martes, 7 de enero de 2025

"EL DOBLE ENFRENTAMIENTO DE LA DOBLE K": MIGUEL VEGA

Existen dos elementos fundamentales, o más bien habría que afirmar casi fundacionales, que determinan el carácter de un linarense: por un lado (incluso siendo un neófito en el arte de la tauromaquia, o más aún un vituperador) la muerte del torero Manolete en 1947 tras ser cogido mortalmente en el inconfundible albero de la plaza de toros de la ciudad jienense por un toro que respondía al nombre de Islero, y por otro lado el Torneo Internacional de Ajedrez Ciudad de Linares, el más célebre e importante del mundo de los 64 escaques que dio comienzo en 1978 y se prolongó hasta el año 2010, y con el ajedrez como elemento generador de la trama el escritor Miguel Vega nos invita a leer El último enfrentamiento de la doble K, una historia con tintes de novela negra que rezuma altas dosis de suspense para adentrarse a su vez en la novela histórica, quedando acompasada por el affaire que Bernal, el protagonista y sin duda alter ego de Vega, mantiene con Anna, una enigmática pintora oriunda de San Petersburgo que ha llegado a Linares en calidad de analista del jugador de ajedrez Gari Kaspárov y cuya relación se alarga en el tiempo lo que dura el torneo a lo largo del espacio que ocupa una ciudad que se erige como un lugar legendario y hasta casi místico.


Miguel Vega (Linares, 1967), profesor de Lengua y Literatura, ha publicado narrativa, poesía, dos libros sobre tauromaquia, y en 2022 La huida del ingeniero Spinell, una ambiciosa novela histórica de degustación lenta que tiene como protagonista al ingeniero de minas austríaco Ernst Spinell y en cuyas páginas ya encontramos elementos comunes con su último libro: Cástulo, Himilce y Aníbal, tauromaquia, música clásica...

Nos encontramos en marzo del año 2001. Bernal es un joven profesor de instituto que al mismo tiempo cubre el celebérrimo torneo de ajedrez de Linares para un periódico local, cuya mayor atracción se centra en dicha edición en dilucidar si será Anatoly Kárpov o bien el joven aspirante Gari Kaspárov quien habrá de alzarse con la gloria, y con este argumento, en apariencia tan sencillo pero de indudable atracción, Miguel Vega urde una historia en la que se van sucediendo desde famosos ajedrecistas que participan en el torneo y con quienes comparte cafés y conversaciones, hasta el famoso dramaturgo Fernando Arrabal, cronista del torneo, pues probablemente muchos lo desconozcan, pero Arrabal es no sólo un gran entendido en la materia, también un excelente jugador, que cabe recordar publicó en 1983 La torre herida por el rayo, una inteligente novela que se centra en un campeonato mundial de ajedrez (y en la que parece reflejarse esta que nos concierne), así como una obra publicada un año después que recomiendo encarecidamente, Crónicas de ajedrez, compuesta por artículos publicados en el semanario francés L’Express, en donde el escritor español muestra su enorme conocimiento en todo cuanto rodea al mundo ajedrecístico con el particular e ingenioso estilo del que siempre hace gala. Aprovecho, si se me permite, para comentar una anécdota: hace años le envié a Arrabal un ensayo y antología de poetas experimentales en lengua neerlandesa que había traducido en donde en otros aparecía el flamenco Hugo Claus, con quien el escritor español había coincidido en Nueva York gracias a la concesión de una beca, incluyendo junto al libro una partida de ajedrez de un periódico con el fin de que Arrabal la resolviese, pero éste, en lugar de solucionar la partida, me envió una preciosa postal con dibujos hechos a mano por él mismo acompañada de unos folletos de un conocido supermercado francés, por lo que con esta peculiar y ya conocida personalidad, hacer partícipe a Arrabal en una obra sobre ajedrez por parte de Vega es uno de los grandes atractivos de la misma.

La novela de Vega, con una sugerente mezcla de realidad y ficción, nos traslada a aquellos míticos años de Linares en los que se celebraba el Torneo Internacional de Ajedrez, una ciudad metafórica que tiene lugar en un doble campo de batalla: el del tablero propiamente dicho que, con sus jugadores de ajedrez queda contrapuesto (o acaso completado) al episodio bélico que aconteció en Cástulo dentro de la Segunda guerra púnica, interpretadas por una suerte de parejas especulares como las que forman Cástulo-Linares, Kárpov-Kaspárov, Himilce-Aníbal y Anna-Bernal, proyectadas entre ellas en un acto imitativo e intercambio de papeles, con la constante alusión a la historia de Linares, el recuerdo del vino de Oretania, la figura omnipresente de Manolete y el mundo del toreo, en un recorrido eterno por la ciudad, sus calles, plazas y lugares emblemáticos, los clubes de jazz en donde beber buen alcohol mientras se escucha música y por supuesto por bares y tabernas que hablan de su suculenta gastronomía, como una suerte de guía enmarcada en un deambular cultural por museos que van explicando su historia pasada, y estos excelentes ingredientes de El último enfrentamiento de la doble K son la carta de presentación de una novela que hará las delicias de los amantes del ajedrez, recorriendo un lugar que por momentos recuerda a la Viena del filme El tercer hombre hasta creer escuchar la cítara de Anton Karas fundiéndose con la primitiva Cástulo, todo ello barnizado de una ligera pátina crepuscular y melancólica. Eso sí: jamás Manolete hubiese podido morir en Viena; siempre quedará Linares.

