miércoles, 18 de junio de 2025

YO NUNCA QUISE TENER UNA CASA; YO SÓLO QUERÍA UNA BIBLIOTECA

¿Es posible que la existencia sea nuestro exilio y la nada sea la casa? 
EMIL CIORAN 


Yo nunca quise tener una casa; yo sólo quería una biblioteca, pero desgraciadamente lo segundo implicaba lo primero. Probablemente tenga unos 6000 libros repartidos, que no significa que sean ni muchos ni pocos: es un simple guarismo. Estimo que resultaría más significativo afirmar que probablemente habré leído (y releído) el 90% de ellos, y aun así es, igualmente, otro número más.


En La Biblioteca de Babel Jorge Luis Borges fantasea con una biblioteca infinita que contiene todos los libros imaginables, generados por todas las combinaciones de letras, lo que lleva a los bibliotecarios a una búsqueda obsesiva de conocimiento y significado, enfrentándose a la desesperación ante la infinitud y la aparente inutilidad de su tarea. El cuento de Borges no es sino una hermosísima metáfora sobre el Universo, el conocimiento humano y por supuesto la búsqueda del sentido de la vida, ergo: un libro puede abrazar toda la Existencia.   


Abdul Kassem Ismael, el gran visir de Persia que vivió en el s. X, poseía una biblioteca de 117.000 libros. A pesar de sus continuos viajes jamás se separó de ellos, por lo que se las ingenió para que éstos fuesen transportados por una caravana de 400 camellos caminando en orden alfabético. Umberto Eco contó por encima los ejemplares de su biblioteca de Milán y le salieron unos 30.000 libros. Pero las bibliotecas no están exentas del desastre, y Plutarco, el magnífico historiador romano, relata que durante la Guerra de Alejandría en el 48 a.C., Julio César ordenó quemar los barcos en el puerto para evitar que cayeran en manos enemigas, pero el fuego se propagó accidentalmente a los almacenes cercanos, destruyendo parte de los depósitos de libros de la fastuosa Biblioteca de Alejandría. ¡Maldito seas, Julio César! 


Pero no todo son mastodónticas bibliotecas: el filósofo Emil Cioran (al que sólo puede leerse en momentos de depresión, pues su pesimismo siempre será superior al propio y por tanto sirve de inestimable ayuda) disponía en su diminuta buhardilla de París no más de 300; no le hacían falta más. Esto también es una cifra. Al final los libros se asemejan a una bella mancha de moho que va colonizando pasillos, dormitorios y todo lugar y rincón habido y por haber, quedando exentos, en mi caso, tan sólo los baños. Pero poseer libros también entraña sus riesgos, como el terror cósmico (similar al que nos mostró Lovecraft) a quedarse sin espacio y la imposibilidad de situar a un autor en su materia correspondiente y por exquisito orden alfabético. Pero también se produce esa hormigueante y obsesiva ansiedad por conseguir un libro único, y no poder hacerlo, o el remordimiento (eso sí, sólo en los primeros momentos) de haber adquirido un ejemplar por su desorbitado precio, aunque lo valiese (una primera edición numerada, un elzevier, un moretus, un raro ejemplar con erratas...). Esta bellísima enfermedad se puede acercar a la bibliofilia (como objeto de deseo, más que de lectura) con tendencia a la -itis (del griego inflamación) dando como diagnóstico la bibliotitis, un neologismo de cosecha propia. 


Qué duda cabe que los libros generan graves trastornos y enajenación profunda (que se lo digan a Alonso Quijano, más conocido como Don Quijote, pues «Sin una pizca de locura el lirismo es imposible», Cioran dixit), e incluso ocasionan incomprensión, más aún cuando nos hallamos inmersos en esta pestilente era digital, pero no es menos cierto que éstos son el mejor analgésico y el perfecto ansiolítico que nos acompañan en la más absoluta soledad (de un aeropuerto, en la obscura sala de espera del psiquiatra, en un pulcro tanatorio...) pero es preferible disfrutar los libros en la mejor compañía. El filósofo Ludwig Wittgenstein dejó escrito en su Tractatus Logico-Philosophicus que «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». 

