Sábado, 1 de agosto de 2020
La noche es larga, y hombres en la noche, / que nunca han combatido, inventan armas. Con estos dos versos con los que el poeta Julio Martínez Mesanza cierra «La eterna caballería», yo abro mi ansiada estancia en Ámsterdam, en este nuevo viaje que ha resultado incierto hasta el último momento.
Ha sido una noche larga, la última sinóptica de los meses anteriores, pero hoy ya nada importa. Noches tan obscuras como la primera noche de los Tiempos, pero aquí estoy, en mi ciudad nórdica natal, la de un sureño de montaña fatal, en la ciudad que ahora es deslumbrada por esos ojos robados, por las calles que hacen resonar el eco de las más bellas risas escuchadas, y por cuyos canales vago como el espectro de un viejo marinero sin barco y extraordinariamente naufragado. La Noche, y las noches de estos últimos años, mijn nachten, en las que he leído libros rebosantes de vómito y escrito poemas insómnicos, he visto películas mudas con subtítulos desgarrados; nocturnidades en las que me he dedicado a cuidar los cactus con las púas más afiladas de mi abrupto universo, muchos ya secos de tanta sed; y penumbras en las que he avistado pájaros más hermosos que la propia vida y obscuridades en las que he subido a todas las sierras y montes de mi alrededor, con sus paredes mefistofélicas donde descansan los buitres esperando nuestros cuerpos henchidos de carroña y hendidas rocas dinosáuricas, haciendo rutas ignotas por barrancos y lenguas de piedras imposibles de pisar... pues al ascender montañas completamente solo percibes la vulnerabilidad humana, la soledad y la miserabilidad frente a la inmensidad de esas moles rocosas que rozan la eternidad, porque existir se ha convertido en eso... pero ahora estoy aquí, pandémico y restrictivo, en los pólderes y bajo agua, pero con Ellas, ya nada me importa.
A las 6 h llegué al aeropuerto tras tomar un autobús de madrugada tal y como hice la pasada Navidad, tomando tierra en Schiphol a las 14 h, envuelto en una neblina húmeda y lastimosa. He pasado frío desde que me despedí de mis padres; al llegar a Ámsterdam más aún. Tras recoger las llaves de mi habitación en la Casa del traductor, y darme cuenta que era el primero sin saber quienes ni cuándo llegarán los otros dos traductores (no seremos cinco en esta ocasión), me fui en dirección a Amsterdam-Noord, una nueva ruta con sus metros, autobuses y tranvías que he memorizado en el trayecto de ida...
...Y allí por fin he vuelto a encontrarme con Ellas, cinco meses y un día después, gritándome desde el balcón con una emoción indescriptible e indicándome que saldrían por la puerta principal. Como había transcurrido tanto tiempo desde nuestro último encuentro, temía que la reacción de ambas fuese tibia, en el mejor de los casos. Pero no, N*** ha mostrado la efusión de siempre, mantenida a lo largo de toda la tarde, y la pequeña S***, que era la que más preocupaba, no paraba de cogerme la mano y llamar mi atención (aunque ya había tenido momentos similares a estos en el pasado), repitiéndome una y otra vez que no me fuera nunca más... y pocos serán conscientes de lo que significa escuchar esa súplica de un ser tan pequeño y puro como ella, que roza lo religioso, y saber que de nuevo volveré a marcharme.
Tras estar investigando los lugares de la zona, parques, árboles y tocones en donde crecen las setas, y hablando y jugando con Ellas, me he marchado prometiéndoles que nos veríamos durante todo el mes; yo que soy un experto en Tiempo y Abismo, sé que éste que estaré aquí será sólo un suspiro, y Ellas también lo intuyen.

