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lunes, 10 de abril de 2023

CON ROGER WOLFE EN VALLECAS

Con el escritor Roger Wolfe contacté por vez primera en el año 2015 cuando coordinaba un monográfico en homenaje a T. S. Eliot para la revista Ravenswood Magazine, y desde entonces surgió una amistad verdadera y constante que resulta harto difícil de mantener con vida en esta jungla que supone la literatura y los espurios vericuetos de la edición. Posteriormente le edité la pequeña colección de ensayos Oras en la vida y Pasos en el corredor, poemario que bautizamos con el sobrenombre de The White Album. Quedaba pendiente encontrarnos in the flesh, ya fuera en la capital o bien en algún punto en el que se da cita la trascendental Luz del Sur, sustantivos ambos que suponen dos novelas del señor Lobo: El Sur es un sitio grande y la autobiografía Luz en la arena, dos exquisitos libros editados por ZUT ediciones. 

Por fin acordamos lugar y día: en Madrid, coincidiendo con el Jueves Santo; fecha inmejorable. Roger escogió el barrio: Vallecas-Entrevías, y también el restaurante: Cruz Blanca, en donde probamos un delicioso cocido elaborado y servido como mandan los cánones castizos y que dio pie a que yo mismo esbozase un poema que veremos a ver en qué queda. Nos acompañó Eva, mi mujer (fotógrafa de Entre diques y esclusas. Antología de poesía neerlandesa actual), y su hija mayor. Los momentos quedaron inmortalizados por Eva con la Nikon de Roger (fotografías que me envió al día siguiente viradas a diferentes tonalidades sepias) y la conversación versó sobre poesía, Eliot y Pound, enfermedades y política (que en este país son sinónimo), acerca de Bukowski y el realismo (sucio y no sucio), música, ediciones y rendiciones (el corrector lo prefiere a reediciones) de libros, editoriales y malvados editores que compiten con el mismísimo Barbarroja, y hasta recordamos el magnífico programa literario que dirigía Sánchez Dragó (¡y qué perra es la vida!, pues justo cuando redacto estas líneas leo con enorme tristeza de su repentino fallecimiento). Roger nos dedicó un par de libros que trajimos de casa (tenemos casi toda su obra ya dedicada): una antología poética de Renacimiento y su celebérrimo ¡Que te follen, Nostradamus!. El día era como de primavera andaluza, rozando lo veraniego. Tras la comida anduvimos unos metros hasta llegar a una terraza cercana con el fin de tomar un café (yo una copa de orujo con hielo, aunque lo que me apetecía realmente eran unos torreznos), y así estuvimos charlando bajo la sombra hasta bien entrada la tarde y con el humo del cigarrillo de Roger mezclándose con el olor de nuestros cigarros electrónicos. 


El encuentro resultó enormemente agradable pero excesivamente corto para todos, pues el tiempo pasó de una forma totalmente bukowskiana: como caballos salvajes sobre las colinas. Nos despedimos con el deseo de volver a encontrarnos en el Sur, quizá organizando ad hoc una lectura poética de nuestro The White Album en plan estrellas del punk. Por fin nos habíamos conocido en carne y hueso; por fin nos pusimos altura: el buen puñado de años y de centímetros que nos separan nunca han resultado un obstáculo; de Madrid, al cielo, sin duda. 

FOTOGRAFÍAS: © Eva M. Gómez Gómez

viernes, 23 de octubre de 2020

"PUERTAS DE ORO". LA ANTOLOGÍA POÉTICA DEFINITVA DE JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

 «Hay personas que tienen la memoria muy llena, pero el juicio muy vacío y hueco». 

MICHEL DE MONTAIGNE 

A ojos de un profano podría deducirse que resulta sencillo componer una antología poética: se escogen unos poemas, otros se dejan, aquellos de este apartado se ponen en cuarentena, este otro gusta pero los de las últimas páginas no tanto... pero no, no es así: en la labor del antologador debe conjugarse su propia visión personal y preferencias, con aquellas que se presuponen tendrán sus potenciales lectores, los que ya conozcan la obra pero también quienes habrían de conocerla, escogiendo con cuidado unos poemas y dejando otros, e incluso en detrimento del gusto personal de quien la lleva a buen puerto. Y si preparar una antología no es empresa fácil aunque lo aparente, escarbar y extraer los poemas más significativos de la obra de José María Álvarez (Cartagena, 1942) todavía resulta una labor de mayor complejidad, dada la excelencia y vastedad de sus composiciones. 

