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martes, 7 de octubre de 2014

MACABROS Y MALDITOS

Cuando hace unos meses apareció en los medios escritos aquella sugerente noticia en la que se aseguraba que la Universidad de Harvard había descubierto en su biblioteca tres libros encuadernados con piel procedente de un hombre desollado vivo, pensé que sería la guinda perfecta —encuadernarlos de tal guisa— para una nueva edición de estos cuentos. La práctica de utilizar piel humana para encuadernar libros fue un hecho relativamente popular durante el siglo XVII… pero no en el actual, y como no hallé voluntarios ni a nadie le entusiasmó la idea, me conformé con que esta nueva edición simplemente volviese a renacer. 


No imaginé tener que volver a hablar de este libro, como no imaginé nunca que pudiese existir no una cuarta, sino ni tan siquiera una segunda edición. Las satisfacciones que estos relatos en forma de libro que a cada momento continúan abordándome no sólo tienen que ver con que sigan teniendo lectores —placer impagable y hermoso y summum del proceso creativo de todo escritor—, ni con las críticas positivas que han aparecido en periódicos o blogs y tanto me han sonrojado, y ni tan siquiera por aquellos que han contactado conmigo —como ese parapsicólogo que me inquiría sobre algún aspecto para saber cuánto había de realidad (poco o casi nada) en alguno de los relatos—. No, el mayor de los deleites se ha producido cuando algún entusiasta lector me ha comentado que tras leer estos, mis cuentos, ha descubierto a Poe, Lovecraft o Bécquer, o por contra ha vuelto a releerlos y disfrutar con ellos. 

En esta nueva edición (ilustrada) aparecen nuevos relatos, entre ellos tres fábulas (dos con moraleja), fingiendo —sólo eso— pertenecer más a la progenie de las compuestas por Monterroso que a aquéllas de Esopo, y puede que el lector encuentre que muchos de estos cuentos —entre ellos las citadas fábulas— nada aportan de miedo ni terror, mas estoy seguro que cuando sean analizados —la mayoría requieren de más tiempo para ello del que se sirven en ser leídos— comprenderán que son en esencia completamente terroríficos.  Muchos de estos nuevos relatos siguen teniendo lugar en ese hermoso pueblo no tan ficticio llamado Terra Nivis, como sucede con la mayoría de los antiguos, y las influencias literarias continúan siendo las mismas: Poe (referencia suprema), Lovecraft, Kafka, Bécquer, Slauerhoff, Chéjov, Monterroso (a él también le debo mucho)… así como las cinematográficas: Hitchcock, Lynch, Ibáñez Serrador, Polanski… con una buena dosis de humor macabro, miedo, confusión y terror,  buscando en muchos de ellos mayor experimentalismo, dando una vuelta de tuerca y estrujando a mi estilo el género del cuento, con composiciones aún más breves, como las citadas fábulas que acompañan al microrrelato, todo un conjunto de lo que los anglosajones denominan short-short stories y nosotros hemos (mal) traducido como relato corto, un rotundo pleonasmo, pues el relato siempre es corto.  

Todas las características y lo afirmado en el proemio primitivo de estos cuentos resulta válido para esta edición, sin borrar ni una coma, con la misma esencia, y aunque dé la sensación de ser el mismo libro, haciendo uso del principio del posmodernismo con esa dualidad ficción-realidad y jugando con la confusión, este libro es el mismo pero a la vez (con esos nuevos relatos e ilustraciones) ya no lo es.

Los infinitos Poes que habitan en los relatos

Y justo cuando tal día como hoy se cumple el 165º aniversario de la muerte del maestro de lo macabro. La Muerte y nuevas muertes, humor negro, fantasmas, necrofilia y sadismo, enterramientos en vida, suicidios, enajenaciones mentales y asesinatos, vampiros y no muertos, canibalismo, venganzas... y hasta fábulas... narraciones influidas por Bécquer, Slauerhoff, Lovecraft, Chéjov o Monterroso, pero especialemente por Edgar Allan Poe.