(Esta reseña fue publicada originalmente el 19/5/2024 en la revista literaria El coloquio de los perros). 




(Fotografías de la presentación en Librerías Picasso (Almería) el 28/11/2024)



(Diario de Almería. 5/1/2025)

domingo, 29 de diciembre de 2024

NECESITO CONTAR LA VERDAD: UNA CONVERSACIÓN CON EL BOXEADOR ZARAGATA

Qué pena que se sienta mal —dijo la mujer—. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador, ¿sabías?
—Sí, ya sabía. 


Este es un extracto de Los asesinos, el breve relato de apenas siete y ocho páginas que en 1927 escribió Ernest Hemingway para la revista Scribner's Magazine y que en 1946 adaptó para la gran pantalla Robert Siodmak con el título Forajidos, una obra de arte del cine negro que protagonizaron Burt Lancaster, Ava Gardner y Edmond O'Brien en una historia que nos presenta a dos sicarios, Max y Al, que llegan a un pueblo de Nueva Jersey para matar a Pete Lund, un boxeador retirado que responde al sobrenombre de «El Sueco»; pero Lund no intenta huir y es asesinado a tiros en su habitación, y tras esta soberbia introducción el filme nos narra la historia del exboxeador haciendo uso de un largo flashback. En 1964 Don Siegel revisitaría el cuento de Hemingway en Código del hampa, más violenta que la de Siodmak, construyendo el preciso mecanismo de un reloj cinematográfico que tenía como protagonistas principales a Lee Marvin, Angie Dickinson, John Cassavetes y Ronald Reagan. 

El cine nos ha regalado un buen puñado de películas memorables que han tratado desde diferentes puntos de vista el apasionante mundo del boxeo: Lirios rotos (1917), de D.W. Griffith; The Ring (1927), de Alfred Hitchcock; Cuerpo y alma (1947), de Robert Rossen; El hombre tranquilo (1952), de John Ford; Más dura será la caída (1956), de Mark Robson; El tigre de Chamberí (1957), de Pedro Luis Ramírez; Rocco y sus hermanos (1960), de Luchino Visconti; Rocky (1976), de John G. Avildsen; Toro salvaje (1980), de Martin Scorsese; Million Dollar Baby (2004), de Clint Eastwood, y así un largo e interminable etcétera.

Saco a colación esta obra de Hemingway y las posteriores adaptaciones (y entre las anteriormente citadas el cineasta ruso Andrei Tarkovski hizo en 1956 lo propio con un cortometraje cuando era estudiante) porque me he citado con el boxeador Paco Zaragata. Me cuenta que el excelente cronista de boxeo, Fernando Vadillo, escribió para el periódico deportivo Marca sobre él y que le molestó que escribiese que su alias era Zaragata: «Yo no soy un forajido para decir que Zaragata es mi alias, y así se lo dije cuando tras aquella crónica volví a encontrarme con él; soy Zaragata». El director de cine José Luis Garci, gran entendido de boxeo, rindió homenaje al periodista en su magnífica película El crack (1981) cuando Alfredo Landa, que interpreta al investigador privado Germán Areta, le espeta al barbero que le está afeitando: «Déjate de literatura, que para eso ya tenemos a Vadillo en el As».



Paco García Cazorla, Zaragata, nació en 1951 en el popular barrio almeriense de Pescadería y aún recuerda de memoria el nombre de los vecinos de ambos lados de la calle, que me va recitando con minuciosidad y a gran velocidad. Afirma que no tiene ganas de conceder entrevistas a los periódicos, quizá porque tiene mucho que contar, y que aun así necesita decir la verdad: «Necesito contar la verdad, Antonio». Quedamos en un bar, entramos y todos lo conocen, lo saludan por su nombre de guerra y él los conoce a todos y me da detalles de la vida de aquellos que entran y salen de la taberna. Zaragata es una enciclopedia: del boxeo, de la vida, del día a día de Almería, habla como si boxeara, un torrente de palabras, de anécdotas, de datos, una memoria de elefante. «¿Por qué te has hecho boxeador?,» le preguntaron al boxeador irlandés Barry McGuigan, campeón del peso pluma, a lo que él respondió: «No puedo ser poeta; no sé contar historias», y el excéntrico escritor Arthur Cravan (1887-1918), dos metros de altura y cien kilos de peso, sobrino de Oscar Wilde y amante de la poeta Mina Loy, afirmaba: «Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear»; pero Zaragata sí es capaz de boxear y de contar historias, como aquellas de cuando trabajaba en la Central térmica de Carboneras.


