Con el escritor Roger Wolfe contacté por vez primera en el año 2015 cuando coordinaba un monográfico en homenaje a T. S. Eliot para la revista Ravenswood Magazine, y desde entonces surgió una amistad verdadera y constante que resulta harto difícil de mantener con vida en esta jungla que supone la literatura y los espurios vericuetos de la edición. Posteriormente le edité la pequeña colección de ensayos Oras en la vida y Pasos en el corredor, poemario que bautizamos con el sobrenombre de The White Album. Quedaba pendiente encontrarnos in the flesh, ya fuera en la capital o bien en algún punto en el que se da cita la trascendental Luz del Sur, sustantivos ambos que suponen dos novelas del señor Lobo: El Sur es un sitio grande y la autobiografía Luz en la arena, dos exquisitos libros editados por ZUT ediciones.
Por fin acordamos lugar y día: en Madrid, coincidiendo con el Jueves Santo; fecha inmejorable. Roger escogió el barrio: Vallecas-Entrevías, y también el restaurante: Cruz Blanca, en donde probamos un delicioso cocido elaborado y servido como mandan los cánones castizos y que dio pie a que yo mismo esbozase un poema que veremos a ver en qué queda. Nos acompañó Eva, mi mujer (fotógrafa de Entre diques y esclusas. Antología de poesía neerlandesa actual), y su hija mayor. Los momentos quedaron inmortalizados por Eva con la Nikon de Roger (fotografías que me envió al día siguiente viradas a diferentes tonalidades sepias) y la conversación versó sobre poesía, Eliot y Pound, enfermedades y política (que en este país son sinónimo), acerca de Bukowski y el realismo (sucio y no sucio), música, ediciones y rendiciones (el corrector lo prefiere a reediciones) de libros, editoriales y malvados editores que compiten con el mismísimo Barbarroja, y hasta recordamos el magnífico programa literario que dirigía Sánchez Dragó (¡y qué perra es la vida!, pues justo cuando redacto estas líneas leo con enorme tristeza de su repentino fallecimiento). Roger nos dedicó un par de libros que trajimos de casa (tenemos casi toda su obra ya dedicada): una antología poética de Renacimiento y su celebérrimo ¡Que te follen, Nostradamus!. El día era como de primavera andaluza, rozando lo veraniego. Tras la comida anduvimos unos metros hasta llegar a una terraza cercana con el fin de tomar un café (yo una copa de orujo con hielo, aunque lo que me apetecía realmente eran unos torreznos), y así estuvimos charlando bajo la sombra hasta bien entrada la tarde y con el humo del cigarrillo de Roger mezclándose con el olor de nuestros cigarros electrónicos.
FOTOGRAFÍAS: © Eva M. Gómez Gómez
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