Yo nunca quise tener una casa, sino una biblioteca; una casa es el radical sinónimo de la acotación de los límites.


sábado, 26 de abril de 2025

RESEÑA DE "LA CONJURA DE LAS TABERNAS"

Miguel Vega firma esta excelente reseña de mi novela La conjura de las tabernas en la revista de literatura El coloquio de los perros, desgranando de forma minuciosa tanto los aspectos generales de la misma así como los subyacentes.

El coloquio de los perros © Chema Rodríguez

Aquí algunos extractos de la misma:

«[...] Otro elemento omnipresente en la novela es el culturalismo: quiero referirme con ello a las continuas y jugosas referencias a distintas artes como la música, la literatura o el cine, que aderezan aquí y allá las páginas de esta narración. Sin obviar, por supuesto, otros campos culturales como la gastronomía y los alcoholes, o breves guiños a la tauromaquia y al boxeo. Veremos desfilar, de manera imprevisible, nombres como los de Agustín de Foxá, Ortega y Gasset, Billie Holiday, Agustín Lara, George Orwell, Arthur Cravan o actores del Hollywood clásico representados en las figuras de Humphrey Bogart, Edward G. Robinson o James Cagney. 

»[...] Se aprecia también la experimentación en el uso del lenguaje, principalmente en la creación de neologismos con palabras compuestas. 

»[...] El gusto por un rico manejo del idioma, acudiendo a los registros cultos y populares (a veces incluyendo también el registro manifiestamente vulgar), es uno de los alicientes de esta obra: el autor ha huido en todo momento del estilo plano o neutro en el lenguaje empleado. 

»[...] Destacan otros aspectos de La conjura de las tabernas que merecen ser mencionados. Por un lado, está la indudable maestría que se precisa para manejar a los numerosísimos personajes que comparecen en las páginas de este texto narrativo (el novelista malagueño Antonio Soler ya comentaba esta circunstancia a propósito de su novela Sur). La mayoría de ellos estupendamente caracterizados; algunos de manera brillante. 

»[...] Por otro lado, también descuella el uso de los diálogos a lo largo de toda la novela, verdaderos catalizadores de la vida en Terra Nivis y que fluyen con una frescura digna de encomio: humorísticos y filosóficos, culturalistas y rurales, rítmicos y sincopados; la paleta es riquísima.»

https://elcoloquiodelosperros.weebly.com/la-biblioteca-de-alonso-quijano/la-conjura-de-las-tabernas


domingo, 13 de abril de 2025

POETAS Y JÓVENES. ROQUETAS DE MAR (2025)

El 21 de abril estaré hablando de creación poética y poesía a los alumnos de Secundaria y Bachillerato de los institutos de Roquetas de Mar (Almería).



https://farocultural.roquetasdemar.es/actividad/1486/info-actividad

lunes, 31 de marzo de 2025

FERIA DEL LIBRO DE ALMERÍA 2025

Por cortesía de Librerías Picasso, el sábado 5 de abril estaré en Almería firmando bajas laborales, actas de defunción, decretos y declaraciones de independencia. (La DGT aconseja que la llegada a la caseta se haga de manera escalonada.)

Estaré posando también para las revistas JARA Y SEDAL, MOTOR y GOLF TOTAL, y a quien lo desee le dedicaré mi última novela: La conjura de las tabernas.  



sábado, 8 de marzo de 2025

ALGUNOS PERSONAJES DE "LA CONJURA DE LAS TABERNAS"

No soy muy partidario del uso de la Inteligencia Artificial para aspectos creativos, pero en esta ocasión me ha servido como divertimento (y también cargándome de mucha paciencia) para hacer una aproximación al aspecto físico de algunos de los más del centenar de personajes que aparecen en mi reciente novela La conjura de las tabernas.

Y este es el resultado:

DAMACIO EL CURA (1918)


DAMACIO EL CURA (1962)


P. LEWIS (1962)


NAPIAS CASTILLO (1962)


CABO ZARCILLA (1962)


DUNCAN DANTÈS (1962)


JA’PEDRO DE CASANCHA (1962)


DICK EL DEL PUERTO (1962)


TATUAJE DE DICK EL DEL PUERTO (1962)


LOLA LA PELIRROJA (1962)


GIROUX (1962)


CORTO MULERO (1962)


LUCAS (1962)


LUCAS (1988)


AVA (1962)


AVA (1988)


ANTÓN EL MONECILLO (1988)


TERRA NIVIS (1963. INVIERNO)


