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jueves, 7 de marzo de 2024

VIAJE AL FIN DE LA NOCHE (2021)

 VIAJE AL FIN DE LA NOCHE (2021)

(Louis-Ferdinand Céline)

Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente.
LUDWING WITTGENSTEIN 

Día de lluvia cargada de rabia. Me levanté a las 6 h siguiendo mis propias instrucciones para un amanecer: un tranvía, el metro y al fin el autobús. Llevé al colegio a mis hijas, un encuentro de apenas un minuto, dos, a lo sumo. Me despidieron con un húmedo beso que dejó mojada mi mejilla pero pronto la saliva se fundió con el agua de la lluvia: ya sólo somos sombras en un charco.  


Me subo al primer tranvía que encuentro. Llueve como siempre, con extática virulencia, como una suerte de ataque ad hominem, pero no me importa. Llevo los pies chorreando desde que a las 6:30 h salí del hotel y juré en arameo al pisar el primer charco: el resto es Historia. Nunca como aquí he sentido la decadencia humana, me viene a la mente Thomas Kempis: "Contemptus mundi" («menosprecio del mundo»), y retuerzo el título de su mayor obra: "De Imitatione Baudelaire" hasta recordar el verso de Roger Wolfe «El mundo es tan gris como mi asco». Tampoco como en estas calles he sentido tanta ira. En esta ciudad sencillamente malvivo: catorce horas al día fuera del hotel, un flâneur en grado sumo; llevo mucho tiempo siendo un bohemio al filo de la navaja. De día me alimento a base de plátanos, zumo de cebada recién ordeñado y alguna hamburguesa grasienta que saco de los dispensadores automáticos que encuentro por los callejones: dead end; por las noches paladeo con tanto placer la comida (principalmente sushi) como lo haría el ajusticiado horas antes de colocar su cabeza bajo la guillotina. Si no estoy en la Casa del traductor o la habitación del hotel no dispone de microondas y me apetece comer algo diferente, compro pasta ya cocinada y caliento el blíster bajo la ducha caliente, pero siempre queda tibia («Porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca»: APOCALIPSIS); he aprendido las técnicas más superlativas de la supervivencia; he mapeado todos los hediondos urinarios públicos adornados de grafitis junto a los canales donde se drogan los yonkis; me sé de memoria las paradas de cada línea de metro y tranvía como las mismas líneas de la palma de mi mano. He sobrevivido gracias al calor de las librerías, que conozco una a una y también a sus libreros, que me tienen reservado algún libro desde meses antes. Voy a la librería Scheltema en busca de techo y siempre sigo la misma rutina: dejo la mochila sobre la mesa de la 3ª planta, doy los buenos días con acento de Flandes a los empleados, saco mi libro y el cuaderno de notas; me acomodo sin quitarme las gafas de sol (Ray-Ban tendría que haberme hecho un contrato de imagen hace ya 30 años). El personal me saluda, me conoce; me río imaginando quién pensarán que soy, quizá creen que un jefe indio, por mi estricta rutina, por mi movimiento errante, acaso el chamán de una tribu de un solo miembro, no, no, es imposible, todo es imposible, yo soy imposible, pero aun así ayudo a los clientes a buscar el libro que no encuentran, eso sí es factible. 


En esta ciudad es donde más he sentido la locura, donde jamás he pasado tanto frío como bajo este cielo plomizo: he dormido en los aeropuertos, me he desesperado en las paradas sin marquesinas con el rostro cubierto de hielo y he perdido trenes y aviones; la ira es mi pecado capital favorito, pero por supuesto no me pido perdón, porque es combustible, es napalm en vena. Aquí me ha salvado el olor del papel de las librerías de segunda mano y los epitafios labrados en las lápidas de los camposantos; las obscuras tabernas de Chinatown, leer a los poetas malditos, la última voluntad de los suicidas y escribir esquelas de personajes imaginarios; acudir a las iglesias ha sido mi mayor auxilio: sería obligatoria su apertura 24 horas al día, o al menos que siempre existiese de guardia una; no necesito confesor. Ayer fui a escuchar misa a la basílica de san Nicolás bajo una nube de gaviotas, y atravesar su portón me hace sentir paz, no sólo conmigo mismo, sino con la condición humana, de la que por desgracia también soy parte: la insoportable levedad del ser. Cuanto más amenazado me siento, más crece mi fe. 


En un bolsillo del abrigo llevo el Evangelio de San Juan («Verbum caro factum est») y en el otro un librito en miniatura de las Flores del mal de Baudelaire en inglés completamente subrayado: «No busquéis más mi corazón, las bestias lo han devorado» (si no fuese tan voluminoso portaría igualmente el Museo de Cera de J. M. Álvarez, y a Poe, y los sonetos de Shakespeare, los sermones de John Donne, los poemas más hirientes de Roger Wolfe, a Keats, Tumbas de Nooteboom, el Eclesiastés... una biblioteca andante). El filósofo pesimista E. Cioran (hijo de un pope rumano) y asiduo en mis lecturas («Sin una pizca de locura el lirismo es imposible») vivió en condiciones precarias en una diminuta buhardilla de París casi toda su vida, como Samuel Becket, me encomiendo a ellos y me recreo imaginando en qué estado estarán ahora todos esos cuerpos bajo tierra, sólo despojos envueltos en coágulos de barro, raíces y gusanos, el de Menno Wigman (lo visitaré mañana) enterrado junto al Amstel ya podrido, las cenizas de Slauerhoff, el corazón de Shelley, la pierna cojeante de Byron, Keats y el mechón de su amada con el que fue inhumado o el cuerpo decapitado de Paul Snoek tras chocar con su vehículo. 