De José María Álvarez han aparecido diversas antologías poéticas en los últimos años, firmadas curiosamente por los mismos antologadores: Noelia Illán Conesa y Aldredo Rodríguez, dos consumados especialistas en su obra y amigos personales del escritor cartagenero. Haciendo un escueto repaso como simple enumeración, se ha publicado una antología basándose en sus ciudades predilectas, otra más teniendo como temática el amor más carnal y sensual, sello inconfundible en la poética de Álvarez (ambas en edición de Illán Conesa), y una antología más sobre su particular Venecia a cargo de Alfredo Rodríguez, que es quien se encarga de la más reciente, editada en Ars Poética bajo el título Puertas de oro

La importancia de la antología que ha preparado el poeta Alfredo Rodríguez radica en primer término en aquello expuesto al comienzo de esta reseña, y en segundo lugar en ser capaz de hacer una selección de su magno Museo de cera y resto de poemarios que forman el corpus poético de Álvarez y hacerlo con éxito. Como ya hace años que escribí sobre Museo de cera en este mismo espacio, no quiero ni caer en los mismos argumentos ni siquiera repasar lo que escribí antaño, aunque muy probablemente coincidan ambos textos. Hogaño, leyendo de nuevo los poemas que conforman esta antología, uno tiene la sensación de estar ante algo nuevo y electrizante, pero a la vez viviendo y respirando en un mundo antiguo, esplendoroso y por desgracia irrecuperable. El propio poeta considera que es autor de un sólo poemario que alcanzará en el futuro las dos mil páginas, pues los libros de poemas que van apareciendo están abocados, como un río a morir en el mar, a terminar formando parte de esa obra que simula ser su única composición y se articula de manera casi bíblica: una obra inconmensurable edificada de infinitos libros, como el engranaje que forma parte de la perfección innata de un reloj.


Puertas de oro es fiel reflejo de una obra que se mira en los Cantos de Pound cuando en su poesía aparece de improviso el fantasma del poeta de Idaho, aunque en otras ocasiones sus versos se travistan en los de La tierra baldía de Eliot, ambos poetas tan bien conocidos por Álvarez; pero su Museo de cera actual y el venidero es como Hojas de hierba de Walt Whitman, al que se le van adosando más y más libros como un leviatán desbocado e imantado. Álvarez es autor de un solo libro y de un solo poema dentro de otros, lubricado de borboteantes referencias; uno podría detenerse a leer sólo sus citas y dedicatorias a ilustres personajes y estar leyendo poesía. Los poemas que componen esta antología, perfectamente seleccionados por Rodríguez, en donde se mezclan odas a otros poetas, músicos y artistas, al amado Burke, por ejemplo, a la carne y el placer, a la Belleza, a la noche, el opio, el jazz... están perfectamente delimitados en un índice como ayuda para el neófito, que como amuse-gueule a esta antología acompaña un soberbio estudio preliminar de cuarentas páginas en el que Rodríguez analiza la obra poética de José María Álvarez  teniendo como epicentro sísmico su Museo de cera, en una edición impecable, total y definitiva en cuanto a antologías se refiere, y un mapa con claras instrucciones para adentrarse en otro universo. 

viernes, 31 de julio de 2015

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ: EL ÚLTIMO EXÉGETA DE LA ILÍADA

Con todo lo que llevo escrito 
se verá que yo soy partidario 
del caviar con un gran vino.

NÉSTOR LUJÁN


Sus ojos reflejan el mar azul puro y endurecido de las olas que surcó Ulises; su pluma interpreta con precisión los regueros de sangre y muerte de la Grecia antigua, pero también el mundo moderno y decadente, y como no, el placentero. A José María Álvarez (Cartagena, 1942) resulta casi imposible compararlo con otros poetas, ni con los vivos ni con aquellos que ya alimentan las malvas de los camposantos, titánica tarea la de disociar al Poeta y su Poesía, un todo granítico, denso, inseparable e incorrupto.

José María Álvarez (1942)
De un dilatadísimo recorrido como constructor de versos y traductor (siempre digo, parafraseando a Blondie "el bueno", que el mundo se divide en dos: los que escriben Constantino Cavafis, y los que lo escriben Konstantino Kavafis; y yo soy de los últimos, por Álvarez), viajero, maudit y residente en múltiples ciudades, sus trabajos aguijonean con saña al lector, que acaba por hipnotizarlo y seducirlo.

Pensad en Troya. 
                                      La historia es 
conocida: El viento 
de la destrucción arrasando 
sus murallas, el hierro griego que traspasa 
la carne de sus hijos, la peste de la muerte, 
los alaridos bestiales de Casandra. 
(...)

LA BELLEZA DE HELENA


En el poeta de Cartagena (y también de Venecia, Roma, París, Estambul...), los poetas de otrora enarbolan su voz, como brotando de las entrañas de un experimentado ventrílocuo: Eliot, Pound (un poco más de éste que del anterior), Kavafis, Homero, Stevenson, Baudelaire... mas con tesituras diferentes, únicas, rasgando la hoja sobre la que se asienta el poema, ardiendo y crepitando, pero a la vez con una poética singular y sin el más leve atisbo de comparación. Otros trovadores conviven en él, y el cine, el humo del tabaco, y Mozart, Lester Young, y el jazz que se paladea a altas horas de la madrugada, cuando el whisky queda aguado en un vaso ya sin fondo.