TABERNA EL COLMILLO DEL JABALÍ (1962)


TABERNA EL COLMILLO DEL JABALÍ (1962. COCINA PRIVADA)


TABERNA MOBYDICK (1962)


TABERNA MOBYDICK (1962)


TABERNA MOBYDICK (1962)


TABERNA MOBYDICK (1962. DÍA DE LLUVIA)


ALGUNOS DE LOS ESCRITORES QUE HAN INFLUIDO 
EN LA ESCRITURA DE ESTA NOVELA
(M. TWAIN, H. MELVILLE, W. FAULKNER, J. JOYCE)


miércoles, 29 de enero de 2025

"LA CONJURA DE LAS TABERNAS"

Años 60 del pasado siglo. Tras el nuevo gobierno que nace en España al término de la Guerra Civil, un nuevo golpe de estado, una década después, da lugar a la TERCERA REPÚBLICA, que se convierte en un régimen feroz, dictatorial y represivo. Con este argumento se abre esta novela de historia-ficción que posee tintes de novela negra y experimental, influida por autores como M. Twain, W. Faulkner, J. Joyce, Agustín de Foxá, Hugo Claus, C. J. Cela o Cormac McCarthy, un relato repleto de sarcasmo, ironía y humor negro e impulsado al ritmo de apuntes de literatura, política y jazz, haciendo uso de una descarnada descripción de la violencia y acudiendo a un lenguaje y estilo cercano al cine.

La conjura de las tabernas es una novela que, como si se tratase de tres ruedas dentadas de un reloj mecánico, hace poner en marcha la maquinaria del argumento. Una de esas ruedas del engranaje describe unos hechos históricos enmarcados en la primera parte del siglo XX en nuestro país, mientras que la otra supone un absoluto ejercicio de historia-ficción; a su vez esas dos ruedas se encuentran engarzadas a otra de mayor tamaño: un relato movido por todo lo anterior que sirve de verdadero motor para engrasar el desarrollo de la trama.


La conjura de las tabernas es una novela inclasificable porque puede ser una novela negra y un thriller político, además de un ejercicio literario de historia-ficción insertado a su vez en una novela que presenta datos históricos fehacientes; pero es también una novela coral, surrealista al mismo tiempo que realista; un wéstern moderno y una novela costumbrista que bebe del tremendismo y que incluso puede ser fantástica; un roman à clef y una novela experimental que busca experimentar con las formas y el lenguaje; probablemente sea una mezcla de todos esos subgéneros, si bien aparenta ser una novela netamente posmodernista, puesto que presenta los elementos principales de este movimiento literario:

—Niega y a su vez afirma el paradigma modernista. 
—No existe relación clara entre narración y tiempo, por lo que la narrativa se encuentra fragmentada y se presentan saltos en el tiempo. 
—Repeticiones del mismo hecho varias veces. 
—En ocasiones resulta complejo interpretar la trama. 
—Se produce una mezcla intencionada de ficción y realidad que puede llevar a la confusión. 

Por tanto, si fuese una novela posmodernista estaría contradiciendo cada una de las características de las que se sirve el tremendismo: 

—Situaciones violentas y grotescas. 
—Personajes marginados, con claros defectos físicos o psíquicos. 
—Uso de un lenguaje duro y desgarrado.

Y aun así es todo lo afirmado anteriormente: una novela posmodernista y tremendista, una novela de historia-ficción, una novela negra, un thriller, una novela coral, una novela surrealista, una novela realista y una novela experimental, todo ello en una sola novela.


Editorial: Instituto de Estudios Almerienses
Fotografía de cubiertaEva M. Gómez Gómez. Mesón Cervantes (Salamanca)
Páginas: 248 
Fecha de edición: Enero 2025