Desde siempre me ha gustado la noche, pero no así dormir: lo considero una pérdida de tiempo y, para colmo, sufro constantes pesadillas; Raúl Zurita afirma en un poema que «la noche es el manicomio de las plantas», no le falta razón, pero a mí me produce placer deambular en plena obscuridad y mientras tanto recitar unos versos, que me sé de memoria, del poeta expresionista austríaco Georg Trakl (que terminó suicidándose con una sobredosis de cocaína): «Sobre negra nube/ cruzas ebrio de opio/ el estanque nocturno». Soy un vampiro, y la noche me revela, soy el tormento y el éxtasis, según me dicte mi cabeza. Me apasiona regresar lentamente al hotel por los callejones más turbios, salvajes y siniestros, sentir el gusanillo del peligro en este Pandæmonium (sinopsis de Las Vegas) mientras alterno en mi dispositivo las cantatas de Bach ("Ich habe genug./ Mein Trost ist nur allein,/ Dass Jesus mein und ich sein eigen möchte sein"), los saxos sublimes de Charlie Parker y Ben Webster, la música dark romantic de Depeche Mode, algunas partes del Officium Defunctorum de Tomás Luis de Victoria y las guitarras estridentes de Guns N' Roses, repito una y otra vez "One of These Days" de Pink Floyd y desintegro el "Sympathy For The Devil" de Sus Satánicas Majestades; mi eclecticismo es una tabla de salvación. Me acompaña una bandada de petirrojos, varias urracas y un mirlo; un cuervo se posa en mi hombro, me habla ("Nameless here for evermore"), echo de comer a los gatos que salen a mi paso (algún día vivirá conmigo uno y lo llamaré Pluto y estará tuerto), me envuelvo en el olor del hachís que emana de los fumaderos, contemplo los escaparates de carne enmarcados en luces de neón, los vendedores de paraísos artificiales (los mercaderes ofrecen sustancias adictivas bajo el nombre del filósofo Karl Popper), el olor a comida basura; es maravilloso degustar la violencia humana, la venta de almas como hizo Fausto con la suya; "It's a Sin City", me digo. Me escribe Roger Wolfe; le cuento mi deambular por esta ciudad: podríamos escribir alguna pieza à quatre mains


Desde que abandoné el hotel tenía los pies congelados por la lluvia y ya no los sentía, por lo que a mi regreso pasé por la Biblioteca Central, y como un vagabundo me despojé en el aseo de los calcetines y los sequé bajo un secador de manos. No me vio nadie, pero no hubiese sentido vergüenza si alguien lo hubiese hecho: lo que me produce bochorno es ser miembro numerario de un mundo podrido y pertenecer a esta sociedad prostituida. A los pocos minutos volví a padecer el helor de las botas mojadas, así que decidí pisar todos los charcos que encontraba a mi paso para que los pies quedasen definitivamente anestesiados. Retrospectiva en el Eye Film Museum del cineasta y disidente ruso Andrei Tarkovski (1932-1986), que en una entrada de su diario del 9 de abril de 1982 escribe: «¿Cómo puede vivir el hombre sin Dios? Sólo si se convierte en Dios; pero no puede convertirse en Él...». He visionado toda su filmografía en varias ocasiones: cada fotograma es un verso y sus películas hermosísimos poemas.



Odiar esta ciudad es una labor fácil que para colmo trabajo a diario con ahínco; hablo el idioma de los autóctonos para que no se crean más que yo: los españoles somos un pueblo orgulloso, y eso es una seña de identidad que jamás debe perderse, como aquí hicieron noblemente los Tercios en las peores condiciones, y llegan a mi mente la vida de esos soldados, algunos de ellos mercenarios, sus densos bigotes congelados, escondidos junto a los ríos para entrar en acción, entumecidos por el frío... pensar en sus escaramuzas enaltece la moral; sé que piso las cenizas de aquellos que cayeron noblemente en combate, pero yo aún sigo en pie. Desde entonces a los niños de estas hundidas tierras, para asustarlos, les advierten que si salen solos los raptará el Duque de Alba, el hombre del saco de los herejes. Cuando el rey Felipe II envío al general a estos húmedos páramos y sus habitantes se quejaban, les respondía sin titubear: «Si os disgusta mi religión marcharos a otra tierra»: Deo patrum nostrorum.

Sólo pienso en regresar a la Luz del Sur, pero cuando me marcho siento remordimiento por la ansiosa necesidad de dicho deseo, por ellas y su incomprensión, pero me encomiendo a la redención ajena porque no existe nada por lo que yo tenga que pedir perdón y nadie me podrá imputar nunca nada: si mis hijas sabrán entender y valorar en el futuro este esfuerzo lo desconozco. Rendirme no aparece en mi diccionario bilingüe body & soul.

Y así cierro otro día, observando por la ventana la lluvia centelleante contra el lienzo de obscuridad de la noche y el sonido del tic tac de mi reloj de bolsillo... hasta que dejo caer la cabeza sobre una montaña de libros. En esta ciudad mi insomnio no diagnosticado se acentúa, pero soy mitad monje y mitad soldado. Escucho tronar los reactores de un avión horadando las nubes ensangrentadas del cercano aeropuerto: creo que puede tratarse de un Boeing 737-800; es el mismo que me trae y me lleva sobre sus alas de luz eléctrica.

hay una luz en algún lugar
puede que no sea mucha luz pero
vence a la obscuridad
CH. BUKOWSKI 

Día de los Muertos. Ámsterdam, 2021.


jueves, 25 de enero de 2024

PRESENTACIÓN DEL POEMARIO "FLORES ENFERMAS"

 PRESENTACIÓN DE FLORES ENFERMAS 

(18/I/2024)


DIEGO MARTÍNEZ. 22 Enero, 2024 - 21:11h

El pasado jueves se presentó en la Librería Picasso de Almería el nuevo poemario de Antonio Cruz Romero titulado Flores Enfermas, publicado por la editorial cántabra Libros del Aire, dirigida por el poeta Carlos Alcorta, en un acto que estuvo presentado por el también poeta José Luis López Bretones y que contó con la presencia de un numeroso público.

Flores enfermas es el quinto poemario de Cruz Romero (María, 1978), que es a su vez narrador, neerlandista y traductor, terreno en el que ha vertido a nuestro idioma a medio centenar de poetas flamencos y neerlandeses y está considerado el traductor más activo e importante de poesía neerlandesa contemporánea en lengua española, no en vano Antonio Cruz es miembro de la sección de poesía de la Dutch Foundation for Literature y ha sido becado en varias ocasiones como "Translator in residence" en la Casa del traductor de Ámsterdam.

Cruz Romero es, en palabras de López Bretones y en relación a su poemario “un mitómano, un adorador de mitos cinematográficos, musicales, literarios y fantásticos, y en el libro aparecen el vampiro, el licántropo, la misantropía romántica, las escenografías góticas o los amores eternos que viajan por los océanos del tiempo hasta encontrarse”, un poemario articulado por elementos redundantes como el amor, la muerte, las derrotas y la victoria, las leyendas, las aves, los vampiros y los cementerios, que como bien apunta López Bretones, “son mitos culturales asentados a lo largo de los siglos por una tradición extensa y fecunda, mitos de la tradición occidental que surge de tres ejes nucleares: Atenas, Roma y Jerusalén; y a su vez hablamos de dos mitos fundacionales: la culpa y la redención, y todo ello forman parte de este libro”.

