 libros. A pesar de sus continuos viajes jamás se separó de ellos, por lo que se las ingenió para que éstos fuesen transportados por una caravana de 400 camellos caminando en orden alfabético. Umberto Eco contó por encima los ejemplares de su biblioteca de Milán y le salieron unos 30.000 libros. Pero las bibliotecas no están exentas del desastre, y Plutarco, el magnífico historiador romano, relata que durante la Guerra de Alejandría en el 48 a.C., Julio César ordenó quemar los barcos en el puerto para evitar que cayeran en manos enemigas, pero el fuego se propagó accidentalmente a los almacenes cercanos, destruyendo parte de los depósitos de libros de la fastuosa Biblioteca de Alejandría. ¡Maldito seas, Julio César! 


Pero no todo son mastodónticas bibliotecas: el filósofo Emil Cioran (al que sólo puede leerse en momentos de depresión, pues su pesimismo siempre será superior al propio y por tanto sirve de inestimable ayuda) disponía en su diminuta buhardilla de París no más de 300; no le hacían falta más. Esto también es una cifra. Al final los libros se asemejan a una bella mancha de moho que va colonizando pasillos, dormitorios y todo lugar y rincón habido y por haber, quedando exentos, en mi caso, tan sólo los baños. Pero poseer libros también entraña sus riesgos, como el terror cósmico (similar al que nos mostró Lovecraft) a quedarse sin espacio y la imposibilidad de situar a un autor en su materia correspondiente y por exquisito orden alfabético. Pero también se produce esa hormigueante y obsesiva ansiedad por conseguir un libro único, y no poder hacerlo, o el remordimiento (eso sí, sólo en los primeros momentos) de haber adquirido un ejemplar por su desorbitado precio, aunque lo valiese (una primera edición numerada, un elzevier, un moretus, un raro ejemplar con erratas...). Esta bellísima enfermedad se puede acercar a la bibliofilia (como objeto de deseo, más que de lectura) con tendencia a la -itis (del griego inflamación) dando como diagnóstico la bibliotitis, un neologismo de cosecha propia. 


Qué duda cabe que los libros generan graves trastornos y enajenación profunda (que se lo digan a Alonso Quijano, más conocido como Don Quijote, pues «Sin una pizca de locura el lirismo es imposible», Cioran dixit), e incluso ocasionan incomprensión, más aún cuando nos hallamos inmersos en esta pestilente era digital, pero no es menos cierto que éstos son el mejor analgésico y el perfecto ansiolítico que nos acompañan en la más absoluta soledad (de un aeropuerto, en la obscura sala de espera del psiquiatra, en un pulcro tanatorio...) pero es preferible disfrutar los libros en la mejor compañía. El filósofo Ludwig Wittgenstein dejó escrito en su Tractatus Logico-Philosophicus que «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». 

Yo nunca quise tener una casa, sino una biblioteca; una casa es el radical sinónimo de la acotación de los límites.


sábado, 26 de abril de 2025

RESEÑA DE "LA CONJURA DE LAS TABERNAS"

Miguel Vega firma esta excelente reseña de mi novela La conjura de las tabernas en la revista de literatura El coloquio de los perros, desgranando de forma minuciosa tanto los aspectos generales de la misma así como los subyacentes.

El coloquio de los perros © Chema Rodríguez

Aquí algunos extractos de la misma:

«[...] Otro elemento omnipresente en la novela es el culturalismo: quiero referirme con ello a las continuas y jugosas referencias a distintas artes como la música, la literatura o el cine, que aderezan aquí y allá las páginas de esta narración. Sin obviar, por supuesto, otros campos culturales como la gastronomía y los alcoholes, o breves guiños a la tauromaquia y al boxeo. Veremos desfilar, de manera imprevisible, nombres como los de Agustín de Foxá, Ortega y Gasset, Billie Holiday, Agustín Lara, George Orwell, Arthur Cravan o actores del Hollywood clásico representados en las figuras de Humphrey Bogart, Edward G. Robinson o James Cagney. 