Hice algunas compras aún estando con N*** (pues S*** fue antes a darse un baño) y durante el viaje de regreso tomé mi cena: un batido de verduras (tras apenas haber comido en todo el día), llegando a la Casa al anochecer, con la cabeza embotada, cansado y dolorido, con sueño pero sin querer dormir. Me sentía un poco contrariado porque elegí la habitación 5 creyendo que era la 4, que es la que me asignaron el año pasado, pero al entrar y salir varias veces de ella con la intención de acomodarme en esa (pues también está vacante) decidí que lo mejor era permanecer en la 5 (que fue en la que pasé mi primera estancia en el verano de 2018), pues de lo contrario vería a N*** en ella tal y como estuvo la vez anterior y no podría soportarlo, ya que esta vez debido a las medidas adoptadas a causa del coronavirus no están permitidas las visitas.
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Mi escritorio |
Por la noche me encontré con Maja Weikert, la traductora bosnia (que reside en Alemania) y con la que ya coincidí hace dos años, y por lo que me cuenta falta otro traductor, que por el nombre presiento que será italiano.
Domingo, 2 de agosto de 2020
A las 8 h fueron Ellas quienes me despertaron porque ya querían que fuésemos al parque, algo que hicimos poco más tarde y hasta las 18 h sin un segundo de descanso. Al despertarme aún me dolía la cabeza y en especial la espalda y los músculos del cuello, cortesía de mi pesada maleta en comunión con las escaleras de la Casa. Le temo a este tiempo estival de aquí, pues realmente nunca hay un verano como los que yo conozco y en raras veces el tiempo es cálido por completo (salvo que se esté inmerso en una ola de calor), ya que aunque llegues a creerlo, una racha de gélido aire te hace sentir lo contrario, y no sabes si has de llevar ropa de primavera o de verano, por lo que suelo sufrir fiebre en estos primeros días, lleno de alucinaciones e hipnotizado, pero este año no me gustaría que eso sucediese. El escritorio ya está sembrado con mis libros, objetos personales y pastillas para diversos fines.
Salvo en el transporte público, en Ámsterdam la mascarilla no es obligatoria, pero yo la llevo también en tiendas y supermercados, y voy con mi gel hidroalcohólico a todas partes, con un surtido de mascarillas y las instrucciones de uso bien detalladas por mi santa madre. La ciudad parece triste, con menos movimiento y apenas turistas, con algún
rara avis como yo, que ya no sé qué soy para esta ciudad tan celestial como infernal. Últimamente Ámsterdam me resulta un lugar atribulado, pero me cruzo con lugareños felices, así que puede que el apenado sea yo.
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Tradicional foto de llegada |
Estas últimas 48 horas han sido tan intensas (en especial el emocionante encuentro con Ellas) que lo que sucedió ayer, el día de mi llegada, tengo la sensación de que fue hace meses. Cuando entré en la Casa me encontré con una veintena de periódicos atrasados y dos paquetes para mí: los libros que me ha enviado el propio Max Temmerman, del que estoy preparando una antología y razón por la que regreso a este Templo, y la versión neerlandesa de
Ordet (
La palabra), el filme que llevó magistralmente al cine Carl Theodor Dreyer y que está basado en la obra de teatro homónima de Kaj Munk, una de las diez películas de mi vida. Sobre el poeta Temmerman, que me lo descubrió el año pasado mi buen amigo Stefan Wieczorek (al que echaré de menos en esta ocasión pues ya estuvo en la Casa el pasado mes de julio y completamente solo), posee una poética que desciende claramente de la estirpe de los Stefan Hertmans, Paul Snoek o Hugo Claus, con un estilo que se entronca en la hermosa cotidianeidad de cualquier vida así como con el paisaje flamenco o en la compleja dualidad del pueblo belga.
Lo mejor del día ha sido reencontrarme con Ellas; lo peor las desesperadas lágrimas de N*** para que no me fuese y el rostro lleno de tristeza de S*** mientras agitaba sin descanso su mano para despedirse de mí. A mi corazón se le va formando una dura coraza, o eso creo, pero siempre queda una grieta imposible de taponar.
Por la noche estuve escuchando a Herr Bach, tomé varias pastillas para diferentes propósitos y rematé la noche con un litro de té. En la cama escuché las campanadas de la Obrechtkerk.