López Bretones señaló que “Antonio Cruz se muestra más partidario del mythos frente al logos, es decir: más partidario de lo simbólico, de lo irracional, de lo dionisíaco que de la razón positiva que sistematiza y que da luz a las sombras. Antonio Cruz es un poeta del Romanticismo mucho más que de la Ilustración, y a pesar de sus querencias tomistas se inclina más por Tertuliano, a quien cita en el libro, y que afirmaba “Creo porque es absurdo”, pues el carácter del personaje poético de Antonio Cruz es un personaje apasionado, un personaje arrebatado, un personaje atormentado, como lo eran los románticos ingleses, como lo era Menno Wigman y como lo es también dentro de la poesía contemporánea española Roger Wolfe, que es uno de sus referentes literarios y además amigo personal de un Antonio Cruz que no es partidario de arrojar luz sobre las sombras sino de las sombras y de toda la iconografía que acompaña a las sombras: las brumas, los cementerios, las lápidas, los cuervos, con Edgar Allan Poe al fondo y, en general, todo lo que indique decadencia e incluso putrefacción, y con toda esta iconografía sin duda está haciendo referencia a esta nuestra sociedad que se deshace ante nosotros a pasos agigantados y que muestra por todas partes signos de acabamiento y de fermentación cadavérica”, dijo López Bretones.

La estética y poética del poemario se mueve entre el culturalismo y el romanticismo inglés con su amor por la naturaleza y los pájaros, y por otro lado claramente influido por la cultura pop, el cine y en especial por el malditismo de los poetas del siglo XIX en donde se perciben ecos de Poe, Wordsworth, Keats o Baudelaire, pues no en vano Flores enfermas es una suerte de homenaje a éste último, en el que el poeta de este poemario, un ser radicalmente misántropo, destapa la decadencia y miseria del mundo y sólo se refugia en aquello que le es fiel, auténtico y le ofrece protección.

A modo de conclusión, López Bretones terminó su intervención afirmando que Flores enfermas es “un libro casi blasfemo (como fue considerado en su día Las flores del mal de Baudelaire), un libro salvaje, un libro duro, cortante como un filo, un libro aquejado de la enfermedad de la poesía y cuyas flores contienen un sigiloso veneno que hay que tomar a pequeñas dosis o morir; o morir de romanticismo”.

Diario de Almería (23/I/2024)

FOTOGRAFÍAS: Eva M. Gómez Gómez







viernes, 3 de noviembre de 2023

"FLORES ENFERMAS"

 

Editorial: Libros del Aire
Páginas: 79
Fecha de edición: Septiembre 2023

Amor, muerte, las derrotas y la victoria, la desmitificación de los héroes y las leyendas, aves, vampiros y cementerios, son algunos de los elementos que nos encontramos en Flores enfermas, un poemario en el que como en un díptico se despliegan dos partes bien diferenciadas: una más dura, visceral y a veces desgarrada, en cuyo final ya se anuncia una segunda pieza articulada por una sucesión de poemas de amor. La estética y poética del libro se mueve entre el culturalismo y el romanticismo inglés con su amor por la naturaleza y los pájaros, y por otro lado claramente influido por la cultura pop, el cine y en especial por el malditismo de los poetas del siglo XIX, en donde se perciben ecos de Poe, Wordsworth, Keats o Baudelaire, pues no en vano Flores enfermas es una suerte de homenaje a éste último, en el que el poeta de este poemario, un ser antisocial, destapa la decadencia y miseria del mundo y sólo se refugia en aquello que le es fiel, auténtico y le ofrece protección.

https://editoriallibrosdelaire.com/producto/flores-enfermas/

ANTONIO CRUZ ROMERO (María, Almería, 1978). Poeta, narrador, neerlandista y traductor, ha cursado estudios de Magisterio y Ciencias judaicas, y es titulado como profesor de conservatorio en la especialidad de Saxofón clásico. Ha publicado la colección de relatos Cuentos macabros (2014), la novela El banquete: crónica de un ajusticiamiento (2017), y los poemarios Grecia: guía de viaje para poetas y antipoetas (2016) y Una habitación de hospital con vistas al mar (2018), y sus poemas han aparecido en diversas publicaciones nacionales e internacionales. 

Ha traducido a medio centenar de poetas flamencos y neerlandeses, y está considerado el traductor más activo e importante de poesía neerlandesa contemporánea en lengua española, dando lugar, entre otras, a la antología y ensayo Poesía experimental de los cincuenta en lengua neerlandesa (2016) y Entre diques y esclusas. Antología de poesía neerlandesa actual (2022). 

Ha sido editor de las revistas literarias Ravenswood Magazine y Atonaal. Revista de poesía y otras hierbas infumables. Es miembro de la sección de poesía de la Dutch Foundation for Literature, siendo becado en varias ocasiones como “Translator in residence” en la Casa del traductor de Ámsterdam.

martes, 7 de octubre de 2014

MACABROS Y MALDITOS

Cuando hace unos meses apareció en los medios escritos aquella sugerente noticia en la que se aseguraba que la Universidad de Harvard había descubierto en su biblioteca tres libros encuadernados con piel procedente de un hombre desollado vivo, pensé que sería la guinda perfecta —encuadernarlos de tal guisa— para una nueva edición de estos cuentos. La práctica de utilizar piel humana para encuadernar libros fue un hecho relativamente popular durante el siglo XVII… pero no en el actual, y como no hallé voluntarios ni a nadie le entusiasmó la idea, me conformé con que esta nueva edición simplemente volviese a renacer. 


No imaginé tener que volver a hablar de este libro, como no imaginé nunca que pudiese existir no una cuarta, sino ni tan siquiera una segunda edición. Las satisfacciones que estos relatos en forma de libro que a cada momento continúan abordándome no sólo tienen que ver con que sigan teniendo lectores —placer impagable y hermoso y summum del proceso creativo de todo escritor—, ni con las críticas positivas que han aparecido en periódicos o blogs y tanto me han sonrojado, y ni tan siquiera por aquellos que han contactado conmigo —como ese parapsicólogo que me inquiría sobre algún aspecto para saber cuánto había de realidad (poco o casi nada) en alguno de los relatos—. No, el mayor de los deleites se ha producido cuando algún entusiasta lector me ha comentado que tras leer estos, mis cuentos, ha descubierto a Poe, Lovecraft o Bécquer, o por contra ha vuelto a releerlos y disfrutar con ellos. 