martes, 7 de enero de 2025

"EL DOBLE ENFRENTAMIENTO DE LA DOBLE K": MIGUEL VEGA

Existen dos elementos fundamentales, o más bien habría que afirmar casi fundacionales, que determinan el carácter de un linarense: por un lado (incluso siendo un neófito en el arte de la tauromaquia, o más aún un vituperador) la muerte del torero Manolete en 1947 tras ser cogido mortalmente en el inconfundible albero de la plaza de toros de la ciudad jienense por un toro que respondía al nombre de Islero, y por otro lado el Torneo Internacional de Ajedrez Ciudad de Linares, el más célebre e importante del mundo de los 64 escaques que dio comienzo en 1978 y se prolongó hasta el año 2010, y con el ajedrez como elemento generador de la trama el escritor Miguel Vega nos invita a leer El último enfrentamiento de la doble K, una historia con tintes de novela negra que rezuma altas dosis de suspense para adentrarse a su vez en la novela histórica, quedando acompasada por el affaire que Bernal, el protagonista y sin duda alter ego de Vega, mantiene con Anna, una enigmática pintora oriunda de San Petersburgo que ha llegado a Linares en calidad de analista del jugador de ajedrez Gari Kaspárov y cuya relación se alarga en el tiempo lo que dura el torneo a lo largo del espacio que ocupa una ciudad que se erige como un lugar legendario y hasta casi místico.


Miguel Vega (Linares, 1967), profesor de Lengua y Literatura, ha publicado narrativa, poesía, dos libros sobre tauromaquia, y en 2022 La huida del ingeniero Spinell, una ambiciosa novela histórica de degustación lenta que tiene como protagonista al ingeniero de minas austríaco Ernst Spinell y en cuyas páginas ya encontramos elementos comunes con su último libro: Cástulo, Himilce y Aníbal, tauromaquia, música clásica...

Nos encontramos en marzo del año 2001. Bernal es un joven profesor de instituto que al mismo tiempo cubre el celebérrimo torneo de ajedrez de Linares para un periódico local, cuya mayor atracción se centra en dicha edición en dilucidar si será Anatoly Kárpov o bien el joven aspirante Gari Kaspárov quien habrá de alzarse con la gloria, y con este argumento, en apariencia tan sencillo pero de indudable atracción, Miguel Vega urde una historia en la que se van sucediendo desde famosos ajedrecistas que participan en el torneo y con quienes comparte cafés y conversaciones, hasta el famoso dramaturgo Fernando Arrabal, cronista del torneo, pues probablemente muchos lo desconozcan, pero Arrabal es no sólo un gran entendido en la materia, también un excelente jugador, que cabe recordar publicó en 1983 La torre herida por el rayo, una inteligente novela que se centra en un campeonato mundial de ajedrez (y en la que parece reflejarse esta que nos concierne), así como una obra publicada un año después que recomiendo encarecidamente, Crónicas de ajedrez, compuesta por artículos publicados en el semanario francés L’Express, en donde el escritor español muestra su enorme conocimiento en todo cuanto rodea al mundo ajedrecístico con el particular e ingenioso estilo del que siempre hace gala. Aprovecho, si se me permite, para comentar una anécdota: hace años le envié a Arrabal un ensayo y antología de poetas experimentales en lengua neerlandesa que había traducido en donde en otros aparecía el flamenco Hugo Claus, con quien el escritor español había coincidido en Nueva York gracias a la concesión de una beca, incluyendo junto al libro una partida de ajedrez de un periódico con el fin de que Arrabal la resolviese, pero éste, en lugar de solucionar la partida, me envió una preciosa postal con dibujos hechos a mano por él mismo acompañada de unos folletos de un conocido supermercado francés, por lo que con esta peculiar y ya conocida personalidad, hacer partícipe a Arrabal en una obra sobre ajedrez por parte de Vega es uno de los grandes atractivos de la misma.

La novela de Vega, con una sugerente mezcla de realidad y ficción, nos traslada a aquellos míticos años de Linares en los que se celebraba el Torneo Internacional de Ajedrez, una ciudad metafórica que tiene lugar en un doble campo de batalla: el del tablero propiamente dicho que, con sus jugadores de ajedrez queda contrapuesto (o acaso completado) al episodio bélico que aconteció en Cástulo dentro de la Segunda guerra púnica, interpretadas por una suerte de parejas especulares como las que forman Cástulo-Linares, Kárpov-Kaspárov, Himilce-Aníbal y Anna-Bernal, proyectadas entre ellas en un acto imitativo e intercambio de papeles, con la constante alusión a la historia de Linares, el recuerdo del vino de Oretania, la figura omnipresente de Manolete y el mundo del toreo, en un recorrido eterno por la ciudad, sus calles, plazas y lugares emblemáticos, los clubes de jazz en donde beber buen alcohol mientras se escucha música y por supuesto por bares y tabernas que hablan de su suculenta gastronomía, como una suerte de guía enmarcada en un deambular cultural por museos que van explicando su historia pasada, y estos excelentes ingredientes de El último enfrentamiento de la doble K son la carta de presentación de una novela que hará las delicias de los amantes del ajedrez, recorriendo un lugar que por momentos recuerda a la Viena del filme El tercer hombre hasta creer escuchar la cítara de Anton Karas fundiéndose con la primitiva Cástulo, todo ello barnizado de una ligera pátina crepuscular y melancólica. Eso sí: jamás Manolete hubiese podido morir en Viena; siempre quedará Linares.