Lunes, 3 de agosto de 2020
Cuando me despierto, lo primero que hago es contar los días que me quedan por estar aquí, con Ellas, y al morir otra jornada y llegar la noche para mí es una pequeña batalla perdida... hasta la derrota final. Esta mañana también llovía, que no es ni más ni menos derrota, sino el estado natural de la vida en esta ciudad mía.
Escuchaba, aún adormilado sobre la cama, cómo desde el amanecer caía una ligerísima lluvia; a las 10 h, cuando el sol regresó de las tinieblas coincidiendo con el preciso instante en el que me encontraba con Ellas, cesó de llover. S*** se sentía apática tras el largo día de ayer, delicada como un reyezuelo, con sus delgadas y blancas piernas, con su cuerpecito asediado por los ataques de los salvajes mosquitos... por lo que no le insistí en que nos acompañase. N*** y yo estuvimos jugado en todos los parques que encontrábamos a nuestro paso (que han sido muchos), y a las 15 h una tormenta descargó abundante agua a lo largo de una hora. Nos refugiamos en un centro comercial y comido eso que aquí llaman belegde broodjes (bocadillos) y unas mandarinas, por cierto españolas. Luego la despedida, y S*** me envió un mensaje de audio diciéndome que me echaba de menos, y los dos segundos que registraron sus suaves palabras se me antojaron como un poema perfecto, una pequeña obra de arte que me ha insuflado una vida entera... mas tan efímera que nada más nacer ha expirado sin remedio.
Realizo mi vía crucis diario de tranvía, metro y autobús, sin sorprenderme en absoluto de que aquí la mascarilla no sea obligatoria salvo en el transporte público (aunque los ayuntamientos tienen competencias para modificar su aplicación), si bien en este asunto estoy en total desacuerdo, pues al no hacer uso de ella se puede contagiar a los demás, y ya no es simplemente una decisión personal. La filosofía de este país a lo largo de su historia (pienso —y me deleito— en cuánto significaron estas ciudades holandesas para Descartes, Spinoza, John Locke o Johan Rudolph Thorbecke) ha sido la de no cercenar bajo ningún concepto la libertad individual, un liberalismo que va más allá de la propia ideología, gobierne quien gobierne, y algo que le comentaba a Roger Wolfe esta misma tarde tras un mensaje suyo al respecto, y con el que comparto esa máxima del movimiento libertario norteamericano de «Dont tread on me» [sic]. Jamás en este país se les hubiese ocurrido un confinamiento tan salvaje como el que España sufrió, ni se hubiese prohibido practicar deporte de manera individual como tampoco hubiesen paralizado la economía por completo ni un sólo segundo, porque eso hubiese sido como detener los reactores de un Jumbo en plena maniobra de despegue. Aunque en la actualidad las ideologías se han difuminado hasta la más absoluta decadencia, probablemente porque los partidos y sus dirigentes ni poseen altura política ni mucho menos se les pueda calificar de estadistas, el potencial votante (menos preparado que antaño) se encuentra ciertamente confundido hasta el punto de mezclar el liberalismo y la
democracia cristiana, ideologías que tienen profundas e innumerables diferencias, en especial en sus orígenes (el concepto Estado, colectivismo vs. individualidad...), si bien también comparten varios puntos de vista y en especial luchan contra un enemigo común, que no es difícil adivinar.
A la vuelta demoré mi regreso, con un sol que quería reinar pero no podía, paseando por el Vondelpark y sus cercanas y elegantes calles, y por lo demás esta Casa, que sigue vacía, salvo Maja, con la que sólo me he encontrado una vez tras nuestro saludo inicial, y sin rastro del otro traductor.
Martes, 4 de agosto de 2020
A pesar de mi agotamiento, a las 4 h aún seguía despierto, mientras escuchaba constantes ruidos (creo que) en la calle pero que parecían trasladarse a la Casa y subir las escaleras escalón a escalón hasta mi habitación, aunque en el insomnio de anoche también influyó el litro de té que me bebí antes de irme a la cama.
