domingo, 29 de diciembre de 2024

NECESITO CONTAR LA VERDAD: UNA CONVERSACIÓN CON EL BOXEADOR ZARAGATA

Qué pena que se sienta mal —dijo la mujer—. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador, ¿sabías?
—Sí, ya sabía. 


Este es un extracto de Los asesinos, el breve relato de apenas siete y ocho páginas que en 1927 escribió Ernest Hemingway para la revista Scribner's Magazine y que en 1946 adaptó para la gran pantalla Robert Siodmak con el título Forajidos, una obra de arte del cine negro que protagonizaron Burt Lancaster, Ava Gardner y Edmond O'Brien en una historia que nos presenta a dos sicarios, Max y Al, que llegan a un pueblo de Nueva Jersey para matar a Pete Lund, un boxeador retirado que responde al sobrenombre de «El Sueco»; pero Lund no intenta huir y es asesinado a tiros en su habitación, y tras esta soberbia introducción el filme nos narra la historia del exboxeador haciendo uso de un largo flashback. En 1964 Don Siegel revisitaría el cuento de Hemingway en Código del hampa, más violenta que la de Siodmak, construyendo el preciso mecanismo de un reloj cinematográfico que tenía como protagonistas principales a Lee Marvin, Angie Dickinson, John Cassavetes y Ronald Reagan. 

El cine nos ha regalado un buen puñado de películas memorables que han tratado desde diferentes puntos de vista el apasionante mundo del boxeo: Lirios rotos (1917), de D.W. Griffith; The Ring (1927), de Alfred Hitchcock; Cuerpo y alma (1947), de Robert Rossen; El hombre tranquilo (1952), de John Ford; Más dura será la caída (1956), de Mark Robson; El tigre de Chamberí (1957), de Pedro Luis Ramírez; Rocco y sus hermanos (1960), de Luchino Visconti; Rocky (1976), de John G. Avildsen; Toro salvaje (1980), de Martin Scorsese; Million Dollar Baby (2004), de Clint Eastwood, y así un largo e interminable etcétera.

Saco a colación esta obra de Hemingway y las posteriores adaptaciones (y entre las anteriormente citadas el cineasta ruso Andrei Tarkovski hizo en 1956 lo propio con un cortometraje cuando era estudiante) porque me he citado con el boxeador Paco Zaragata. Me cuenta que el excelente cronista de boxeo, Fernando Vadillo, escribió para el periódico deportivo Marca sobre él y que le molestó que escribiese que su alias era Zaragata: «Yo no soy un forajido para decir que Zaragata es mi alias, y así se lo dije cuando tras aquella crónica volví a encontrarme con él; soy Zaragata». El director de cine José Luis Garci, gran entendido de boxeo, rindió homenaje al periodista en su magnífica película El crack (1981) cuando Alfredo Landa, que interpreta al investigador privado Germán Areta, le espeta al barbero que le está afeitando: «Déjate de literatura, que para eso ya tenemos a Vadillo en el As».



Paco García Cazorla, Zaragata, nació en 1951 en el popular barrio almeriense de Pescadería y aún recuerda de memoria el nombre de los vecinos de ambos lados de la calle, que me va recitando con minuciosidad y a gran velocidad. Afirma que no tiene ganas de conceder entrevistas a los periódicos, quizá porque tiene mucho que contar, y que aun así necesita decir la verdad: «Necesito contar la verdad, Antonio». Quedamos en un bar, entramos y todos lo conocen, lo saludan por su nombre de guerra y él los conoce a todos y me da detalles de la vida de aquellos que entran y salen de la taberna. Zaragata es una enciclopedia: del boxeo, de la vida, del día a día de Almería, habla como si boxeara, un torrente de palabras, de anécdotas, de datos, una memoria de elefante. «¿Por qué te has hecho boxeador?,» le preguntaron al boxeador irlandés Barry McGuigan, campeón del peso pluma, a lo que él respondió: «No puedo ser poeta; no sé contar historias», y el excéntrico escritor Arthur Cravan (1887-1918), dos metros de altura y cien kilos de peso, sobrino de Oscar Wilde y amante de la poeta Mina Loy, afirmaba: «Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear»; pero Zaragata sí es capaz de boxear y de contar historias, como aquellas de cuando trabajaba en la Central térmica de Carboneras.


