UNA MALETA REBOSANTE DE LIBROS

No alcanzo a imaginar una ancianidad más placentera que 
aquella que transcurre en un país no demasiado remoto 
donde yo podría releer y anotar mis libros favoritos.

 ANDRÉ MAUROIS 

Ya lo tengo todo preparado: me voy; estoy de camino. He dudado con la maleta, con esa que uso cuando viajo en avión, de la que siempre me quejo porque es excesivamente grande, rígida y pesada; la que en verano transita ligera por pasillos de aeropuertos y en invierno atiborro de cosas, siempre imponiendo un cierto desorden dentro del orden más básico; ésa es la que he elegido, aunque el viaje sea por mar, a una tierra ignota y lejana. Me envuelve la brisa poderosa del mar, golpeándome la cara, y el olor a sal que se transforma en líquido y recorre los dedos de las manos.

Hago uso de la lista que durante décadas he ido confeccionando para esta ocasión, con aquellos ejemplares que han marcado mi vida, una lista que ha ido actualizándose —nunca eliminándose ningún autor u obra sino ampliándose—,  distinguiéndose fácilmente por las diversas tonalidades de tintas que han ido marcando el papel: azul más o menos claro, la tinta de la pluma, en negro o azulado muy suave.

Después de llenarla no la he pesado. He que subirme sobre ella para poder cerrarla, y no al segundo sino al tercer intento y con gran esfuerzo lo he conseguido. Pesa mucho más de los veinte kilos de rigor, ese número mágico aeroportuario, y con alegría sé que los he rebasado con creces, quizá el doble, seguro que más, pero ya no volveré salvo con la relectura de todos esas historias; no necesito más. La maleta pesa tanto que da la sensación de contener uno o dos cadáveres, pero no son muertos, sino miles de vivos y son sus vidas —reales o ficticias— las que llevo en su interior, que al fin y al cabo también las he vivido yo y hasta me pertenecen; mi vida también va dentro.

Bouquinistas de París
Lo más duro y doloroso ha sido dejar a ciertos autores que ya tenía preparados, pero no había más espacio y debía escoger a unos en lugar de otros: escritores y obras que darían para otra maleta, aunque no pueda calificarlos como secundarios, ni mucho menos... y ya de camino, así ha quedado:

MALETA DE LIBROS QUE ME LLEVO A UNA ISLA DESIERTA 

Poesía y Lírica: La Odisea (Homero); Divina comedia (Dante); De Reis van Sint Brandaan [El viaje de San Brandán] (Anónimo); Rimas (Bécquer); Campos de Castilla y Soledades (A. Machado); Hojas de hierba (Walt Whitman); Poesías completas: Pessoa, Trakl, Kavafis, José María Álvarez, Slauerhoff, Cernuda, Dylan Thomas, Eliot, Valente, Pound, J. Gil de Biedma, Cees Nooteboom, Lucebert, Hugo Claus, Charles Baudelaire y Charles Simic.

Teatro: De klucht van de koe [La farsa de la vaca], De klucht van de molenaar [La farsa del molinero] y Spaansche Brabander [El brabanzón español] (G.A. Bredero); Los emplazados (E. Canetti); Romeo y Julieta, Hamlet y Macbeth (Shakespeare); Una novia en la mañana (Hugo Claus).

Novela, Relatos y Prosa: Auto de fe y La lengua absuelta (Canetti); La colemena y Madera de boj (Cela); Quijote (Cervantes); La pena de Bélgica (H. Claus); Los tres mosqueteros (Dumas); Moby Dick (Melville); El atentado y El descubrimiento del cielo (H. Mulisch); Rituales, El día de todas las almas y La historia siguiente (Nooteboom); Narraciones extraordinarias (Poe); El reino prohibido, Espuma y ceniza y De opstand van Guadalajara [La revuelta de Guadalajara] (Slauerhoff); La isla del tesoro (Stevenson); Drácula (Stoker); El hobbit (anotado) y El señor de los anillos (Tolkien); El cuarto oscuro de Damocles y No dormir nunca más (W. F. Hermans); El camino y El hereje (Delibes); Infancia, Juventud y En medio de ninguna parte (Coetzee); El extranjero y La Peste (Camus); Obras completas (y otros cuentos), La oveja negra y demás fábulas y Movimiento perpetuo (Monterroso); Ulises (Joyce); Cristo nuevamente crucificado (Kazantzakis); La montaña mágica (Thomas Mann); Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn (Twain); El proceso y La metamorfosis (Kafka); Historia universal de la infamia y Ficciones (Borges); Leyendas (Bécquer); Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada (García Márquez); Almas muertas (Gogol); Crimen y castigo (Dostoievski); La muerte de Ivan Ilich (Tolstoi); Journaal [Cuaderno de bitácora] (Bontekoe); Las noches (G. Reve); Sostiene Pereira (Tabucchi); El camino de la capillita (Louis Paul Boon).   

Ensayo, biografías y otros: Torá; Germania (Tácito); Confesiones de un comedor de opio (Quincey); Apuntes (Canetti); Tumbas (Nooteboom/Simone Sassen); Slauerhoff. Een biografie (Wim Hazeu); La puta y el ciudadano (Lotte van de Pol); Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo (Sala Rose); Spinoza: A Life (Steven Nadler); Diarios (Hilario Barrero); El lugar de la palabra. Ensayo sobre Cábala y poesía contemporánea (Elisa Martín Ortega); Het gesticht. Drie maanden Den Dolder (Menno Wigman); Groot woordenboek der Nederlandsche taal [El gran diccionario de la lengua neerlandesa]; El Luthier de Delft: música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza (Ramón Andrés). 

Es un listado tan personal —y sobre todo sentimental— que puede que alguien eche en falta alguna obra o autor, e incluso que se escandalicen por cierta elección, pero la decisión ha sido tan meditada que no se aceptan sugerencias. Me dejo a muchos novelistas (Mahfuz, Doyle, Ribeyro), poetas (J. R. Jiménez, Auden) y obras, algunas que por su peso no puedo llevarme aunque me hayan acompañado desde siempre (Dioscórides renovado de P. F. Quer), así como cómics (Asterix, Tintín, Corto Maltés), y mis ejemplares de bibliofilia, pues me llevo ediciones normales, que para aligerar peso bien podría hacer como Cortázar en su viaje en tren por Italia: arrancar las hojas y arrojarlas por la ventanilla, aunque sé que yo sería incapaz de hacerlo pues va contra mis principios. Ha sido doloroso dejarlos, así que ruego que nadie me pida hacer esa estúpida lista de 20 obras, y mucho menos de 10; sería una tortura. Ya veo tierra firme, y quizá deambule por siempre por un mar sin puertos ni costas, como uno de los malditos de los que Slauerhoff hablaba —como él era—; pero ya sí, tendré todo el tiempo del mundo para leer.