Mostrando entradas con la etiqueta Thomas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Thomas. Mostrar todas las entradas

domingo, 2 de noviembre de 2014

LA LEYENDA DEL INDOMABLE

En la figura de Dylan Thomas (Swansea, 27 de octubre de 1914 - NY, 6 de noviembre de 1953) confluyen todos los elementos necesarios para hablar de un poeta mítico: lírica sublime, dueño de una voz envolvente, y esta última no menos incisiva, ser acusado de arrastrar excesos (alcohólicos y borracheras legendarias) que bien pudo ser el motivo de su prematura muerte; todo ello sin ni tan siquiera haber alcanzado los cuarenta años de vida.

Para la nieta del poeta, Hannah Ellis, todo cuanto se ha hablado de su abuelo acerca de sus jaranas y la explotación del lado bohemio (puede que quisiera decir juerguista, tabernero, canalla nocturno) y sus fabulosas melopeas eran en muchos casos falsas o al menos exageradas; para ella, esto ha hecho que la enorme calidad literaria del poeta galés quede ensombrecida y ciertamente apocada, (yo disiento).


Nada de él ha quedado sepultado por el paso de los años, y ni mucho menos por la muerte: su herencia simbolista, el carácter elegíaco que encierra toda su obra, la oscuridad de sus versos, la perfección estilística y la innegable conexión con Eliot. Sus poemas tienen la particularidad de alcanzar mayor dimensión cuando son leídos en voz alta; acaso mejor escuchados. Se le acusa, los que no pueden imputarle nada, de ser excesivamente barroco y rimbombante. Para ellos, envidiosos, este ostentoso poema: 

Y la muerte no tendrá señorío.  
Desnudos los muertos, ellos serán uno 
con el hombre del viento y la luna del oeste;
cuando sus huesos descarnados limpios se dispersen,
astros tendrán por codo y pie;
aunque enloquezcan serán cuerdos, 
resucitarán aunque se hundan en el mar;  
aunque los amantes se pierdan quedará el amor;  
y la muerte no tendrá señorío.
(...)
 
Dylan Thomas llegó el 20 de octubre de 1953 a Nueva York, y lo hizo para morir, aunque la excusa fuese para tomar parte de un interminable tour de lecturas poéticas. Y de costa a costa, aún retumba su frase lapidaria —imposible más precisa— brotando de aquellos labios agonizantes, sus últimas palabras: "He bebido dieciocho vasos de whisky, creo que es todo un record".

Lo afirmado al comienzo en cuanto a los elementos necesarios para encasillar a un poeta en el marco de lo mítico, no significa que aquellos que carecen de alguna de ellas (en especial de las dos últimas), no puedan llegar al olimpo de los poetas excelsos. En España, la semilla Thomas germinó en los Valente y Gil de Biedma, curiosamente en los mismos que quedó plantada la raíz de T. S. Eliot.

Hace justamente una semana comenzó a celebrarse el centenario del nacimiento de Thomas, pero a los poetas, como a los santos (mucho tienen de sobrehumanos y celestiales) hay que celebrarlos en su muerte —salvo que estén vivos o como Nicanor Parra se llegue a los cien años—; es ese momento cuando cierran, como el galés, el círculo perfecto de la poesía encarcelada en toda una vida.

(...)
y leo, en una concha,
la muerte clara como campana de boya.
(...)

*Muertes y entradas. Dylan Thomas. Traducción Niall Binns y Vanesa Pérez-Sauquillo. Huerga y Fierro. Madrid, 2003.

sábado, 18 de enero de 2014

BORRACHERAS LITERARIAS Y RESACAS DE MUERTE

El académico Muñoz Molina ha publicado en El País un interesantísmo artículo sobre alcohol y literatura a raíz de la obra de The Trip to Echo Spring: On Writers and Drinking, de Olivia Laing, y que me he tomado la licencia de glosar en este post.

Afirma Molina con razón y rotundidad académica que a Laing le agrada revisar las tortuosas vidas de aquellos cuyos senderos se descarriaron hasta un fin fatal, si bien sus vidas y sus muertes se nos representan exquisitas y lo vigente resulta anodino, lo normal intranscendete, y el malditismo brota como un elemento atrayente y perturbador, como una hemorragia difícil de frenar.

Pocos encarnan tan excepcionalmente al escritor alcohólico como Edgar Allan Poe, el paradigma del sufridor y del delirium tremens que para desgracia suya no fue una pose ni una leyenda urbana sino una cruda realidad, si bien dentro de las sustancias adictivas al escritor norteamericano se le asocia a más de una, mas el alcohol se considera "su sustancia", la que le llevó a una muerte trágica, aunque a dicho ocaso se le considere tremendamente romántico, poético y literario, o todos aquellos adjetivos que se les ocurran... y no lo fuese tanto ni mucho menos.

Tan bien ha representado Poe la figura de escritor esclavizado por el alcohol, que hace unos años llegó a salir en EE.UU. una bellísima edición filatélica (de la que soy poseedor), sello, sobre e ilustración incluida en la que se le asociaba sin tapujos a su dependencia.


No resulta muy difícil citar una docena de escritores esclavizados al menos por el alcohol:
Dylan Thomas («He bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un record», dijo antes de morir), Malcon Lowry (soberbia y enigmática su novela Bajo el volcán, enjalbegada con sus excelsas descripciones y el mezcal), Hemingway (al hispanista Brenan le abrumaba su aplastante y etílica personalidad), Thomas de Quincey (adicto al opio con un precioso tratado sobre éste), Bukowski y Kerouac (ambos de la Generación Beat y consumidores de varias sustancias), Alejandro Dumas (excelente gourmet y bebedor nato que acompañaba su delicado paladar de exquisitos manjares), los malditos politoxicómanos Verlaine, Corbière o Rimbaud, y otros como Baudelaire, Li Po, Capote e incluso Catulo, o nuestros compatriotas Quevedo y Lope de Vega, muy amigos de las tabernas y oscuros tugurios de vino peleón. Dicen algunos estudiosos de la literatura que tanto el interbellum como tras el fin de la II Guerra Mundial fue el periodo en el que proliferaron el mayor número de literatos alcohólicos... y es probable, aunque han existido siempre.

Remata Muñoz Molina al final de su artículo a modo de rotunda moraleja: A nadie se le ocurre hacer romanticismo del cáncer y de la literatura, pero todavía queda por ahí quien asocia la bebida con el talento literario o artístico. Pero al único sitio a donde lleva el viaje del alcohol es al sufrimiento, el deterioro y la ruina.

En 1875, los restos de Poe fueron trasladados a Baltimore, donde descansan junto a los de su esposa Virginia 
Y al final, dijo Poe:  «¡Que Dios ayude a mi pobre alma!».