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jueves, 7 de marzo de 2024

ASÍ SE FUNDÓ EL DAM SOBRE EL AMSTEL (2021)

ASÍ SE FUNDÓ EL DAM SOBRE EL AMSTEL (2021)

Así se fundó Carnaby Street
LEOPOLDO MARÍA PANERO


Entro ex professo en una taberna de viejos lobos de mar, junto a un canal en Chinatown (soy Jake Gittes, detective privado), Quartier Putain, ni un turista: el lugar preciso en el que explosionó la ciudad principal del Inferno. Abro sus puertas batwing con ambas manos: plano detalle de cada una de las miradas ciñéndose contra mi esqueleto: me he dejado crecer un espeso bigote, por lo que pueda acontecer, como el de Wyatt Earp en el tiroteo del O.K. Corral de Tombstone. Los presentes están sentados sobre el big bang amstelodamum y me miran con la curiosidad con la que se observa al extranjero, todos se conocen y les confunde que hable su idioma y mi aspecto sureño. Sus tatuajes arrugados por el sol ―los míos ocultos bajo la ropa―, su acento aguardentoso, del Mokum, sentenciarían los de «El Lugar», cuando me percato de mi inferioridad de canas. Mi entrada al tugurio es como un Cristo versus Arizona, frente a un vulgar coffee shop que en nada se asemeja a los mágicos fumaderos de opio que frecuentaba el sifilítico Baudelaire, el suicida Nerval o Slauerhoff el tísico. Tampoco guardan estos antros relación alguna con aquel escandaloso viaje-huida a Londres de Verlaine y Rimbaud, poseído por el hachís, una temporada en el infierno: poco después, a orillas del Támesis, se transforma en un opiófago vampirizado. Intuyen que también soy marinero, pero de alta montaña, me vengo arriba y hago el gesto de sacar la pipa, pero la tabernera, dos metros de altura bajo el nivel del mar, se acerca amenazante y la dejo quieta en el bolsillo: «Ni se te ocurra tocarla», leo en sus ojos. El local es un sosias dark version del Louis's, el restaurante en el que Michael Corleone mató a Sollozo y al capitán de la policía McClusky, por lo que probablemente también me hayan dejado en la cisterna del aseo una pistola. En un póster junto al water closet aparecen los últimos ganadores del campeonato de bebedores de cerveza, como una suerte de mitología griega abreviada, me tiro un farol: «Podría beber más cerveza que cualquiera de vosotros», cara de póker generalizada, y acto seguido se carcajean histriónicos, les miento a Michiel de Ruyter en Siracusa al servicio de la Corona española y sin pausa contraataco hablando del concepto de sustancia según Spinoza, «ebrio de Dios» cito a Novalis, me adentro en el área con la negación de la dualidad mente-cuerpo en un dedo, pero desde la barra un tipo con bigote blanco (un abrebotellas al cuello) afirma ex cathedra que Messi es Dios, “niet God maar wel een god” («no Dios sino un dios») puntualizo. “Je suis l'étranger”, medito recordando a Camus cuando il menssagero de Amazon entra al garito como Johann S. Bach lo haría por su casa. «En el Sur se muere mejor», proclamo a los cuatro vientos a modo de Profecía antes de pagar arrojando mis últimas monedas sobre la barra de madera encharcada: Bring Me the Head of Alfredo Garcia, y se ponen serios, touché, Van Broncas se me arrima como un Miura ensangrentado, me encomiendo a san Bonifacio en la batalla final al amanecer y acto seguido me acuerdo de Gallito empitonado mortalmente en Talavera de la Reina, ¡Robert Johnson que estás en los cielos, a esta ciudad le quedan cuatro días, lo sé, y la odio con locura enfermiza, eso también lo sé y también lo saben ellos! 

P.S.- Cuando me marcho dejando una estela de espuma a mi paso se abren las encarnadas cortinas de los escaparates de los lupanares, no hay agujas de pinos sino agujas de yonkis en el suelo hundido, y la esclusa del sol se desangra en el horizonte de lo inmortal. Álea iacta est. Amén, amén.

Ámsterdam, verano de 2021




miércoles, 22 de enero de 2014

LA MUSA VERDE

Vidrio en forma de exigua y delicada botellita, que esconde dentro un genio, verde como el cristal que lo acoge... hada o diablillo a partes iguales. 

He continuado indagando sobre la extraña y atractiva relación entre literatura y alcohol, recordando una excelente antología de textos literarios que incluye poesía, teatro y prosa (diarios, novelas, artículos) de diferentes literatos en los que el común denominador es aquello que el mago y ocultista Aleister Crowley bautizó como la diosa verde; la absenta. El libro, escrito en neerlandés, se titula De gifgroene muze. Absint in de literatuur, (La musa de color verde fluorescente. La absenta en la literatura) editado en 2005 por Uitgeverij Bas & Lubberhuizen en Ámsterdam. Bastantes años antes, un caluroso verano también adquirí allí por vez primera unas botellitas de absenta, que si no recuerdo mal eran de un 68% de graduación alcohólica. El vidrio verdoso que contiene el embriagador líquido se construye formando bellísimas formas para retenerlo, por miedo a que su espíritu se rebele y desee salir.