El boxeador almeriense fue peso mosca (hasta 51 kg); se sabe todas las categorías de peso al dedillo; ahora es un galimatías de números con tantas asociaciones de boxeo y sus diferentes pesos. Al principio parezco un débil contrincante ante su verborrea, un sparring a punto de ser noqueado: me devoran los detalles que me aporta, su enciclopedia mental, a pesar de yo ser un peso supergallo me está ganando a los puntos. Le nombro a Manny Pacquiao; él asiente con la cabeza; le gustaba. Afirmo que Saúl «Canelo» Álvarez es el mejor boxeador del mundo libra por libra, pero él me rebate: «El mejor es el japonés Naoya Inoue; tienes que verlo, Antonio: ¡es dinamita pura!». Le recuerdo la pelea entre Mike Tyson y Evander Holyfield cuando en 1997 el primero le arrancó al otro varios centímetros de oreja de un mordisco; mi primer recuerdo nítido y consciente de boxeo. Le sigo preguntando sobre boxeadores de finales del siglo pasado y algunos más recientes, de manera anárquica: Julio César Chávez: «Muy bueno, no así su hijo», me replica. Óscar de la Hoya, Floyd Mayweather Jr., Guennadi Golovkin. Tengo la tentación de hablarle de la llamada «pelea del siglo» (parece que ésta fue la segunda) que en 1923 enfrentó al estadounidense Jack Dempsey y al argentino Luis Ángel Firpo: pocos combates han hecho correr tantos ríos de tinta y literatura periodística de la buena como aquella. La siguiente «pelea del siglo» se produjo en 1964, el día de los enamorados, el combate que cambió para siempre el boxeo, o eso dicen: Cassius Clay le arrebató el cinturón de los pesos pesados a Sonny Liston; al día siguiente el nuevo campeón se convirtió al islam y cambió su nombre por el de Muhammad Ali: «Flota como una mariposa, pica como una abeja», y ya me dejo de literatura. 

Nos acomodamos en la silla y pedimos una palomita: anís dulce con una piedra de hielo y un chorrito de limón. Le pregunto si puedo usar mi dispositivo para grabar la conversación: «Sin problema, lo que quieras», y aprieta los puños suavemente: aún le queda esa energía de boxeador, porque el boxeador lo es toda la vida. Desconozco qué puedo sacar de este encuentro. Él no baja la defensa; me explica algún golpe y lanza el puño a cámara lenta y al instante se cubre. «Defenderse en el boxeo, cubrir el golpe del adversario es tan importante como atacar; de lo contrario estás perdido»; y en la vida también, pienso yo. Pienso en el periodista Budd Schulberg y en la calva de Abbott Joseph Liebling, pero el que me gusta es Vadillo y Manuel Alcántara, del que recomiendo el libro La edad de oro del boxeo: 15 asaltos de leyenda. En las memorias de John Watson, el doctor en Medicina apunta sobre Sherlock Holmes: «Experto boxeador y esgrimista de palo y espada». Vuelvo a abandonar mis pensamientos literarios y con mi primera pregunta sale toda la energía que Zaragata lleva dentro, brotando impetuosas sus ganas de hablar: una verborrea infinita y eléctrica, como si estuviese sobre un ring.

ANTONIO CRUZ: ¿Cuénteme cómo fueron sus inicios en el mundo del boxeo? 

ZARAGATA: Mi inicio en el mundo del boxeo se produjo porque mis hermanos, Diego y Juan, montaron el bar Bahía de Palma, en Almería, en concreto el 23 de diciembre de 1963. Posteriormente a esta circunstancia mi hermano Juan se fue a trabajar a un camping y Diego se quedó con el bar. En el camping trabajaba un señor de Madrid, Luis Alcázar, boxeador profesional que había sido campeón de Castilla, y cuando terminó la temporada, a su regreso, mi hermano Juan nos trajo dos pares de guantes de boxeo que le había regalado Alcázar para mí y para mi hermano gemelo: Jesús, que falleció ya hace tiempo. Teníamos sólo 13 años. 

A.C.: ¿Tanta tradición de boxeo había en la ciudad de Almería? 

Z.: En aquel momento entrenaba los hermanos Bisbal: Pepe, Dionisio y Juan. Por aquel entonces lo hacían en donde guardaban los carros de la basura, lo que era la perrera municipal, detrás del Ayuntamiento. Entonces mi hermano y yo nos íbamos por las tardes a entrenar con los hermanos Bisbal, y a partir de ahí sentí en mi interior el gusanillo del boxeo. Posteriormente me fui a entrenar a un gimnasio que montó el padre de Juanito Rodríguez en el barrio de Los Ángeles. Mi debut se produjo en el año 1966 en el Cine Moderno, peleando contra Nieto Aguilera, a quien le gané en el tercer asalto por abandono. 

A.C.: Hablemos de 1972, año en el que se celebraron los Juegos Olímpicos de Múnich. 