Me levanté antes de las 8 h, y poco más tarde salí a la calle. Lucía el sol, aunque a la sombra corría un viento helador. Como aún tenía demasiado tiempo y nadie me esperaba (tal y como me sucede en los últimos años) anduve pausadamente sobre la hierba húmeda de Museumplein hasta llegar al Rijksmuseum, caminando por el hermoso barrio de galerías de arte y anticuarios del Nieuwe Spiegelstraat, vacío de gente, hasta girar por la Kerkstraat, aún más desierta y tranquila que la anterior, mientras buscaba el sol que pudiese calentar mis ateridos huesos. Llegué al Dam y tomé el metro hasta CS, estuve unos minutos en la Biblioteca central, volví a coger el metro hasta Amsterdam-Noord y me apeé del autobús junto a la Iglesia copta ortodoxa que había observado los días anteriores, pero estaba cerrada, y tras hacer algunas fotografías proseguí mi camino.
Poco después me encontré con Ellas. Recorrimos de nuevo cada uno de los parques de la zona, el centro comercial (que supone para mí todo un esfuerzo de dura negociación con mis chicas pues quieren comprarlo todo, y podría afirmar sin dudarlo que la última cumbre europea fue un juego de niños comparada con las artes diplomáticas que he de poner en práctica a diario) y un descanso para tomar un cremoso y gigantesco helado que se derretía por sus bordes. A continuación más parques, y más niños que iban y venían y con los que Ellas hablaban y yo también.
Al regresar a la Casa lo de costumbre: comer, llamar a mis padres y traducir a Temmerman. Hoy estuve hablando con Maja, que me confirmó que el otro traductor, en caso de venir será en la segunda mitad del mes, pero que aún no hay certeza de que vaya a hacerlo dada la incertidumbre que infunde esta situación de pandemia. También me comentó que unos arquitectos vendrán a pasar el fin de semana, pues el Ministerio quiere reformar la Casa en enero, y que nos preguntarán qué es lo que encontramos mal. En el periódico Het Parool las autoridades locales aconsejaban no viajar a Rotterdam, la ciudad más afectada del país por el coronavirus.
No he salido del laberíntico recorrido que a diario marca mi brújula interna, sin visitar aún ninguna librería de viejo ni cementerio alguno (tengo que investigar dónde enterraron a Ilse Starkenburg), como tampoco me he detenido en esos obscuros y perdidos bruine cafés en los que me gusta ahogarme, ni en el cercano Café Welling y ni tan siquiera en Het Bierfabriek a beberme una pinta de turbia cerveza. De vida social en los próximos días tengo pendiente cenar con A*** y C***, y tomar un té en alguna estación de tren con mi buena amiga Alejandra Szir, con la que tengo un proyecto de traducción para final de año.
Miércoles, 5 de agosto de 2020
Dormí bastante más que el día anterior... casi seis horas. El parte meteorológico anunciaba cinco grados más que ayer hasta alcanzar los 27°C. Salí de la Casa antes de las 9 h e inicié la misma ruta que la trazada ayer, pero mientras pasaba junto al Stedelijk Museum recibí un tierno mensaje de audio de N*** en el que me preguntaba si ya podía ir a recogerla, así que inmediatamente me subí a un tranvía y me encaminé hasta Amsterdam-Noord. A S*** no le apetecía salir entonces; N*** me llevó por donde quiso: tiendas, parques y calles... y yo me dejé llevar, como marcan los cánones del amor.