El boxeador almeriense fue peso mosca (hasta 51 kg); se sabe todas las categorías de peso al dedillo; ahora es un galimatías de números con tantas asociaciones de boxeo y sus diferentes pesos. Al principio parezco un débil contrincante ante su verborrea, un sparring a punto de ser noqueado: me devoran los detalles que me aporta, su enciclopedia mental, a pesar de yo ser un peso supergallo me está ganando a los puntos. Le nombro a Manny Pacquiao; él asiente con la cabeza; le gustaba. Afirmo que Saúl «Canelo» Álvarez es el mejor boxeador del mundo libra por libra, pero él me rebate: «El mejor es el japonés Naoya Inoue; tienes que verlo, Antonio: ¡es dinamita pura!». Le recuerdo la pelea entre Mike Tyson y Evander Holyfield cuando en 1997 el primero le arrancó al otro varios centímetros de oreja de un mordisco; mi primer recuerdo nítido y consciente de boxeo. Le sigo preguntando sobre boxeadores de finales del siglo pasado y algunos más recientes, de manera anárquica: Julio César Chávez: «Muy bueno, no así su hijo», me replica. Óscar de la Hoya, Floyd Mayweather Jr., Guennadi Golovkin. Tengo la tentación de hablarle de la llamada «pelea del siglo» (parece que ésta fue la segunda) que en 1923 enfrentó al estadounidense Jack Dempsey y al argentino Luis Ángel Firpo: pocos combates han hecho correr tantos ríos de tinta y literatura periodística de la buena como aquella. La siguiente «pelea del siglo» se produjo en 1964, el día de los enamorados, el combate que cambió para siempre el boxeo, o eso dicen: Cassius Clay le arrebató el cinturón de los pesos pesados a Sonny Liston; al día siguiente el nuevo campeón se convirtió al islam y cambió su nombre por el de Muhammad Ali: «Flota como una mariposa, pica como una abeja», y ya me dejo de literatura. 

Nos acomodamos en la silla y pedimos una palomita: anís dulce con una piedra de hielo y un chorrito de limón. Le pregunto si puedo usar mi dispositivo para grabar la conversación: «Sin problema, lo que quieras», y aprieta los puños suavemente: aún le queda esa energía de boxeador, porque el boxeador lo es toda la vida. Desconozco qué puedo sacar de este encuentro. Él no baja la defensa; me explica algún golpe y lanza el puño a cámara lenta y al instante se cubre. «Defenderse en el boxeo, cubrir el golpe del adversario es tan importante como atacar; de lo contrario estás perdido»; y en la vida también, pienso yo. Pienso en el periodista Budd Schulberg y en la calva de Abbott Joseph Liebling, pero el que me gusta es Vadillo y Manuel Alcántara, del que recomiendo el libro La edad de oro del boxeo: 15 asaltos de leyenda. En las memorias de John Watson, el doctor en Medicina apunta sobre Sherlock Holmes: «Experto boxeador y esgrimista de palo y espada». Vuelvo a abandonar mis pensamientos literarios y con mi primera pregunta sale toda la energía que Zaragata lleva dentro, brotando impetuosas sus ganas de hablar: una verborrea infinita y eléctrica, como si estuviese sobre un ring.

ANTONIO CRUZ: ¿Cuénteme cómo fueron sus inicios en el mundo del boxeo? 

ZARAGATA: Mi inicio en el mundo del boxeo se produjo porque mis hermanos, Diego y Juan, montaron el bar Bahía de Palma, en Almería, en concreto el 23 de diciembre de 1963. Posteriormente a esta circunstancia mi hermano Juan se fue a trabajar a un camping y Diego se quedó con el bar. En el camping trabajaba un señor de Madrid, Luis Alcázar, boxeador profesional que había sido campeón de Castilla, y cuando terminó la temporada, a su regreso, mi hermano Juan nos trajo dos pares de guantes de boxeo que le había regalado Alcázar para mí y para mi hermano gemelo: Jesús, que falleció ya hace tiempo. Teníamos sólo 13 años. 

