La poesía siempre es un acontecimiento; siempre la poesía es un milagro, un prodigio, es, en síntesis, la misma Vida, y Otra vez la poesía (Sonámbulos Ediciones, 2024), el último poemario de José Luis López Bretones (Almería, 1966), lo atestigua con vehemencia, un libro que nos emplaza a ser leído con un verso de Luis Cernuda del poema «Lázaro» y que supone toda una declaración de intenciones: «Era otra vez la vida».
(Fotografía: J. L. López Bretones)
Once años permaneció el poeta Julio Martínez Mesanza sin publicar un poemario hasta que en 2016 apareció Gloria; y hasta la fecha pasan ya ocho primaveras desde aquel con el que le fue concedido el Premio Nacional de Poesía un año después; The Cure, la banda británica de rock gótico, ha publicado en estas fechas nuevo trabajo tras dieciséis años de vacío discográfico, porque la creatividad es un ejercicio que no debe ni puede ser sometido a los parámetros acotados y dictatoriales del envilecido tiempo, aunque paradójicamente Otra vez la poesía trate de éste con el propósito de dar con su mismísimo núcleo. En el caso de López Bretones han transcurrido dos décadas desde Ayer & mañana, veinte años («no es nada», cantaba Carlos Gardel) transitando en el Silencio más radical hasta haber visto la Luz su última colección de poemas, porque en palabras del propio poeta no ha existido una urgencia por expresarse, sí, en cambio «la necesidad de averiguarse, de conocerse, de dar respuesta a las preguntas de la vida»: «qué turbulencia, en medio del mar de nuestra vida,/ pretende ahora sumergirnos/ en el extenuado hondón de las palabras?», se lee en la composición que da título al poemario.
Otra vez la poesía queda estructurado en cinco partes que guardan entre sí una perfecta coherencia y unidad en una sucesión de poemas que ensalzan por un lado el paso del tiempo (no tanto otros elementos clásicos en la poesía como la muerte o el amor más o menos visceral), que conecta a modo de díptico lírico con el anterior poemario de López Bretones y su fascinación por el Libro del Eclesiastés, y por otro lado el poder de la palabra a modo de liturgia que parece remitirnos al primer versículo del Evangelio de San Juan: «Verbum caro factum est»: «El verbo se hizo carne», ya que el ímpetu irrefrenable de la palabra queda de manifiesto en cada uno de los poemas, como en el que lleva por título «La lectura»: «De nada sirvió. Sólo eran palabras/ leídas en silencio por alguien que se preguntaba/ en qué gastó, y por qué, su vida». O en este titulado «La mirada y las palabras»: «Antes que las palabras, tan próximas/ al tráfico falaz de los ensueños,/ está extendida la mirada».
La locución latina Tempus fugit se articula como una constante sin fin en Otra vez la poesía, y el paso del tiempo una pieza perseverante casi en cada página del libro, tal y como queda reflejado en «Nada importante»: «Dejar pasar los días y los días/ sin haber realizado otro ejercicio/ de mayor eficacia que el de malvivirlos», y el poeta redunda en un tiempo presente que le hace recordar el pasado: «en todo saboreamos un licor ya consumido» («Lo que nunca he sabido») o al leer el poema «El telar», cuyos versos nos hacen recordar el mito homérico de Penélope o los evidentes ecos del poema de Jaime Gil de Biedma «No volveré a ser joven» que llegan a ser escuchados nítidamente en «Nuestra vida jamás regresará». Pero si hay un poema que condensa el sentido del poemario es el que lleva por título «No nos deteriora el tiempo», pues López Bretones entiende que no es el paso de la vida lo que menoscaba al individuo: «No nos deteriora el tiempo,/ sino el contacto con los otros:/ [...] Ellos, los otros, que están cerca/ o pasan a tu lado/ […] y dejan tras de sí, aunque regresen,/ el frágil aroma de las oportunidades./ [...] la fatigada flor de la experiencia».
La palabra y el lenguaje no sólo son el mecanismo preciso de esta colección de poemas: el lenguaje es el método que López Bretones utiliza para hacerse preguntas sobre el sentido de la existencia, como bien revela en «Recuerda»: «Incluso el escoger unas palabras/ que logren dar sentido/ a alguna voluntad ajena o aplazada/ no alzamos otra cosa que un recuerdo», o poemas que giran en torno al lenguaje: «El solitario mar de música inaudita,/ al final del lenguaje, y al comienzo/ de lo que no consigue ser nombrado». («Nocturno en Tamariu»).
En los poemas que edifican Otra vez la poesía se dan cita de manera manifiesta Dante, San Agustín, Lucrecio, Malaparte o Edmond Jabès, al que José Ángel Valente tradujo, pero también quedan ocultos otros poetas, como Martínez Mesanza con el poema «Der Kessel», de tintes épicos y cuyo significado en alemán es caldero (o caldera) y en cuyos versos López Bretones relata la batalla de Stalingrado en lo que supuso una dura derrota para las tropas alemanas y punto de inflexión en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y de paso la contienda interna de quien lo escribe.
Se aprecia asimismo en el libro la frustración, un deseo no alcanzado o la imposibilidad de ejecutarlo, como describe en «Tuve un sueño»: «Tuve un sueño y fue verdad un día./ […] buscando recobrar aquel sueño que tuve/ y sólo hallo ceniza, temor, aire vacío». Porque la realidad para el poeta es un engaño: «Hay más verdad en los sueños/ que en cualquier otro tramo de la vida,» («Mecánica del sueño») para preguntarse cuál es el sentido de la existencia y qué lugar ocupa en ésta el ser humano y el propio poeta: «¿Qué hemos venido a hacer aquí?» («Señales»).