»[...] Se aprecia también la experimentación en el uso del lenguaje, principalmente en la creación de neologismos con palabras compuestas. 

»[...] El gusto por un rico manejo del idioma, acudiendo a los registros cultos y populares (a veces incluyendo también el registro manifiestamente vulgar), es uno de los alicientes de esta obra: el autor ha huido en todo momento del estilo plano o neutro en el lenguaje empleado. 

»[...] Destacan otros aspectos de La conjura de las tabernas que merecen ser mencionados. Por un lado, está la indudable maestría que se precisa para manejar a los numerosísimos personajes que comparecen en las páginas de este texto narrativo (el novelista malagueño Antonio Soler ya comentaba esta circunstancia a propósito de su novela Sur). La mayoría de ellos estupendamente caracterizados; algunos de manera brillante. 

»[...] Por otro lado, también descuella el uso de los diálogos a lo largo de toda la novela, verdaderos catalizadores de la vida en Terra Nivis y que fluyen con una frescura digna de encomio: humorísticos y filosóficos, culturalistas y rurales, rítmicos y sincopados; la paleta es riquísima.»

https://elcoloquiodelosperros.weebly.com/la-biblioteca-de-alonso-quijano/la-conjura-de-las-tabernas


domingo, 13 de abril de 2025

POETAS Y JÓVENES. ROQUETAS DE MAR (2025)

El 21 de abril estaré hablando de creación poética y poesía a los alumnos de Secundaria y Bachillerato de los institutos de Roquetas de Mar (Almería).



https://farocultural.roquetasdemar.es/actividad/1486/info-actividad

lunes, 31 de marzo de 2025

FERIA DEL LIBRO DE ALMERÍA 2025

Por cortesía de Librerías Picasso, el sábado 5 de abril estaré en Almería firmando bajas laborales, actas de defunción, decretos y declaraciones de independencia. (La DGT aconseja que la llegada a la caseta se haga de manera escalonada.)

Estaré posando también para las revistas JARA Y SEDAL, MOTOR y GOLF TOTAL, y a quien lo desee le dedicaré mi última novela: La conjura de las tabernas.  



sábado, 8 de marzo de 2025

ALGUNOS PERSONAJES DE "LA CONJURA DE LAS TABERNAS"

No soy muy partidario del uso de la Inteligencia Artificial para aspectos creativos, pero en esta ocasión me ha servido como divertimento (y también cargándome de mucha paciencia) para hacer una aproximación al aspecto físico de algunos de los más del centenar de personajes que aparecen en mi reciente novela La conjura de las tabernas.

Y este es el resultado:

DAMACIO EL CURA (1918)


DAMACIO EL CURA (1962)


P. LEWIS (1962)


NAPIAS CASTILLO (1962)


CABO ZARCILLA (1962)


DUNCAN DANTÈS (1962)


JA’PEDRO DE CASANCHA (1962)


DICK EL DEL PUERTO (1962)


TATUAJE DE DICK EL DEL PUERTO (1962)


LOLA LA PELIRROJA (1962)


GIROUX (1962)


CORTO MULERO (1962)


LUCAS (1962)


LUCAS (1988)


AVA (1962)


AVA (1988)


ANTÓN EL MONECILLO (1988)


TERRA NIVIS (1963. INVIERNO)


TABERNA EL COLMILLO DEL JABALÍ (1962)


TABERNA EL COLMILLO DEL JABALÍ (1962. COCINA PRIVADA)


TABERNA MOBYDICK (1962)


TABERNA MOBYDICK (1962)


TABERNA MOBYDICK (1962)


TABERNA MOBYDICK (1962. DÍA DE LLUVIA)


ALGUNOS DE LOS ESCRITORES QUE HAN INFLUIDO 
EN LA ESCRITURA DE ESTA NOVELA
(M. TWAIN, H. MELVILLE, W. FAULKNER, J. JOYCE)