viernes, 21 de febrero de 2014

EL DOMADOR DE OBJETOS. LIBRERÍAS VIEJAS Y NUEVAS... Y ADIÓS AL POSMODERNISMO

No me suelo prodigar en visitar librerías de nuevo; practico la bibliofilia por vocación y con obsesión, con enfermiza vehemencia y aun a riesgo de quedarme sin el sueldo en la primera semana del mes, como ya me ha ocurrido en alguna ocasión. Detesto la pulcritud de las librerías nuevas, sus luces como en salas de espera, de dentistas psicópatas, morgues de palabras recién nacidas marcadas por un código de barras. Echo en falta el olor a viejo, la falta de ácaros, tener que lavarme las manos al salir de ellas; echo de menos los ejemplares irremediablemente oxidados y manoseados –sobados que diría un librero; las librerías nuevas son como pasillos simulando tanatorios... aunque paradójicamente sé que allí mismo deban venderse mis publicaciones: el mal del hombre contemporáneo.

Con tipo de letra clásico o romano imprimió Aldo Manucio el codiciado Hypnerotomachia Poliphili (1499) de F. Colonna
En resumen, casi no suelo visitarlas salvo en contadas ocasiones o recomendaciones. Pero ayer fue uno de esos días de suerte, un mirlo blanco en una librería nueva, suena extraño, pero posible. Deambulando como un zombi y enfilando ya la salida me detuve ante un extraño ejemplar, de bello y evocador título: El domador de objetos; libro ilustrado y/o de poesía (quizá reversible) que (h)ojeé e inmediatamente adquirí, domado por Carmen Fernández Agudo e ilustrado por ella misma con extraños grabados  invadiendo y jugueteando con versos y palabras. Lo curioso es que al llegar a casa me percaté que no desencajaba entre mis libros, e incluso sus ilustraciones me recordaban a las de ciertos ejemplares de los años 30 y 40 cercanos al expresionismo alemán y holandés.

El domador de objetos, Carmen Fernández Agudo
El libro en cuestión ha sido publicado recientemente por la editorial El Gaviero, un sello que realiza un trabajo minucioso propio de la orfebrería, y de la que recuerdo ya hice referencia en un artículo a raíz de otro curioso libro. El domador de objetos es una joyita que puede contemplarse y a la vez leerse tal y como si su interior tuviese vida propia, aderezado con una edición exquisita y cuidada que excitaría a todo bibliófilo y cuyo colofón ya es toda una suerte de dulces latigazos de un delicado domador en el que cada palabra parece ser un manjar minimalista: Primera edición, 666 ejemplares. 32 páginas. 27 x 17 cm. Papel: Ciclus offset de 250 gr. Cubierta: Cartón Kraft liner de 300 gr. Tipos: !Sketchy Times Impresión sello de cubierta con máquina tipográfica manual tipo Boston. ¡Qué belleza! Todo ello en claro signo de que esta editorial cuida el bombón (así es el libro de Carmen Fernández Agudo) con el mejor envoltorio; es sin duda sinónimo de arte en la edición y no sólo palabrería, o "tipografía para modernos olvidadizos", que es como podría llamarse un curso impartido por esta editorial, como monjes copistas que regresan del pasado.

El domador de objetos, Carmen Fernández Agudo, junto a De moderne grafiek in Nederland en Vlaanderen (1928), de Gerard Sluyter
El posmodernismo murió –ya lo hizo, por si alguno no lo sabía– con las librerías del s. XXI y su cruel realismo, en ocasiones vulgar y excesivamente comercial y la ausencia de sueño o distorsión del mundo fatal, en extrema previsibilidad de andar por casa y con la concreción (son pero no son) e ubicuidad (están pero a la vez no están) como leitmotiv, ancladas en una época sin movimientos literarios claros. Es por todo ello que ya sólo visito las librerías de viejo, las que me hacen estornudar y acentuar mi aguda alergia. Echo de menos a Gutenberg y a Coster, pero si todas las editoriales ofreciesen ejemplares con este esmero y cuidado, acudiría cada día a las librerías nuevas de manera religiosa, pero claro, ya no serían tal cosa sino joyerías, y estarían en constante peligro por bibliófilos butroneros.

P.D. Por cierto, a causa de mi enfermedad bibliófila busqué –sin éxito– el ejemplar número 666 de El domador de objetos.

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