En esta nueva edición (ilustrada) aparecen nuevos relatos, entre ellos tres fábulas (dos con moraleja), fingiendo —sólo eso— pertenecer más a la progenie de las compuestas por Monterroso que a aquéllas de Esopo, y puede que el lector encuentre que muchos de estos cuentos —entre ellos las citadas fábulas— nada aportan de miedo ni terror, mas estoy seguro que cuando sean analizados —la mayoría requieren de más tiempo para ello del que se sirven en ser leídos— comprenderán que son en esencia completamente terroríficos.  Muchos de estos nuevos relatos siguen teniendo lugar en ese hermoso pueblo no tan ficticio llamado Terra Nivis, como sucede con la mayoría de los antiguos, y las influencias literarias continúan siendo las mismas: Poe (referencia suprema), Lovecraft, Kafka, Bécquer, Slauerhoff, Chéjov, Monterroso (a él también le debo mucho)… así como las cinematográficas: Hitchcock, Lynch, Ibáñez Serrador, Polanski… con una buena dosis de humor macabro, miedo, confusión y terror,  buscando en muchos de ellos mayor experimentalismo, dando una vuelta de tuerca y estrujando a mi estilo el género del cuento, con composiciones aún más breves, como las citadas fábulas que acompañan al microrrelato, todo un conjunto de lo que los anglosajones denominan short-short stories y nosotros hemos (mal) traducido como relato corto, un rotundo pleonasmo, pues el relato siempre es corto.  

Todas las características y lo afirmado en el proemio primitivo de estos cuentos resulta válido para esta edición, sin borrar ni una coma, con la misma esencia, y aunque dé la sensación de ser el mismo libro, haciendo uso del principio del posmodernismo con esa dualidad ficción-realidad y jugando con la confusión, este libro es el mismo pero a la vez (con esos nuevos relatos e ilustraciones) ya no lo es.

Los infinitos Poes que habitan en los relatos

Y justo cuando tal día como hoy se cumple el 165º aniversario de la muerte del maestro de lo macabro. La Muerte y nuevas muertes, humor negro, fantasmas, necrofilia y sadismo, enterramientos en vida, suicidios, enajenaciones mentales y asesinatos, vampiros y no muertos, canibalismo, venganzas... y hasta fábulas... narraciones influidas por Bécquer, Slauerhoff, Lovecraft, Chéjov o Monterroso, pero especialemente por Edgar Allan Poe.

Un día después de la muerte del escritor, a las 4 de la tarde del lunes 8 de octubre de 1849, tuvo lugar su funeral en Baltimore, celebrado con una ceremonia sencilla a la que asistieron un reducido número de personas. El tío de Edgar, Henry Herring, se hizo con un simple féretro de caoba, y un primo, Neilson Poe, consiguió el coche fúnebre. El poeta, crítico, periodista y novelista, fue enterrado en un ataúd barato al que le faltaban las manijas con el que poder portearlo; éste tenía una placa e iba forrado de trapo, con un almohadón para su cabeza. La esposa de Moran aportó el sudario. El funeral fue oficiado por el reverendo W. T. D. Clemm, primo de Virginia, la esposa de Poe muerta de tuberculosis en 1847, que decidió que no valía la pena pronunciar un sermón debido a la poca afluencia de personas, por lo que la ceremonia al completo apenas duró tres minutos. Los pocos que acudieron a ella la recuerdan como una tarde fría y húmeda. En palabras del sacristán George W. Spence, fue descrito como «un día oscuro y gris, sin lluvia, pero medio áspero y amenazador.»

El 9 de octubre de 1849, al día siguiente de su entierro y dos tras su fallecimiento, Rufus Wilmot Griswold, su albacea literario (y rival personal), publicó el poema Annabel Lee como parte de su obituario en el Daily Tribune de Nueva York.

Toca de nuevo, brindar o bien emborracharse, con vino amontillado, recordando en este día el 165º aniversario de la muerte de Edgar Allan Poe, aunque éste nunca llegó a morir y su alma pervive hasta estos días oscuros.

viernes, 28 de marzo de 2014

METALITERATURA (Y OTRAS INFLUENCIAS) DE ANDAR POR CASA

 “Borrar el nombre de tu precursor mientras te ganas el tuyo propio es la meta de los poetas poderosos o severos”   

Harold Bloom


Biblioteca del profesor Richard A. Macksey
En estos dos últimos meses he leído con delectación las obras completas de Augusto Monterroso,  editado en tres volúmenes por RBA y que ni tan siquiera lo denominan como tal. Tres libros, tan sólo tres, en donde se encuentra una inmensa obra tal y como en otros haría falta multiplicarla por diez; mas a él le bastan tres para decir todo cuanto un escritor puede decir y el resto necesitan treinta, así de simple (un motivo más para apuntarlo en la lista de escritores que me llevaré en breve a una isla desierta –o a una casa, aislado, en la montaña). Veredicto: uno de los escritores más geniales y exquisitos de cuantos he leído y casi desconocido para la inmensa mayoría, aunque sobre él ya he hablado en más de una ocasión, y en otras tantas le he declarado mi enamoramiento, desde nuestro primer encuentro en aquel mi primer año universitario.

Monterroso va a servir como nexo de este post, pasando de su lectura a la literatura que semioculta  subyace de la suya propia, en especial los clásicos grecolatinos: Juvenal, Horacio, Catulo, Esopo... Aunque las fuentes de las que bebe Monterroso no se limitan sólo a los clásicos (de los que incluso aprendió pasajes enteros en latín), ahí están otros como Cervantes, Garcilaso, Góngora, Kafka o Joyce. A este último grupo lo he leído con constancia (que como con humor afirma Monterroso, un escritor como él siempre debe decir de éstos no que los ha leído, sino releído, para no quedar mal), si bien con los clásicos no había pasado de los Homero, Virgilio, Catulo y la Germania de Tácito, que me apasiona. Cuando con cierta pena he terminado de leer a Monterroso –e incluso mientras lo hacía– he acudido a los manantiales de los que él mismo ha bebido, necesariamente para (re)interpretar mejor qué ha querido decir el escritor en algunos de sus cuentos. Así, al leer sus deliciosas fábulas, imperiosamente he tenido que hacer una parada en las de Esopo para llegar más tarde a las Sátiras de Juvenal o releer los relatos breves de Kafka. 