(Esta reseña fue publicada originalmente el 19/5/2024 en la revista literaria El coloquio de los perros). 




(Fotografías de la presentación en Librerías Picasso (Almería) el 28/11/2024)



(Diario de Almería. 5/1/2025)

domingo, 29 de diciembre de 2024

NECESITO CONTAR LA VERDAD: UNA CONVERSACIÓN CON EL BOXEADOR ZARAGATA

Qué pena que se sienta mal —dijo la mujer—. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador, ¿sabías?
—Sí, ya sabía. 


Este es un extracto de Los asesinos, el breve relato de apenas siete y ocho páginas que en 1927 escribió Ernest Hemingway para la revista Scribner's Magazine y que en 1946 adaptó para la gran pantalla Robert Siodmak con el título Forajidos, una obra de arte del cine negro que protagonizaron Burt Lancaster, Ava Gardner y Edmond O'Brien en una historia que nos presenta a dos sicarios, Max y Al, que llegan a un pueblo de Nueva Jersey para matar a Pete Lund, un boxeador retirado que responde al sobrenombre de «El Sueco»; pero Lund no intenta huir y es asesinado a tiros en su habitación, y tras esta soberbia introducción el filme nos narra la historia del exboxeador haciendo uso de un largo flashback. En 1964 Don Siegel revisitaría el cuento de Hemingway en Código del hampa, más violenta que la de Siodmak, construyendo el preciso mecanismo de un reloj cinematográfico que tenía como protagonistas principales a Lee Marvin, Angie Dickinson, John Cassavetes y Ronald Reagan. 

El cine nos ha regalado un buen puñado de películas memorables que han tratado desde diferentes puntos de vista el apasionante mundo del boxeo: Lirios rotos (1917), de D.W. Griffith; The Ring (1927), de Alfred Hitchcock; Cuerpo y alma (1947), de Robert Rossen; El hombre tranquilo (1952), de John Ford; Más dura será la caída (1956), de Mark Robson; El tigre de Chamberí (1957), de Pedro Luis Ramírez; Rocco y sus hermanos (1960), de Luchino Visconti; Rocky (1976), de John G. Avildsen; Toro salvaje (1980), de Martin Scorsese; Million Dollar Baby (2004), de Clint Eastwood, y así un largo e interminable etcétera.

Saco a colación esta obra de Hemingway y las posteriores adaptaciones (y entre las anteriormente citadas el cineasta ruso Andrei Tarkovski hizo en 1956 lo propio con un cortometraje cuando era estudiante) porque me he citado con el boxeador Paco Zaragata. Me cuenta que el excelente cronista de boxeo, Fernando Vadillo, escribió para el periódico deportivo Marca sobre él y que le molestó que escribiese que su alias era Zaragata: «Yo no soy un forajido para decir que Zaragata es mi alias, y así se lo dije cuando tras aquella crónica volví a encontrarme con él; soy Zaragata». El director de cine José Luis Garci, gran entendido de boxeo, rindió homenaje al periodista en su magnífica película El crack (1981) cuando Alfredo Landa, que interpreta al investigador privado Germán Areta, le espeta al barbero que le está afeitando: «Déjate de literatura, que para eso ya tenemos a Vadillo en el As».



