viernes, 28 de marzo de 2014

METALITERATURA (Y OTRAS INFLUENCIAS) DE ANDAR POR CASA

 “Borrar el nombre de tu precursor mientras te ganas el tuyo propio es la meta de los poetas poderosos o severos”   

Harold Bloom


Biblioteca del profesor Richard A. Macksey
En estos dos últimos meses he leído con delectación las obras completas de Augusto Monterroso,  editado en tres volúmenes por RBA y que ni tan siquiera lo denominan como tal. Tres libros, tan sólo tres, en donde se encuentra una inmensa obra tal y como en otros haría falta multiplicarla por diez; mas a él le bastan tres para decir todo cuanto un escritor puede decir y el resto necesitan treinta, así de simple (un motivo más para apuntarlo en la lista de escritores que me llevaré en breve a una isla desierta –o a una casa, aislado, en la montaña). Veredicto: uno de los escritores más geniales y exquisitos de cuantos he leído y casi desconocido para la inmensa mayoría, aunque sobre él ya he hablado en más de una ocasión, y en otras tantas le he declarado mi enamoramiento, desde nuestro primer encuentro en aquel mi primer año universitario.

Monterroso va a servir como nexo de este post, pasando de su lectura a la literatura que semioculta  subyace de la suya propia, en especial los clásicos grecolatinos: Juvenal, Horacio, Catulo, Esopo... Aunque las fuentes de las que bebe Monterroso no se limitan sólo a los clásicos (de los que incluso aprendió pasajes enteros en latín), ahí están otros como Cervantes, Garcilaso, Góngora, Kafka o Joyce. A este último grupo lo he leído con constancia (que como con humor afirma Monterroso, un escritor como él siempre debe decir de éstos no que los ha leído, sino releído, para no quedar mal), si bien con los clásicos no había pasado de los Homero, Virgilio, Catulo y la Germania de Tácito, que me apasiona. Cuando con cierta pena he terminado de leer a Monterroso –e incluso mientras lo hacía– he acudido a los manantiales de los que él mismo ha bebido, necesariamente para (re)interpretar mejor qué ha querido decir el escritor en algunos de sus cuentos. Así, al leer sus deliciosas fábulas, imperiosamente he tenido que hacer una parada en las de Esopo para llegar más tarde a las Sátiras de Juvenal o releer los relatos breves de Kafka. 

Es esto parte de lo que se denomina metaliteratura, una lectura que obliga a indagar en las fuentes e influencias del escritor porque en muchos casos remite a ellas, o bien de manera clara y evidente o por contra oculta, un bello proceso dentro de la literatura enormemente fascinante. Si por ejemplo escogiésemos –y yo mismo sé que no lo hago por azar– a Poe como núcleo, podríamos establecer un curioso parentesco de directa influencia literaria en el que Dante ejerce su influencia sobre William Blake, y estos dos sobre Poe que a su vez influencia a Lovecraft, y éste a Stephen King, todo ello a lo largo de más de setecientos años, que se inicia con Dante que aparentemente nada tiene que ver con King: 

Dante-Blake-Poe-Lovecraft-King   

En el mundo del séptimo arte, el metacine tiene su máxima expresión en ciertos directores, siendo Quentin Tarantino el ejemplo claro de cineasta posmoderno. Al director norteamericano, público y críticos lo han calificado desde posturas contrapuestas: homenajeador o plagiador; y es que en ocasiones ha llegado a copiar plano por plano la escena de alguno de sus directores fetiches. Visionando su filme Reservoir Dogs (1992), éste nos remite automáticamente a otros de los que se ha servido: Atraco perfecto (Kubrick, 1956) o la oriental City on fire (Lam, 1987). Con Kill Bill (2003, 2004) además de copiar explícitamente infinidad de escenas del género de artes marciales, contiene elementos evidentes de la desconocida –e hiperviolentaDesenlace mortal (Vibenius, 1974), algo que también ocurre con su última obra, Django desencadenado (2012), en la que inevitablemente ya simplemente con el título nos remite al spaghetti western Django (Corbucci, 1966) y a otras de Sergio Leone, algo que sirve para Malditos bastardos (2009).

Harold Bloom (GIOVANNI GIOVANNETTI/COVER)
Y para finalizar, la periodista Marta Rodríguez en su blog A pie de página, afirma lo siguiente tras la lectura del libro de relatos que he escrito (Cuentos macabros y de terror): he de decir que (con este libro) ha despertado en mí el interés por revisitar a Poe y a Bécquer. Otro ejemplo de todo lo expuesto en este post, de cómo al leer ciertos libros se nos incita a buscar de manera automática las fuentes primarias de las que hace uso el texto, tratando de hallar similitudes, diferencias o bien iluminar ciertos pasajes, hecho que resulta todo un honor que esta lectura haya servido para ello, ya que el libro suponía un claro homenaje totalmente inconsciente a los grandes escritores del género de terror.

La cita que encabeza y finaliza este texto no eso sino una sentencia del crítico y teórico literario más influyente del mundo, Harold Bloom, que se encuentra en su libro Anatomía de la influencia (The Anatomy of Influence: Literature as a Way of Life, Yale University Press, 2011), una exhortación que no necesita ni merece explicación; ni por supuesto réplica. Y con otra termino.

Un poeta poderoso no busca simplemente derrotar al rival, sino afirmar la integridad de su propio yo como escritor

P.D. En breve expondré la lista de obras y autores que voy a llevarme a la isla desierta.