Es esto parte de lo que se denomina metaliteratura, una lectura que obliga a indagar en las fuentes e influencias del escritor porque en muchos casos remite a ellas, o bien de manera clara y evidente o por contra oculta, un bello proceso dentro de la literatura enormemente fascinante. Si por ejemplo escogiésemos –y yo mismo sé que no lo hago por azar– a Poe como núcleo, podríamos establecer un curioso parentesco de directa influencia literaria en el que Dante ejerce su influencia sobre William Blake, y estos dos sobre Poe que a su vez influencia a Lovecraft, y éste a Stephen King, todo ello a lo largo de más de setecientos años, que se inicia con Dante que aparentemente nada tiene que ver con King: 

Dante-Blake-Poe-Lovecraft-King   

En el mundo del séptimo arte, el metacine tiene su máxima expresión en ciertos directores, siendo Quentin Tarantino el ejemplo claro de cineasta posmoderno. Al director norteamericano, público y críticos lo han calificado desde posturas contrapuestas: homenajeador o plagiador; y es que en ocasiones ha llegado a copiar plano por plano la escena de alguno de sus directores fetiches. Visionando su filme Reservoir Dogs (1992), éste nos remite automáticamente a otros de los que se ha servido: Atraco perfecto (Kubrick, 1956) o la oriental City on fire (Lam, 1987). Con Kill Bill (2003, 2004) además de copiar explícitamente infinidad de escenas del género de artes marciales, contiene elementos evidentes de la desconocida –e hiperviolentaDesenlace mortal (Vibenius, 1974), algo que también ocurre con su última obra, Django desencadenado (2012), en la que inevitablemente ya simplemente con el título nos remite al spaghetti western Django (Corbucci, 1966) y a otras de Sergio Leone, algo que sirve para Malditos bastardos (2009).

Harold Bloom (GIOVANNI GIOVANNETTI/COVER)
Y para finalizar, la periodista Marta Rodríguez en su blog A pie de página, afirma lo siguiente tras la lectura del libro de relatos que he escrito (Cuentos macabros y de terror): he de decir que (con este libro) ha despertado en mí el interés por revisitar a Poe y a Bécquer. Otro ejemplo de todo lo expuesto en este post, de cómo al leer ciertos libros se nos incita a buscar de manera automática las fuentes primarias de las que hace uso el texto, tratando de hallar similitudes, diferencias o bien iluminar ciertos pasajes, hecho que resulta todo un honor que esta lectura haya servido para ello, ya que el libro suponía un claro homenaje totalmente inconsciente a los grandes escritores del género de terror.

La cita que encabeza y finaliza este texto no eso sino una sentencia del crítico y teórico literario más influyente del mundo, Harold Bloom, que se encuentra en su libro Anatomía de la influencia (The Anatomy of Influence: Literature as a Way of Life, Yale University Press, 2011), una exhortación que no necesita ni merece explicación; ni por supuesto réplica. Y con otra termino.

Un poeta poderoso no busca simplemente derrotar al rival, sino afirmar la integridad de su propio yo como escritor

P.D. En breve expondré la lista de obras y autores que voy a llevarme a la isla desierta.

sábado, 15 de marzo de 2014

BIBLIOFILIA Y CANIBALISMO

Mientras algunos se empeñan en acabar con el libro impreso, profetizando el fin del papel y el dominio –o totalitarismo– de lo que osan llamar "libro" digital, en las últimas semanas he recibido algunos ejemplares para saciar mi enfermedad bibliófila y de paso hacer la puñeta a los primeros.

Algunos creen que el coleccionismo de libros tiene que ser por fuerza una exclusividad de los que poseen grandes cantidades de dinero, y aunque resulta evidente y directamente proporcional que cuanto más dinero mayor exquisitez en los ejemplares, con mucho menos poder adquisitivo se puede cultivar el amor por el libro antiguo en un fascinante microcosmos en el que conviven multimillonarios y modestos bibliófilos, en cuyo último grupo me encuentro.



La oveja negra y demás fábulas (1969) de A. Monterroso, primera edición firmada por su autor.
Yo aprendí –algo, y casi todo lo que sé– de bilbiofilia leyendo los artículos que el escritor Juan Bonilla ha diseminado sobre el tema en diversas revistas, y reconozco que ha sido uno de los que más me ha influido –causante también de que gaste el dinero en ello. En esto del coleccionismo se dice que cada bibliófilo tiene su temática en cuanto a preferencias (literatura infantil, incunables, americana, manuscritos medievales, rarezas...), adquisiciones o filias en general; yo, en cambio –puede que por hacer la contra– no sigo criterio alguno en mi búsqueda, aunque quizá tenga inclinación por el libro raro, y mi modus operandi pueda definirse como la de un bilbliófilo ácrata con inclinación al canibalismo y poseedor de una colección en la que conviven ejemplares tan dispares como la primera edición del poemario de Bolaño (Los perros románticos) con El cementerio marino de Paul Valéry en traducción de Jorge Guillén (edición numerada y nominativa de 300 ejemplares), en regocijo con la primera edición del Larousse Gastronomique o un resumen de los escritos de gourmet del escritor de Los tres mosqueteros: Dumas on food; y todo ello con el Quijote impreso por la viuda de Ibarra en 1787 y el original de La máscara de la muerte roja de Poe aparecido en la famosa revista Graham´s Magazine en 1842, de tan sólo tres páginas amarillentas y desgastadas. Eso sí, debo reconocer que tengo predilección por los elzevieres y plantinos-moretus, lo que en la época eran ejemplares asequibles, ediciones populares cuyas características resultaban claras: precio bajo, pequeño tamaño –el bolsillo de hoy en día– y ausencia de los amplios márgenes tan codiciados por todo bibliófilo; toda una paradoja.


British Ballads (1881) recopiladas por George Barnett Smith
Aparte de la citada predilección por los citados elzevieres y plantinos-moretus, sin una línea clara de coleccionismo porque me fascina (casi) todo, y sin agradarme los facsímiles, me inclino también por las ediciones autografiadas y dedicatorias (Delibes, Cela, Monterroso, L.M. Panero...), así como por aquellas que llevan preciosos grabados o por las primeras ediciones en lengua neerlandesa (Nooteboom, Claus, Slauerhoff, Mulisch, W.F. Hermans, Bordewijk...) y muy especialmente por las rarezas: Diccionario infernal de M. Collin de Plancy; Description De la Ville D'Amsterdam En vers Burlesque de Pierre Le Jolle; un moretus de 1657 sobre el Concilio de Trento; La grande danse macabre des hommes et des femmes edición de 1862 y autor desconocido; una Historia biográfica de los Presidentes de los EE.UU. de Enrique Leopoldo de Verneuill; o el último de ellos, una traducción al neerlandés vertida desde el latín del famoso tratado médico del eminente cirujano holandés (y alcalde de Ámsterdam retratado por Rembrandt en su Lección de anatomía) Geneeskundige Waarnemingen [Observaciones médicas] de Nicolaes Tulp. 