Inusual en la poesía en lengua española, Álvarez es fiel heredero del modernismo anglosajón, adalid de la vanguardia patria y rupturista con la tradicional estética de la forma (con él perdí mi complejo a creer que yo mismo incluía demasiadas citas en la introducción de mis poemas; fue un alivio) y el lenguaje.

(...)
Y la ciudad olvidó. 
Así pasarán éstos que ahora asolan 
sus piedras, y pasarán sus hijos, 
y nosotros que contra ellos 
nos levantamos. Los mismos pájaros limpiarán todos los huesos. 
Y la ciudad olvidará.

INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS


Hay libros que se compran y se olvidan sin ni tan siquiera ser leídos, porque es necesario poseerlos; otros, se leen pero también se les abandona en una orilla, y mueren en la languidez de la vida de su propietario; y existe otra especie –poemarios en este caso– que se leen y releen con pasión y sus versos muestran en cada ocasión nuevos mundos y matices, algo que ocurre con Museo de cera (1970, 1974, 1978, 1984, 1990, 1993 y 2002), un poemario tan bíblico como homérico (así lo definiría –seguro– Michaeleen Oge Flynn), gigantesco y salvaje, crepuscular (en el concepto de Sam Peckinpah), camaleónico, épico e inmortal, que crece y crece hasta dar la sensación de que sus versos y páginas terminarán por engullir al lector, un híbrido entre el Ulises de Joyce y el Moby Dick de Melville: ¡monstruoso! (y no sólo por su vastedad): de leyenda.
 
(...) Baluartes 
con carne herida que el sol pudre. 
Olor de sangre. Polvo 
amasado con sangre. Huesos sin tumba. (...)

JORGE MANRIQUE (O DOCTRINAL DE LOS CABALLEROS)


Es altamente recomendable que en cada ocasión que uno zarpe lejos, a más de doscientos kilómetros fuera del hogar, eche Museo de cera en la maleta; un poemario como guía de viaje en donde se podrá hallar todas las soluciones a los problemas que nuestra odisea particular nos pondrá en el camino, sobre todo si se cruza el mar, o es nuestro destino final.


Acostumbro en la tarde a pasear 
cerca de las naves llegadas al puerto. 
Contemplo el mar, los pájaros. 
Estoy envejeciendo. 
Olvidadme.
(...)

ELEGÍA

lunes, 12 de mayo de 2014

ELIOT, THOMAS STEARNS ELIOT: EL POETA INFINITO



He terminado de leer La aventura sin fin (Lumen, 2011), una recopilación de los ensayos menos conocidos de T.S. Eliot: Eliot en estado puro. Cuando por vez primera abrí un poemario de éste, y relajado comencé a leer sus versos, cambié por completo mi modo de entender la poesía, concluyendo que todo lo que había hecho hasta esos años no había sido en balde, ni siquiera erróneo, sino que me había estado preparando para llegar hasta su estilo poético: descarnado, experimental, crudo, simbolista y extrañamente evocador; fue como si algo rasgase mi interior, un escalofrío... y evidentemente, desde entonces cambié mi forma de leer poesía, quedando tocado por su intento rupturista –que por suerte consiguió– de cambiar la poesía anglosajona e influyendo de manera sobresaliente en el resto de poesías del mundo.

Para acercarse a los ensayos de Eliot se debe conocer previamente todo el universo del poeta –ensayista, dramaturgo, crítico, editor...–, sus parentescos, sus familias poéticas y literarias, sus filias, sus fobias, su infinito trasfondo, su lado interior –u oculto–, su origen, su principio y su fin... tomando prestado uno de sus versos (In my beginning is my end). Afirmaba que si no hubiese llegado a Inglaterra su poesía jamás se hubiese desarrollado así; pero si no hubiese nacido en EE.UU. tampoco; jugando con doble baraja, o con las cartas marcadas... este era Eliot.

T.S. Eliot (1888-1965)
La edición, a cargo de Andreu Jaume (los ensayos traducidos por Juan Antonio Montiel) es de un  resultado inmejorable, en primer lugar por la elección de los ensayos, y en segundo por la cantidad de notas que aporta a cada uno de los textos, pues una edición de Eliot (o de Pound y otros de la misma estirpe) sin anotaciones que aporten luz a sus escritos, es una edición incompleta, desmembrada, inútil; hasta el mismo poeta anotaba sus obras, dada la complejidad y referencias a las que aluden sus versos (vid. La tierra baldía). Las notas de Jaume, exquisitas y esenciales, podrían leerse hasta de manera independiente sin necesidad (exagero) de leer los ensayos, como un libro dentro de otro.