Una falsa sensación hace que aquí se piense menos en la pandemia, pero trato de no bajar la guardia. La mascarilla (que yo la llevo en cada lugar cubierto al que entro) es un auténtico engorro (cargado de bolsas, mochilas, patines y bicicletas, pelotas, muñecas...), y para colmo la limpieza de manos con el gel hidroalcohólico, al que mis hijas ya se han acostumbrado relativamente, aunque ayer, en plena tienda, una de ellas gritó: «¡Papá: yo ya no quiero más alcohol!», y muchos se me quedaron mirando, pues no todos llevan como yo su botecito difuminando como un loco todo cuanto encuentro a mi paso. En este sentido mi padre ha sido un adelantado, y desde que lo recuerdo lleva su bote de alcohol en el bolsillo, además de quejarse de lo poco que la gente se lava las manos.
La tarde llegó con un sol que quería ser como el que golpea los secarrales del sur, y por momentos pareció el mismo. S*** nos acompañó un par de horas, con sus graciosos movimientos, delgada, escurridiza y con un palique impropio para su edad... y de nuevo la despedida, cíclica, dura y estoica a partes iguales, hasta verme obligado a regresar por dos voces como un artista en el último concierto de su carrera y despedirme de Ellas tras hacer compras en el supermercado. Una vez alcanzado el metro, con el alma abandonada entre el musgo de los árboles que Ellas observan al despertarse, decidí detenerme en Het Bierfabriek y ahogarme como mandan los cánones del fracasado, sin placer, como corresponde al maldito, y bebiendo sin sed en ese local hoy desangelado, con la cerveza tibia, ausente del duende de antaño, y en el que he sentido que ya nada queda de entonces, será por la pandemia o acaso sea yo, pero si no existe aquello que antes me llenaba, ya no volveré más.
Al acostarme pensaba en Ellas, y en el collar que N*** me arrebató del cuello para colocárselo en el suyo, más hermoso que el mío, y que ahora tocará su piel, mientras duerme, y yo me conformaría con ser ese collar por siempre.
Jueves, 6 de agosto de 2020
He dormido peor que las anteriores noches, y a las 7 h ya me desperté y sin demora me puse en pie. Una de las cosas que más me agrada nada más salir de la Casa es la primera brisa golpeándome y acompañada del olor característico de esta zona... Reconocería la prístina sensación de esta ciudad entre un millón, aunque no sepa explicar a qué huele ni tan siquiera lo que me hace sentir.
Hice el mismo recorrido a pie que el martes, callejeando incluso más. De mi bolsillo saqué un pequeño objeto: un anillo de N*** que lleva montado un cervatillo. Ella es mi alma gemela contrapuesta, pues en nada se parecen nuestros cuerpos y poco nuestros caracteres, y sin embargo nuestra compenetración es extrema, algo que me gustaría conseguir con S***, tan parecida a mí pero de la que se me separó cruelmente en un momento clave de su vida y de la mía. ¡Oh, S***, tan escurridiza como un rabo de lagartija! El resto de mi vida quedaría colmada con la presencia física de Ellas, no necesitaría más (aunque también a mis padres); con eso bastaría y no precisaría de más personas a mi lado... pero no las tengo, y me da miedo perder lo que aún permanece conmigo.
Cuando llegué a recogerlas ya me había hecho a pie más de ocho kilómetros. Estaban cansadas por el día anterior, y S*** se quedó en casa, aunque luego también nos acompañó (y me despidió afligida). N*** y yo recorrimos nuevamente las tiendas y parte del barrio en dirección norte, y como suele suceder aquí, en unos pocos pasos ya nos encontrábamos en plena campiña, con sus lugares henchidos de encanto, sus pequeños canales repletos de exuberante vegetación y en cuyas orillas N*** trató de acercarse en varias ocasiones a una garza. Y la despedida, otra, tan nauseabunda e insoportable.
Llevaba casi 48 horas en las que apenas había comido un par de plátanos, unas galletas, un belegde broodje de queso y el litro y medio de cerveza de anoche; hoy me preparé bacalao a la plancha y verdura cocida, y reconozco que lo necesitaba.
