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lunes, 10 de abril de 2023

CON ROGER WOLFE EN VALLECAS

Con el escritor Roger Wolfe contacté por vez primera en el año 2015 cuando coordinaba un monográfico en homenaje a T. S. Eliot para la revista Ravenswood Magazine, y desde entonces surgió una amistad verdadera y constante que resulta harto difícil de mantener con vida en esta jungla que supone la literatura y los espurios vericuetos de la edición. Posteriormente le edité la pequeña colección de ensayos Oras en la vida y Pasos en el corredor, poemario que bautizamos con el sobrenombre de The White Album. Quedaba pendiente encontrarnos in the flesh, ya fuera en la capital o bien en algún punto en el que se da cita la trascendental Luz del Sur, sustantivos ambos que suponen dos novelas del señor Lobo: El Sur es un sitio grande y la autobiografía Luz en la arena, dos exquisitos libros editados por ZUT ediciones. 

Por fin acordamos lugar y día: en Madrid, coincidiendo con el Jueves Santo; fecha inmejorable. Roger escogió el barrio: Vallecas-Entrevías, y también el restaurante: Cruz Blanca, en donde probamos un delicioso cocido elaborado y servido como mandan los cánones castizos y que dio pie a que yo mismo esbozase un poema que veremos a ver en qué queda. Nos acompañó Eva, mi mujer (fotógrafa de Entre diques y esclusas. Antología de poesía neerlandesa actual), y su hija mayor. Los momentos quedaron inmortalizados por Eva con la Nikon de Roger (fotografías que me envió al día siguiente viradas a diferentes tonalidades sepias) y la conversación versó sobre poesía, Eliot y Pound, enfermedades y política (que en este país son sinónimo), acerca de Bukowski y el realismo (sucio y no sucio), música, ediciones y rendiciones (el corrector lo prefiere a reediciones) de libros, editoriales y malvados editores que compiten con el mismísimo Barbarroja, y hasta recordamos el magnífico programa literario que dirigía Sánchez Dragó (¡y qué perra es la vida!, pues justo cuando redacto estas líneas leo con enorme tristeza de su repentino fallecimiento). Roger nos dedicó un par de libros que trajimos de casa (tenemos casi toda su obra ya dedicada): una antología poética de Renacimiento y su celebérrimo ¡Que te follen, Nostradamus!. El día era como de primavera andaluza, rozando lo veraniego. Tras la comida anduvimos unos metros hasta llegar a una terraza cercana con el fin de tomar un café (yo una copa de orujo con hielo, aunque lo que me apetecía realmente eran unos torreznos), y así estuvimos charlando bajo la sombra hasta bien entrada la tarde y con el humo del cigarrillo de Roger mezclándose con el olor de nuestros cigarros electrónicos. 


El encuentro resultó enormemente agradable pero excesivamente corto para todos, pues el tiempo pasó de una forma totalmente bukowskiana: como caballos salvajes sobre las colinas. Nos despedimos con el deseo de volver a encontrarnos en el Sur, quizá organizando ad hoc una lectura poética de nuestro The White Album en plan estrellas del punk. Por fin nos habíamos conocido en carne y hueso; por fin nos pusimos altura: el buen puñado de años y de centímetros que nos separan nunca han resultado un obstáculo; de Madrid, al cielo, sin duda. 

FOTOGRAFÍAS: © Eva M. Gómez Gómez

viernes, 23 de octubre de 2020

"PUERTAS DE ORO". LA ANTOLOGÍA POÉTICA DEFINITVA DE JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

 «Hay personas que tienen la memoria muy llena, pero el juicio muy vacío y hueco». 

MICHEL DE MONTAIGNE 

A ojos de un profano podría deducirse que resulta sencillo componer una antología poética: se escogen unos poemas, otros se dejan, aquellos de este apartado se ponen en cuarentena, este otro gusta pero los de las últimas páginas no tanto... pero no, no es así: en la labor del antologador debe conjugarse su propia visión personal y preferencias, con aquellas que se presuponen tendrán sus potenciales lectores, los que ya conozcan la obra pero también quienes habrían de conocerla, escogiendo con cuidado unos poemas y dejando otros, e incluso en detrimento del gusto personal de quien la lleva a buen puerto. Y si preparar una antología no es empresa fácil aunque lo aparente, escarbar y extraer los poemas más significativos de la obra de José María Álvarez (Cartagena, 1942) todavía resulta una labor de mayor complejidad, dada la excelencia y vastedad de sus composiciones. 