De gifgroene muze. Absint in de literatuur
La absenta (o ajenjo), amarga bebida alcohólica que arrastra un ligero sabor anisado es junto al láudano –cuya base es el opio y está compuesto principalmente por vino blanco, clavo, azafrán y canela– un elemento mítico enormemente ligado a la literatura y los escritores del siglo XIX.

Alrededor de la absenta confluye todo un halo de misticismo y hasta romanticismo de la que carece cualquier vulgar sustancia actual, una bebida que ha llegado a estar prohibida en varios países, como en Francia. Aquí un artículo divulgativo de interés.

Publicidad de Lucid, actual empresa norteamericana dedicada a la producción de absenta
Resultaría infinita una lista de escritores que fueron consumidores de absenta y alardearon de ello: Wilde, Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Strindberg, Artaud, Gide, Cocteau (un genio esclavizado por el opio) o Slauerhoff (el poeta maldito neerlandés). En la tumba de Cortázar, en el cementerio parisino del Montparnasse, sus visitantes suelen colocar una botella de absenta sobre la lápida.

La asociación entre la absenta y los gatos –el escritor argentino era dueño de uno– ha sido una constante desde que comenzó a producirse y publicitarse la bebida espirituosa, probablemente porque el olor a hierbas que desprende la absenta sea enormemente atractivo para estos animales. En alguna ocasión también tendré que escribir lo ligados que han estado estos animales a grandes escritores.   

La antología que cito al comienzo del post comienza con una significativa cita bíblica con la que concluyo:

El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Y el nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se convirtieron en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se hicieron amargas.
Apocalipsis, 8, 10-11

sábado, 18 de enero de 2014

BORRACHERAS LITERARIAS Y RESACAS DE MUERTE

El académico Muñoz Molina ha publicado en El País un interesantísmo artículo sobre alcohol y literatura a raíz de la obra de The Trip to Echo Spring: On Writers and Drinking, de Olivia Laing, y que me he tomado la licencia de glosar en este post.

Afirma Molina con razón y rotundidad académica que a Laing le agrada revisar las tortuosas vidas de aquellos cuyos senderos se descarriaron hasta un fin fatal, si bien sus vidas y sus muertes se nos representan exquisitas y lo vigente resulta anodino, lo normal intranscendete, y el malditismo brota como un elemento atrayente y perturbador, como una hemorragia difícil de frenar.

Pocos encarnan tan excepcionalmente al escritor alcohólico como Edgar Allan Poe, el paradigma del sufridor y del delirium tremens que para desgracia suya no fue una pose ni una leyenda urbana sino una cruda realidad, si bien dentro de las sustancias adictivas al escritor norteamericano se le asocia a más de una, mas el alcohol se considera "su sustancia", la que le llevó a una muerte trágica, aunque a dicho ocaso se le considere tremendamente romántico, poético y literario, o todos aquellos adjetivos que se les ocurran... y no lo fuese tanto ni mucho menos.

Tan bien ha representado Poe la figura de escritor esclavizado por el alcohol, que hace unos años llegó a salir en EE.UU. una bellísima edición filatélica (de la que soy poseedor), sello, sobre e ilustración incluida en la que se le asociaba sin tapujos a su dependencia.


No resulta muy difícil citar una docena de escritores esclavizados al menos por el alcohol:
Dylan Thomas («He bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un record», dijo antes de morir), Malcon Lowry (soberbia y enigmática su novela Bajo el volcán, enjalbegada con sus excelsas descripciones y el mezcal), Hemingway (al hispanista Brenan le abrumaba su aplastante y etílica personalidad), Thomas de Quincey (adicto al opio con un precioso tratado sobre éste), Bukowski y Kerouac (ambos de la Generación Beat y consumidores de varias sustancias), Alejandro Dumas (excelente gourmet y bebedor nato que acompañaba su delicado paladar de exquisitos manjares), los malditos politoxicómanos Verlaine, Corbière o Rimbaud, y otros como Baudelaire, Li Po, Capote e incluso Catulo, o nuestros compatriotas Quevedo y Lope de Vega, muy amigos de las tabernas y oscuros tugurios de vino peleón. Dicen algunos estudiosos de la literatura que tanto el interbellum como tras el fin de la II Guerra Mundial fue el periodo en el que proliferaron el mayor número de literatos alcohólicos... y es probable, aunque han existido siempre.

Remata Muñoz Molina al final de su artículo a modo de rotunda moraleja: A nadie se le ocurre hacer romanticismo del cáncer y de la literatura, pero todavía queda por ahí quien asocia la bebida con el talento literario o artístico. Pero al único sitio a donde lleva el viaje del alcohol es al sufrimiento, el deterioro y la ruina.

En 1875, los restos de Poe fueron trasladados a Baltimore, donde descansan junto a los de su esposa Virginia 
Y al final, dijo Poe:  «¡Que Dios ayude a mi pobre alma!».