Z.: Tengo recuerdos muy bonitos de esa época. Para la preparación de aquellos Juegos seleccionaron a ocho boxeadores, de los que cinco éramos de Almería, junto a dos asturianos, Alfonso Fernández y Rodríguez Cal, y Antonio Rubio, un catalán que había nacido en Bullas (Murcia). Después de que Rodríguez Cal ganase la medalla de bronce en Múnich, peleé en Avilés contra él y lo tiré seis veces contra la lona, pero como era su homenaje le dieron vencedor a los puntos; para él el triunfo y también los palos. En aquella concentración estábamos cinco almerienses, como he dicho anteriormente, y yo que era peso mosca no fui, y no fui porque el minimosca nuestro, García I, también de Almería, peleó en Tenerife un combate contra el venezolano «Morochito» Rodríguez, que había ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1968 en México, y García I tuvo la suerte de meterle dos manos y tirar a «Morochito» Rodríguez, por lo que me quitaron a mí y García I fue a las Olimpiadas y yo me quedé en casa. Después perdió contra el mongol Batsüren Nyamdashiin en segunda ronda y él y yo nos quedamos sin medalla y sin nada. Fue una época bonita, donde fui internacional y peleé en Suecia, Escocia, Francia y gané casi todas las peleas internacionales. 



A.C.: ¿Supone entonces una espina el no haber acudido a aquellas Olimpiadas? 

Z.: ¿Espina? Es algo que siempre está ahí, pero el seleccionador decidió llevar a García I porque pensaba que pegaba más fuerte, y yo creo que se lo merecía; no hay mayor problema ni pienso en ello mucho más. 

A.C.: ¿Cuántas peleas hizo Zaragata? 

Z.: He hecho unos 120 o 130 combates, siendo uno de los boxeadores de Almería que más combates ha boxeado. Tengo la suerte de haber caído ocho veces pero nunca por KO, ni por abandono ni inferioridad, siempre a los puntos, y tres nulos, entre amateur e internacional. Estoy contento con mi carrera deportiva. 


Hacemos una pausa. El bullicio del bar es cada vez mayor: conversaciones que fluyen, se mezclan y van in crescendo; el tintineo de los vasos chocando entre sí, la voz de los dueños del bar, Fany y Antonio, que se acercan y también charlan con Zaragata. La primera «pelea del siglo» del boxeo la cubrió el escritor Jack London con el enfrentamiento en 1910 entre James Jeffries y Jack Johnson; el primero, de raza blanca, era el favorito del público, y Johnson, negro, y con mala fama, era el boxeador odiado de aquella época, pero sin embargo fue el que resultó ganador de la pelea por KO. London, el escritor de Colmillo blanco y La llamada de lo salvaje, fue un amante del boxeo y escribió varios relatos sobre el mundo del ring de una belleza exquisita, como Por un bistec, probablemente la mejor de las historias de boxeo jamás escritas y recogida en el volumen Knock Out

Suena una horrible música de reguetón, pero a Zaragata no le importa, a mí sí, demasiado, pero intento concentrarme en apuntar fechas y nombres. Pedimos unos botellines de cerveza y en el intermezzo de nuestra entrevista el boxeador me habla de Pedro Carrasco, de Mando Ramos y de los hermanos Bisbal, de la reciente muerte de algunos amigos del mundo del boxeo, y me explica cómo conoció a José Legrá y su posteriores encuentros. Me muestra una fotografía y me dice: «De aquí ya sólo quedo vivo yo». Jack London hubiese disfrutado de esta charla.    



A.C.: Si antes hablábamos de ese pesar por no haber ido a las Olimpiadas de Múnich, ¿qué otra espina tiene Zaragata, o qué logro no pudo conseguir Zaragata? 

Z.: Tengo una espina clavada, que no sé si debería decirla. (Se detiene unos segundos, y continúa). Pero la voy a decir. Hay muchos señores del mundo del boxeo de Almería que me dicen: «Tú nunca fuiste Campeón de España». Esto es algo que yo quisiera explicar, para que la gente lo sepa, así que me alegro que me hayas hecho esta pregunta, ¡porque quiero que la gente sepa de una puñetera vez la verdad! Yo no fui nunca campeón de España porque a mí Almería nunca me mandó al Campeonato Nacional; mandaron a los hijos de Rodríguez, que eran los favoritos del entrenador, porque era su padre. Entonces resulta que la única vez que me mandaron, en el año 1972, fui subcampeón, y no gané porque me robaron la pelea en la final contra Vicente Rodríguez, a quien luego le gané en la revancha. Rodríguez  era en ese momento subcampeón de Europa, y es curioso que sin haber ido al Campeonato de España le he ganado a todos los campeones: al santanderino Esteban Eguia, a Eduardo Tabares, de Las Palmas, a Manuel Massó, a Ángel  Moreno, a Vicente Rodríguez... les he ganado a todos los campeones y he seguido en la selección, lo que quiere decir que el mejor era yo. En aquel tiempo, los que estábamos en en el equipo nacional, los internacionales no íbamos al Campeonato de España, pero a continuación, los once campeones de los once pesos que existían, tenían que pelear contra los integrantes de la selección española para saber quién era el mejor, y quien ganaba se quedaba en la selección, y en esos combates es donde yo le he ganado a todos los campeones, pero el que quiera entenderlo que lo entienda, y el que no, que no lo entienda; me da igual: soy feliz con lo que hice, estoy orgulloso con lo que conseguí y no voy a cambiar; soy el mismo de siempre: Paco Zaragata. Pero mira, también fui campeón de España en la primera Liga nacional de boxeo, en la que quedé imbatido, y con el trofeo que lo acredita; por lo que sí fui campeón. 