De José María Álvarez han aparecido diversas antologías poéticas en los últimos años, firmadas curiosamente por los mismos antologadores: Noelia Illán Conesa y Aldredo Rodríguez, dos consumados especialistas en su obra y amigos personales del escritor cartagenero. Haciendo un escueto repaso como simple enumeración, se ha publicado una antología basándose en sus ciudades predilectas, otra más teniendo como temática el amor más carnal y sensual, sello inconfundible en la poética de Álvarez (ambas en edición de Illán Conesa), y una antología más sobre su particular Venecia a cargo de Alfredo Rodríguez, que es quien se encarga de la más reciente, editada en Ars Poética bajo el título Puertas de oro

La importancia de la antología que ha preparado el poeta Alfredo Rodríguez radica en primer término en aquello expuesto al comienzo de esta reseña, y en segundo lugar en ser capaz de hacer una selección de su magno Museo de cera y resto de poemarios que forman el corpus poético de Álvarez y hacerlo con éxito. Como ya hace años que escribí sobre Museo de cera en este mismo espacio, no quiero ni caer en los mismos argumentos ni siquiera repasar lo que escribí antaño, aunque muy probablemente coincidan ambos textos. Hogaño, leyendo de nuevo los poemas que conforman esta antología, uno tiene la sensación de estar ante algo nuevo y electrizante, pero a la vez viviendo y respirando en un mundo antiguo, esplendoroso y por desgracia irrecuperable. El propio poeta considera que es autor de un sólo poemario que alcanzará en el futuro las dos mil páginas, pues los libros de poemas que van apareciendo están abocados, como un río a morir en el mar, a terminar formando parte de esa obra que simula ser su única composición y se articula de manera casi bíblica: una obra inconmensurable edificada de infinitos libros, como el engranaje que forma parte de la perfección innata de un reloj.


Puertas de oro es fiel reflejo de una obra que se mira en los Cantos de Pound cuando en su poesía aparece de improviso el fantasma del poeta de Idaho, aunque en otras ocasiones sus versos se travistan en los de La tierra baldía de Eliot, ambos poetas tan bien conocidos por Álvarez; pero su Museo de cera actual y el venidero es como Hojas de hierba de Walt Whitman, al que se le van adosando más y más libros como un leviatán desbocado e imantado. Álvarez es autor de un solo libro y de un solo poema dentro de otros, lubricado de borboteantes referencias; uno podría detenerse a leer sólo sus citas y dedicatorias a ilustres personajes y estar leyendo poesía. Los poemas que componen esta antología, perfectamente seleccionados por Rodríguez, en donde se mezclan odas a otros poetas, músicos y artistas, al amado Burke, por ejemplo, a la carne y el placer, a la Belleza, a la noche, el opio, el jazz... están perfectamente delimitados en un índice como ayuda para el neófito, que como amuse-gueule a esta antología acompaña un soberbio estudio preliminar de cuarentas páginas en el que Rodríguez analiza la obra poética de José María Álvarez  teniendo como epicentro sísmico su Museo de cera, en una edición impecable, total y definitiva en cuanto a antologías se refiere, y un mapa con claras instrucciones para adentrarse en otro universo. 

miércoles, 17 de enero de 2018

DIBUJANDO LA EXÉGESIS DE UNA PENA. (C. S. LEWIS Y OTROS ESCRITORES CATÓLICOS)

 «Si Dios fuera un simple sustituto del amor,
habríamos perdido todo interés por Él».
C. S. LEWIS

Hemos tenido la suerte de que la literatura británica nos haya deleitado con un póker único e irrepetible de escritores que al mismo tiempo (como una casualidad que no es tal), poseen una característica común y esencial: el ser católicos y hacer proselitismo de esa condición tanto en su vida como en su obra. Me estoy refieriendo a T. S. Eliot, J. R. R. Tolkien, G. K. Chesterton y C. S. Lewis, circunscritos al mismo tiempo por una sugerente suerte de iniciales que no puedo dejar pasar por alto.

Gilbert Keith Chesterton
Los cuatro fueron virtuosos y refinados en una literatura que hoy en día sigue latente, desde la poesía de Eliot, considerado ya en vida un clásico y heredero de los Dante, Milton y Blake hasta alguna de las novelas de Chesterton (que también trabajó de manera minuciosa el ensayo) cuyo protagonista es el Padre Brown, en apariencia una persona inofensiva, y que significó el alumbramiento de un personaje genial. A Tolkien por desgracia hoy lo conoce hasta el que no lee nunca, desgracia porque considero que las películas que han hecho de sus novelas han banalizado de manera alarmante su trabajo. Su obra maestra, El Señor de los Anillos, es mucho más que la primera gran novela de la literatura fantástica: es el lugar en donde se da cita el choque atemporal e inmortal entre el Bien y el Mal y en cuyas páginas subyacen innumerables elementos propios de la teología católica. Y el cuarto de estos escritores católicos es C. S. Lewis, íntimo amigo de Tolkien, y que sin olvidar sus obras de fantasía, destaca de manera brillante en la apologética.

Lewis / Tolkien
Dos de ellos pasaron del agnosticismo más puro (e incluso del ateísmo) al catolicismo, como es el caso de Chesterton y el propio C. S. Lewis. T. S. Eliot, nacido en EE.UU. y cuyos antepasados eran de origen inglés, se naturalizó ciudadano británico en 1927, habiéndose convertido poco antes al anglo-catolicismo; años más tarde pronunció aquella contundente frase que constituye en sí una razón de ser y un credo: «Soy clásico en literatura, conservador en política y anglocatólico en religión». Y Tolkien, nacido en el seno de una familia baptista, fue convertido por su madre al catolicismo a la edad de ocho años, una conversión reforzada por el sacerdote católico Francis Xavier Morgan, de padre galés pero oriundo de Cádiz, que ejerció como tutor de Tolkien y supuso una notable influencia intelectual y teológica en su obra.