La cuarta sección del poemario es, a mi juicio, la más sugerente de las cinco, más aún para quienes identificamos los paisajes que en ésta aparecen: LAS MORADAS, subdividida a su vez en LA CASA y CIUDAD DEL SOL. En esta parte emergen con total transparencia una serie de elementos que remiten a escenarios y lugares cercanos al poeta: una casa, la luz y el sol o la ciudad, entremezclándose, en según qué situaciones, el locus amoenus y el locus eremus. Si T. S. Eliot habla en La tierra baldía de una «Ciudad irreal,/ Bajo la parda niebla de un mediodía de invierno», y en «Los siete viejos» Ch. Baudelaire de «¡Hormigueante ciudad, ciudad llena de sueños,/ Donde el espectro en pleno día atrapa al caminante!», el poeta almeriense experimenta lo contrario en «Vuelve otra vez la lluvia»: «Llueve de pronto en la ciudad vacía/ […] Afuera, con el peso exacto del recuerdo,/ cae la lluvia. Un agua estéril de septiembre/ para la que no hay cobijo alguno». Y este poema hace recordar «Pájaro del olvido» de J. A. Valente, un poeta de trascendental importancia para Almería: «ciudad no mía, pero al fin tan próxima,/ donde el sol de noviembre tiene/ la última dureza/ de lo que ya/ debiera/ morir». La ciudad de la que nos habla López Bretones es «La ciudad» de K. Kavafis, una urbe luminiscente que lo persigue en sus versos y al mismo tiempo se muestra indiferente: «La luz desesperada y repetida/ la luz que se difunde sin estorbos/ […] La luz no los conoce, ni a ellos ni a ningún otro paseante: no sabe nada de nosotros», leemos en «Ciudad del sol».
LAS MORADAS constituye en sí casi la idea teresiana que aparece en El castillo interior de la mística cristiana, porque los poemas de la sección van más allá de una construcción física y tangible hasta alcanzar lo espiritual: «La casa consistía en nuestra alma» («Nuestra casa») o bien en el que lleva por título «La casa vino a mí»: «La casa vino a mí, no entré yo en ella./ […] La casa vino a mí, llegó a mi lado./ Y siempre supe quién vendría a recibirme». El hogar siempre ha sido fuente de inspiración en la cultura, trascendiendo la propia construcción de techo y paredes hasta límites insospechados; «Mi casa», la canción de Los Suaves, también con su sobredosis de malditismo lírico, reza así: «Mi casa es la carretera, es el camino del sol/ Es un hotel de tercera, mi casa es el rock n' roll. [...] Mi casa, un catre en el suelo, es una estación de tren/ Mi casa es un cementerio, a veces es un burdel/ Mi casa es donde regreso casi siempre perdedor/ Pero nunca fracasado, mi casa es el rock n' roll», y por poner un ejemplo más formal, el poeta irlandés W. B. Yeats, en su poema «Mi casa», escribe: «un hogar de piedra gris/ abierto,/ una vela, una hoja manuscrita». El paso del tiempo, la tierra, la luz de la tarde, de nuevo una casa que es el hogar del alma en «El lujo»: «Es un lujo sin nombre/ saberse acogido en una casa/ plantada sobre piedras hace tanto/ que ya nadie recuerda». Pero en esa dualidad hogar-alma el poeta también siente la vulnerabilidad y el miedo tan inherente en el ser humano: «Hace frío en la casa donde vivo,/ tiene paredes delgadas y el techo/ no es de material seguro». («No quise»).
Motril, 5/X/2024: Javier Bozalongo, J. L. López Bretones y Antonio Carvajal.
(Fotografía: Eva M. Gómez)
López Bretones recorre su particular camino en Otra vez la poesía, una senda ya transitada que se torna casi en una suerte de maldición de la que no puede escapar, de los paisajes repetidos, del lugar que vuelve a hacer acto de presencia: «y al que llegamos una vez y otra/ por caminos que creíamos/ que nos iban desviando de él», nos revela «En el camino», como el título de la novela autobiográfica del escritor beat Jack Kerouac; no desea el poeta imitar a nadie, no quiere una imitatio (que sí hizo y escribió Kempis) de hombres de este tiempo como nos confiesa en «Estrellas errantes»: «No he venido a vivir vidas ajenas:/ mi suerte es sólo mía, y no le incumbe/ el rastro de una estrella diferente». Y este poema que me hace recordar al poeta neerlandés Menno Wigman cuando escribe en «Jeunesse dorée»: «He visto las mejores mentes de mi generación/ desangrarse por una sublevación que no ha llegado», unos versos que imitan los de Allen Ginsberg, otro beat, en «Howl»: «He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo de hambre, histéricas y desnudas», y que en «Estrellas errantes» López Bretones arroja su propia devotio: «Otros más jóvenes que yo hace tiempo/ que abandonaron de una forma absurda/ esta escenografía banal de luces falsas».
Otra vez la poesía es la resurrección de la lírica y de su poeta que, como el «Lázaro» del poema de Luis Cernuda y más aún el del Nuevo Testamento al que Cristo revivió, ha vuelto a escribir y a caminar con paso firme y como si nunca le hubiese acariciado la Muerte del silencio poético: Otra vez la poesía.