Geneeskundige Waarnemingen (1740) de Nicolaes Tulp
Existen novelas que hablan sobre coleccionismo de libros, como El club Dumas (con más de un fake suelto) de Pérez Reverte o Todas las almas de Javier Marías, y otros como el relato de Sólo para fumadores de Ribeyro en donde su autor –hecho verídico– se ve obligado a vender parte de su deliciosa biblioteca para costearse su adicción al tabaco. En esto de la compra de libros hay muchos aspectos curiosos, como que los americanos son especialistas –a veces con motivo; otras no– en inflar la burbuja bibliófila; o que existen libros recientes en esto del coleccionismo que extrañamente cuestan –que no valen–  más que los de hace cien años, algo incomprensible; que no todo libro antiguo tiene valor bibliófilo; o que a pesar de la crisis mundial, el mercado de la bibliofilia no ha retrocedido ni un ápice, ni entre los grandes depredadores multimillonarios ni entre los pequeños bibliófilos.

Me reconozco como lector bibliófilo, mas en otras ocasiones me sucede justo lo contrario: sólo me interesa el libro como algo material, el papel sobre el que está impreso, su olor, si está en octavo mayor o menor (o en dieciseisavo o quizá en folio), acariciar los nervios del lomo o degustar si está encuadernado en holandesa con puntas o en pasta española... y entonces me siento como un caníbal, deseoso de devorar sus páginas para sentir aún más placer, tal y como sucede en la película de El dragón rojo, en donde el asesino engulle un grabado de William Blake, un impulso descontrolado y enfermizo de poseer un libro, aunque no lo lea jamás, y sueño entonces con el Birds of America de Audubon, con The Bay Psalm Book, con la Biblia de Gutenberg o con el Hypnerotomachia Poliphili de Colonna... y aún me siento más enfermo, un caníbal sangriento y desbocado, asesino en serie que sabe no podrá tenerlos jamás... pero ese estado pasa, por suerte; aunque no siempre resulta sencillo.
  

miércoles, 12 de febrero de 2014

DESDE CORTÁZAR HASTA CORTÁZAR

Hoy se cumplen 30 años de la muerte en París del escritor Julio Cortázar (1914-1984). En estos últimos días, y en especial en la jornada de ayer y hoy, el bombardeo sobre el escritor se ha recrudecido al máximo en periódicos y medios de comunicación. Yo no voy a recitar ni a glosar su biografía o hazañas, ni la voy a copiar o plagiar; en wikipedia y otros lugares del espacio virtual se pueden leer datos de su vida y obra hasta caer mareado.

De igual forma tampoco puedo hablar de aspectos más personales, pues falleció unos años después de haber nacido yo, por lo que no tuve la dicha de conocerlo personalmente, lo mismo que la inmensa mayoría de los que en estos días hablan y escriben sobre Cortázar, tampoco lo conocieron, pero algunos incluso lo tutean como si en verdad, en alguna ocasión, hubiesen estado hospedados por ejemplo en su casa parisina: es que Julio era... es que Julio decía...

Caricatura de Julio Cortázar hecha por Damián Flores Llanos.
De los grandes escritores, de los consagrados, de aquellos de los que se sabe todo o casi todo y cualquiera tiene la patente de hablar de su vida y obra, al final, tras su literatura, me gusta quedarme con los detalles, con sus anécdotas. En este blog ya he escrito acerca de su pasión por los gatos, y de la botella de absenta que suelen colocar sus admiradores sobre su tumba en el cementerio parisino de Montparnasse.

Disfruté mucho leyendo (y releído ya en varias ocasiones) el librito de Jesús Marchamalo Cortázar y los libros acerca del trato del escritor hacia los habitantes de su biblioteca, su manía de marcar, anotar y subrayar sus ejemplares, opinando y comentando o incluso arrancando las páginas de ediciones baratas que compraba en las estaciones de tren para arrojar las hojas por la ventana y seguir su camino ligero de equipaje. Una biblioteca, ahora en la Fundación Juan March, con todos sus libros, muchos de ellos dedicados, escritos en varios idiomas, en especial en su lengua materna, inglés, alemán y francés, adornados algunos con los preciosos y enigmáticos dibujos que él mismo hacía o los objetos que han aparecido en el interior de éstos. 

Uno de los muchos libros anotados por Cortázar
Y es que Cortázar no sólo fue un escritor mágico y de hondo calado, trascendental en la literatura hispanohablante, referencia en el llamado "boom latinoamericano" y James Joyce en lengua castellana;  fue también un lector voraz y un crítico implacable. Y ahí quedan todos esos detalles que no deben pasarse por alto, como su pasión por el jazz o la mutua admiración entre éste y Borges... pero la nula amistad entre ellos, al parecer por motivos ideológicos, y por supuesto recordar su maravillosa traducción de la prosa de Poe al castellano. Como guinda a la muerte que tanto se celebra, ha aparecido un libro cargado de datos y fotografías: Cortázar de la A a la Z. ¡Qué manía la de los vivos de celebrar las muertes de los otros!

miércoles, 29 de enero de 2014

SOBRE GATOS CRONOPIOS Y SUS MASCOTAS LOS ESCRITORES

Pudiera dar la sensación que son en este caso los escritores los que eligen a sus gatos y mascotas, aunque bien observado es justo al contrario, siendo estos extraños animalitos los que los escogen a ellos.

Parece evidente que grandes escritores que han sido incapaces de convivir con sus semejantes –Hemingwayo en el mejor de los casos personas complejas que han carecido de las mínimas habilidades sociales –Bukowski–, han hallado en los gatos un fiel compañero. Algunos de ellos hasta han llegado a poseer un nombre, como Taki, la gata de Raymond Chandler, o el más famoso de ellos, Teodoro W. Adorno, el gato callejero francés, “negro y canalla” de Cortázar, y otros muchos escritores que incluso han llegado a tener más de media docena de felinos a lo largo de su vida: Twain, T.S. Eliot (autor del poemario felino El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum que constituye casi un tratado en la materia y que ha servido de inspiración para el musical Cats), Churchill (político más que escritor) o Colette (autora de la novela corta La gata).

El gato negro, de Poe, ilustrado por Aubrey Beardsley

Entre los muchos escritores que han inmortalizado al gato como protagonista de algún escrito existen infinidad de ejemplos, como Lovecraft en su relato Las ratas en las paredes, gatos en verso como el Tame Cat de Ezra Pound, o el poemario Las flores del mal de Baudelaire, animales casi omnipresentes y en donde aparecen hasta tres poemas cuyo protagonista es un gato. Otros escritores, como Slauerhoff –también tenía uno negro–, lo han comparado con una mujer:

Como un gato blanco, tendida y desnuda
Yace al sol, en una cama de flores;
Los senos de su pecho se descubren
Como cúpulas sobre los cálices.
 
Pero no todos los gatos han salido bien parados, como Plutón, protagonsita de El gato negro de Poe, en donde el animalito es torturado y maltratado hasta límites insospechados.