Mi primer acercamiento a Lewis fue a través de Tolkien, y en estos días, dos amigos de esos que llegan cuando uno se siente ahogado y prácticamente derrotado, me han prestado un par de libros de Lewis, entre ellos Una pena en observación, llevada al cine de manera magistral por Richard Attenborough con el título Tierras de penumbra y protagonizada de manera no menos sobresaliente por Anthony Hopkins y Debra Winger. Es un libro corto que aparenta por ello ser simple, pero resulta todo lo contrario, y es como un trozo de carne que hay que masticar una y otra vez hasta que por fin percibes que puede ser ingerido, y afirmo esto no de forma peyorativa, sino todo lo contrario: la brevedad de una obra que te deja la sensación de estar frente a la autopsia de una pena que el autor va desgranando ayudado de unas convicciones y una fe inquebrantables que estremecen a propios y extraños.


El librito expone de manera descarnada la pérdida de un ser querido, en este caso la esposa de Lewis, Helen Joy Davidson Gresham, con la que el escritor había contraído matrimonio en 1956 y terminó con la muerte de ésta en 1960. «Dios dónde se ha metido», se pregunta Lewis una y otra vez en las primeras páginas, casi parafraseando la frase de Cristo en la cruz (tomada del Salmo 21): «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», aunque su actitud nada tiene que ver con la postura desafiante que tiene Job con Dios, pues a pesar del duro trance por el que está pasando Lewis, ya en esos primeros momentos del libro deja bien claro que sigue creyendo y confiando en Dios y establece un paralelismo entre el matrimonio y la religión católica que tiene como nexo el amor.

Sigue relatando el escritor su pena, introduciéndose en ella, escarbando, ahogándose, y manifiesta, tras afirmar que no siempre tiene a Helen en mente, que «los ratos en que no estoy pensando en ella puede que sean los peores», y habla de las agonías y los momentos de locura que le sobrevienen en la noche, y sigue regalando frases impactantes, como cuando dice que «mi amor por H. y mi fe en Dios eran de una calidad muy parecida», o cuando justifica en cierto modo toda su desgracia y asume con estoicismo el dolor que le desgarra la vida: «Si existe un Dios bienintencionado, será que esas torturas son necesarias».

C. S. Lewis aplica una exhaustiva observación a su pena, la pérdida de su esposa, pero su práctica puede administrarse con el mismo fundamento a la muerte de los padres, o de un hermano, o más aún ante la pérdida o incluso ausencia de unos hijos. Merece la pena asombrarse con esta lectura y participar de ella.

viernes, 20 de noviembre de 2015

T. S. ELIOT EN ESTADO CRÍTICO

Es tan inconmensurable el rol que Thomas Stearns Eliot ha jugado en la poesía universal e incluso en la dramaturgia, que su excelsa pericia como crítico literario queda en muchos momentos sepultada y aniquilada hasta caer casi en el  olvido. Y esta amnesia a la que hago referencia queda refrendada en la dificultad de encontrar sus libros de crítica y ensayos en castellano, o bien porque jamás se han editado o por estar descatalogados desde hace años.

Si hace un tiempo me introduje con enorme regocijo en los ensayos de Eliot con La aventura sin fin, de la mano de Andreu Jaume con una edición soberbia (traducción de Juan Antonio Montiel), cayó en mis manos hace poco Sobre la poesía y los poetas (Editorial Sur, Buenos Aires, 1959), un libro fatigado, desgastado y amarillento, con olor a polvo y humedad, pero de una clarividencia más moderna y certera que aquella sobre la que nuestra consciencia como lectores y creadores se erige. T. S. Eliot fue uno de los autores adscritos al New Criticism, una corriente de la teoría literaria fundamental para entender la literatura del pasado siglo XX.

Para entender el New Criticism
Sobre la poesía y los poetas está estructurado en dos partes bien diferenciadas:  en la primera de ellas aparenta ser una especie de teoría de la poesía, mientras en la segunda detalla la vida y obra de creadores como Yeats, Virgilio, Shakespeare, Milton, Goethe... tocando otros aspectos como el verso libre. Debe explicarse que en La aventura sin fin aparecen muchos de estos ensayos, pues éste es algo así como una suerte de antología crítica y ensayística de Eliot que buena falta hacía en lengua española.

Si existiera –o quizá ya existe– una carrera universitaria que en exclusividad versase sobre la poesía, a buen seguro que los ensayos y críticas de Eliot con piezas como «¿Qué es un clásico?», «La función social de la poesía» o «Las fronteras de la crítica», supondrían la base sobre la que se asentaría el estudio de la poesía occidental, de tal forma que las palabras que lo componen son una verdad axiomática o un dogma inquebrantable. Eliot fue y aún lo sigue siendo una autoridad en la literatura anglosajona que de paso le llevó a revisar toda la literatura occidental mediante una labor pedagógica y  didáctica en la que trató de determinar los límites y problemas de la poesía, cambiar los hábitos de lectura poética, definir conceptos y en definitiva limpiar la broza del grano allanando la labor de los futuros lectores y críticos literarios.