A.C.: ¿Y qué supuso haber llevado el nombre de Almería por todo el mundo? 

Z.: Hace unos días me dijo un señor: «Pero Zaragata: es que tú no sabes lo que es sentir el himno de España en una competición». Y entonces le enseñé una fotografía en la que estoy en París y yo era el abanderado del equipo español: allí estaba en lo alto del ring con la bandera de mi país, ¡en Francia! Si eso no es saber lo que se siente ser español en una competición, que ese señor vaya y se lo pregunte a quien quiera.


Nos despedimos. Me dice que me enviará algunas fotografías de todo cuanto me ha contado y me da la mano con fuerza. Zaragata es un campeón de España sin título, por esas extrañas circunstancias que se dan en el deporte y más aún en el noble arte de las doce cuerdas, un reflejo, al fin y al cabo, de la misma vida. Según reza el diccionario de la RAE, «zaragata» significa gresca, alboroto, tumulto, pero no encuentro en el Zaragata persona ni en el Zaragata boxeador nada de cuanto afirma la RAE, sino todo lo contrario: es cordial y afable, noble y leal, pero no me gustaría haber combatido nunca contra él. Es entonces cuando recuerdo una cita del libro Del boxeo, de la escritora estadounidense Joyce Carol Oates: «Si no se puede golpear, por lo menos se puede ser golpeado, y saber que todavía se está vivo». Y quedamos en llamarnos, y desaparece difuminado por una extraña luz que irradia desde un boquete del cielo.  

sábado, 26 de octubre de 2024

"OTRA VEZ LA POESÍA": JOSÉ LUIS LÓPEZ BRETONES

La poesía siempre es un acontecimiento; siempre la poesía es un milagro, un prodigio, es, en síntesis, la misma Vida, y Otra vez la poesía (Sonámbulos Ediciones, 2024), el último poemario de José Luis López Bretones (Almería, 1966), lo atestigua con vehemencia, un libro que nos emplaza a ser leído con un verso de Luis Cernuda del poema «Lázaro» y que supone toda una declaración de intenciones: «Era otra vez la vida».

(Fotografía: J. L. López Bretones)

Once años permaneció el poeta Julio Martínez Mesanza sin publicar un poemario hasta que en 2016 apareció Gloria; y hasta la fecha pasan ya ocho primaveras desde aquel con el que le fue concedido el Premio Nacional de Poesía un año después; The Cure, la banda británica de rock gótico, ha publicado en estas fechas nuevo trabajo tras dieciséis años de vacío discográfico, porque la creatividad es un ejercicio que no debe ni puede ser sometido a los parámetros acotados y dictatoriales del envilecido tiempo, aunque paradójicamente Otra vez la poesía trate de éste con el propósito de dar con su mismísimo núcleo. En el caso de López Bretones han transcurrido dos décadas desde Ayer & mañana, veinte años («no es nada», cantaba Carlos Gardel) transitando en el Silencio más radical hasta haber visto la Luz su última colección de poemas, porque en palabras del propio poeta no ha existido una urgencia por expresarse, sí, en cambio «la necesidad de averiguarse, de conocerse, de dar respuesta a las preguntas de la vida»: «qué turbulencia, en medio del mar de nuestra vida,/ pretende ahora sumergirnos/ en el extenuado hondón de las palabras?», se lee en la composición que da título al poemario.

Otra vez la poesía queda estructurado en cinco partes que guardan entre sí una perfecta coherencia y unidad en una sucesión de poemas que ensalzan por un lado el paso del tiempo (no tanto otros elementos clásicos en la poesía como la muerte o el amor más o menos visceral), que conecta a modo de díptico lírico con el anterior poemario de López Bretones y su fascinación por el Libro del Eclesiastés, y por otro lado el poder de la palabra a modo de liturgia que parece remitirnos al primer versículo del Evangelio de San Juan: «Verbum caro factum est»: «El verbo se hizo carne», ya que el ímpetu irrefrenable de la palabra queda de manifiesto en cada uno de los poemas, como en el que lleva por título «La lectura»: «De nada sirvió. Sólo eran palabras/ leídas en silencio por alguien que se preguntaba/ en qué gastó, y por qué, su vida». O en este titulado «La mirada y las palabras»: «Antes que las palabras, tan próximas/ al tráfico falaz de los ensueños,/ está extendida la mirada».