W.F. Hermans

Gran cantidad de escritores en lengua neerlandesa han tenido como compañero a un gato tal y como escribe el escritor y periodista Onno Blom en un artículo que titula: El gato es un ser humano de orden superior. En 1985, el fascinante escritor W.F. Hermans publicó el libro De liefde tussen mens en kat (El amor entre el ser humano y el gato), que de acuerdo con el dicho popular sobre las vidas de estos animales, el libro consta de nueve capítulos, aunque yo nunca tengo claro si son nueve o siete, pero eso ya es otra historia.

sábado, 25 de enero de 2014

HABEMUS OPIUM: EL DEMONIO CELESTIAL

También es notable que durante todos los años que tomé opio no pillase (como suele decirse) un solo resfriado ni la más leve tos.

Es una de las muchas frases que tengo subrayadas en mi amarillento y desgastado ejemplar de Confesiones de un inglés comedor de opio, de Thomas de Quincey, ya que hacer referencia a las adicciones de los maestros de la literatura quedaría incompleta si no se hablase, aunque fuese de manera superficial, sobre el opio o alguno de sus derivados. Casi sería más sencillo enumerar qué escritores no consumieron opio o algún opiáceo en el siglo XIX que los que sí lo hicieron, relación literaria que queda bien inaugurada con el inglés De Quincey, que comenzó a tomarlo en forma de láudano en 1804 para aliviar ciertos dolores físicos (dolor de muelas) y de cuya sustancia jamás logró –o no quiso– prescindir por completo.


The Truth About Opium Smoking, obra publicada en Londres en 1882
No es casualidad que a la hora de establecer relaciones entre el abuso de sustancias esclavizantes aparezca nuevamente el sempiterno Poe, un consumidor habitual de opio, especialmente del ya citado láudano. Un apasionado del escritor norteamericano, el francés Baudelaire, no fue menos que éste en su habitual consumo, y es que el segundo, sifilítico, trataba de suavizar con el láudano los efectos secundarios del mercurio con el que trataba su regia enfermedad venérea. Y del francés a otros franceses, la pareja Verlaine-Rimbaud (Una temporada en el infierno es un ejemplo de la causa-efecto del opio) que tras hacerse amantes y arrastrados por su escandalosa relación huyeron a Londres con el fin de ahogar sus penas en los fumaderos de opio, a orillas del Támesis.
 
Willem Bilderdijk, abogado y poeta del romanticismo neerlandés, poseía tal grado de dependencia al opio que él mismo se recetaba sus propias recetas (era además hijo de un médico), aunque en lugar de tomar láudano encargaba píldoras revestidas de plata en cuyo interior sólo había opio en su más alta pureza. Pero la adicción del poeta neerlandés acabó en tragedia cuando uno de sus hijos falleció a causa de una sobredosis que él mismo le administró ante la imposibilidad de que el pequeño conciliase el sueño. 

Y sin salir de los Países Bajos, Eduard Douwes Dekker, conocido como Multatuli, comenzó tomando morfina para combatir la tos (de hecho, en la actualidad, es fácil encontrar en las farmacias un opiáceo como la codeína, excelente antitusígeno además de analgésico y sedante que crea similar dependencia que la morfina); a partir de ahí, Multatuli (magistral su obra Max Havelaar) pasó a tomar morfina como sedante y antidepresivo. Y terminando en los Países Bajos con “el más grande de todos los poetas en lengua neerlandesa” (según el escritor W.F. Hermans), Jan Jacob Slauerhoff, influido por Baudelaire y el resto de simbolistas franceses, también fumó opio durante una época, hasta tal punto que existe una enigmática fotografía en las que aparece con indumentaria oriental y tras él una gran pipa de opio. 

Dibujo de Cocteau en su Diario de una desintoxicación
La lista de consumidores puede ser infinita: Dickens, Wilde o Conan Doyle (además de cocaína, como su personaje Sherlock Holmes); pero de todos esos habituales del demonio celestial, uno de ellos resalta por encima del resto, el francés Jean Cocteau, en cuya obra Diario de una desintoxicación relata uno de sus muchos intentos de cura, si bien jamás fue capaz de ello. 

Como apunte, de la gran cantidad de libros, manuales, opúsculos y tratados, me parece acertado apuntar como libro ameno y sustancioso Opium: A Portrait of the Heavenly Demon, de Barbara Hodgson, que aporta gran cantidad de información amén de un interesante apartado en donde da detallada cuenta de otros escritores opiófagos.

Todo lo que se hace en la vida, mismo el amor, se hace en el tren expreso que se dirige hacia la muerte. Fumar opio es abandonar el tren en marcha; es ocuparse de otra cosa que de la vida, de la muerte.

J. Cocteau Diario de una desintoxicación

lunes, 20 de enero de 2014

ALCOHOL EN VERSO

Ayer estuve bebiendo vino; así celebré el 205º aniversario del nacimiento de Poe. Y aún a vueltas con la relación del alcohol y la literatura, recordé, mientras bebía, no a él sino unos versos de Pound. 

Nadie sabe con certeza cómo murió el poeta chino Li Po (Li Bai), si envenenado por mercurio obsesionado con la eterna juventud, o por el abuso de alcohol.

Li Po

 De similar complejidad es acertar con la causa del óbito de su amigo y también poeta Tu Fu (o Du Fu); una tuberculosis o una indigestión se barajan como causas posibles, pero nada seguro.
Du Fu
Para Ezra Pound ambos lo hicieron a causa del alcohol, y así lo expresa en su poema Epitaphs:

EPITAPHS

Fu I 

Fu I loved the high cloud and the hill, 
Alas, he died of alcohol.  

Li Po  

And Li Po also died drunk. 
He tried to embrace a moon 
In the Yellow River. 



sábado, 18 de enero de 2014

BORRACHERAS LITERARIAS Y RESACAS DE MUERTE

El académico Muñoz Molina ha publicado en El País un interesantísmo artículo sobre alcohol y literatura a raíz de la obra de The Trip to Echo Spring: On Writers and Drinking, de Olivia Laing, y que me he tomado la licencia de glosar en este post.

Afirma Molina con razón y rotundidad académica que a Laing le agrada revisar las tortuosas vidas de aquellos cuyos senderos se descarriaron hasta un fin fatal, si bien sus vidas y sus muertes se nos representan exquisitas y lo vigente resulta anodino, lo normal intranscendete, y el malditismo brota como un elemento atrayente y perturbador, como una hemorragia difícil de frenar.