Eliot en el año 1926 a las puertas de la editorial Faber a la que entró a trabajar un año antes
No es esta la primera ni será la última ocasión en la que irremediablemente mi camino me lleve hasta Eliot, el mejor y más influyente poeta del siglo XX y uno de los más grandes de todos los tiempos, heredero de los Dante, Blake, Milton, que a su vez llevó a cabo una labor crítica brillante y exhaustiva cuyas ideas aún siguen y seguirán siendo vigentes para las futuras generaciones.

Mientras tanto, en estos días y lejos aún del mes de abril –el más cruel de todos–, volveré a mi encuentro anual (que empieza a ser semestral) con La tierra baldía, en esta ocasión con la versión de José María Álvarez*, dos autores nacidos desde la misma poética y naturalmente emparentados, si bien en mi opinión Álvarez es ligeramente más poundiano que eliotiano.

*Traducción que apareció en primer lugar en 1987 en la Revista Barcarola, y posteriormente en Renacimiento. Revista de Literatura (en 2008).

jueves, 29 de octubre de 2015

PANÓPTICA PRIMERA (CU4TRO PANÓPITICOS). LA GALLA CIENCIA

Acaba de ver la luz otoñal el número cuatro de la revista de poesía La Galla Ciencia. Cuando ciertos gurús y falsos profetas presagiaban un oscuro futuro para el papel encuadernado, cinco intrépidos visionarios (Joaquín Baños, Vanessa Castaño, Noelia Illán, Samuel Jara y Daniel J. Rodríguez) se pusieron manos a la obra para contradecir a los repugnantes agoreros. Y no era sencillo resucitar el amor por la revista literaria y menos aún de poesía en un mundo engullido por lo digital: tan vulgar, rastrero; tan predecible.

A mí siempre me han fascinado las revistas literarias (y de esa fascinación surgió un humilde fanzine: Ravenswood Magazine), y en especial las de poesía, con sus textos vírgenes, nunca antes leídos por nadie, páginas rebosantes de poemas extraños, surgidos de lugares recónditos, en situaciones inverosímiles, hasta versos con formas imposibles, caligramas, construcciones vanguardistas como los de Joan Brossa en la revista Dau al Set. Hace décadas los poetas difundían en las revistas literarias parte de su obra, como un anticipo a un libro futuro, si bien incluso la publicación de la monografía resultaba secundaria o no se producía hasta mucho más tarde; para el bibliófilo, la edición en una revista de un poeta famoso puede ser hasta más valiosa que el propio libro.

Recuerdo en este momento al poeta Hugo Claus publicando en esa famosa revista de poesía vanguardista Tijd en Mens; o a Slauerhoff, que publicó en revistas no sólo poemas, también hizo lo propio con su opera prima: El reino prohibido, que vio la luz en diez entregas en la revista Forum antes de aparecer en forma de libro en noviembre de 1932; o como no, The Criterion, la legendaria revista fundada y editada por T.S. Eliot y en donde por vez primera La tierra baldía sorprendió al mundo. En España, La Revista de Occidente, fundada por Ortega y Gasset es toda una institución que aún sigue apareciendo mensualmente, al igual que El ciervo, aunque ninguna de éstas esté especializada en poesía.

The Criterion, nº 1(1922), en donde aparece por vez primera La tierra baldía.
La Galla Ciencia inició su andadura en febrero de 2014 con una periodicidad semestral. Ya desde su primer número contó con el importante apoyo de poetas y escritores (que no institucional, ¡faltaría más!), como por ejemplo el tristemente fallecido Paco Miranda Terrer (al que se le dedica este número cuatro), o nada menos que su eminencia José María Álvarez, Prince des Poètes. Y en esos primeros números ya admiré y disfruté con delectación las páginas de esta revista de nombre equívoco, sin llegar a pensar que yo mismo formaría parte de ésta en un futuro no tan lejano.

Si en su número DOS (octubre 2014) incluían el poemario El amor y media vuelta de Roger Wolfe, en el TRES (marzo 2015) recogían más de un centenar de poetas sudamericanos bajo el título La Nación generosa: 111 rutas al otro lado de mar, una tarea titánica que contó con las ilustraciones de Daniel Bilac, pues es marca de la casa el cuidado tanto del contenido como de la estética. Era harto difícil, pero la revista ha sido capaz –nuevamente– de renovarse aun inmersa en una originalidad, innovación y modernismo imposible de superar para transformar el CUATRO en un número doble: por un lado Limpios de carcaúba, ingeniosa idea en la que poetas vivos traducen a poetas vivos (salvo un par de salvedades); y por otro lado Panóptica primera, una antología de cuatro nuevos poetas.

Llama la atención de manera poderosa los singulares y sugerentes títulos que vertebran este último número. Aclarando el término, panóptico (dicho de un edificio) es la edificación construida de modo que toda su parte interior se pueda ver desde un solo punto, y que según Joaquín Baños –uno de los alquimistas de la revista– «hace referencia a esa visión multicardinal que tenemos de la poesía y de los cuatro autores jóvenes que conforman esa parte».

Panóptica Primera. Octubre 2015
Al leer los textos de los cuatro panópticos (si se me permite acuñar esta acepción) que formamos esta parte, uno percibe que no existe un estilo claramente común ni vínculo estético entre los cuatro, algo que también puede extenderse a las fuentes en las que nos basamos y poetas que nos influyen a la hora de componer: completamente dispares entre sí; en definitiva, cuatro voces muy distintas pero que poseen la particularidad de eclosionar en un momento y tiempo concreto y bajo mi punto de vista diferencias que enriquecen esta antología.