Paco García Cazorla, Zaragata, nació en 1951 en el popular barrio almeriense de Pescadería y aún recuerda de memoria el nombre de los vecinos de ambos lados de la calle, que me va recitando con minuciosidad y a gran velocidad. Afirma que no tiene ganas de conceder entrevistas a los periódicos, quizá porque tiene mucho que contar, y que aun así necesita decir la verdad: «Necesito contar la verdad, Antonio». Quedamos en un bar, entramos y todos lo conocen, lo saludan por su nombre de guerra y él los conoce a todos y me da detalles de la vida de aquellos que entran y salen de la taberna. Zaragata es una enciclopedia: del boxeo, de la vida, del día a día de Almería, habla como si boxeara, un torrente de palabras, de anécdotas, de datos, una memoria de elefante. «¿Por qué te has hecho boxeador?,» le preguntaron al boxeador irlandés Barry McGuigan, campeón del peso pluma, a lo que él respondió: «No puedo ser poeta; no sé contar historias», y el excéntrico escritor Arthur Cravan (1887-1918), dos metros de altura y cien kilos de peso, sobrino de Oscar Wilde y amante de la poeta Mina Loy, afirmaba: «Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear»; pero Zaragata sí es capaz de boxear y de contar historias, como aquellas de cuando trabajaba en la Central térmica de Carboneras.


El boxeador almeriense fue peso mosca (hasta 51 kg); se sabe todas las categorías de peso al dedillo; ahora es un galimatías de números con tantas asociaciones de boxeo y sus diferentes pesos. Al principio parezco un débil contrincante ante su verborrea, un sparring a punto de ser noqueado: me devoran los detalles que me aporta, su enciclopedia mental, a pesar de yo ser un peso supergallo me está ganando a los puntos. Le nombro a Manny Pacquiao; él asiente con la cabeza; le gustaba. Afirmo que Saúl «Canelo» Álvarez es el mejor boxeador del mundo libra por libra, pero él me rebate: «El mejor es el japonés Naoya Inoue; tienes que verlo, Antonio: ¡es dinamita pura!». Le recuerdo la pelea entre Mike Tyson y Evander Holyfield cuando en 1997 el primero le arrancó al otro varios centímetros de oreja de un mordisco; mi primer recuerdo nítido y consciente de boxeo. Le sigo preguntando sobre boxeadores de finales del siglo pasado y algunos más recientes, de manera anárquica: Julio César Chávez: «Muy bueno, no así su hijo», me replica. Óscar de la Hoya, Floyd Mayweather Jr., Guennadi Golovkin. Tengo la tentación de hablarle de la llamada «pelea del siglo» (parece que ésta fue la segunda) que en 1923 enfrentó al estadounidense Jack Dempsey y al argentino Luis Ángel Firpo: pocos combates han hecho correr tantos ríos de tinta y literatura periodística de la buena como aquella. La siguiente «pelea del siglo» se produjo en 1964, el día de los enamorados, el combate que cambió para siempre el boxeo, o eso dicen: Cassius Clay le arrebató el cinturón de los pesos pesados a Sonny Liston; al día siguiente el nuevo campeón se convirtió al islam y cambió su nombre por el de Muhammad Ali: «Flota como una mariposa, pica como una abeja», y ya me dejo de literatura. 

Nos acomodamos en la silla y pedimos una palomita: anís dulce con una piedra de hielo y un chorrito de limón. Le pregunto si puedo usar mi dispositivo para grabar la conversación: «Sin problema, lo que quieras», y aprieta los puños suavemente: aún le queda esa energía de boxeador, porque el boxeador lo es toda la vida. Desconozco qué puedo sacar de este encuentro. Él no baja la defensa; me explica algún golpe y lanza el puño a cámara lenta y al instante se cubre. «Defenderse en el boxeo, cubrir el golpe del adversario es tan importante como atacar; de lo contrario estás perdido»; y en la vida también, pienso yo. Pienso en el periodista Budd Schulberg y en la calva de Abbott Joseph Liebling, pero el que me gusta es Vadillo y Manuel Alcántara, del que recomiendo el libro La edad de oro del boxeo: 15 asaltos de leyenda. En las memorias de John Watson, el doctor en Medicina apunta sobre Sherlock Holmes: «Experto boxeador y esgrimista de palo y espada». Vuelvo a abandonar mis pensamientos literarios y con mi primera pregunta sale toda la energía que Zaragata lleva dentro, brotando impetuosas sus ganas de hablar: una verborrea infinita y eléctrica, como si estuviese sobre un ring.

ANTONIO CRUZ: ¿Cuénteme cómo fueron sus inicios en el mundo del boxeo? 