De lo leído extraigo mis propias conclusiones sobre el escritor: los románticos ingleses (Wordsworth, Coleridge, Byron –al que también critica–, Shelley, Keats) influyeron en su primera época, como Blake, y también Milton, si bien con este último tuvo sus más y sus menos, pleiteando en un ensayo en el que prácticamente llega a crucificarlo. A Yeats lo comenzó a admirar después de muerto, y de los simbolistas Laforgue fue su predilecto y evidentemente Baudelaire; de entre los poetas metafísicos Donne, pero fue por el poeta menor George Herbert por quien sintió más debilidad... y por encima de todos amaba a Dante y a Shakespeare, admiración que quedó reflejada en sendos ensayos, dos dedicados al florentino y otro al dramaturgo inglés.

Cada año releo sus poemas, de manera religiosa (un concepto muy eliotiano) La tierra baldía y Cuatro cuartetos. Y el poeta sigue vivo, su semilla, las voces o los ecos de su poesía latente en la de otros, en los versos de Cernuda, Gil de Biedma, Valente... y Eliot aún sigue produciéndome escalofríos.

...in my end is my beginning.

miércoles, 29 de enero de 2014

SOBRE GATOS CRONOPIOS Y SUS MASCOTAS LOS ESCRITORES

Pudiera dar la sensación que son en este caso los escritores los que eligen a sus gatos y mascotas, aunque bien observado es justo al contrario, siendo estos extraños animalitos los que los escogen a ellos.

Parece evidente que grandes escritores que han sido incapaces de convivir con sus semejantes –Hemingwayo en el mejor de los casos personas complejas que han carecido de las mínimas habilidades sociales –Bukowski–, han hallado en los gatos un fiel compañero. Algunos de ellos hasta han llegado a poseer un nombre, como Taki, la gata de Raymond Chandler, o el más famoso de ellos, Teodoro W. Adorno, el gato callejero francés, “negro y canalla” de Cortázar, y otros muchos escritores que incluso han llegado a tener más de media docena de felinos a lo largo de su vida: Twain, T.S. Eliot (autor del poemario felino El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum que constituye casi un tratado en la materia y que ha servido de inspiración para el musical Cats), Churchill (político más que escritor) o Colette (autora de la novela corta La gata).

El gato negro, de Poe, ilustrado por Aubrey Beardsley

Entre los muchos escritores que han inmortalizado al gato como protagonista de algún escrito existen infinidad de ejemplos, como Lovecraft en su relato Las ratas en las paredes, gatos en verso como el Tame Cat de Ezra Pound, o el poemario Las flores del mal de Baudelaire, animales casi omnipresentes y en donde aparecen hasta tres poemas cuyo protagonista es un gato. Otros escritores, como Slauerhoff –también tenía uno negro–, lo han comparado con una mujer:

Como un gato blanco, tendida y desnuda
Yace al sol, en una cama de flores;
Los senos de su pecho se descubren
Como cúpulas sobre los cálices.
 
Pero no todos los gatos han salido bien parados, como Plutón, protagonsita de El gato negro de Poe, en donde el animalito es torturado y maltratado hasta límites insospechados.

W.F. Hermans

Gran cantidad de escritores en lengua neerlandesa han tenido como compañero a un gato tal y como escribe el escritor y periodista Onno Blom en un artículo que titula: El gato es un ser humano de orden superior. En 1985, el fascinante escritor W.F. Hermans publicó el libro De liefde tussen mens en kat (El amor entre el ser humano y el gato), que de acuerdo con el dicho popular sobre las vidas de estos animales, el libro consta de nueve capítulos, aunque yo nunca tengo claro si son nueve o siete, pero eso ya es otra historia.

lunes, 20 de enero de 2014

ALCOHOL EN VERSO

Ayer estuve bebiendo vino; así celebré el 205º aniversario del nacimiento de Poe. Y aún a vueltas con la relación del alcohol y la literatura, recordé, mientras bebía, no a él sino unos versos de Pound. 

Nadie sabe con certeza cómo murió el poeta chino Li Po (Li Bai), si envenenado por mercurio obsesionado con la eterna juventud, o por el abuso de alcohol.

Li Po

 De similar complejidad es acertar con la causa del óbito de su amigo y también poeta Tu Fu (o Du Fu); una tuberculosis o una indigestión se barajan como causas posibles, pero nada seguro.
Du Fu
Para Ezra Pound ambos lo hicieron a causa del alcohol, y así lo expresa en su poema Epitaphs:

EPITAPHS

Fu I 

Fu I loved the high cloud and the hill, 
Alas, he died of alcohol.  

Li Po  

And Li Po also died drunk. 
He tried to embrace a moon 
In the Yellow River.