Para los amantes de la numerología, el cuatro (el 4, o el CU4TRO), es mucho más que un simple número; para los pitagóricos el cuatro era un símbolo esotérico que representaba los cuatro elementos (tierra, aire, fuego, agua); en la tradición cristiana su significado es múltiple (como ejemplo los cuatro evangelios); o el nombre de Dios, que en todas las grandes religiones está compuesto por cuatro letras. 

Según la línea editorial, los cuatro poetas panópticos (Valeria Canelas, María M. Bautista, Pablo Velasco Baleriola, y el que suscribe estas palabras) presentan una poesía renovada y/o novedosa (aunque es difícil extirpar la «novedad» en poesía) ejemplificada en una serie de textos (inéditos). El cuatro aparenta ser un simple número al azar, pero al final resulta ser mucho más que eso, encerrando un intento de equilibrio de estilos dispares y diversos, procedentes de diferentes partes de España e incluso de Sudamérica (Valeria Canelas) y confluyendo en una armonía de géneros (en todos los aspectos): dos hombres-dos mujeres. El mayor de los cuatro soy yo, Pablo Velasco el menor, y entre ambos Valeria Canelas y María M. Bautista, con un aspecto común entre todos como es el de dar a conocer nuestra poesía y obra desde una época reciente: dos o tres años a lo sumo; en mi caso concreto desde octubre de 2013. Cada uno cumple un rol sin saberlo, y al leer los textos como un todo indivisible, es cuando se descubre el aspecto diferenciador pero paradójicamante también aquello que desde esa diferencia nos une.


Mi sección, titulada El hierro de la lengua marchita está compuesta de tres partes. La primera responde a un poemario que será editado en los primeros meses de 2016 y fue escrito en 2013 durante un viaje a Grecia, principalmente a la grandiosa e inconmensurable Atenas, y a Halkida (la antigua Chalkís), en la isla de Eubea y alrededores, lo que a la postre no fue sólo un viaje físico, sino un viaje interior, espiritual y sobre todo poético que dio como resultado la gestación y alumbramiento de un cuaderno de bitácora en forma de poemario. La segunda parte presenta versos de un nuevo poemario (aún inconcluso pero muy avanzado), que comencé a escribir en 2014 y sigue la estela de los poemas que forman la primera parte, pero alejándose de éstos de forma paulatina conforme el tiempo de composición avanza. La tercera y última parte, titulada Más vale cien pájaros en mano, que buitre volando (Filosofía personal de un mundo ordinario) pertenece a mi cuaderno personal de apuntes de donde brotan muchos escritos y poemas futuros, una suerte de anotaciones, aforismos, pensamientos, poemas huérfanos de poemario, reflexiones, apuntes literarios, versos sueltos... que para mí son esenciales para escribir.
Convocatoria (osada) para su presentación en Madrid.
Y esta es La Galla Ciencia: una publicación tan hermosa como atrevida y rompedora, con un punto de necesario clasicismo pero hipermodernista y singular, sin analogía posible no en España, me atrevo a decir que fuera de nuestras fronteras. Nació para aglutinar todas las tendencias y voces poéticas sin exclusión; una publicación que si no lo es ya, se convertirá en breve en una revista mítica. Que siga, por muchos años, que siga cacareando. 

viernes, 31 de julio de 2015

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ: EL ÚLTIMO EXÉGETA DE LA ILÍADA

Con todo lo que llevo escrito 
se verá que yo soy partidario 
del caviar con un gran vino.

NÉSTOR LUJÁN


Sus ojos reflejan el mar azul puro y endurecido de las olas que surcó Ulises; su pluma interpreta con precisión los regueros de sangre y muerte de la Grecia antigua, pero también el mundo moderno y decadente, y como no, el placentero. A José María Álvarez (Cartagena, 1942) resulta casi imposible compararlo con otros poetas, ni con los vivos ni con aquellos que ya alimentan las malvas de los camposantos, titánica tarea la de disociar al Poeta y su Poesía, un todo granítico, denso, inseparable e incorrupto.

José María Álvarez (1942)
De un dilatadísimo recorrido como constructor de versos y traductor (siempre digo, parafraseando a Blondie "el bueno", que el mundo se divide en dos: los que escriben Constantino Cavafis, y los que lo escriben Konstantino Kavafis; y yo soy de los últimos, por Álvarez), viajero, maudit y residente en múltiples ciudades, sus trabajos aguijonean con saña al lector, que acaba por hipnotizarlo y seducirlo.

Pensad en Troya. 
                                      La historia es 
conocida: El viento 
de la destrucción arrasando 
sus murallas, el hierro griego que traspasa 
la carne de sus hijos, la peste de la muerte, 
los alaridos bestiales de Casandra. 
(...)