Un día después de la muerte del escritor, a las 4 de la tarde del lunes 8 de octubre de 1849, tuvo lugar su funeral en Baltimore, celebrado con una ceremonia sencilla a la que asistieron un reducido número de personas. El tío de Edgar, Henry Herring, se hizo con un simple féretro de caoba, y un primo, Neilson Poe, consiguió el coche fúnebre. El poeta, crítico, periodista y novelista, fue enterrado en un ataúd barato al que le faltaban las manijas con el que poder portearlo; éste tenía una placa e iba forrado de trapo, con un almohadón para su cabeza. La esposa de Moran aportó el sudario. El funeral fue oficiado por el reverendo W. T. D. Clemm, primo de Virginia, la esposa de Poe muerta de tuberculosis en 1847, que decidió que no valía la pena pronunciar un sermón debido a la poca afluencia de personas, por lo que la ceremonia al completo apenas duró tres minutos. Los pocos que acudieron a ella la recuerdan como una tarde fría y húmeda. En palabras del sacristán George W. Spence, fue descrito como «un día oscuro y gris, sin lluvia, pero medio áspero y amenazador.»

El 9 de octubre de 1849, al día siguiente de su entierro y dos tras su fallecimiento, Rufus Wilmot Griswold, su albacea literario (y rival personal), publicó el poema Annabel Lee como parte de su obituario en el Daily Tribune de Nueva York.

Toca de nuevo, brindar o bien emborracharse, con vino amontillado, recordando en este día el 165º aniversario de la muerte de Edgar Allan Poe, aunque éste nunca llegó a morir y su alma pervive hasta estos días oscuros.

domingo, 23 de febrero de 2014

EL DE MONTERROSO, EL MICRORRELATO MÁS RETWITTEADO DEL MUNDO

Hace años que vengo profesando una mayor dedicación a la lectura de microrrelatos y relato breve en general. Quizá porque la falta de tiempo me conduce a ello, o puede que sea porque la micronarrativa encarna y posee a la perfección todo lo necesario para disfrutar de una buena lectura y a la vez evocar uno por uno aquellos elementos –que ni mucho menos son exclusivos– de la literatura inconmensurable de interminables libros; aunque probablemente sea por ambas cosas. 

El relato hiperbreve El dinosaurio, de Monterroso junto al dibujo del mismo autor



Con el que más disfruto y mi predilecto por encima de todos es el guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003), narrativa breve que curiosamente me hace ser capaz de enumerar una interminable lista de alabanzas y beneficios para la salud lectora y física. Mucho mérito tuvo Monterroso siendo capaz de sobrevivir fuera de aquel monstruo que fue el boom latinoamericano, ya que el guatemalteco compartía muchas características con los autores más representativos del mismo, pero desde una posición exógena, desde la distancia. A la literatura de Monterroso la conocí en mi primer año universitario gracias a un librito que aún conservo: El eclipse y otros cuentos, editado por Alianza (Cien). Reconozco que masqué aquellas páginas un poco trastocado por la brevedad de sus relatos, en especial el renombrado y archifamoso El dinosaurio, sin creer realmente si aquello  –ese microrrelato– podía ni tan siquiera existir. Bien es cierto que la exquisita literatura de este sublime escritor está llena de referencias a autores clásicos y preñada de una crítica ácida, en ocasiones palpable, en otras latente, y todo recubierto de un fino sentido del humor, de un humor negro y macabro en muchos casos.

Hace ahora un año hablé sobre microliteratura y Monterroso en un artículo que titulé El tweet más perfecto de la (pre)historia, y reconzco que lo redacté harto de oír hablar de tweets y demás expresiones y estilos que las redes sociales han usurpado como si fuese ahora cuando se ha descubierto la brevedad en el texto o la expresión lacónica, reclamando y exigiendo con aquel artículo la paternidad del tweet para el genial guatemalteco. 

Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 21 de diciembre de 1921-Ciudad de México, 7 de febrero de 2003)
El dinosaurio, la citada obra, puesto que es una obra, es todo un fenómeno digno de estudio, y es que resulta extrañamente contradictorio que de tan diminuta composición haya nacido tanta literatura paralela y un número tan exagerado de opiniones, traducida a una decena de idiomas e incluida en otras tantas antologías. Un ejemplo: El dinosaurio anotado, de Lauro Zavala, un asombroso estudio del renombrado relato hiperbreve. Parece meridianamente claro que éste hace referencia al PRI mexicano encarnado en aquel dinosaurio perpetuo y omnipresente, pero si atendemos a su autor, "sus interpretaciones son tan infinitas como el universo mismo". A mí me resulta deliciosa esa relación simbólica tan contrapuesta entre un animal de proporciones gigantescas dentro de una composición tan breve, pero conseguida; pura y delicada paradoja de magistral ejecución. 