A.C.: ¿Tanta tradición de boxeo había en la ciudad de Almería? 

Z.: En aquel momento entrenaba los hermanos Bisbal: Pepe, Dionisio y Juan. Por aquel entonces lo hacían en donde guardaban los carros de la basura, lo que era la perrera municipal, detrás del Ayuntamiento. Entonces mi hermano y yo nos íbamos por las tardes a entrenar con los hermanos Bisbal, y a partir de ahí sentí en mi interior el gusanillo del boxeo. Posteriormente me fui a entrenar a un gimnasio que montó el padre de Juanito Rodríguez en el barrio de Los Ángeles. Mi debut se produjo en el año 1966 en el Cine Moderno, peleando contra Nieto Aguilera, a quien le gané en el tercer asalto por abandono. 

A.C.: Hablemos de 1972, año en el que se celebraron los Juegos Olímpicos de Múnich. 

Z.: Tengo recuerdos muy bonitos de esa época. Para la preparación de aquellos Juegos seleccionaron a ocho boxeadores, de los que cinco éramos de Almería, junto a dos asturianos, Alfonso Fernández y Rodríguez Cal, y Antonio Rubio, un catalán que había nacido en Bullas (Murcia). Después de que Rodríguez Cal ganase la medalla de bronce en Múnich, peleé en Avilés contra él y lo tiré seis veces contra la lona, pero como era su homenaje le dieron vencedor a los puntos; para él el triunfo y también los palos. En aquella concentración estábamos cinco almerienses, como he dicho anteriormente, y yo que era peso mosca no fui, y no fui porque el minimosca nuestro, García I, también de Almería, peleó en Tenerife un combate contra el venezolano «Morochito» Rodríguez, que había ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1968 en México, y García I tuvo la suerte de meterle dos manos y tirar a «Morochito» Rodríguez, por lo que me quitaron a mí y García I fue a las Olimpiadas y yo me quedé en casa. Después perdió contra el mongol Batsüren Nyamdashiin en segunda ronda y él y yo nos quedamos sin medalla y sin nada. Fue una época bonita, donde fui internacional y peleé en Suecia, Escocia, Francia y gané casi todas las peleas internacionales. 



A.C.: ¿Supone entonces una espina el no haber acudido a aquellas Olimpiadas? 

Z.: ¿Espina? Es algo que siempre está ahí, pero el seleccionador decidió llevar a García I porque pensaba que pegaba más fuerte, y yo creo que se lo merecía; no hay mayor problema ni pienso en ello mucho más. 

A.C.: ¿Cuántas peleas hizo Zaragata? 

Z.: He hecho unos 120 o 130 combates, siendo uno de los boxeadores de Almería que más combates ha boxeado. Tengo la suerte de haber caído ocho veces pero nunca por KO, ni por abandono ni inferioridad, siempre a los puntos, y tres nulos, entre amateur e internacional. Estoy contento con mi carrera deportiva. 


Hacemos una pausa. El bullicio del bar es cada vez mayor: conversaciones que fluyen, se mezclan y van in crescendo; el tintineo de los vasos chocando entre sí, la voz de los dueños del bar, Fany y Antonio, que se acercan y también charlan con Zaragata. La primera «pelea del siglo» del boxeo la cubrió el escritor Jack London con el enfrentamiento en 1910 entre James Jeffries y Jack Johnson; el primero, de raza blanca, era el favorito del público, y Johnson, negro, y con mala fama, era el boxeador odiado de aquella época, pero sin embargo fue el que resultó ganador de la pelea por KO. London, el escritor de Colmillo blanco y La llamada de lo salvaje, fue un amante del boxeo y escribió varios relatos sobre el mundo del ring de una belleza exquisita, como Por un bistec, probablemente la mejor de las historias de boxeo jamás escritas y recogida en el volumen Knock Out

Suena una horrible música de reguetón, pero a Zaragata no le importa, a mí sí, demasiado, pero intento concentrarme en apuntar fechas y nombres. Pedimos unos botellines de cerveza y en el intermezzo de nuestra entrevista el boxeador me habla de Pedro Carrasco, de Mando Ramos y de los hermanos Bisbal, de la reciente muerte de algunos amigos del mundo del boxeo, y me explica cómo conoció a José Legrá y su posteriores encuentros. Me muestra una fotografía y me dice: «De aquí ya sólo quedo vivo yo». Jack London hubiese disfrutado de esta charla.    