LA BELLEZA DE HELENA


En el poeta de Cartagena (y también de Venecia, Roma, París, Estambul...), los poetas de otrora enarbolan su voz, como brotando de las entrañas de un experimentado ventrílocuo: Eliot, Pound (un poco más de éste que del anterior), Kavafis, Homero, Stevenson, Baudelaire... mas con tesituras diferentes, únicas, rasgando la hoja sobre la que se asienta el poema, ardiendo y crepitando, pero a la vez con una poética singular y sin el más leve atisbo de comparación. Otros trovadores conviven en él, y el cine, el humo del tabaco, y Mozart, Lester Young, y el jazz que se paladea a altas horas de la madrugada, cuando el whisky queda aguado en un vaso ya sin fondo.

Inusual en la poesía en lengua española, Álvarez es fiel heredero del modernismo anglosajón, adalid de la vanguardia patria y rupturista con la tradicional estética de la forma (con él perdí mi complejo a creer que yo mismo incluía demasiadas citas en la introducción de mis poemas; fue un alivio) y el lenguaje.

(...)
Y la ciudad olvidó. 
Así pasarán éstos que ahora asolan 
sus piedras, y pasarán sus hijos, 
y nosotros que contra ellos 
nos levantamos. Los mismos pájaros limpiarán todos los huesos. 
Y la ciudad olvidará.

INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS


Hay libros que se compran y se olvidan sin ni tan siquiera ser leídos, porque es necesario poseerlos; otros, se leen pero también se les abandona en una orilla, y mueren en la languidez de la vida de su propietario; y existe otra especie –poemarios en este caso– que se leen y releen con pasión y sus versos muestran en cada ocasión nuevos mundos y matices, algo que ocurre con Museo de cera (1970, 1974, 1978, 1984, 1990, 1993 y 2002), un poemario tan bíblico como homérico (así lo definiría –seguro– Michaeleen Oge Flynn), gigantesco y salvaje, crepuscular (en el concepto de Sam Peckinpah), camaleónico, épico e inmortal, que crece y crece hasta dar la sensación de que sus versos y páginas terminarán por engullir al lector, un híbrido entre el Ulises de Joyce y el Moby Dick de Melville: ¡monstruoso! (y no sólo por su vastedad): de leyenda.
 
(...) Baluartes 
con carne herida que el sol pudre. 
Olor de sangre. Polvo 
amasado con sangre. Huesos sin tumba. (...)

JORGE MANRIQUE (O DOCTRINAL DE LOS CABALLEROS)


Es altamente recomendable que en cada ocasión que uno zarpe lejos, a más de doscientos kilómetros fuera del hogar, eche Museo de cera en la maleta; un poemario como guía de viaje en donde se podrá hallar todas las soluciones a los problemas que nuestra odisea particular nos pondrá en el camino, sobre todo si se cruza el mar, o es nuestro destino final.


Acostumbro en la tarde a pasear 
cerca de las naves llegadas al puerto. 
Contemplo el mar, los pájaros. 
Estoy envejeciendo. 
Olvidadme.
(...)

ELEGÍA

lunes, 16 de febrero de 2015

CONTRA GIL DE BIEDMA

Hace unos días volví a visionar El cónsul de Sodoma (Sigfrid Monleón, 2010), película basada en la vida del poeta Jaime Gil de Biedma; y volví a sentir lo mismo que la primera vez: una sensación agridulce. Bien es cierto que el filme relata con bastante fidelidad la vida social del poeta (atendiendo claro a la biografía de Miguel Dalmau Jaime Gil de Biedma. Retrato de un poeta), pero a pesar de ello la impresión que deja la imagen trazada por Monleón es la de estar resaltando el plano sexual para minimizar su parte literaria hasta dejar ésta en algo anecdótico cuando debiera ser todo lo contrario. El cónsul de Sodoma bien podría haberse titulado Contra Jaime Gil de Biedma (aunque nada tuviese que ver con estos versos): 
 
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, 
dejar atrás un sótano más negro 
que mi reputación —y ya es decir—, 
poner visillos blancos 
y tomar criada, 
renunciar a la vida de bohemio, 
si vienes luego tú, pelmazo, 
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, 
zángano de colmena, inútil, cacaseno, 
con tus manos lavadas, 
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?  

Te acompañan las barras de los bares 
últimos de la noche, los chulos, las floristas, 
las calles muertas de la madrugada 
y los ascensores de luz amarilla 
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo 
la cara destruida, con ojos todavía violentos 
que no quieres cerrar. Y si te increpo, 
te ríes, me recuerdas el pasado 
y dices que envejezco.
(...)

CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA - J. Gil de Biedma

Jaime Gil de Biedma (1929-1990)

El estilo poético de Gil de Biedma sorprende por poseer un lenguaje coloquial, directo, ausente de la búsqueda de palabras grandilocuentes, lleno de pesimismo y con una constante alusión a hechos autobiográficos amén de estar cargada de cierta crítica social. Esa forma autodestructiva, pesimista y nihilista se refleja en un poemario cuyo título lo dice todo: Poemas póstumos; y en composiciones como Contra Jaime Gil de Biedma, No volveré a ser joven o Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma. Queda claro que en el creador barcelonés resulta complicado disociar la vida de poeta y su vida social; su parte literaria y su vertiente humana, pero en la película se echa en falta un retrato más profundo de su poética (una de las más importantes y exquisitas del siglo pasado y referencia hasta hoy en día), lírico de raíz eliotiana que mantuvo correspondencia entre otros con Luis Cernuda o con el propio Eliot (se agradece la imagen de la película en la que Gil de Biedma aparece leyendo los Cuatro cuartetos del inglés).