De Monterroso, como si hubiese sido inoculado por algún virus, pasé a leer las breves composiciones de Kafka, que también tiene mucho que decir dentro de la micronarrativa, y más tarde a Borges, Max Aub, Ribeyro y últimamente a Fernando Iwasaki. Y de aquellos primeros años universitarios, antes de saber nada de microliteratura, conservo una composición que yo mismo hice a la que curiosamente he recurrido en varias ocasiones, como en esta última, y que comprende su desarrollo, nudo y desenlace en apenas una docena de palabras, pero que entonces no tenía ni la menor idea que aquello podía considerarse un microrrelato.

Afirmó de Monterroso Carlos Fuentes: "lo que a unos nos tomaba cien páginas, a él le tomaba una frase". Sé con total certeza que con el paso de los años la micronarrativa seguirá creciendo y su presencia literaria seguirá ampliándose, teniendo a Augusto Monterroso como su máxima figura y augurando también que el guatemalteco se agigantará tanto como un dinosaurio, pero esta vez uno del Jurásico. 


sábado, 4 de enero de 2014

LETRAS DESDE EL MÁS ALLÁ 1/2

Pasó el otoño, época de castañas y calabazas, un periodo eminéntemente desolador, triste, enfermizo... también literario; ya estamos en invierno, que no lo es menos. El que tenga la dicha de disfrutar del fuego de una chimenea por hallarse en lugares fríos, en esta época puede darse el placer de leer a escritores como Poe y sus cuentos macabros o poemas, o a Bécquer y sus leyendas. Para mí estas dos estaciones son en las que más me apetece leerlos, aunque con ambos no existe una época del año propicia, sino que más bien sería obligatorio leerlos una vez al mes.
Haciendo referencia al escritor norteamericano, no creo que nadie en su época se imaginase que Poe pudiera llegar a convertirse en el auténtico bestseller –ese concepto bastardo y repugnante– que hoy en día es cuando falleció prácticamente en la indigencia a causa de sus problemas de drogas y alcoholismo y afectado por una larga lista de enfermedades, amén de ser repudiado por la misma sociedad que hoy lo venera. Si bien Edgar Allan Poe estuvo trabajando para diversos periódicos en los que a duras penas se ganó la vida y el sustento diario, apenas tuvo reconocimiento literario en vida.


Aunque el concepto de éxito de aquellos años no pueda extrapolarse al actual, tan global y mediatizado el nuestro, el hecho de ser famosos desde el más allá no es un tema nuevo, algo que le ha sucedido por ejemplo a Franz Kafka, cuya obra se publicó sin excesiva relevancia en revistas y periódicos de la época, pero que Kafka sea considerado en la actualidad como uno de los más grandes e influyentes escritores de la literatura universal es en parte gracias a que su amigo y editor Max Brod no cumplió con la última voluntad (ese concepto tan mitificado) del escritor y no llegó a destruir los manuscritos que Kafka le pidió que hiciese desaparecer. Lo siento Kafka; gracias Brod.

La historia de la literatura está llena de anécdotas en cuanto a rechazos por parte de las editoriales, siendo uno de los más sonados el que aconteció a Marcel Proust con la primera entrega de su espectacular obra (no sólo por la calidad, además ocupaba siete tomos) En busca del tiempo perdido (1913-1927). Una de estas editoriales a las que le ofrecía la primera parte de su libro le contestó de esta guisa: “Mi querido amigo, puede que esté muerto de cuello para arriba, pero aun así no veo por qué un tío puede necesitar treinta páginas para describir cómo cambia de postura en la cama antes de dormir”. Ante el sistemático rechazo por parte de las editoriales, Proust acabó costeándose la publicación de esa primera parte.

Otro tercer apartado de escritores que disfrutan en el Olimpo Literario del Más Allá (A: escaso éxito en vida; B: rechazo por parte de las editoriales) es el de aquellos que han obtenido un éxito póstumo. El más reciente de ellos es el caso del escritor sueco Stieg Larsson y su trilogía Millennium, todo un fenómeno literario y el claro ejemplo de un auténtico bestseller con adaptaciones cinematográficas incluidas, pero un autor que jamás pudo disfrutar del éxito en vida. Aunque más terrible fue el caso de John Kennedy Toole, al que ninguna editorial aceptó publicar su obra, hecho que le acarreó una profundísima depresión que finalmente le llevó al suicidio. Casi una década después de su muerte, en 1980 y gracias a la insistencia de su madre, la obra fue publicada. Lo que resulta más hiriente es que en 1981 obtuviese el Premio Pulitzer.

To be continued...