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viernes, 20 de noviembre de 2015

T. S. ELIOT EN ESTADO CRÍTICO

Es tan inconmensurable el rol que Thomas Stearns Eliot ha jugado en la poesía universal e incluso en la dramaturgia, que su excelsa pericia como crítico literario queda en muchos momentos sepultada y aniquilada hasta caer casi en el  olvido. Y esta amnesia a la que hago referencia queda refrendada en la dificultad de encontrar sus libros de crítica y ensayos en castellano, o bien porque jamás se han editado o por estar descatalogados desde hace años.

Si hace un tiempo me introduje con enorme regocijo en los ensayos de Eliot con La aventura sin fin, de la mano de Andreu Jaume con una edición soberbia (traducción de Juan Antonio Montiel), cayó en mis manos hace poco Sobre la poesía y los poetas (Editorial Sur, Buenos Aires, 1959), un libro fatigado, desgastado y amarillento, con olor a polvo y humedad, pero de una clarividencia más moderna y certera que aquella sobre la que nuestra consciencia como lectores y creadores se erige. T. S. Eliot fue uno de los autores adscritos al New Criticism, una corriente de la teoría literaria fundamental para entender la literatura del pasado siglo XX.

Para entender el New Criticism
Sobre la poesía y los poetas está estructurado en dos partes bien diferenciadas:  en la primera de ellas aparenta ser una especie de teoría de la poesía, mientras en la segunda detalla la vida y obra de creadores como Yeats, Virgilio, Shakespeare, Milton, Goethe... tocando otros aspectos como el verso libre. Debe explicarse que en La aventura sin fin aparecen muchos de estos ensayos, pues éste es algo así como una suerte de antología crítica y ensayística de Eliot que buena falta hacía en lengua española.

Si existiera –o quizá ya existe– una carrera universitaria que en exclusividad versase sobre la poesía, a buen seguro que los ensayos y críticas de Eliot con piezas como «¿Qué es un clásico?», «La función social de la poesía» o «Las fronteras de la crítica», supondrían la base sobre la que se asentaría el estudio de la poesía occidental, de tal forma que las palabras que lo componen son una verdad axiomática o un dogma inquebrantable. Eliot fue y aún lo sigue siendo una autoridad en la literatura anglosajona que de paso le llevó a revisar toda la literatura occidental mediante una labor pedagógica y  didáctica en la que trató de determinar los límites y problemas de la poesía, cambiar los hábitos de lectura poética, definir conceptos y en definitiva limpiar la broza del grano allanando la labor de los futuros lectores y críticos literarios.

Eliot en el año 1926 a las puertas de la editorial Faber a la que entró a trabajar un año antes
No es esta la primera ni será la última ocasión en la que irremediablemente mi camino me lleve hasta Eliot, el mejor y más influyente poeta del siglo XX y uno de los más grandes de todos los tiempos, heredero de los Dante, Blake, Milton, que a su vez llevó a cabo una labor crítica brillante y exhaustiva cuyas ideas aún siguen y seguirán siendo vigentes para las futuras generaciones.

Mientras tanto, en estos días y lejos aún del mes de abril –el más cruel de todos–, volveré a mi encuentro anual (que empieza a ser semestral) con La tierra baldía, en esta ocasión con la versión de José María Álvarez*, dos autores nacidos desde la misma poética y naturalmente emparentados, si bien en mi opinión Álvarez es ligeramente más poundiano que eliotiano.

*Traducción que apareció en primer lugar en 1987 en la Revista Barcarola, y posteriormente en Renacimiento. Revista de Literatura (en 2008).

lunes, 12 de mayo de 2014

ELIOT, THOMAS STEARNS ELIOT: EL POETA INFINITO



He terminado de leer La aventura sin fin (Lumen, 2011), una recopilación de los ensayos menos conocidos de T.S. Eliot: Eliot en estado puro. Cuando por vez primera abrí un poemario de éste, y relajado comencé a leer sus versos, cambié por completo mi modo de entender la poesía, concluyendo que todo lo que había hecho hasta esos años no había sido en balde, ni siquiera erróneo, sino que me había estado preparando para llegar hasta su estilo poético: descarnado, experimental, crudo, simbolista y extrañamente evocador; fue como si algo rasgase mi interior, un escalofrío... y evidentemente, desde entonces cambié mi forma de leer poesía, quedando tocado por su intento rupturista –que por suerte consiguió– de cambiar la poesía anglosajona e influyendo de manera sobresaliente en el resto de poesías del mundo.

Para acercarse a los ensayos de Eliot se debe conocer previamente todo el universo del poeta –ensayista, dramaturgo, crítico, editor...–, sus parentescos, sus familias poéticas y literarias, sus filias, sus fobias, su infinito trasfondo, su lado interior –u oculto–, su origen, su principio y su fin... tomando prestado uno de sus versos (In my beginning is my end). Afirmaba que si no hubiese llegado a Inglaterra su poesía jamás se hubiese desarrollado así; pero si no hubiese nacido en EE.UU. tampoco; jugando con doble baraja, o con las cartas marcadas... este era Eliot.

T.S. Eliot (1888-1965)
La edición, a cargo de Andreu Jaume (los ensayos traducidos por Juan Antonio Montiel) es de un  resultado inmejorable, en primer lugar por la elección de los ensayos, y en segundo por la cantidad de notas que aporta a cada uno de los textos, pues una edición de Eliot (o de Pound y otros de la misma estirpe) sin anotaciones que aporten luz a sus escritos, es una edición incompleta, desmembrada, inútil; hasta el mismo poeta anotaba sus obras, dada la complejidad y referencias a las que aluden sus versos (vid. La tierra baldía). Las notas de Jaume, exquisitas y esenciales, podrían leerse hasta de manera independiente sin necesidad (exagero) de leer los ensayos, como un libro dentro de otro.

De lo leído extraigo mis propias conclusiones sobre el escritor: los románticos ingleses (Wordsworth, Coleridge, Byron –al que también critica–, Shelley, Keats) influyeron en su primera época, como Blake, y también Milton, si bien con este último tuvo sus más y sus menos, pleiteando en un ensayo en el que prácticamente llega a crucificarlo. A Yeats lo comenzó a admirar después de muerto, y de los simbolistas Laforgue fue su predilecto y evidentemente Baudelaire; de entre los poetas metafísicos Donne, pero fue por el poeta menor George Herbert por quien sintió más debilidad... y por encima de todos amaba a Dante y a Shakespeare, admiración que quedó reflejada en sendos ensayos, dos dedicados al florentino y otro al dramaturgo inglés.

Cada año releo sus poemas, de manera religiosa (un concepto muy eliotiano) La tierra baldía y Cuatro cuartetos. Y el poeta sigue vivo, su semilla, las voces o los ecos de su poesía latente en la de otros, en los versos de Cernuda, Gil de Biedma, Valente... y Eliot aún sigue produciéndome escalofríos.

...in my end is my beginning.