jueves, 4 de mayo de 2017

DE CÓMO CONOCÍ A MIGUEL NAVEROS

He llegado a la literatura, que para mí significa una 
forma de vivir, a través de la poesía. La palabra poética 
siempre ha sido la que me ha llegado más hondo.

A Miguel Naveros lo conocí personalmente hace muy poco, en febrero de 2014 y más concretamente en la Librería Zebras (Almería), aunque en realidad sabía de él y de su labor desde principios de los años 90. Aunque lo había visto en anteriores ocasiones y conocía su obra (habiendo leído mucho antes sus dos últimas novelas así como su poesía), aquel fortuito encuentro y primera charla estuvo revestida para mí de un significado especial.


Me causaba envidia y sobre todo admiración el leer aquello que rezaba su biografía y ya me sabía de memoria: «ha sido corresponsal en España de la agencia de prensa soviética Novosti, viajando con asiduidad por los países del Este antes de la caída del comunismo» (y no precisamente porque yo posea ninguna afinidad ideológica con el comunismo). Me lo imaginaba como una especie de Tintín, provisto de una gabardina color ocre, fumando en cada instante y tomando destartalados y viejos aviones de hélices, grabadora en mano para sus crónicas periodísticas. Como anécdota, en cierta ocasión, yo que había leído bastante sobre el régimen de Corea del Norte, le pregunté acerca de éste, y  Naveros me apuntó que el hermetismo del gobierno norcoreano sólo tenía comparación con la Albania comunista.. Para un joven de 15 años (que era mi edad cuando comencé a oír hablar de él), tenía todos los ingredientes para levantar mi admiración: escritor —y más en concreto poeta—, corresponsal de una agencia de noticias extranjera y fumador en pipa.

siempre queda un poema  
prendido del tiempo 
y de algún muro, 
como una gota anónima 
que se columpia 
en la sombrilla 
esquelética de una calle

[De Óxido en el cuerpo]

Era un personaje singular, pero curiosamente no se parecía mucho a los personajes que aparecían en sus novelas. Su cabeza estaba ausente de todo signo de pelo en su parte central y superior, cayéndole una cortina de cabello a ambos lados. Yo ya no lo conocí fumando ninguna de sus famosas pipas pues ya se había pasado a los cigarros, pero siempre lo vi con uno entre los dedos o en la boca cuando estrechaba la mano. Te lo encontrabas en los cafés cercanos a su casa, escribiendo con letra pequeña y casi ilegible, tomando cafés en tazas diminutas y con el bolsillo de la chaqueta (o camiseta de manga corta en verano) cargado de plumas y bolígrafos de todo tipo. Como último toque, su corbata, que fuese a conjunto o no con su indumentaria, ya estuviésemos en verano o invierno, o cayese un sol de justicia o por contra soplase un vendaval de viento desde el mar, ahí estaba su corbata, moviéndose de un lado al otro y como signo de distinción; contemplar a Naveros era como estar frente a Fernando Pessoa.


Pero detrás del personaje se encontraba un auténtico escritor y magnífico poeta, experto en literatura italiana y un excelente conversador que no perdía ocasión en charlar contigo, salpicando sus intervenciones de interesantes datos y suculentas anécdotas. Cuando presentó mi libro de relatos Cuentos macabros y de terror (aún recuerdo su risa al leer el microrrelato que incluía el libro) habló de nuestra común editorial (ahora Huerga & Fierro), de sus años en Madrid y la calle Embajadores o de mi «Highlands almeriense», y desde entonces comencé a acudir a todos aquellos eventos en los que él participaba, o bien me lo encontraba en aquel micromundo en el que se movía, que tenía como epicentro la Librería Zebras y los cafés adyacentes, envuelto en el susurro del mar (el magnetismo y anclaje que sentía hacia el sur y que tan bien reflejó en sus novelas); el mar sí, pero jamás la playa.

y estamos solos, 
en un palmo de tierra, 
cuando la noche llega

[De Óxido en el cuerpo]

A pesar de haber escrito muchas más páginas en prosa que en poesía, Miguel Naveros se sentía poeta por encima de todas sus facetas literarias, pero un poeta con una capacidad asombrosa para crear novelas sobresalientes de sólida estructura y cuyas correcciones se demoraban años hasta quedar concluidas.


En septiembre de 2016 apareció mi poemario Grecia: guía de viaje para antipoetas y soñadores. Mi intención, incluso antes de que éste se publicase ni saber cuándo se publicaría, era que Miguel me acompañase, cuando estuviese completamente recuperado, en la presentación del mismo, tal y como informé a la editorial, aunque nunca lo hice al propio Miguel. Ahora siento la pena de no haberle entregado una copia del libro que tenía firmada y dedicada desde finales del año anterior.

© Isabel Ausejo
Con la marcha de Naveros la pérdida no es sólo una, sino múltiple e irreparable desde diversos ámbitos, comenzando por el humano. Sería un justo tributo crear un premio literario con su nombre, y que se le siguiesen haciendo homenajes año tras año, pues lo merece, pero que nadie se olvide que el mejor homenaje que se le puede rendir a un escritor es seguir leyendo su obra para que ésta, y él mismo, sigan latiendo. Hasta siempre, Miguel: fue un lujo haberte conocido.

 

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