La locución latina Tempus fugit se articula como una constante sin fin en Otra vez la poesía, y el paso del tiempo una pieza perseverante casi en cada página del libro, tal y como queda reflejado en «Nada importante»: «Dejar pasar los días y los días/ sin haber realizado otro ejercicio/ de mayor eficacia que el de malvivirlos», y el poeta redunda en un tiempo presente que le hace recordar el pasado: «en todo saboreamos un licor ya consumido» («Lo que nunca he sabido») o al leer el poema «El telar», cuyos versos nos hacen recordar el mito homérico de Penélope o los evidentes ecos del poema de Jaime Gil de Biedma «No volveré a ser joven» que llegan a ser escuchados nítidamente en «Nuestra vida jamás regresará». Pero si hay un poema que condensa el sentido del poemario es el que lleva por título «No nos deteriora el tiempo», pues López Bretones entiende que no es el paso de la vida lo que menoscaba al individuo: «No nos deteriora el tiempo,/ sino el contacto con los otros:/ [...] Ellos, los otros, que están cerca/ o pasan a tu lado/ […] y dejan tras de sí, aunque regresen,/ el frágil aroma de las oportunidades./ [...] la fatigada flor de la experiencia».

La palabra y el lenguaje no sólo son el mecanismo preciso de esta colección de poemas: el lenguaje es el método que López Bretones utiliza para hacerse preguntas sobre el sentido de la existencia, como bien revela en «Recuerda»: «Incluso el escoger unas palabras/ que logren dar sentido/ a alguna voluntad ajena o aplazada/ no alzamos otra cosa que un recuerdo», o poemas que giran en torno al lenguaje: «El solitario mar de música inaudita,/ al final del lenguaje, y al comienzo/ de lo que no consigue ser nombrado». («Nocturno en Tamariu»).

En los poemas que edifican Otra vez la poesía se dan cita de manera manifiesta Dante, San Agustín, Lucrecio, Malaparte o Edmond Jabès, al que José Ángel Valente tradujo, pero también quedan ocultos otros poetas, como Martínez Mesanza con el poema «Der Kessel», de tintes épicos y cuyo significado en alemán es caldero (o caldera) y en cuyos versos López Bretones relata la batalla de Stalingrado en lo que supuso una dura derrota para las tropas alemanas y punto de inflexión en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y de paso la contienda interna de quien lo escribe.

Se aprecia asimismo en el libro la frustración, un deseo no alcanzado o la imposibilidad de ejecutarlo, como describe en «Tuve un sueño»: «Tuve un sueño y fue verdad un día./ […] buscando recobrar aquel sueño que tuve/ y sólo hallo ceniza, temor, aire vacío». Porque la realidad para el poeta es un engaño: «Hay más verdad en los sueños/ que en cualquier otro tramo de la vida,» («Mecánica del sueño») para preguntarse cuál es el sentido de la existencia y qué lugar ocupa en ésta el ser humano y el propio poeta: «¿Qué hemos venido a hacer aquí?» («Señales»).

La cuarta sección del poemario es, a mi juicio, la más sugerente de las cinco, más aún para quienes identificamos los paisajes que en ésta aparecen: LAS MORADAS, subdividida a su vez en LA CASA y CIUDAD DEL SOL. En esta parte emergen con total transparencia una serie de elementos que remiten a escenarios y lugares cercanos al poeta: una casa, la luz y el sol o la ciudad, entremezclándose, en según qué situaciones, el locus amoenus y el locus eremus. Si T. S. Eliot habla en La tierra baldía de una «Ciudad irreal,/ Bajo la parda niebla de un mediodía de invierno», y en «Los siete viejos» Ch. Baudelaire de «¡Hormigueante ciudad, ciudad llena de sueños,/ Donde el espectro en pleno día atrapa al caminante!», el poeta almeriense experimenta lo contrario en «Vuelve otra vez la lluvia»: «Llueve de pronto en la ciudad vacía/ […] Afuera, con el peso exacto del recuerdo,/ cae la lluvia. Un agua estéril de septiembre/ para la que no hay cobijo alguno». Y este poema hace recordar «Pájaro del olvido» de J. A. Valente, un poeta de trascendental importancia para Almería: «ciudad no mía, pero al fin tan próxima,/ donde el sol de noviembre tiene/ la última dureza/ de lo que ya/ debiera/ morir». La ciudad de la que nos habla López Bretones es «La ciudad» de K. Kavafis, una urbe luminiscente que lo persigue en sus versos y al mismo tiempo se muestra indiferente: «La luz desesperada y repetida/ la luz que se difunde sin estorbos/ […] La luz no los conoce, ni a ellos ni a ningún otro paseante: no sabe nada de nosotros», leemos en «Ciudad del sol».

