sábado, 8 de marzo de 2014

QUERIDO DIARIO

De esta manera encabezaba Anne Frank cada una de las entradas de su diario, un documento de calado no en lo literario sino en lo histórico, revelando la terrible situación que padecieron su familia –judía– en los Países Bajos y muchas otras de similar condición durante la II Guerra Mundial. En el texto expresaba a su vez los sentimientos propios de una adolescente, o bien apreciado aquellos que posee todo ser humano.

Con ese carácter sentimental e intimista podría encabezar este post por lo acontecido en lo personal estos últimos días. La frase atribuida al poeta cubano José Martí (aunque todas estas citas a veces tienen más de un progenitor), «hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro», da pie a una réplica, que en este caso no sé a quién se le atribuye: «lo difícil es que el árbol no se seque, que el libro sea leído y saber educar al hijo». Más real esta última afirmación que la primera; no hay duda.

Página del diario de Anne Frank (www.annefrank.org/)
Sin caer en el sentimentalismo y muchos menos en la hipersensibilidad –imperdonable en el espacio virtual–, sé por experiencia que los momentos importantes de la vida de una persona siempre vienen remarcados por una película, por una canción, por un olor o como no por un libro, y en ocasiones de manera inconsciente. Cuando hace escasos días nació mi hija, aguardando yo inquieto en una situación y escenario de lo menos propicio para tan placentera acción (la de leer), tenía entre manos a Monterroso y sus Obras completas (y otros cuentos), leyendo con escasa atención el relato Leopoldo (sus trabajos) mientras escuchaba gritar a un bebé –que ignoraba pudiera ser el mío– desesperado por haber llegado a este mundo cruel; segundos antes había leído en el citado relato: 

Si el perro salía victorioso podía interpretarse como la demostración de que la vida en las ciudades no menoscaba el valor, la fuerza, el deseo de lucha, ni la acometividad de los seres vivientes ante el peligro. Si, por el contrario, era el puercoespín el que llevaba la mejor parte, era fácil pensar (festina da, equivocadamente) que su cuento encerraba en el fondo una amarga crítica a la Civilización y el Progreso. Y entonces, ¿en qué quedaba la Ciencia? ¿En qué los ferrocarriles, el teatro, los museos, los libros y el estudio? En el primer caso, podía dar lugar a que se pensara que él estaba abogando por una vida supercivilizada, alejada de todo contacto con la Madre Tierra, sin el cual, el triunfo del perro lo decía a gritos, era factible pasarse. 

Ahora sé, tras releerlo, que este párrafo entraña un mensaje por descifrar, más aún en el momento en el que lo leí y que a buen seguro me llevará años interpretarlo y traducirlo de un modo que rebase el sentido más amplio y desemboque en lo más íntimo y personal en clara relación con este nuevo ser del que soy responsable de haber traído a este mundo atroz y deshumanizado. Querido diario... y perdón por la hipersensibilidad.

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