sábado, 27 de marzo de 2021

CIUDAD MORI Y EL AUTOEXILIO DE SERGIO MAYOR

He postergado una y otra vez la redacción de esta reseña (o más bien insignificante apunte) acerca del libro de Sergio Mayor Ciudad Mori (Karima Editora, con magnífica fotografía de cubierta de J. L. López Bretones). Primero demorada, y más tarde abandonada, y no por desidia, no por falta de interés, sino derrotado de impotencia. Isaac Luria, el místico y cabalista judío del siglo XVI, explicaba cómo Dios creó el Universo y, puesto que éste ocupaba todo el Espacio, se contrajo y se exilió de sí mismo, se autoexilió, para ser precisos, con el fin de poder crear, y a aquella «contracción» la denominó Tsimtsum. 

Nunca he leído nada similar a lo que escribe Sergio Mayor, ni probablemente haya nadie con quien compararlo. No sé qué es lo que escribe, no podría definirlo: ¿meditaciones?, ¿profecías?, ¿microrrelatos?, ¿ensayo? o ¿sermones como los de John Donne?; ¿una imposible summa theologiae?; dejémoslo «simplemente» en composiciones literarias. Me he referido a Luria porque mientras leía su libro daba la sensación de que Mayor se encontraba en un sublime acto de contracción para una vez autoexiliado dejar que el torrente de palabras crease el texto por sí solo; y por eso yo me encontraba ante el vacío del folio, incapaz de escribir nada, contra el blanco cegador, como el segundo antes de la muerte de un alpinista en la soledad de la infinita montaña. 

© Ideal

Tres meses después de terminar el libro de Ciudad Mori aún no soy capaz de hablar de él ni expresar lo que he sentido con su lectura, porque me ha dejado seco de palabras. No me ha sorprendido, porque aún sigo estupefacto; no me he sentido sobrecogido al llegar a su última página, porque todavía me hallaba paralizado cuando hace años comencé a leer sus textos en las redes sociales. Poco después le sugerí que sus escritos podían ser perfectos para inaugurar la revista Atonaal; Sergio Mayor encontró extraña mi petición, casi insultante, se negó, se resistió, pero accedió, como un favor, y así fue la génesis de ese primer número monográfico que bauticé como «Escritos sacros en la era de la peste digital {AñO <0}». Edité con ansiedad y asombro la revista y sus textos, e incluí en portada un enigmático grabado que aparece en el libro del poeta romántico neerlandés Willem Bilderdijk De ondergang de eerste wareld [La decadencia del primer mundo], mientras su lectura era el hermoso viaje hacia ninguna parte. Como en Ciudad Mori también el epicentro de esas visiones remitían a Granada a lomos de sugerentes alucinaciones y él su personaje principal de la mano de un reconocible doppelgänger; disecciona la urbe y deambula por sus calles, le practica una necropsia para luego hacerla revivir, si bien la resucita en el pasado, aunque hable del presente, elucubrada en sueños y revelaciones. 

Pero tampoco sé quién es realmente Sergio Mayor: un anacoreta, un místico o un profeta; un hombre que vive en el Sur en una cueva, un personaje salido de los relatos de Poe o Lovecraft, el amigo de los perros y las sierras, un señor que espía a las estrellas o el que se deja acariciar por el viento; no lo sé, pero sí sé que es un escritor inconmensurable, y que faltan adjetivos pues éstos no han sido inventados. No puedo decir nada más sobre su libro, pues una palabra más, o más alta una que otra tratando de justificar este texto bastaría para corromper su creación y romper el delicado equilibro que haría precipitarse todo al vacío... y yo entonces sería un farsante; pero podría escribir, para seguir dejando inconcluso este insignificante apunte, que nunca nadie ha leído nada igual a Ciudad Mori, ergo: Ciudad Mori y Sergio Mayor no existen; tampoco quienes lo han leído; sólo permanecen los que no lo leerán jamás; mi consejo es que no lo lean.