ZARAGATA: Mi inicio en el mundo del boxeo se produjo porque mis hermanos, Diego y Juan, montaron el bar Bahía de Palma, en Almería, en concreto el 23 de diciembre de 1963. Posteriormente a esta circunstancia mi hermano Juan se fue a trabajar a un camping y Diego se quedó con el bar. En el camping trabajaba un señor de Madrid, Luis Alcázar, boxeador profesional que había sido campeón de Castilla, y cuando terminó la temporada, a su regreso, mi hermano Juan nos trajo dos pares de guantes de boxeo que le había regalado Alcázar para mí y para mi hermano gemelo: Jesús, que falleció ya hace tiempo. Teníamos sólo 13 años. 

A.C.: ¿Tanta tradición de boxeo había en la ciudad de Almería? 

Z.: En aquel momento entrenaba los hermanos Bisbal: Pepe, Dionisio y Juan. Por aquel entonces lo hacían en donde guardaban los carros de la basura, lo que era la perrera municipal, detrás del Ayuntamiento. Entonces mi hermano y yo nos íbamos por las tardes a entrenar con los hermanos Bisbal, y a partir de ahí sentí en mi interior el gusanillo del boxeo. Posteriormente me fui a entrenar a un gimnasio que montó el padre de Juanito Rodríguez en el barrio de Los Ángeles. Mi debut se produjo en el año 1966 en el Cine Moderno, peleando contra Nieto Aguilera, a quien le gané en el tercer asalto por abandono. 

A.C.: Hablemos de 1972, año en el que se celebraron los Juegos Olímpicos de Múnich. 

Z.: Tengo recuerdos muy bonitos de esa época. Para la preparación de aquellos Juegos seleccionaron a ocho boxeadores, de los que cinco éramos de Almería, junto a dos asturianos, Alfonso Fernández y Rodríguez Cal, y Antonio Rubio, un catalán que había nacido en Bullas (Murcia). Después de que Rodríguez Cal ganase la medalla de bronce en Múnich, peleé en Avilés contra él y lo tiré seis veces contra la lona, pero como era su homenaje le dieron vencedor a los puntos; para él el triunfo y también los palos. En aquella concentración estábamos cinco almerienses, como he dicho anteriormente, y yo que era peso mosca no fui, y no fui porque el minimosca nuestro, García I, también de Almería, peleó en Tenerife un combate contra el venezolano «Morochito» Rodríguez, que había ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1968 en México, y García I tuvo la suerte de meterle dos manos y tirar a «Morochito» Rodríguez, por lo que me quitaron a mí y García I fue a las Olimpiadas y yo me quedé en casa. Después perdió contra el mongol Batsüren Nyamdashiin en segunda ronda y él y yo nos quedamos sin medalla y sin nada. Fue una época bonita, donde fui internacional y peleé en Suecia, Escocia, Francia y gané casi todas las peleas internacionales. 



A.C.: ¿Supone entonces una espina el no haber acudido a aquellas Olimpiadas? 

Z.: ¿Espina? Es algo que siempre está ahí, pero el seleccionador decidió llevar a García I porque pensaba que pegaba más fuerte, y yo creo que se lo merecía; no hay mayor problema ni pienso en ello mucho más. 

A.C.: ¿Cuántas peleas hizo Zaragata? 

Z.: He hecho unos 120 o 130 combates, siendo uno de los boxeadores de Almería que más combates ha boxeado. Tengo la suerte de haber caído ocho veces pero nunca por KO, ni por abandono ni inferioridad, siempre a los puntos, y tres nulos, entre amateur e internacional. Estoy contento con mi carrera deportiva. 


Hacemos una pausa. El bullicio del bar es cada vez mayor: conversaciones que fluyen, se mezclan y van in crescendo; el tintineo de los vasos chocando entre sí, la voz de los dueños del bar, Fany y Antonio, que se acercan y también charlan con Zaragata. La primera «pelea del siglo» del boxeo la cubrió el escritor Jack London con el enfrentamiento en 1910 entre James Jeffries y Jack Johnson; el primero, de raza blanca, era el favorito del público, y Johnson, negro, y con mala fama, era el boxeador odiado de aquella época, pero sin embargo fue el que resultó ganador de la pelea por KO. London, el escritor de Colmillo blanco y La llamada de lo salvaje, fue un amante del boxeo y escribió varios relatos sobre el mundo del ring de una belleza exquisita, como Por un bistec, probablemente la mejor de las historias de boxeo jamás escritas y recogida en el volumen Knock Out

Suena una horrible música de reguetón, pero a Zaragata no le importa, a mí sí, demasiado, pero intento concentrarme en apuntar fechas y nombres. Pedimos unos botellines de cerveza y en el intermezzo de nuestra entrevista el boxeador me habla de Pedro Carrasco, de Mando Ramos y de los hermanos Bisbal, de la reciente muerte de algunos amigos del mundo del boxeo, y me explica cómo conoció a José Legrá y su posteriores encuentros. Me muestra una fotografía y me dice: «De aquí ya sólo quedo vivo yo». Jack London hubiese disfrutado de esta charla.    