Pocos encarnan tan excepcionalmente al escritor alcohólico como Edgar Allan Poe, el paradigma del sufridor y del delirium tremens que para desgracia suya no fue una pose ni una leyenda urbana sino una cruda realidad, si bien dentro de las sustancias adictivas al escritor norteamericano se le asocia a más de una, mas el alcohol se considera "su sustancia", la que le llevó a una muerte trágica, aunque a dicho ocaso se le considere tremendamente romántico, poético y literario, o todos aquellos adjetivos que se les ocurran... y no lo fuese tanto ni mucho menos.

Tan bien ha representado Poe la figura de escritor esclavizado por el alcohol, que hace unos años llegó a salir en EE.UU. una bellísima edición filatélica (de la que soy poseedor), sello, sobre e ilustración incluida en la que se le asociaba sin tapujos a su dependencia.


No resulta muy difícil citar una docena de escritores esclavizados al menos por el alcohol:
Dylan Thomas («He bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un record», dijo antes de morir), Malcon Lowry (soberbia y enigmática su novela Bajo el volcán, enjalbegada con sus excelsas descripciones y el mezcal), Hemingway (al hispanista Brenan le abrumaba su aplastante y etílica personalidad), Thomas de Quincey (adicto al opio con un precioso tratado sobre éste), Bukowski y Kerouac (ambos de la Generación Beat y consumidores de varias sustancias), Alejandro Dumas (excelente gourmet y bebedor nato que acompañaba su delicado paladar de exquisitos manjares), los malditos politoxicómanos Verlaine, Corbière o Rimbaud, y otros como Baudelaire, Li Po, Capote e incluso Catulo, o nuestros compatriotas Quevedo y Lope de Vega, muy amigos de las tabernas y oscuros tugurios de vino peleón. Dicen algunos estudiosos de la literatura que tanto el interbellum como tras el fin de la II Guerra Mundial fue el periodo en el que proliferaron el mayor número de literatos alcohólicos... y es probable, aunque han existido siempre.

Remata Muñoz Molina al final de su artículo a modo de rotunda moraleja: A nadie se le ocurre hacer romanticismo del cáncer y de la literatura, pero todavía queda por ahí quien asocia la bebida con el talento literario o artístico. Pero al único sitio a donde lleva el viaje del alcohol es al sufrimiento, el deterioro y la ruina.

En 1875, los restos de Poe fueron trasladados a Baltimore, donde descansan junto a los de su esposa Virginia 
Y al final, dijo Poe:  «¡Que Dios ayude a mi pobre alma!». 





viernes, 10 de enero de 2014

LETRAS DESDE EL MÁS ALLÁ 2/2



Pero a mi parecer aún existe otro cuarto apartado en el que estarían incluidos aquellos escritores cuyas obras resultaron inéditas en vida pero que no se les encuadra en ninguno de los tres grupos anteriormente expuestos del Olimpo Literario del Más Allá (A: escaso éxito en vida; B: rechazo por parte de las editoriales; C: escritores que han obtenido un éxito póstumo), ya en este caso hablamos de escritores consagrados que no fueron rechazados por las editoriales sino que por contra éstas quisieron subsanar su error inicial publicando su obra posteriormente, o bien los escritores no quisieron que se publicase en vida, o bien tras morir éstos la familia ha querido hacer dinero fácil gracias al renombre del autor. En esta lista encontramos a Ernest Hemingway, Tolkien, Julio Cortázar, Bolaño o al genial Pessoa, si bien a este último se le podría buscar hueco en cualquiera de los anteriores apartados o incluso crear uno exclusivo para él. Curiosamente el genio portugués apenas publicó en vida unas trescientas páginas de poemas, que no está mal, pero si se las compara con aquello que tras su muerte se ha publicado, la cantidad es ridícula, y ello no abarca sólo a obras propias, sino toda la literatura que sus trabajos han generado: un hombre de variadas vidas y personalidades.


Dentro de este cuarto apartado –un subapartado à la Groucho Marx: "La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte"– aparecen otros como Mark Twain, que dejaron instrucciones para que alguna de sus obras, en este caso una autobiografía, no se publicase hasta 100 años después de su muerte, siendo editado el primer volumen en noviembre de 2010 tal y como era su deseo. A otro como Canetti también se le puede enmarcar dentro de este subapartado del presente apartado, ya que por sus propias disposiciones testamentarias el resto de su obra no podrá ser conocida ni editada hasta el año 2024.
Otro caso dentro de este subapartado del presente apartado con el que estamos terminando es el de José Saramago, escritor tardío que pocos años antes de su muerte recibió una llamada de la editorial que había rechazado el manuscrito que el escritor portugués había escrito en 1952 –era su segunda novela– cuando contaba con 31 años. Saramago se sintió tan sorprendido como dolido por la falta de respeto con la que fue tratado en su día, pidiendo a sus herederos que Claraboya no se publicase hasta que él muriese, y así sucedió en 2011.

Qué duda cabe que el ser humano siente morbo y excitación por la muerte –evidentemente la ajena y lejana–, que irresistiblemente se siente atraído por la sangre y las vísceras, por las moscas y moscones que pululan sobre los cadáveres. Muy especialmente en occidente se idolatra y venera de manera casi enfermiza a los muertos, y no hay duda que la muerte y por ende sus muertos, venden mucho más que los vivos. Si muchos de estos escritores no hubiesen desaparecido nunca –fantasía improbable–, apenas serían conocidos, y por tanto casi no habrían podido vender sus ejemplares, aunque este no sea el caso de Saramago, que vendió en vida muchísimo, siendo reconocido por el público y por importantes premios, pero tras su óbito, en España las ventas de sus libros aumentaron un 70%, ¡y es que la muerte nos sienta tan bien!, y si no que se lo pregunten a Poe, Kafka, John Kennedy Toole y últimamente a Stieg Larsson, también en el plano económico, ya que su familia (padre y hermano) se han hecho de oro gracias a la trilogía del escritor, valorada en 15 millones de dólares, pero no así su compañera sentimental, que al no tener formalizada su relación le han impedido acceder a los multimillonarios beneficios, pero esto es otra historia, aunque curiosamente también tiene que ver con la muerte; todo tiene que ver con la muerte.


Nerón observa la disección de Agripina. Georges Chastellain, Miroir de Mort, France 1470 (Carpentras, Bibliothèque municipale, ms. 410, fol. 8v.

Las ventas de los trabajos de los muertos se disparan, son líderes de ventas por encima de las de los vivos, como ya sucedió con Michael Jackson. Y en homenaje a Lou Reed que no hace mucho que se fue y al otoño que ya acabó, y al invierno en el que ya nos hallamos, acabo con el eterno Poe: 

Es un visitante –me dije–, que está llamando al portal;
Sólo eso, nada más.