LAS MORADAS constituye en sí casi la idea teresiana que aparece en El castillo interior de la mística cristiana, porque los poemas de la sección van más allá de una construcción física y tangible hasta alcanzar lo espiritual: «La casa consistía en nuestra alma» («Nuestra casa») o bien en el que lleva por título «La casa vino a mí»: «La casa vino a mí, no entré yo en ella./ […] La casa vino a mí, llegó a mi lado./ Y siempre supe quién vendría a recibirme». El hogar siempre ha sido fuente de inspiración en la cultura, trascendiendo la propia construcción de techo y paredes hasta límites insospechados; «Mi casa», la canción de Los Suaves, también con su sobredosis de malditismo lírico, reza así: «Mi casa es la carretera, es el camino del sol/ Es un hotel de tercera, mi casa es el rock n' roll. [...] Mi casa, un catre en el suelo, es una estación de tren/ Mi casa es un cementerio, a veces es un burdel/ Mi casa es donde regreso casi siempre perdedor/ Pero nunca fracasado, mi casa es el rock n' roll», y por poner un ejemplo más formal, el poeta irlandés W. B. Yeats, en su poema «Mi casa», escribe: «un hogar de piedra gris/ abierto,/ una vela, una hoja manuscrita». El paso del tiempo, la tierra, la luz de la tarde, de nuevo una casa que es el hogar del alma en «El lujo»: «Es un lujo sin nombre/ saberse acogido en una casa/ plantada sobre piedras hace tanto/ que ya nadie recuerda». Pero en esa dualidad hogar-alma el poeta también siente la vulnerabilidad y el miedo tan inherente en el ser humano: «Hace frío en la casa donde vivo,/ tiene paredes delgadas y el techo/ no es de material seguro». («No quise»).


Motril, 5/X/2024: Javier Bozalongo, J. L. López Bretones y Antonio Carvajal.
(Fotografía: Eva M. Gómez)

López Bretones recorre su particular camino en Otra vez la poesía, una senda ya transitada que se torna casi en una suerte de maldición de la que no puede escapar, de los paisajes repetidos, del lugar que vuelve a hacer acto de presencia: «y al que llegamos una vez y otra/ por caminos que creíamos/ que nos iban desviando de él», nos revela «En el camino», como el título de la novela autobiográfica del escritor beat Jack Kerouac; no desea el poeta imitar a nadie, no quiere una imitatio (que sí hizo y escribió Kempis) de hombres de este tiempo como nos confiesa en «Estrellas errantes»: «No he venido a vivir vidas ajenas:/ mi suerte es sólo mía, y no le incumbe/ el rastro de una estrella diferente». Y este poema  que me hace recordar al poeta neerlandés Menno Wigman cuando escribe en «Jeunesse dorée»: «He visto las mejores mentes de mi generación/ desangrarse por una sublevación que no ha llegado», unos versos que imitan los de Allen Ginsberg, otro beat, en «Howl»: «He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo de hambre, histéricas y desnudas», y que en «Estrellas errantes» López Bretones arroja su propia devotio: «Otros más jóvenes que yo hace tiempo/ que abandonaron de una forma absurda/ esta escenografía banal de luces falsas».

Otra vez la poesía es la resurrección de la lírica y de su poeta que, como el «Lázaro» del poema de Luis Cernuda y más aún el del Nuevo Testamento al que Cristo revivió, ha vuelto a escribir y a caminar con paso firme y como si nunca le hubiese acariciado la Muerte del silencio poético: Otra vez la poesía.

jueves, 17 de octubre de 2024

RUTE (CÓRDOBA): PRESENTACIÓN DEL POEMARIO "FLORES ENFERMAS"

El próximo sábado 19 del presente mes de octubre (D. m.) haré una nueva parada en la presentación de mis Flores enfermas, esta vez en la Biblioteca Municipal de Rute (Córdoba). 






viernes, 19 de abril de 2024

FARO DE MESA ROLDÁN (CARBONERAS): PRESENTACIÓN DEL POEMARIO "FLORES ENFERMAS"



© Eva M. Gómez Gómez

El pasado sábado 13 de abril estuve presentando en el Faro de Mesa Roldán (Carboneras) mi último poemario: Flores enfermas.

Con Miguel Vega (centro) y Mario Sanz (derecha)

Invitado por la Asociación de Amigos del Faro de Mesa Roldán, y bajo la cálida hospitalidad y eficiente coordinación de Mario Sanz, su torrero («el último farero de Mesa Roldán», como él se autodenomina, algo que es absolutamente cierto) y también escritor, disfrutamos de un mediodía de ensueño en un lugar de incomparable belleza, rodeado de algunos conocidos y otros a los que conocí in situ, en un acto que congregó a medio centenar de personas.



Fue el propio Mario quien hizo una breve introducción, y el escritor y amigo Miguel Vega quien realmente hizo la presentación del evento con una certera explicación de mi poesía en general y del poemario en particular, junto a la sombra que en un principio nos regalaba el edificio que alberga el faro mientras la luz del sol iba ascendiendo y el azul del mar parecía fundirse con el horizonte y éste a su vez se confundía en un cielo ausente de nubes. 

Las fotografías fueron tomadas por Eva M. Gómez Gómez. 