Pero el biopic dirigido por Sigfrid Monleón (con una sobresaliente actuación de Jordi Mollá) se posa en exceso en los detalles escabrosos, en el plano sexual, en las personas con quienes el poeta se iba a la cama; y se echa de menos una exposición de cómo creaba, cómo componía (escaso o nulo en el filme) en lugar de tanto culo en penumbra y primeros planos de falos erectos, pero evidentemente, en ese caso pudiera resultar irrelevante e insatisfactorio para el gran público en general. Una oportunidad perdida.

(...)
En paz al fin conmigo, 
puedo ya recordarte 
no en las horas horribles, sino aquí 
en el verano del año pasado, 
cuando agolpadamente 
tantos meses borradas
regresan las imágenes felices 
traídas por tu imagen de la muerte… 
Agosto en el jardín, a pleno día.
(...)

DESPUÉS DE LA MUERTE DE JAIME GIL DE BIEDMA - J. Gil de Biedma

domingo, 2 de noviembre de 2014

LA LEYENDA DEL INDOMABLE

En la figura de Dylan Thomas (Swansea, 27 de octubre de 1914 - NY, 6 de noviembre de 1953) confluyen todos los elementos necesarios para hablar de un poeta mítico: lírica sublime, dueño de una voz envolvente, y esta última no menos incisiva, ser acusado de arrastrar excesos (alcohólicos y borracheras legendarias) que bien pudo ser el motivo de su prematura muerte; todo ello sin ni tan siquiera haber alcanzado los cuarenta años de vida.

Para la nieta del poeta, Hannah Ellis, todo cuanto se ha hablado de su abuelo acerca de sus jaranas y la explotación del lado bohemio (puede que quisiera decir juerguista, tabernero, canalla nocturno) y sus fabulosas melopeas eran en muchos casos falsas o al menos exageradas; para ella, esto ha hecho que la enorme calidad literaria del poeta galés quede ensombrecida y ciertamente apocada, (yo disiento).


Nada de él ha quedado sepultado por el paso de los años, y ni mucho menos por la muerte: su herencia simbolista, el carácter elegíaco que encierra toda su obra, la oscuridad de sus versos, la perfección estilística y la innegable conexión con Eliot. Sus poemas tienen la particularidad de alcanzar mayor dimensión cuando son leídos en voz alta; acaso mejor escuchados. Se le acusa, los que no pueden imputarle nada, de ser excesivamente barroco y rimbombante. Para ellos, envidiosos, este ostentoso poema: 

Y la muerte no tendrá señorío.  
Desnudos los muertos, ellos serán uno 
con el hombre del viento y la luna del oeste;
cuando sus huesos descarnados limpios se dispersen,
astros tendrán por codo y pie;
aunque enloquezcan serán cuerdos, 
resucitarán aunque se hundan en el mar;  
aunque los amantes se pierdan quedará el amor;  
y la muerte no tendrá señorío.
(...)
 
Dylan Thomas llegó el 20 de octubre de 1953 a Nueva York, y lo hizo para morir, aunque la excusa fuese para tomar parte de un interminable tour de lecturas poéticas. Y de costa a costa, aún retumba su frase lapidaria —imposible más precisa— brotando de aquellos labios agonizantes, sus últimas palabras: "He bebido dieciocho vasos de whisky, creo que es todo un record".

Lo afirmado al comienzo en cuanto a los elementos necesarios para encasillar a un poeta en el marco de lo mítico, no significa que aquellos que carecen de alguna de ellas (en especial de las dos últimas), no puedan llegar al olimpo de los poetas excelsos. En España, la semilla Thomas germinó en los Valente y Gil de Biedma, curiosamente en los mismos que quedó plantada la raíz de T. S. Eliot.

Hace justamente una semana comenzó a celebrarse el centenario del nacimiento de Thomas, pero a los poetas, como a los santos (mucho tienen de sobrehumanos y celestiales) hay que celebrarlos en su muerte —salvo que estén vivos o como Nicanor Parra se llegue a los cien años—; es ese momento cuando cierran, como el galés, el círculo perfecto de la poesía encarcelada en toda una vida.

(...)
y leo, en una concha,
la muerte clara como campana de boya.
(...)

*Muertes y entradas. Dylan Thomas. Traducción Niall Binns y Vanesa Pérez-Sauquillo. Huerga y Fierro. Madrid, 2003.

lunes, 12 de mayo de 2014

ELIOT, THOMAS STEARNS ELIOT: EL POETA INFINITO



He terminado de leer La aventura sin fin (Lumen, 2011), una recopilación de los ensayos menos conocidos de T.S. Eliot: Eliot en estado puro. Cuando por vez primera abrí un poemario de éste, y relajado comencé a leer sus versos, cambié por completo mi modo de entender la poesía, concluyendo que todo lo que había hecho hasta esos años no había sido en balde, ni siquiera erróneo, sino que me había estado preparando para llegar hasta su estilo poético: descarnado, experimental, crudo, simbolista y extrañamente evocador; fue como si algo rasgase mi interior, un escalofrío... y evidentemente, desde entonces cambié mi forma de leer poesía, quedando tocado por su intento rupturista –que por suerte consiguió– de cambiar la poesía anglosajona e influyendo de manera sobresaliente en el resto de poesías del mundo.