Veo en el calendario que hoy es el décimo aniversario de algo que ya no existe. Si en aquel entonces nos hubiesen augurado lo que iba a suceder, nadie hubiese dado crédito a ello. ¿Cómo puede algo llegar a degenerarse tanto? Supongo que es como la carne, como un hermoso cuerpo lleno de vida al que la muerte pudre vorazmente y no podemos ni imaginar en el estado que lo dejará.
Ya queda menos para el otoño, y aquí llegará primero y a mí me abordará allí, con sus tentáculos de abulia y cruda nostalgia, ya permanente en mí, pero a Ellas también, cuando llegue la obscuridad de esos días, en este nuevo lugar en el que ahora viven... no quiero pensarlo, ni eso ni el día que de nuevo me marche.
El polvo se hacina en las esquinas del cajón de los cubiertos.
Empieza lento, pero una semana más tarde cuelga
una manta de rocío sobre el fregadero.
Anda con ojo cuando se acerque el otoño.
Saca los helechos de cobre que de las patas de la mesa
brotan como art decó barato.
[...]
Max Temmerman, «Cartas credenciales»
Viernes, 7 de agosto de 2020
Ahora mismo son las 19:30, y resumo el día de hoy ya en mi habitación, mientras el termómetro marca 31°C, con un máxima a media mañana de dos grados más; parece que la ola de calor aún durará varios días.
Mientras tomaba mi comida caliente (hamburguesa vegetal y puré de verduras) en esta Casa completamente vacía, me detuve en el titular de portada del NRC Handelsblad: «El liberal Rutte se siente incómodo con su severo papel en esta crisis», y un artículo en páginas interiores en donde se detallaba la inusual dureza de su tono reprendiendo a la población, aunque como convencido liberal que es seguirá dando «espacio» a los ciudadanos, y es que los contagios por coronavirus siguen creciendo preocupantemente en el país y en especial en Ámsterdam, así que ayer por la tarde el gobierno anunció nuevas medidas (para los lugares de ocio, pruebas a quienes procedan de lugares tipificadas con código naranja, y que se eviten los lugares concurridos de Ámsterdam). La rueda de prensa la ofrecieron conjuntamente el primer ministro Mark Rutte y el viceprimer ministro Hugo de Jonge, ambos de diferente signo político (VVD y CDA, respectivamente), excelentemente coordinados y por cierto sin tomarse aún vacaciones, algo que como leo en la prensa ha hecho ya o hará en breve el presidente de mi país (con cifras indecentes en cuanto a las reformas hechas en su lugar de veraneo y gastos obscenos en desplazamientos), y ello a pesar de la dramática situación sanitaria y económica que existe en España y tras una cumbre europea en la que calificó a los Países Bajos y a otros (algunos incluso gobernados por socialdemócratas) de «insolidarios» y varios calificativos más. ¿Dónde ha quedado ahora la solidaridad con los suyos? Esto va mucho más allá de cualquier ideología, más incluso que el de ser y aparentar ser honrado, pero por ahí se empieza y es la base de todo político y toda persona. Leer precisamente aquí esta noticia tras la renombrada cumbre europea de hace unas semanas me hace sonrojarme aún más y sentir un inenarrable bochorno.
Antes de partir a Amsterdam-Noord estuve dando un paseo por el Amstel hasta llegar al Stopera (Ayuntamiento+Palacio de la ópera). Me detuve en la espectacular y bonita estatua de Spinoza que allí se erige y volví a leer la frase que hay inscrita bajo sus pies: «La meta del Estado es la libertad», una sentencia irrebatible.
