Pasó el otoño, época de castañas y calabazas, un periodo eminéntemente desolador, triste, enfermizo... también literario; ya estamos en invierno, que no lo es menos. El que tenga la dicha de
disfrutar del fuego de una chimenea por hallarse en lugares fríos, en esta época puede
darse el placer de leer a escritores como Poe y sus cuentos
macabros o poemas, o a Bécquer y sus leyendas. Para mí estas dos estaciones son
en las que más me apetece leerlos, aunque con ambos no existe una época
del año propicia, sino que más bien sería obligatorio leerlos una vez al mes.
Haciendo referencia al escritor norteamericano, no creo que nadie en su época se imaginase que
Poe pudiera llegar a convertirse en el auténtico bestseller –ese
concepto bastardo y repugnante– que hoy en día es cuando falleció prácticamente en la indigencia a causa de sus problemas de drogas y alcoholismo y afectado por una larga lista de
enfermedades, amén de ser repudiado por la misma sociedad que hoy lo
venera. Si bien Edgar Allan Poe estuvo trabajando para diversos periódicos en los que a duras penas se ganó la vida y el sustento diario, apenas tuvo reconocimiento
literario en vida.
Aunque
el concepto de éxito de aquellos años no pueda extrapolarse al actual, tan global y mediatizado el nuestro, el hecho de ser famosos desde el más
allá no es un tema nuevo, algo que le ha sucedido por ejemplo a Franz
Kafka, cuya obra se publicó sin excesiva relevancia en revistas y
periódicos de la época, pero que Kafka sea considerado en la actualidad como
uno de los más grandes e influyentes escritores de la literatura
universal es en parte gracias a que su amigo y editor Max Brod no
cumplió con la última voluntad (ese concepto tan mitificado) del escritor y no llegó a destruir los
manuscritos que Kafka le pidió que hiciese desaparecer. Lo siento
Kafka; gracias Brod.
La
historia de la literatura está llena de anécdotas en cuanto a rechazos
por parte de las editoriales, siendo uno de los más sonados el que
aconteció a Marcel Proust con la primera entrega de su espectacular obra
(no sólo por la calidad, además ocupaba siete tomos) En busca del tiempo perdido (1913-1927).
Una de estas editoriales a las que le ofrecía la primera parte de su
libro le contestó de esta guisa: “Mi querido amigo, puede que esté
muerto de cuello para arriba, pero aun así no veo por qué un tío puede
necesitar treinta páginas para describir cómo cambia de postura en la
cama antes de dormir”. Ante el sistemático rechazo por parte de las
editoriales, Proust acabó costeándose la publicación de esa primera
parte.
Otro tercer apartado de escritores que disfrutan en el Olimpo Literario del Más Allá
(A: escaso éxito en vida; B: rechazo por parte de las editoriales) es
el de aquellos que han obtenido un éxito póstumo. El más reciente de ellos es el caso del escritor sueco Stieg Larsson y su trilogía Millennium,
todo un fenómeno literario y el claro ejemplo de un auténtico
bestseller con adaptaciones cinematográficas incluidas, pero un autor
que jamás pudo disfrutar del éxito en vida. Aunque más terrible fue el
caso de John Kennedy Toole, al que ninguna editorial aceptó publicar su
obra, hecho que le acarreó una profundísima depresión que finalmente le
llevó al suicidio. Casi una década después de su muerte, en 1980 y
gracias a la insistencia de su madre, la obra fue publicada. Lo que
resulta más hiriente es que en 1981 obtuviese el Premio Pulitzer.
To be continued...
http://www.hojaenblanco.com/el-sorprendente-asunto-de-los-manuscritos-rechazados/
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