A.C.: Si antes hablábamos de ese pesar por no haber ido a las Olimpiadas de Múnich, ¿qué otra espina tiene Zaragata, o qué logro no pudo conseguir Zaragata? 

Z.: Tengo una espina clavada, que no sé si debería decirla. (Se detiene unos segundos, y continúa). Pero la voy a decir. Hay muchos señores del mundo del boxeo de Almería que me dicen: «Tú nunca fuiste Campeón de España». Esto es algo que yo quisiera explicar, para que la gente lo sepa, así que me alegro que me hayas hecho esta pregunta, ¡porque quiero que la gente sepa de una puñetera vez la verdad! Yo no fui nunca campeón de España porque a mí Almería nunca me mandó al Campeonato Nacional; mandaron a los hijos de Rodríguez, que eran los favoritos del entrenador, porque era su padre. Entonces resulta que la única vez que me mandaron, en el año 1972, fui subcampeón, y no gané porque me robaron la pelea en la final contra Vicente Rodríguez, a quien luego le gané en la revancha. Rodríguez  era en ese momento subcampeón de Europa, y es curioso que sin haber ido al Campeonato de España le he ganado a todos los campeones: al santanderino Esteban Eguia, a Eduardo Tabares, de Las Palmas, a Manuel Massó, a Ángel  Moreno, a Vicente Rodríguez... les he ganado a todos los campeones y he seguido en la selección, lo que quiere decir que el mejor era yo. En aquel tiempo, los que estábamos en en el equipo nacional, los internacionales no íbamos al Campeonato de España, pero a continuación, los once campeones de los once pesos que existían, tenían que pelear contra los integrantes de la selección española para saber quién era el mejor, y quien ganaba se quedaba en la selección, y en esos combates es donde yo le he ganado a todos los campeones, pero el que quiera entenderlo que lo entienda, y el que no, que no lo entienda; me da igual: soy feliz con lo que hice, estoy orgulloso con lo que conseguí y no voy a cambiar; soy el mismo de siempre: Paco Zaragata. Pero mira, también fui campeón de España en la primera Liga nacional de boxeo, en la que quedé imbatido, y con el trofeo que lo acredita; por lo que sí fui campeón. 



A.C.: ¿Y qué supuso haber llevado el nombre de Almería por todo el mundo? 

Z.: Hace unos días me dijo un señor: «Pero Zaragata: es que tú no sabes lo que es sentir el himno de España en una competición». Y entonces le enseñé una fotografía en la que estoy en París y yo era el abanderado del equipo español: allí estaba en lo alto del ring con la bandera de mi país, ¡en Francia! Si eso no es saber lo que se siente ser español en una competición, que ese señor vaya y se lo pregunte a quien quiera.


Nos despedimos. Me dice que me enviará algunas fotografías de todo cuanto me ha contado y me da la mano con fuerza. Zaragata es un campeón de España sin título, por esas extrañas circunstancias que se dan en el deporte y más aún en el noble arte de las doce cuerdas, un reflejo, al fin y al cabo, de la misma vida. Según reza el diccionario de la RAE, «zaragata» significa gresca, alboroto, tumulto, pero no encuentro en el Zaragata persona ni en el Zaragata boxeador nada de cuanto afirma la RAE, sino todo lo contrario: es cordial y afable, noble y leal, pero no me gustaría haber combatido nunca contra él. Es entonces cuando recuerdo una cita del libro Del boxeo, de la escritora estadounidense Joyce Carol Oates: «Si no se puede golpear, por lo menos se puede ser golpeado, y saber que todavía se está vivo». Y quedamos en llamarnos, y desaparece difuminado por una extraña luz que irradia desde un boquete del cielo.