Para acercarse a los ensayos de Eliot se debe conocer previamente todo el universo del poeta –ensayista, dramaturgo, crítico, editor...–, sus parentescos, sus familias poéticas y literarias, sus filias, sus fobias, su infinito trasfondo, su lado interior –u oculto–, su origen, su principio y su fin... tomando prestado uno de sus versos (In my beginning is my end). Afirmaba que si no hubiese llegado a Inglaterra su poesía jamás se hubiese desarrollado así; pero si no hubiese nacido en EE.UU. tampoco; jugando con doble baraja, o con las cartas marcadas... este era Eliot.

T.S. Eliot (1888-1965)
La edición, a cargo de Andreu Jaume (los ensayos traducidos por Juan Antonio Montiel) es de un  resultado inmejorable, en primer lugar por la elección de los ensayos, y en segundo por la cantidad de notas que aporta a cada uno de los textos, pues una edición de Eliot (o de Pound y otros de la misma estirpe) sin anotaciones que aporten luz a sus escritos, es una edición incompleta, desmembrada, inútil; hasta el mismo poeta anotaba sus obras, dada la complejidad y referencias a las que aluden sus versos (vid. La tierra baldía). Las notas de Jaume, exquisitas y esenciales, podrían leerse hasta de manera independiente sin necesidad (exagero) de leer los ensayos, como un libro dentro de otro.

De lo leído extraigo mis propias conclusiones sobre el escritor: los románticos ingleses (Wordsworth, Coleridge, Byron –al que también critica–, Shelley, Keats) influyeron en su primera época, como Blake, y también Milton, si bien con este último tuvo sus más y sus menos, pleiteando en un ensayo en el que prácticamente llega a crucificarlo. A Yeats lo comenzó a admirar después de muerto, y de los simbolistas Laforgue fue su predilecto y evidentemente Baudelaire; de entre los poetas metafísicos Donne, pero fue por el poeta menor George Herbert por quien sintió más debilidad... y por encima de todos amaba a Dante y a Shakespeare, admiración que quedó reflejada en sendos ensayos, dos dedicados al florentino y otro al dramaturgo inglés.

Cada año releo sus poemas, de manera religiosa (un concepto muy eliotiano) La tierra baldía y Cuatro cuartetos. Y el poeta sigue vivo, su semilla, las voces o los ecos de su poesía latente en la de otros, en los versos de Cernuda, Gil de Biedma, Valente... y Eliot aún sigue produciéndome escalofríos.

...in my end is my beginning.

miércoles, 29 de enero de 2014

SOBRE GATOS CRONOPIOS Y SUS MASCOTAS LOS ESCRITORES

Pudiera dar la sensación que son en este caso los escritores los que eligen a sus gatos y mascotas, aunque bien observado es justo al contrario, siendo estos extraños animalitos los que los escogen a ellos.

Parece evidente que grandes escritores que han sido incapaces de convivir con sus semejantes –Hemingwayo en el mejor de los casos personas complejas que han carecido de las mínimas habilidades sociales –Bukowski–, han hallado en los gatos un fiel compañero. Algunos de ellos hasta han llegado a poseer un nombre, como Taki, la gata de Raymond Chandler, o el más famoso de ellos, Teodoro W. Adorno, el gato callejero francés, “negro y canalla” de Cortázar, y otros muchos escritores que incluso han llegado a tener más de media docena de felinos a lo largo de su vida: Twain, T.S. Eliot (autor del poemario felino El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum que constituye casi un tratado en la materia y que ha servido de inspiración para el musical Cats), Churchill (político más que escritor) o Colette (autora de la novela corta La gata).

El gato negro, de Poe, ilustrado por Aubrey Beardsley

Entre los muchos escritores que han inmortalizado al gato como protagonista de algún escrito existen infinidad de ejemplos, como Lovecraft en su relato Las ratas en las paredes, gatos en verso como el Tame Cat de Ezra Pound, o el poemario Las flores del mal de Baudelaire, animales casi omnipresentes y en donde aparecen hasta tres poemas cuyo protagonista es un gato. Otros escritores, como Slauerhoff –también tenía uno negro–, lo han comparado con una mujer:

Como un gato blanco, tendida y desnuda
Yace al sol, en una cama de flores;
Los senos de su pecho se descubren
Como cúpulas sobre los cálices.
 
Pero no todos los gatos han salido bien parados, como Plutón, protagonsita de El gato negro de Poe, en donde el animalito es torturado y maltratado hasta límites insospechados.

W.F. Hermans

Gran cantidad de escritores en lengua neerlandesa han tenido como compañero a un gato tal y como escribe el escritor y periodista Onno Blom en un artículo que titula: El gato es un ser humano de orden superior. En 1985, el fascinante escritor W.F. Hermans publicó el libro De liefde tussen mens en kat (El amor entre el ser humano y el gato), que de acuerdo con el dicho popular sobre las vidas de estos animales, el libro consta de nueve capítulos, aunque yo nunca tengo claro si son nueve o siete, pero eso ya es otra historia.