A.C.: Si antes hablábamos de ese pesar por no haber ido a las Olimpiadas de Múnich, ¿qué otra espina tiene Zaragata, o qué logro no pudo conseguir Zaragata? 

Z.: Tengo una espina clavada, que no sé si debería decirla. (Se detiene unos segundos, y continúa). Pero la voy a decir. Hay muchos señores del mundo del boxeo de Almería que me dicen: «Tú nunca fuiste Campeón de España». Esto es algo que yo quisiera explicar, para que la gente lo sepa, así que me alegro que me hayas hecho esta pregunta, ¡porque quiero que la gente sepa de una puñetera vez la verdad! Yo no fui nunca campeón de España porque a mí Almería nunca me mandó al Campeonato Nacional; mandaron a los hijos de Rodríguez, que eran los favoritos del entrenador, porque era su padre. Entonces resulta que la única vez que me mandaron, en el año 1972, fui subcampeón, y no gané porque me robaron la pelea en la final contra Vicente Rodríguez, a quien luego le gané en la revancha. Rodríguez  era en ese momento subcampeón de Europa, y es curioso que sin haber ido al Campeonato de España le he ganado a todos los campeones: al santanderino Esteban Eguia, a Eduardo Tabares, de Las Palmas, a Manuel Massó, a Ángel  Moreno, a Vicente Rodríguez... les he ganado a todos los campeones y he seguido en la selección, lo que quiere decir que el mejor era yo. En aquel tiempo, los que estábamos en en el equipo nacional, los internacionales no íbamos al Campeonato de España, pero a continuación, los once campeones de los once pesos que existían, tenían que pelear contra los integrantes de la selección española para saber quién era el mejor, y quien ganaba se quedaba en la selección, y en esos combates es donde yo le he ganado a todos los campeones, pero el que quiera entenderlo que lo entienda, y el que no, que no lo entienda; me da igual: soy feliz con lo que hice, estoy orgulloso con lo que conseguí y no voy a cambiar; soy el mismo de siempre: Paco Zaragata. Pero mira, también fui campeón de España en la primera Liga nacional de boxeo, en la que quedé imbatido, y con el trofeo que lo acredita; por lo que sí fui campeón. 



A.C.: ¿Y qué supuso haber llevado el nombre de Almería por todo el mundo? 

Z.: Hace unos días me dijo un señor: «Pero Zaragata: es que tú no sabes lo que es sentir el himno de España en una competición». Y entonces le enseñé una fotografía en la que estoy en París y yo era el abanderado del equipo español: allí estaba en lo alto del ring con la bandera de mi país, ¡en Francia! Si eso no es saber lo que se siente ser español en una competición, que ese señor vaya y se lo pregunte a quien quiera.


Nos despedimos. Me dice que me enviará algunas fotografías de todo cuanto me ha contado y me da la mano con fuerza. Zaragata es un campeón de España sin título, por esas extrañas circunstancias que se dan en el deporte y más aún en el noble arte de las doce cuerdas, un reflejo, al fin y al cabo, de la misma vida. Según reza el diccionario de la RAE, «zaragata» significa gresca, alboroto, tumulto, pero no encuentro en el Zaragata persona ni en el Zaragata boxeador nada de cuanto afirma la RAE, sino todo lo contrario: es cordial y afable, noble y leal, pero no me gustaría haber combatido nunca contra él. Es entonces cuando recuerdo una cita del libro Del boxeo, de la escritora estadounidense Joyce Carol Oates: «Si no se puede golpear, por lo menos se puede ser golpeado, y saber que todavía se está vivo». Y quedamos en llamarnos, y desaparece difuminado por una extraña luz que irradia desde un boquete del cielo.