© Eva M. Gómez Gómez


© Eva M. Gómez Gómez


© Eva M. Gómez Gómez

jueves, 18 de abril de 2024

"MÁS DE VEINTE PEQUEÑOS SOLES BAILAN SOBRE EL AGUA". PEQUEÑA ANTOLOGÍA POÉTICA DE PIERRE KEMP

Los elementos de los que hace uso el poeta neerlandés Pierre Kemp (1886-1967) para interpretar el mundo y su interior, son los astros, los colores, la luz, la muerte, las plantas, los animales, la noche o el río Mosa. Las palabras de sus poemas ruedan como movidas por los raíles del tren de ida y vuelta al que se subía a diario, reflexionado sobre su propia existencia, pero de manera natural, como el juego más rudimentario de un niño, sin absurdos adornos y casi en silencio para captar los colores de los paisajes que contempla en una zona fronteriza del sur entre los Países Bajos y Flandes.

ANTONIO CRUZ ROMERO


Autor: Pierre Kemp
Traducción: Antonio Cruz Romero
Fotografías de cubierta e interior: Eva Gómez Gómez 
Idioma original: Neerlandés
Editorial: Atonaal, nº 10 (revista) 
Páginas: 32 
Fecha de edición: Abril 2024

jueves, 7 de marzo de 2024

ASÍ SE FUNDÓ EL DAM SOBRE EL AMSTEL (2019)

ASÍ SE FUNDÓ EL DAM SOBRE EL AMSTEL (2019)

Así se fundó Carnaby Street
LEOPOLDO MARÍA PANERO


Entro ex professo en una taberna de viejos lobos de mar, junto a un canal en Chinatown (soy Jake Gittes, detective privado), Quartier Putain, ni un turista: el lugar preciso en el que explosionó la ciudad principal del Inferno. Abro sus puertas batwing con ambas manos: plano detalle de cada una de las miradas ciñéndose contra mi esqueleto: me he dejado crecer un espeso bigote, por lo que pueda acontecer, como el de Wyatt Earp en el tiroteo del O.K. Corral de Tombstone. Los presentes están sentados sobre el big bang amstelodamum y me miran con la curiosidad con la que se observa al extranjero, todos se conocen y les confunde que hable su idioma y mi aspecto sureño. Sus tatuajes arrugados por el sol ―los míos ocultos bajo la ropa―, su acento aguardentoso, del Mokum, sentenciarían los de «El Lugar», cuando me percato de mi inferioridad de canas. Mi entrada al tugurio es como un Cristo versus Arizona, frente a un vulgar coffee shop que en nada se asemeja a los mágicos fumaderos de opio que frecuentaba el sifilítico Baudelaire, el suicida Nerval o Slauerhoff el tísico. Tampoco guardan estos antros relación alguna con aquel escandaloso viaje-huida a Londres de Verlaine y Rimbaud, poseído por el hachís, una temporada en el infierno: poco después, a orillas del Támesis, se transforma en un opiófago vampirizado. Intuyen que también soy marinero, pero de alta montaña, me vengo arriba y hago el gesto de sacar la pipa, pero la tabernera, dos metros de altura bajo el nivel del mar, se acerca amenazante y la dejo quieta en el bolsillo: «Ni se te ocurra tocarla», leo en sus ojos. El local es un sosias dark version del Louis's, el restaurante en el que Michael Corleone mató a Sollozo y al capitán de la policía McClusky, por lo que probablemente también me hayan dejado en la cisterna del aseo una pistola. En un póster junto al water closet aparecen los últimos ganadores del campeonato de bebedores de cerveza, como una suerte de mitología griega abreviada, me tiro un farol: «Podría beber más cerveza que cualquiera de vosotros», cara de póker generalizada, y acto seguido se carcajean histriónicos, les miento a Michiel de Ruyter en Siracusa al servicio de la Corona española y sin pausa contraataco hablando del concepto de sustancia según Spinoza, «ebrio de Dios» cito a Novalis, me adentro en el área con la negación de la dualidad mente-cuerpo en un dedo, pero desde la barra un tipo con bigote blanco (un abrebotellas al cuello) afirma ex cathedra que Messi es Dios, “niet God maar wel een god” («no Dios sino un dios») puntualizo. “Je suis l'étranger”, medito recordando a Camus cuando il menssagero de Amazon entra al garito como Johann S. Bach lo haría por su casa. «En el Sur se muere mejor», proclamo a los cuatro vientos a modo de Profecía antes de pagar arrojando mis últimas monedas sobre la barra de madera encharcada: Bring Me the Head of Alfredo Garcia, y se ponen serios, touché, Van Broncas se me arrima como un Miura ensangrentado, me encomiendo a san Bonifacio en la batalla final al amanecer y acto seguido me acuerdo de Gallito empitonado mortalmente en Talavera de la Reina, ¡Robert Johnson que estás en los cielos, a esta ciudad le quedan cuatro días, lo sé, y la odio con locura enfermiza, eso también lo sé y también lo saben ellos! 

P.S.- Cuando me marcho dejando una estela de espuma a mi paso se abren las encarnadas cortinas de los escaparates de los lupanares, no hay agujas de pinos sino agujas de yonkis en el suelo hundido, y la esclusa del sol se desangra en el horizonte de lo inmortal. Álea iacta est. Amén, amén.

Ámsterdam, verano de 2019