Me bajé en la parada final del metro 52, pues quería visitar el cementerio De Nieuwe Noorder, pero pronto me percaté que no había tomado la ruta correcta. Me di la vuelta y recogí primero a N***, que tal y como hizo ayer bajó con sus patines de ruedas para pasearse con ellos por el barrio. Quería que fuésemos a una piscina, que ella me afirmaba que sabía dónde había una: «Allí cerca de aquella iglesia que hay al fondo», y efectivamente dimos con ella (pero estaba completa para los próximos días y era obligatorio acudir con reserva previa). Cruzamos un pequeño canal en donde se asentaban unas casas preciosas, la mayoría de madera y todas diferentes, pintadas de verde, blanco, marrón... y hasta en una de ellas crecía una frondosa higuera. A la vuelta nos detuvimos en la iglesia De Buiksloterkerk (que nos había servido de guía para localizar la piscina), por desgracia cerrada, y que por las fotografías que he visto en internet presenta un interior sobrio pero a la vez coqueto, una construcción que data de 1609 (aunque su forma actual se remonta a un siglo después). Junto a la iglesia había un pequeño cementerio (en este caso un kerkhof, literalmente «jardín de la iglesia», y no un begraafplaats, conceptos que extrañamente nuestro rico idioma no discierne). Entramos por la desvencijada verja y le expliqué a N*** que bajo esas desgastadas y rotas lápidas había gente muerta, personas enterradas, pero ella no lo entendió bien y me pedía una y otra vez que yo cogiera de un lado de la lápida y ella del otro para levantarla y «ver lo que hay debajo».
Más tarde bajó S*** y seguimos jugando en el parque y en las fuentes, hasta que se hizo la hora de comer: N*** me suplicaba venirse a dormir conmigo al tiempo que me agarraba con desesperación mientras S*** movía su manecita diciendo adiós con esa forma tan graciosa que tiene de decir las pocas expresiones que usa en español, sin pronunciar la ese final de la palabra, en una mezcla de italiano y francés. Me gustaría desaparecer un segundo antes de cada separación, sin más preámbulos, y como en la máquina del tiempo de H. G. Wells aparecer en otro lugar, y a ser posible limpio de dolor.
Sábado, 8 de agosto de 2020
Cuando ayer me recluí tan temprano en la habitación, con el pegajoso calor y la cegadora luz que aún quedaba suspendida de los gabletes de las casas hasta que la noche se cernió por completo, me abordó un instante de tentación y salir a dar un paseo por esta ciudad que tantas cosas puede ofrecerme... pero esa seducción se convirtió de inmediato en desgana y absoluta apatía, porque sé que nada podría llenar mi vacío.
Ya esta mañana seguí la rutina de costumbre y al llegar a Amsterdam-Noord traté de visitar el cementerio De Nieuwe Noorder. Anduve por un solitario y estrecho sendero de menos de un metro de ancho oculto por altos árboles y salvaje vegetación hasta que al salir de aquella obscuridad observé a orillas del Noordhollands Kanaal el molino Krijtmolen d'Admiraal (construido en 1792), pero cuando tras mucho caminar casi me hallaba a las puertas de mi destino, mis chicas me escribieron un mensaje para decirme que ya estaban listas para salir, así que en lugar de hacer el camino a pie, me apresuré en tomar el primer autobús que pasó por esa zona y acudir raudo a su encuentro. En los próximos días intentaré visitar el citado cementerio, pues me pica la curiosidad que en las fotografías que he visto en internet no aparezcan lápidas ni tumbas.
Ambas se bajaron con el bañador en la mochila y como una especie de tradición no escrita estuvieron jugando en las fuentes como suelen hacer los niños en la ciudad cuando aprieta el calor, chapoteando en el agua y bañándose literalmente.
No puedo creer que ya haya pasado una semana entera, con sus luces y sus crepúsculos. La intensidad de estas jornadas casi no me ha dejado percatarme de que llevo aquí siete días, en esta Ámsterdam que me parece distinta, y en los que no he hecho otra cosa que estar con Ellas, en maratonianas jornadas de diez horas, agotado pero feliz de verlas a diario... firmaría esta vida por siempre, antes que aquella que soporto cuando no las tengo.
La portada del periódico Het Parool destacaba una noticia: la preocupación por la sequía que está padeciendo Ámsterdam, y al caer la noche informaron de la muerte de un muchacho de 24 años a causa de un tiroteo acaecido por la tarde en el sur de la ciudad, concretamente en Nieuwe Meer, junto al Het Amsterdamse Bos.